¿Quieren
Estados Unidos e Israel un Oriente Próximo sumido en una guerra
civil?
Por Jonathan Cook
The Electronic Intifada, 19/12/06
Rebelión,
25/12/06
Traducido
por Beatriz Morales Bastos
La
era del Oriente Próximo fuerte, apuntalado por occidente y obediente
a la política occidental parece definitiva y verdaderamente
terminada. Su poder está siendo reemplazado por el gobierno por medio
de la guerra civil, al parecer el modelo favorito del gobierno
estadounidense en toda la zona.
Los
territorios palestinos ocupados, Líbano e Iraq amenazan con sumirse,
o ya lo están, en luchas fraticidas. Siria e Irán podrían ser
pronto los próximos, destrozados por ataques que, según se dice, está
planeando Israel en nombre de Estados Unidos. Es probable que las
repercusiones puedan consumir la zona.
A
los políticos occidentales les gusta describir la guerra civil como
una consecuencia del fracaso de occidente en intervenir más
eficazmente en Oriente Próximo. Si nos hubiéramos comprometido más
en el conflicto israelo–palestino, o nos hubiéramos opuesto más
agresivamente a las manipulaciones sirias en Líbano, o hubiéramos
sido más prácticos en Iraq, se habrían podido evitar las luchas. Lo
que subyace a ello, por supuesto, es que sin el benévolo
asesoramiento occidental, las sociedades árabes son incapaces de
salir por sí mismas de su primario estado de barbarie.
Pero,
de hecho, cada uno de estos desmoronamientos de los valores sociales
parecen haber sido maquinados ya sea por Estados Unidos o por Israel.
En Palestina, Líbano e Iraq la diferencia sectaria es menos
importante que un conflicto de ideologías políticas e intereses
mientras facciones rivales discrepan acerca de someterse, o resistir,
a las interferencias estadounidenses o israelíes. De dónde derivan
las facciones sus fondos y su legitimidad –la opción se limita cada
vez más a Estados Unidos e Irán– parece determinar su
posicionamiento en esta confrontación.
Palestina
está conmocionada porque los ciudadanos palestinos están divididos
entre su democrático deseo de ver que se opone resistencia a la
ocupación israelí –en elecciones libres mostraron que creían que
Hamas era el partido mejor situado para llevar a cabo este objetivo–
y la necesidad básica de poner comida en la mesa para sus familias.
El asedio económico conjunto israelí e internacional al gobierno de
Hamas, y a la población palestina, ha hecho inevitable una amarga
lucha interna por el control de los recursos.
Líbano
se está desmoronando porque los libaneses están divididos: algunos
creen que el futuro del país radica en atraer capital occidental y en
dar la bienvenida al abrazo de Washington, mientras que otros
consideran que los intereses estadounidenses son una tapadera para que
Israel realice su antiguo diseño de convertir Líbano en un Estado
vasallo, con o sin una ocupación militar. El lado que elijan los
libaneses en el actual pulso refleja su opinión acerca de lo
plausibles que son las afirmaciones de la benevolencia occidental e
israelí.
Y
la carnicería en Iraq no es simplemente el resultado de la anarquía
–como se suele describir– sino que también tiene que ver con los
grupos rivales, los imprecisos "insurgentes", que utilizan
diferentes y contradictorias estrategias: tratan de derrocar a los
ocupantes anglo–estadounidenses y castigar a los iraquíes
sospechosos de colaborar con ellos; obtienen beneficios del régimen títere
iraquí y se disputan posiciones influyentes antes de la inevitable
salida triunfal de los estadounidenses.
Se
podían haber previsto todas estas consecuencias en Palestina, Líbano
e Iraq – y casi con seguridad lo fueron. Más aún, cada vez parece
más probable que las crecientes tensiones y carnicería fueron
planeadas. Más que el problema sea la ausencia de la intervención
occidental, parece que el objetivo de la intervención es,
precisamente, la violencia y fragmentación de estas sociedades.
