Con el dinero de la
conferencia de donantes de París se intenta comprar tiempo, que no
paz. Y más cuando el gobierno Bush acaba de dar carta blanca a la CIA
para que actúe contra Hezbollah y a otras agencias de inteligencia
para que financien a los grupos anti-Hezbollah
La revuelta popular
libanesa contra el neoliberalismo
Por Alberto Cruz
La Haine, 01/02/07
“Volveremos
a nuestra aldea un día
y ahógate en el calor de la esperanza,
volveremos,
aunque el tiempo pasa
y las distancias crecen entre nosotros”
Sanarji'u (Volveremos)
Una
canción de Fairuz se puede escuchar estas últimas semanas en Líbano.
Sanarji’u. Volveremos. Es una canción de amor y de esperanza, como
casi todas las suyas. Este pequeño país está dando una lección al
mundo árabe. A pesar de la opinión que se viene trasladando de forma
machacona en occidente, es ingenuo pensar que la crisis libanesa
comenzó con la guerra con Israel del pasado verano y que se termina
con la lucha contra un gobierno que no representa a la mayoría de la
población. Hay algo más, es también una lucha contra un gobierno
abiertamente neoliberal, que sigue al dictado las recomendaciones del
Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.
Líbano
es un país que no llega a los 5 millones de habitantes. Y, sin
embargo, tiene una deuda externa de 41.000 millones de dólares. La
consecuencia de una política económica especuladora impulsada por el
primer ministro Rafiq Hariri desde el fin de la guerra civil en 1990.
Hariri reconstruyó Beirut a expensas del resto del país y se centró
en los sectores de lujo, en las actividades financieras y bancarias en
vez de en modernizar sectores vitales en el país como el agrícola y
la pequeña industria. Hariri quería volver a la situación anterior
a la guerra civil, a ese manido dicho de “la Suiza de Oriente
Medio”, con el único objetivo de hacer de Líbano el centro del tránsito
para el dinero del petróleo de sus poderosos vecinos, especialmente
Arabia Saudí.
El
Ministro de Hacienda de Hariri era Fouad Siniora, que impulsó una
serie de reformas económicas de corte abiertamente neoliberal. El
programa fue expuesto en París en el año 2002 y contó con la
promesa de reformar el sector público –sin atreverse aún a
privatizarlo del todo-, pagar la deuda externa, cortar los gastos públicos
y aumentar los ingresos fiscales con la finalidad de “balancear el
presupuesto en el año 2006”. Entonces, como ahora, Siniora logró
el apoyo económico de un grupo de países: 4.400 millones de dólares.
Líbano sólo ha recibido de esa cantidad prometida 2.500 millones.
La
corrupción lo devoraba todo y la situación no mejoraba. Siniora
decidió entonces dar otra vuelta de tuerca: en el mes de marzo de
2006 decidió aceptar las nuevas recomendaciones del BM y del FMI y
proceder a incrementar el IVA y a privatizar los sectores de
telecomunicaciones, eléctrico y la compañía aérea Middle East
Airlines (MEA). Eso fue la gota que colmó el vaso de la paciencia
popular. No hay que perder de vista que dos tercios de la población
libanesa viven en el umbral de la pobreza y que el salario mínimo no
llega a los 250 dólares al mes (192 euros). Una situación en la que
vive la mayoría de la comunidad shií. Según los datos que manejan
los sindicatos, el porcentaje de gente pobre en Líbano se ha
incrementado un 7% en una década: en 1995 era del 47%, en el año
2004 pasó a ser del 54%. Es por ello que se había decidido iniciar
una serie de movilizaciones que la agresión israelí del verano
paralizó y se introdujeron nuevos elementos en la situación.
Por
una parte, el gobierno de Siniora vio la ocasión perfecta para
eliminar a su principal adversario, Hezbollah. Según la agencia
palestina Ma’an, Siniora mantuvo una reunión secreta con el primer
ministro israelí, Ehud Olmert, en el balneario egipcio de Sharm el
Sheij inmediatamente después de que fuese aprobada la Resolución
1707 del Consejo de Seguridad de la ONU que puso fin a la guerra (1).
