Carta
abierta al general Petraeus
Por
James Petras
La
Haine, 12/03/07
Leo
en el Manchester Guardian, el New York Times, el Wall Street Journal y
el Washington Post que tiene usted impecables credenciales académicas
y militares. Bush lo ha nombrado Comandante de las Fuerzas
Multinacionales en Iraq y esto lo capacita para poner en práctica sus
muy publicitadas teorías contrainsurgentes.
Es
usted casi mi tocayo: su apellido (Petraeus) es la versión latinizada
de mi apellido griego (Petras). Cuentan que es usted un “guerrero”
o un “intelectual de la contrainsurgencia”. Por mi parte, yo tengo
credenciales de “intelectual de la insurgencia” o, como dice Alex
Cockburn, “cincuenta años de participación en la lucha de
clases”. Sus publicistas lo acaban de etiquetar como “la última y
mejor esperanza estadounidense para la salvación (del imperio) en
Iraq”.
Tal
como era de prever, los demócratas en el Congreso, liderados por la
senadora Clinton, se deshicieron en elogios ante su profesionalismo y
su hoja de servicios en el norte de Iraq. Así que reconozcamos que
parte usted con ventaja: el apoyo de ambos partidos, de la Casa
Blanca, del Congreso y de los medios. Pero como soy un intelectual de
la insurgencia, no estoy convencido de que logre salvar Iraq para el
imperio. No sólo eso: creo sin la menor duda que va a fracasar,
porque sus postulados y estrategias marciales se basan en análisis
políticos imperfectos, que acarrean profundas consecuencias
militares.
Empecemos
por sus muy alabados éxitos castrenses en el norte de Iraq, en
especial en la provincia de Nínive. El norte de Iraq, particularmente
Nínive, está dominado por jefes milicianos, tribales y del partido
kurdo. La relativa estabilidad de la región tiene poco o nada que ver
con su destreza contrainsurgente y sí mucho con el alto grado de
“independencia" o “separatismo” en la región. Para decirlo
con franqueza, el apoyo militar y económico estadounidense e israelí
al separatismo kurdo ha creado un Estado kurdo independiente de facto,
tras brutales purgas étnicas de un gran número de turcos y árabes.
General
Petraeus, al dar carta blanca a las irredentas aspiraciones kurdas a
un Gran Kurdistán étnicamente puro, que se adentraría en Turquía,
Irán y Siria, se aseguró usted la lealtad de las milicias kurdas y,
sobre todo, de las funestas “fuerzas especiales” de los peshmerga
para eliminar la resistencia a la ocupación estadounidense en Nínive.
Además, los peshmerga han puesto unidades especiales a la disposición
de USA para infiltrarlas en los grupos de la resistencia iraquí y
provocar conflictos intracomunales por medio de incidentes terroristas
contra la población civil. En otras palabras, el “éxito” del
general Petreaus en el norte de Iraq no es reproducible en el resto
del país. De hecho, el éxito que usted ha obtenido de un Iraq
dominado por los kurdos ha agudizado las hostilidades en el resto del
país.
Su
teoría de “controlar y mantener” territorio presupone una fuerza
militar muy motivada y fiable, capaz de soportar la hostilidad de al
menos el ochenta por ciento de la población colonizada. Pero lo
cierto es que la moral de los soldados estadounidenses en Iraq y de
los que están ya a punto de ser enviados allí es muy baja. Las filas
de los que ahora andan buscando una salida rápida del servicio
militar incluyen a oficiales y suboficiales de carrera, que son la
columna vertebral de cualquier ejército (Financial Times, 3–4 de
marzo de 2007, pág. 2). Las ausencias sin permiso se han disparado:
14.000 entre 2000 y 2005 (Financial Times, ibid). En marzo, más de
mil soldados en activo, reservistas y marines presentaron una petición
en el Congreso para que USA se retire de Iraq. La oposición de
generales retirados y en servicio activo a la escalada de tropas de
Bush se filtra de manera descendente hasta las filas de soldados
rasos, sobre todo entre reservistas cuyas misiones forzosas en Iraq
han aumentado repetidamente (el denominado “reclutamiento
encubierto”).
