Líbano
hace frente a una nueva crisis después de la salida de Hezbolahh del
gobierno
Por
Robert Fisk
The Independent, 13/11/06
Página 12, 14/11/06
Traducción de Celita Doyhambéhère
Beirut.– Los chiítas,
la comunidad más grande del Líbano, no están más representados en
el gobierno libanés. Podría ser parte de la empecinada política del
Líbano o podría ser el momento más peligroso en la historia de este
trágico país. Durante el fin de semana, Hezbolah y el movimiento
Amal se retiraron del cuerpo político libanés, dividiendo el suave,
totalmente falso y brillantemente concebido (por los franceses, por
supuesto) sistema confesional que une a esta torturada nación. Habrá
manifestaciones de Hezbolah en las calles –lo que hace y no hace
Hezbolah– para exigir un gobierno de “unidad nacional”, que
significa que Sayed Hassan Nasralá, ganador de la llamada “victoria
divina” contra Israel el pasado julio, insista en otra administración
pro–siria en el Líbano.
Para un mundo que ha
decidido apoyar la “democracia” del Líbano, esta es una noticia
grave. La renuncia de seis ministros del gabinete, dos de Hezbolah,
tres de Amal y otro muy próximo al presidente Emile Lahoud, no pueden
derrocar a un gobierno (que necesita que renuncie un tercio, es decir
ocho de los 24 ministros, para destruirlo), pero en una sociedad
confesional significa que la comunidad religiosa más grande ya no está
representada en la toma de decisiones del gobierno. Hezbolah es la
carta de Siria aquí, el pulmón por el cual Irán respira, y están
advirtiendo que las manifestaciones callejeras pueden dividir al país.
¿Lo que está en
juego? El tribunal internacional que supuestamente debe juzgar a
aquellos responsables por el asesinato del ex primer ministro Rafiq
Hariri el 14 de febrero del año pasado y la posibilidad de que la
“unidad” nacional que Hezbolah demanda pueda crear un gabinete que
pueda convertirse una vez más en la criatura de Siria dentro del Líbano.
No es tan fácil, por supuesto –nada lo es en el Líbano–, pero es
suficiente para asustar al gabinete democráticamente electo de Fouad
Siniora, el amigo y confidente de Hariri y aún más, a los
estadounidenses que apoyaron la “democracia” en el Líbano y luego
no les importó nada durante los feroces bombardeos israelíes al país,
el pasado julio.
¿Qué provocó esta
extraordinaria crisis en un momento en que miles de tropas extranjeras
todavía están llegando al Líbano para asegurar una paz que cada día
parece más destructiva? Claramente, un elemento es el tribunal. El
viernes, la ONU le presentó a Siniora los términos de la corte que
debía juzgar a los sospechosos por el crimen de Hariri, hombres que
probablemente resulten ser agentes de inteligencia –tanto libaneses
como sirios– del régimen del presidente Bashar Assad, en Damasco.
El presidente libanés, Emile Lahoud, el amigo más fiel de Assad,
dijo que necesitaba más tiempo para estudiar las recomendaciones de
la ONU antes de convocar a una reunión de gabinete el lunes (por
ayer) para permitirle al Parlamento votar las propuestas de la ONU.
Después de la reunión, el gabinete aprobó el texto de la ONU.
Siniora –un
economista amigo de Hariri y ningún caudillo– dijo que no aceptará
las renuncias. Está esperando que los muchachos de Nasralá regresen
al gabinete, conscientes de que su continuada ausencia –por más
legal que sea el gabinete– dividirá al país. Los cristianos
probablemente representen menos de un 30 por ciento de la población
del Líbano y los sunnitas, que los apoyan, componen una mayoría que
los chiítas no pueden superar. El bloque de Hariri tiene mayoría en
el Parlamento, pero el general rebelde cristiano Michel Aoun –cuyos
partidarios se están cansando de su alianza electoral con Hezbolah–
dice que el gabinete no es representativo. Quiere a tres de sus leales
en el gobierno.
Los cristianos y los
sunnitas musulmanes del Líbano están siendo ahora separados de sus
correligionarios chiítas. Las protestas callejeras entre los
cristianos y los sunnitas por un lado y los chiítas por el otro,
apenas pueden ser persuadidas de que la mayor parte del ejército
libanés –una fuerza reformada con alguna integridad– es chiíta.
Malas noticias, de verdad.
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