Según esta versión, desmentida por Siniora pero que se viene
cumpliendo a carta cabal, el gobierno libanés se comprometió a
“implantar la ley y el orden” en todo el país –en alusión al
sur, zona controlada por Hezbollah-, a desarmar al brazo armado de
este movimiento político-militar apoyándose en la presencia de
tropas internacionales en esa parte del territorio libanés y a
mantener a su gobierno dentro de la órbita pro-occidental reduciendo
y eliminando la resistencia libanesa y los movimientos nacionales de
la oposición.
Hezbollah
había logrado la victoria sobre los israelíes, y eso alarmaba y
mucho a los regímenes árabes más reaccionarios, especialmente a
Arabia Saudí, Egipto y Jordania, quienes desde los primeros momentos
de la guerra lanzaron duras acusaciones a Hezbollah y sólo la
admirable capacidad de lucha y de resistencia de esta organización
hizo que, a última hora, desempolvasen viejas medidas políticas para
intentar mediar y calmar a sus propios pueblos. Según la agencia
palestina, en esa reunión entre Siniora y Olmert también estuvieron
representantes egipcios y saudíes.
Privatización
del sector público
Por
otra parte, Siniora encontraba la excusa perfecta para acelerar su
plan de privatizaciones alegando que la destrucción causada por los
israelíes hacía imprescindible este tipo de medidas económicas para
sacar al país de la ruina. La prensa libanesa informaba al detalle de
este plan y decía que “el impacto de las medidas [sobre la población]
ha sido evaluado en un panorama a medio plazo por el FMI” (2).
Los
empresarios rápidamente se sumaron a esta propuesta y fueron algo más
lejos: plantearon al gobierno la necesidad de ampliar la jornada
laboral a 36 horas para los funcionarios; de privatizar la compañía
nacional de electricidad, Electricite du Liban; la compañía aérea
MEA, la gerencia del aeropuerto internacional Rafiq Hariri de Beirut,
y los sistemas de agua y depuración de aguas residuales (3), entre
otras cuestiones.
Este
era el ambiente previo a las importantes manifestaciones populares que
se vieron en Líbano a lo largo de todo el mes de diciembre (4).
Hezbollah hacía valer su poder y establecía una serie de alianzas
con otras fuerzas políticas: el Movimiento Patriótico Libre
(cristiano), el Partido Comunista, Amal (shií), nasseristas e incluso
pequeñas formaciones suníes y drusas. Básicamente, los acuerdos se
basan en un gobierno temporal de unidad nacional que elabore una nueva
ley electoral basada en la representación proporcional; un estado
secular y democrático; lucha decidida contra la corrupción y el
soborno; coexistencia pacífica para eliminar el sectarismo, y condena
de los asesinatos políticos, entre otras.
Todo
ello cristalizó en impresionantes movilizaciones populares en el mes
de diciembre, como decía, y en una serie de huelgas parciales durante
los primeros días del mes de enero. El principal sindicato de Líbano,
la Central General de Trabajadores (CGT), que cuenta con 350.000
afiliados, impulsó la lucha contra las medidas económicas del
gobierno presentando a los trabajadores un plan de 12 puntos entre los
que los más importantes eran la lucha contra el desempleo; impedir la
fuga de cerebros y la emigración de la juventud; aumento de las
capacidades productivas del sector agrícola, industrial y de
servicios; reforzar el sistema de Seguridad Social (la reforma del
sistema de pensiones también está dentro de los planes del gobierno
de Siniora); combate contra la corrupción, el soborno y el robo desde
las instituciones públicas, y el incremento del salario mínimo hasta
asegurar que llega para la canasta básica e impedir las
privatizaciones del sector público.
Ante
el autismo del gobierno, que pese a no contar con quórum para tomar
decisiones tras la dimisión de los ministros de Hezbollah, Amal y del
Movimiento Patriótico Libre decidió seguir adelante con su plan
neoliberal y presentarlo formalmente en la Conferencia de París, se
convocó una huelga general que paralizó el país el día 23 de enero
de este año. La huelga hizo mucho daño, de ahí que se desvirtuase
su objetivo y los partidarios del gobierno iniciasen una serie de
enfrentamientos sectarios con los opositores.
