Irán:
¿la guerra del 2007?
Por
Roberto Mansilla Blanco (*)
IGADI
(Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional), febrero
2007
La
decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada en diciembre
pasado, de condenar el programa de enriquecimiento de uranio por parte
de Irán y aplicar sanciones económicas a Teherán, junto a la
detención de seis iraníes por parte de las tropas estadounidenses en
Irak y los preparativos militares tanto de EEUU como Israel destinados
a disuadir a Teherán en su intento por adelantar su programa nuclear,
manifiestan un nuevo escenario conflictivo para Oriente Medio, que
puede propiciar una nueva guerra global de consecuencias
impredecibles.
El
dossier nuclear iraní se ha convertido, prácticamente, en una obsesión
para el gobierno de George W. Bush y encierra la clave de una posible
crisis bélica a corto plazo, a menos de dos años para las elecciones
presidenciales estadounidenses de 2008. La puja diplomática entre
EEUU, Europa, la ONU, Rusia y China hacia el régimen de los ayatolás
iraníes fue una constante durante el 2006, brevemente opacado por el
sorpresivo ensayo nuclear de Corea del Norte en octubre pasado.
Con
estos antecedentes, resulta obvio que la crisis iraní ocupará la
atención de los gobiernos occidentales y, especialmente, del
norteamericano, a lo largo del 2007, lo cual también aumenta la
sensación de inestabilidad en Oriente Medio y de descontrol en cuanto
a los mecanismos de proliferación nuclear.
Sobre
este descontrol en cuanto a la proliferación nuclear y sus
implicaciones en el dossier iraní, resulta evidente que las
estrategias de Washington alientan a diversas potencias menores a
dotarse de armamento nuclear. Un ejemplo fue el inédito acuerdo
nuclear suscrito por EEUU y la India a comienzos de 2006, o las
alianzas militares con otras potencias nucleares reconocidas como
Pakistán y no reconocidas, como Israel, que trastocan el equilibrio
nuclear en el planeta.
En
este sentido, el doble rasero de Washington en materia de proliferación
nuclear contribuye a que países considerados por el Departamento de
Estado como “incómodos”, tal es el caso de Irán y Corea del
Norte, enfoquen en el programa nuclear como un elevado objetivo de
seguridad nacional.
Los
nudos geopolíticos
El
repentino ascenso de Irán confirma un nuevo mapa geopolítico
regional que va en sentido directamente contrario a los planes de
Washington y su aliado israelí, sobre todo tras el triunfo electoral
de Hamas en Palestina y la derrota militar israelí ante el Hizbulah
en el Líbano.
El
actual panorama reforzó un eje Irán–Siria–Hizbulah–Hamas,
junto a la labor de los grupos insurgentes en Irak, que está
solidificando una fuerte resistencia a los planes estadounidenses en
Oriente Medio. En medios diplomáticos y políticos occidentales, se
está reconsiderando la nueva opción chií en el espacio geopolítico
de Oriente Medio, como elemento de poder.
La
caída del régimen talibán en Afganistán y de Saddam Hussein en
Irak colocan a Teherán en una considerable posición de poder en la
región, lo que crea temores entre EEUU, Israel, varios países árabes
y la comunidad sunnita.
No
existe mejor ejemplo que ilustre este cambio en el mapa de Oriente
Medio que el estrepitoso fracaso de Washington en diseñar una
estrategia coherente para solucionar la caótica posguerra iraquí y
el doble rasero que adquirió la diplomacia norteamericana con
respecto a Irán, primero como “enemigo oculto” y luego como
posible factor de estabilidad en Irak.
Los
medios para la guerra
A
la reciente detención en Irak de seis iraníes, supuestos miembros de
la Guardia Revolucionaria, puede añadirse próximamente la publicación
de un dossier acusativo, elaborado desde el Pentágono, en el cual
involucra a Irán en el “terrorismo fundamentalista” existente en
Irak y en el entrenamiento y armamento de insurgentes chiís.
Tal
y como sucediera con el engaño sobre el supuesto programa de armas de
destrucción masiva en manos de Saddam Hussein, este dossier puede
constituir para Washington como posible factor justificativo de
acciones punitivas contra Teherán, principalmente de cara a la opinión
pública internacional.
Washington
parece tener a su lado a la Unión Europea, Israel y países árabes
aliados como Arabia Saudita, Jordania, Egipto y los emiratos del
Golfo. En el caso saudita, se muestra receloso del aumento de poder de
Irán en la región y las posibles implicaciones que tendría un poder
hegemónico chií en Irak con respecto a la atribulada comunidad
sunnita.
Tanto
Rusia como China, socios energéticos y militares de Teherán,
manifestaron una ambigua posición en la votación realizada en el
Consejo de Seguridad de la ONU: apoyaron las sanciones económicas mas
no están dispuestos a aceptar una solución bélica. Recientemente,
Rusia ofreció mísiles de largo y corto alcance a Teherán, capaces
de amortiguar cualquier ataque aéreo.
Es
también notorio el reciente despliegue militar estadounidense en Irak
(20.000 nuevos soldados) y de sus buques de guerra en el Golfo Pérsico,
especialmente con la reciente llegada de dos portaaviones, con un peso
considerable en un eventual ataque militar a Irán.