En
Gran Bretaña han aparecido pruebas que sugieren que ése fue el caso
en Iraq. El testimonio ofrecido por un importante alto cargo británico
a la comisión de investigación Butler de 2004, que investigó los
errores garrafales de la inteligencia durante el periodo previo a la
invasión de Iraq, fueron tardíamente publicados esta semana, tras
los intentos del Foreign Office de silenciarlo.
Carne
Ross, un diplomático que ayudó a negociar varias resoluciones del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, declaró a la comisión de
investigación que los altos cargos británicos y estadounidenses sabían
muy bien que Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva, y
que derrocarlo llevaría al caos.
"Recuerdo
que varias ocasiones el equipo británico formuló con palabras este
punto de vista durante nuestras discusiones con Estados Unidos (que
estaban de acuerdo)", afirmó, y añadió: "Al mismo tiempo,
cuando Estados Unidos sacaba a relucir el asunto, muchas veces
argumentábamos que el 'cambio de régimen' no era aconsejable, más
que nada por la razón de que Iraq se sumiría en el caos".
La
pregunta obvia, entonces, es ¿por qué Estados Unidos querría la
guerra civil que asola todo Oriente Próximo y que, aparentemente,
amenaza intereses estratégicos como el suministro de petróleo y la
seguridad de un aliado regional clave, Israel?
Hasta
la presidencia de Bush hijo, la doctrina estadounidense en Oriente Próximo
ha sido instalar o apoyar hombres fuertes, mantenerlos o sustituirlos
cuando caían en desgracia. Entonces, ¿por qué el dramático y,
cuando menos aparentemente, incomprensible cambio de política?
¿Por
qué permitir el aislamiento y humillación de Yasser Arafat en los
territorios ocupados, seguido por Mahmoud Abbas, cuando ambos podrían
haber sido cultivados fácilmente como hombres fuertes si se les
hubieran dado las herramientas que implícitamente prometió el
proceso de Oslo: un Estado, la pompa del cargo y los medios
coercitivos para imponer su voluntad sobre grupos rivales como Hamas?
Con escasas concesiones a Israel que mostrar durante años de, ambos
les parecían a los palestinos más perritos falderos que rottweilers.
¿Por
qué armar un escándalo repentino e innecesario acerca de la
interferencia de Siria en Líbano, una interferencia que occidente
alentó en un principio como un modo de mantener tapada la violencia
sectaria? ¿Por qué desbancar a Damasco de la escena y promover
entonces una "Revolución del Cedro" que le hizo el juego a
los intereses de una sola sección de la sociedad libanesa y siguió
ignorando las inquietudes de la comunidad más grande e insatisfecha,
los chiís? ¿Qué podría resultar de esto sino la explosión del
resentimiento y la amenaza de la violencia?
¿Y
por qué invadir Iraq con el falso pretexto de localizar armas de
destrucción masiva y el derrocamiento del dictador, Sadam Husein, que
durante décadas había sido armado y apoyado por Estrados Unidos y
había mantenido a Iraq unido de manera eficaz aunque despiadada? De
nuevo, gracias al testimonio de Carne está claro que nadie en los
servicios de inteligencia pensaba que Sadam planteara realmente una
amenaza para Occidente. Incluso si había que "contenerlo" o
posiblemente reemplazarlo, como parecían creer los predecesores de
Bush, ¿por qué el presidente decidió simplemente derrocarlo,
dejando un vacío de poder en el corazón de Iraq?
La
respuesta parece tener relación con el ascenso de los neocons, que
finalmente se hicieron con el poder con la elección del presidente
Bush. La página web más popular de Israel, Ynet, observó hace poco
acerca de los neocons: "Muchos son judíos que comparten el amor
a Israel."
La
visión de los neocons de la supremacía global estadounidense está
íntimamente unida a la supremacía regional de Israel, y depende de
ella. No se trata tanto de que los neocons elijan promover los
intereses de Israel por encima de los de Estados Unidos como de que
ellos consideran inseparables e idénticos los intereses de ambas
naciones.
