El infierno afgano
Por Txente Rekondo (*)
Entorno, 22/01/07
En pleno invierno, y tras más de cinco años de ocupación,
las tropas lideradas por Estados Unidos se encuentran a las puertas de
un infierno en Afganistán. La estrategia occidental en ese país asiático
está diseñada para desembocar en una escalada mayor de la violencia,
y muestra que las fuerzas de ocupación no sólo están perdiendo la
batalla, sino que parece que ni siquiera tiene una estrategia definida
para poder llevar adelante sus pretensiones.
La seguridad del país está al borde del colapso, con la
vuelta de los Talibanes como fuerza que controla de facto buena parte
del país. De hecho las fuerzas ocupantes pasan la mayor parte del
tiempo recluidas en sus cuarteles, y la autoridad del gobierno de
Karzai apenas se sostiene en algunas zonas de la capital, Kabul. Además,
las operaciones militares de la coalición liderada por EEUU no hacen
sino aumentar el rechazo popular a su presencia, al tiempo que aumenta
el apoyo hacia la resistencia talibán y de otras organizaciones.
La política encaminada a poner fin a la explotación y
cultivo de opio es otro fracaso evidente. Sin alternativas económicas,
las familias dependientes de estos cultivos han visto cómo sus vías
para obtener recursos desaparecen y sus condiciones empeoran. Las
prometidas ayudas internacionales no llegan, o al menos a los ojos de
la población afgana éstas tienen la forma de bombas y operaciones
militares que añaden aún más sufrimiento y destrucción al ya
deteriorado clima social que vive Afganistán.
Alianzas
Frente a ese cúmulo de errores, las fuerzas talibanes
siguen desarrollando su propia estrategia, con una propaganda cada vez
más "sofisticada y efectiva" y con una actividad militar
que sigue en aumento según pasan los meses. Ya durante la primavera
pasada se pudo observar ese auge de las acciones de la resistencia,
materializándose en el control por parte de los talibanes de grandes
zonas del sudoeste y sur del país, así como el incremento de las
bajas en las filas de las fuerzas ocupantes y entre las del gobierno
colaboracionista de Karzai. Un aspecto clave en esta nueva coyuntura
lo encontramos en la alianza de abril pasado, cuando las fuerzas
talibanes cedieron el mando de las operaciones militares a Maulana
Jalaluddin Haqqani, que no pertenece a los talibanes, pero que tenía
un amplio historial de la guerra contra los soviéticos.
Este movimiento atrajo también a otros sectores que no
participan de la política talibán, pero que accedieron a formar esa
alianza o "matrimonio de conveniencia", como "la mejor
alternativa ante las corruptas e ineficientes autoridades
locales". En estos movimientos, los talibanes han sido capaces de
unificar las fuerzas contra la ocupación, a pesar de las diferencias
ideológicas y estratégicas que persisten entre todos ellos.
Desde la primavera pasada hemos visto cómo la ofensiva
militar talibán se sucede por todo el país, con ataques relámpago,
con ocupación de significativas zonas de Afganistán, con un aumento
de los ataques suicidas y la presencia de fuerzas talibanes en
ciudades y poblaciones importantes. También es evidente el creciente
aumento del apoyo popular a las fuerzas de la resistencia, e incluso
el llamamiento de las tribus del sudoeste para que las mismas se
encarguen de gobernar esas regiones.
Como señalan fuentes locales, "la capacidad crece
cada día. Los ataques suicidas y las bombas se han multiplicado por
cuatro este año, con incidentes violentos en 32 de las 34 provincias
del país, y con más de cuatro mil personas muertas". Este es el
panorama al que ha llevado la ocupación en estos cinco años.
A pesar de la imagen que pretende dar el gobierno afgano
y sus aliados extranjeros, con patrullas de la OTAN en el país, con
operaciones militares, con la presencia de controles de la policía y
el ejército leal a Karzai, lo cierto es que todo ello es mera
apariencia, y la realidad apunta a que la batalla se está decantando
a favor de los talibanes y sus aliados coyunturales de la resistencia.
Y además, el tiempo juega a favor de estos últimos.
Historia
Nuevamente se repite la historia en Afganistán, y al
igual que en el siglo XVIII, las tribus Pasthun de las provincias de
Kandahar, Helmand y Uruzgan "se ven políticamente marginadas y
con unas fuerzas de ocupación que no confían en ellas". Y esto
forma parte de la estrategia talibán para recuperar nuevamente el
poder en el país. La línea de actuación de la resistencia afgana en
los próximos meses sigue un patrón muy claro. Primero hacerse con el
apoyo de las áreas rurales pasthun (algo que están a punto de
conseguir), para poder controlar toda esa región, posteriormente
lograr el control de Kandahar, y de ahí preparar el asalto definitivo
de Kabul.
El objetivo central de la nueva campaña es la toma de
Kandahar, para poder movilizar posteriormente las fuerzas del sudoeste
en contra del gobierno de Karzai. Los acuerdos y alianzas que están
desarrollando les pueden permitir que "el próximo verano estén
listos para lanzar una campaña a gran escala, contando con el apoyo
de las tribus locales y de señores de la guerra que hoy en día
"oficialmente" estarían con el gobierno central". La
toma de Kandahar, considerada como la capital espiritual de los
talibanes, significaría un importante impulso para el desarrollo de
esa estrategia, ya que podría facilitar un acuerdo general de las
tribus locales bajo la bandera talibán.
Ya en 1996, la campaña de los talibanes siguió el mismo
guión, y tras hacerse con Kandahar se harían más tarde con la
capital. En esta línea todo parece indicar que el camino hacia Kabul
pasa por Kandahar, que puede sufrir un aislamiento en los próximos
meses (paralelamente, los talibanes cuentan ya con importantes
recursos dentro de la ciudad), y así buscarán bloquear "la
carretera que le une con Herat al oeste, y la que lleva a Kabul al
este".
Y mientras que en estos cinco últimos años las fuerzas
de los talibanes se han convertido en una alternativa real y poderosa
en el escenario afgano, las fuerzas de ocupación continúan
repitiendo los errores. Y uno de los más importantes es el alto número
de vidas civiles que se están cobrando las operaciones militares de
la coalición liderada por EE.UU., una situación que en Occidente se
intenta ocultar. Así, cuando en determinados medios se repiten las
consignas de las fuerzas de ocupación en cuanto al número de "talibanes
muertos" en esos ataques, se debería tener un poco más de rigor
y no caer en el juego propagandístico que imponen Washington y sus
aliados.
Recientemente se señalaban más de un centenar de bajas
talibanes, y hace algunas semanas se hizo lo propio con otros ochenta
muertos. En aquella ocasión, la propia OTAN tuvo que reconocer
posteriormente que la cifra real de talibanes muertos era !!seis!! Y
paralelamente, en la prensa occidental han aparecido algunas noticias
breves que indicaban que "los militares extranjeros en Afganistán
sufren decenas de ataques que los gobierno no informan".
La apuesta militar en Afganistán por parte de las
potencias occidentales está condenada al fracaso, tan sólo la
apertura de vías políticas y la salida del país de las fuerzas de
ocupación pueden suponer el primer paso para una solución a aquel
conflicto. Los intereses de actores extranjeros (EE.UU., Pakistán,
Rusia, India, Irán.) no deberían anteponerse a las demandas de la
propia población afgana, pues puede ocurrir que las ramificaciones
del infierno afgano acaben extendiéndose a esos otros actores
regionales o internacionales.
(*) Del Gabinete Vasco de Análisis Internacional
(GAIN).
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