También
se especula con que Washington aliente movimientos clandestinos dentro
de Irán, probablemente con elementos de regiones separatistas, para
causar desestabilización interna y una posible (aunque improbable en
términos reales) caída del régimen. Otros factores serían las
presiones externas para una caída del precio del petróleo y el
congelamiento de bienes iraníes en el exterior, de manera que afecten
las políticas sociales del presidente Ahmadíneyad.y aumenten la
impopularidad interna hacia su gobierno.
Del
mismo modo, aumenta la sensación en la opinión pública
estadounidense y en los altos círculos políticos en Washington, de
que una guerra con Irán puede que sea inminente. Lo que se trasluce
de todo esto es que en la capital estadounidense existe temor por la
creciente influencia iraní en los asuntos de Oriente Medio y de que
este hecho pueda presentar un escenario de confrontación hegemónica
entre Washington y Teherán.
Los
cálculos de Teherán
El
cerco de Washington al régimen iraní y el tácito apoyo otorgado por
Europa y la ONU a condenar el programa nuclear de Teherán, ha
obligado a los ayatolás a reforzar su programa de enriquecimiento de
uranio y a la población iraní a defender el mismo. El hecho es que
Irán se encuentra amenazado por tropas estadounidenses en todas sus
fronteras, desde Afganistán y el Golfo Pérsico hasta Irak y Turquía,
lo cual le otorga legitimidad a su programa nuclear.
No
obstante, en las últimas semanas han aparecido señales de cierto
descontento interno hacia la política exterior emprendida por el
presidente Mahmud Ahmadíneyad. A la sorprendente derrota de su
partido en las recientes elecciones municipales y del Consejo Supremo
de Estado, se le unen las críticas de su otrora rival electoral, el
ayatolá Hashemi Rafsanjani, cuyo poder en la cúpula religiosa y política
es considerable, del propio Parlamento iraní y de diversos sectores
sociales, principalmente comerciantes, alarmados por el alza de los
precios.
Esta
especie de puja política interna en Teherán deja la decisión final
en manos del ayatolá Alí Khamenei, auténtico factor de poder en Irán,
cuya cercanía a Ahmadíneyad ha causado cierta controversia. También
existe descontento por la preponderancia política de la Guardia
Revolucionaria desde que Ahmadíneyad está en el poder. En Washington
observan de cerca esta puja política palaciega dentro de la
estructura de poder iraní y sus posibles implicaciones a corto plazo.
Por
su parte, el presidente iraní ha iniciado una activa política
exterior para fraguar alianzas en caso de un ataque militar. En este
sentido, se encuentra el reciente acuerdo cooperación militar con
Bielorrusia y la gira de Ahmadíneyad por Venezuela, Ecuador y
Nicaragua, donde obtuvo un frontal apoyo directo por parte del
presidente venezolano Hugo Chávez.
Las
opciones de Israel
Una
eventual guerra contra Irán coincide para Israel en medio de una
fuerte crisis política interna, que llevó a la dimisión del general
en jefe de las Fuerzas Armadas, Dan Halutz (principal responsable de
la desastrosa campaña israelí en el Líbano); a las presiones de la
oposición y la sociedad para la dimisión del primer ministro Ehud
Olmert; y al escándalo político provocado por las acusaciones de
violación contra el presidente Moshe Katzav, curiosamente judío
nacido en Irán.
Israel
ya había advertido a la largo del 2006 de poseer informes sobre
“avances significativos”del programa nuclear iraní y dejó
entrever la posible anticipación de una acción militar contra las
instalaciones iraníes, como sucediera con la central de Osirek en
Irak en 1981, para acabar con el programa nuclear iraní, como antes
hicieran con las ambiciones nucleares de Saddam.
El
pasado 7 de enero, el diario británico “The Sunday Times” tituló
en una información que “Israel prepara una guerra nuclear contra Irán”,
ubicando como objetivos israelíes las centrales de Natanz, Isfahán y
Arak, todas ellas al sur de Teherán.
Del
mismo modo, causaron resquemor en Israel la celebración en diciembre
pasado en Teherán, de una conferencia mundial sobre la negación al
Holocausto judío, así como las constantes declaraciones antisemitas
del presidente iraní, Mahmud Ahmadíneyad. Tanto la ONU como la Unión
Europea aprobaron sendas resoluciones que condenan cualquier negación
del Holocausto. La señal de alarma iba, evidentemente, dirigida
contra Teherán y su polémica conferencia.
El
atribulado gobierno de Olmert realizó a finales de 2006 un vuelco
completo hacia la ultraderecha, con el nombramiento de Avigdor
Lieberman como ministro de Asuntos Estratégicos. Este vuelco va
evidentemente dirigido a una radicalización en la política israelí
hacia los países árabes y un mayor talante conflictivo hacia el
programa nuclear iraní y su arsenal militar de mísiles Shehab–3,
que pueden alcanzar 1.500 km. de distancia y, por lo tanto, atacar
cualquier ciudad israelí.
En
todo caso, un ataque conjunto israelo–estadounidense hacia Irán
reforzaría el poder de Ahmadíneyad, obligando a la población civil
iraní a respaldar a su régimen, así como diversos grupos pro–iraníes
como Hizbulah y Hamas emplazarían ataques contra objetivos
estadounidenses. Aunque existe el cálculo de considerable
probabilidad, una guerra contra Irán traería un efecto
contraproducente para las políticas de Washington en Oriente Medio.
(*)
Analista del Igadi.
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