Aunque
se suelen identificar con la derecha israelí, la alianza política de
los neocons con el Likud refleja fundamentalmente su apoyo a adoptar
medios beligerantes para alcanzar sus objetivos políticos, más que a
los propios objetivos.
El
objetivo constante de la política israelí, de izquierda y de
derecha, ha sido durante décadas adquirir más territorio a expensas
de sus vecinos y consolidar su supremacía regional por medio del
"divide y vencerás", particularmente de sus vecinos más débiles,
como los palestinos y los libaneses. Siempre ha abominado el
nacionalismo árabe, especialmente la variedad baathista en Iraq y
Siria, porque parecía inmune a las intrigas israelíes.
Durante
muchos años Israel favoreció el mismo enfoque colonial que occidente
utilizó en Oriente Próximo, donde Gran Bretaña, Francia y después
Estados Unidos apoyaron a dirigentes autocráticos, generalmente de
poblaciones minoritarias, para gobernar sobre la mayoría en los
nuevos Estados que habían creado, ya fueran cristianos en Líbano,
alhuitas Siria, sunniís in Iraq, o hachemitas en Jordania. De este
modo las mayorías se debilitaron y las minorías se vieron obligadas
a hacerse dependientes de los favores coloniales para mantener su
posición privilegiada. Por ejemplo, la invasión israelí de Líbano
en 1982 fue diseñada de forma similar para ungir a un hombre fuerte
cristiano y títere de Estados Unidos, Bashir Gemayel, como un
presidente dócil que estaría de acuerdo con una alianza anti–siria
con Israel.
Pero
décadas de controlar y oprimir a la población palestina permitieron
a Israel desarrollar un enfoque diferente al divide y vencerás, que
se puede denominar caos organizado, o el modelo de
"discordia", uno que vino a dominar primero sus ideas y
luego las de los neocons.
Durante
su ocupación de Cisjordania y Gaza, Israel prefirió la discordia a
un hombre fuerte, consciente de que el prerrequisito para este último
habría sido la creación de un Estado palestino y suministrarle una
fuerza de seguridad bien armada. Ninguna de esas opciones fue nunca
contemplada seriamente.
Sólo
brevemente y bajo presión internacional Israel fue obligado a
transigir y a adoptar parcialmente el modelo de hombre fuerte
permitiendo la vuelta de Yasser Arafat del exilio. Pero la reticencia
de Israel a dar a Arafat los medios para asentar su gobierno y
suprimir a sus rivales, como Hamas, llevó inevitablemente al
conflicto entre el presidente palestino e Israel, que acabó con la
segunda Intifada y la readopción del modelo de discordia.
Este
último enfoque explota los fallos de la sociedad palestina para
exacerbar las tensiones y la violencia. Israel lo logró inicialmente
promoviendo la rivalidad entre dirigentes regionales y de clan que
fueron obligados a competir por el patrocinio de Israel. Más tarde,
Israel fomentó la emergencia del extremismo islámico, especialmente
en la forma de Hamas, como un contrapeso para la creciente popularidad
del nacionalismo laico del partido de Arafat, Fatah.
El
modelo de discordia de Israel está llegando ahora a su apoteosis: un
guerra civil de baja intensidad y permanente entre la vieja guardia de
Fatah y los advenedizos de Hamas. Este tipo de luchas internas
palestinas agota útilmente las energías de la sociedad y su
habilidad para organizarse contra el enemigo real: Israel y su
imperecedera ocupación.
Según
parece, a los neocons les impresionó este modelo y quisieron
exportarlo a otros Estados de Oriente Próximo. Con [el gobierno] Bush
lo vendieron a la Casa Blanca como una solución a los problemas de
Iraq y Líbano, y últimamente también de Irán y Siria.