Sin
embargo, estos enfrentamientos aunque se extendieron entre todos los
sectores, fueron especialmente graves entre los cristianos. Las
Fuerzas Libanesas de Samir Geagea arremetieron contra los militantes
del MPL de Michel Aoun. Los observadores, aunque reconocen que hubo
enfrentamientos shíes-suníes, consideran que “la guerra
intercristiana ha sido probablemente la más virulenta” de la huelga
y de los días siguientes (5).
La
nueva guerra fría
La
situación en Líbano está pareciéndose cada vez más a un
resurgimiento de la guerra fría. La derrota de Israel, el fiasco
iraquí y la consolidación de Irán como potencia regional han
provocado un realineamiento ideológico vestido de reforzamiento
religioso: suníes contra shiíes, o viceversa. Es la nueva táctica
estadounidense que sí se está mostrando eficaz y que ellos llaman
“las fronteras de la sangre”.
Quien
está llevando la iniciativa es Arabia Saudí y a ella se han sumado
de forma entusiasta Jordania (es muy esclarecedor el artículo
aparecido en The Daily Star el pasado 27 de enero titulado “Jordania
comienza a reaccionar siniestramente a la grieta suní-shií”),
Egipto, Estados Unidos, Israel, la Unión Europea y el gobierno de
Siniora.
Es
Arabia Saudí quien, en carta enviada a Bush el 18 de diciembre de
2006, le sugirió que no se retirase de Iraq hasta el año 2008 puesto
que, en caso de hacerlo, financiaría a la guerrilla, mayoritariamente
suní. Son los saudíes quienes han sugerido a israelíes y
estadounidenses que apoyen al presidente palestino, Abbas, en
detrimento del primer ministro de Hamás. Son los saudíes quienes han
advertido públicamente a Irán que “modere sus interferencias” en
Iraq (y así hay que interpretar el último movimiento de Muqtada al Sáder
volviendo a incorporarse al gobierno de Maliki y no verlo así es no
entender nada de geopolítica), en Palestina (por su anunciado apoyo
político y monetario al gobierno de Hamás) y en Líbano (6).
Y
es Arabia Saudí quien más dinero a ofrecido a Líbano en la
conferencia de París. Del total de 5.850 millones de dólares
apalabrados, los saudíes aportarán 1.100 (847 millones de euros)
para evitar que Hezbollah y sus aliados derriben al gobierno de
Siniora. Le han seguido los EEUU con 795 millones de dólares. Otros,
como los países europeos, faltos de una política exterior autónoma
siguen a sus mayores basados en una creencia casi mística sobre la
magia del libre mercado. Si algo está claro hoy día es el fracaso
absoluto de las políticas monetaristas y librecambistas impuestas a
sangre, y nunca mejor dicho, y fuego por el Fondo Monetario
Internacional. Ese gran cártel de las finanzas en manos de los
Estados Unidos para influenciar en las políticas económicas, a costa
de las políticas sociales, de los países del denominado Tercer Mundo
y dictar a estos gobiernos soberanos qué es lo que tienen que hacer,
qué decir y cómo comportarse.
Un
FMI y un BM que también han decidido contribuir en esa conferencia de
donantes de París III con casi 200 millones de dólares. Para los
participantes en esta conferencia no existe el hambre, la miseria, la
marginalidad. Sólo una espuria pretensión por parte de una
organización “terrorista” de tumbar a un gobierno “legítimo”
al que hay que apoyar a costa de cualquier cosa.
Con
este dinero se intenta comprar tiempo, que no paz. Y más cuando el
gobierno Bush acaba de dar carta blanca a la CIA para que actúe
contra Hezbollah (7) y a otras agencias de inteligencia para que
financien a los grupos anti-Hezbollah. Mucho tendrán que aportar para
que la rebelión de los pobres libaneses contra el neoliberalismo se
termine. Como alguien ha escrito con una clara carga poética, a lo
que estamos asistiendo en Líbano es a una demostración de la fuerza
de los débiles.
Notas:
(1)
Ma’an, 21 de diciembre de 2006.
(2)
The Daily Star, 27 de diciembre de 2006.
(3)
Ibid.
(4)
Alberto Cruz, “Hezbollah
lee a Gramsci”
(5)
Al Ahram, 25-31 de enero de 2007.
(6)
Al Jazeera, 27 de enero de 2007.
(7)
The Telegraph, 23 de diciembre de 2006.
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