No
hay duda de que el objetivo del ataque israelí a Líbano de este
verano fue provocar una guerra civil. El ataque fracasó, como admiten
incluso los israelíes, porque la sociedad libanesa se unión detrás
de la impresionante muestra de resistencia de Hizbullah en vez de,
como se esperaba, atacar a la milicia chií.
La
semana pasada la página web israelí Ynet entrevistó a Meyrav
Wurmser, una ciudadana israelí y co–fundadora de MEMRI, un servicio
que traduce los discursos de los dirigentes árabes y sobre el que hay
fuertes sospechas de que tenga relación con los servicios de
seguridad israelíes. También es la mujer de David Wurmser, un
importante consejero neocon del vice–presidente Dick Cheney.
Meyrav
Wurmser reveló que el gobierno estadounidense había dado largas públicamente
al asunto durante el ataque israelí a Líbano porque esperaba que
Israel extendiera su ataque a Siria.
"El
enfado [en la Casa Blanca] se debía al hecho de que Israel no luchó
contra los sirios ... Los neocons son responsables de que Israel se
tomara mucho tiempo y espacio... Creían que permitiría ganar a
Israel. En gran parte se debía la idea de que Israel lucharía contra
el enemigo real, el que respalda a Hizbullah. Era obvio que es
imposible luchar directamente contra Irán, pero la idea era que se
iba a atacar al importante y estratégico aliado [Siria] de Irán".
Wurmser
continuó: "Para Irán es difícil exportar su revolución chií
sin unirse Siria, que es el último país nacionalista árabe. Si
Israel hubiera atacado a Siria, hubiera sido un golpe tan duro para Irán
que le hubiera debilitado y cambiado el mapa estratégico de Oriente
Próximo".
Los
neocons hablan mucho de cambiar el mapa de Oriente Próximo. Igual que
Israel está desmembrando los territorios ocupados en ghettos aún más
pequeños, Iraq está siendo despiezado en mini–Estados enfrentados.
Se espera que la guerra civil desvíe las energías iraquíes de la
resistencia a la ocupación estadounidense y hacia consecuencias más
negativas.
Parece
que a Irán y Siria les esperan destinos similares, al menos si, a
pesar de que su influencia está languideciendo, los neocons logran
llevar a cabo su visión durante los dos últimos años de [gobierno
de] Bush.
La
razón es que parece que Israel y sus aliados neocons tienen un enorme
interés en un Oriente Próximo caótico y enfrentado, aunque para
otros observadores más informados esto sea un desastre. Aquellos
creen que todo Oriente Próximo puede ser controlado con éxito de la
misma manera que Israel ha controlado a la población palestina dentro
de los territorios ocupados, donde se han acentuado las divisiones
religiosas y laicas, y dentro del propio Israel, donde durante muchas
décadas los ciudadanos árabes fueron "des–palestinizados"
y convertidos en musulmanes, cristianos, drusos y beduinos inactivos y
faltos de identidad.
Esta
conclusión puede parecer insensata, pero también lo es la idea de la
Casa Blanca de que está envuelta en un "choque de
civilizaciones" que puede ganar con una "guerra contra el
terrorismo".
Todos
los Estados son capaces de actuar de una manera irracional o
auto–destructiva, pero Israel y quienes lo apoyan parecen más
vulnerables a este defecto que la mayoría. La razón de ello es que
la percepción que tiene Israel de su zona ha sido fuertemente
distorsionada por la ideología oficial del Estado, el Sionismo, que
es la creencia en el derecho inalienable de Israel a preservarse a sí
mismo como un Estado étnico, por sus confusas ideas, extrañas para
una ideología laica, acerca de los judíos que retornan a una tierra
prometida por Dios, y por su desprecio, y negativa a entender, por
todo lo que sea árabe o musulmán.
Más
locos somos nosotros si esperamos un comportamiento racional de Israel
o de sus aliados neocons.
(*)
Jonathan Cook es un escritor y periodista que vive en Nazareth,
Israel. Su
libro, “Blood and Religion: The Unmasking of the Jewish and
Democratic State”,
está publicado por Pluto Press.
|