Las
largas y desmoralizadoras estancias o la rotación acelerada socavan
cualquier esfuerzo por “consolidar los lazos” entre oficiales
estadounidenses e iraquíes y, sin duda, imposibilitan que se pueda
ganar la confianza de la población local. Si los soldados de USA están
hartos de la guerra en Iraq y cada vez son más los que optan por la
deserción y la desmoralización, todavía menos fiable es el ejército
mercenario iraquí. Los iraquíes que se alistan porque tienen hambre
y no hay trabajo (ambas cosas causadas por la ocupación), todos ellos
con lazos étnicos, nacionales y de parentesco con la lucha por un
Iraq libre e independiente, no merecen demasiada confianza. Cualquier
experto serio ha llegado ya a la conclusión de que las divisiones en
la sociedad iraquí son la imagen especular de las lealtades de los
soldados.
General
Petraeus, pase lista a sus soldados todos los días, porque algunos más
desaparecerán y puede que en el futuro tenga que hacer frente a un
campo de instrucción vacío o, peor aún, a un barracón en rebeldía.
El incesante número de bajas entre los soldados estadounidenses y los
civiles iraquíes durante su primer mes en funciones de comandante
sugiere que el hecho de “controlar y mantener” Bagdad no logró
alterar la situación en el país.
Petraeus,
su manual de reglamento da prioridad “a la seguridad y a compartir
tareas como medio de otorgar poderes a la población civil e incitar a
la reconciliación nacional”. La seguridad es difícil de alcanzar,
porque lo que el comandante imperial considera seguridad es el libre
movimiento de los soldados de USA y de sus colaboradores sobre la base
de la inseguridad de la mayoría iraquí colonizada, que vive sujeta a
registros arbitrarios de casa en casa, a robos, a búsquedas
humillantes y detenciones. “Compartir tareas” con un general de
USA y sus unidades militares es un eufemismo que en realidad describe
la colaboración iraquí para “administrar” sus órdenes.
“Compartir” obliga a una relación muy asimétrica del poder: USA
ordena y los iraquíes obedecen. USA define la “tarea”, que
consiste en delatar a miembros de la resistencia, y supone que la
población aceptará proporcionar “información” sobre sus
familias, amigos y compatriotas, es decir, que traicionará a su
propio pueblo. Sobre el papel parece mucho más fácil de lo que es
sobre el terreno.
“Otorgar
poderes a la población civil”, como usted dice, supone que quienes
“otorgan poderes” ceden poder a los “otros”. En otras
palabras, el ejército estadounidense cede el territorio, la
seguridad, la gestión económica y la distribución de los recursos a
un pueblo colonizado. Pero es precisamente ese pueblo quien protege y
respalda a los resistentes y se opone a la ocupación de USA y a su régimen
de marionetas. Por lo demás, comandante, lo que usted realmente
quiere decir es “otorgar poderes” a una escasa minoría de civiles
que son colaboradores voluntarios de un ejército de ocupación. La
minoría civil a la que usted le “otorgue poderes” necesitará la
omnipotente protección militar de USA para evitar las represalias.
Hasta ahora nada de eso ha ocurrido: a ningún colaborador civil del
entorno se le ha otorgado un auténtico poder y, si acaso lo recibió,
ahora está muerto, escondido o fugado. Petraeus, su objetivo de
“reconciliación nacional” presupone que Iraq existe como nación
libre y soberana. Ésa es una condición previa para toda reconciliación
entre adversarios. Pero la colonización estadounidense de Iraq es una
negación flagrante de las condiciones para la reconciliación. Sólo
cuando Iraq se libere de usted, comandante Petraeus, de su ejército y
de los mandatos de la Casa Blanca, los adversarios podrán negociar y
reconciliarse. Únicamente los grupos políticos que se basen en la
soberanía popular iraquí podrán tomar parte en ese proceso. De no
ser así, a lo que usted se está refiriendo de verdad es a la
imposición militar de la “reconciliación” entre grupos
colaboracionistas opuestos sin legitimidad alguna ante el electorado
iraquí.
La
antigua clintonista Sarah Sewall (ex subsecretaria de Defensa y
“experta en relaciones internacionales” de la Universidad de
Harvard) se ha quedado extasiada ante su nombramiento al puesto de
comandante. Dice Sewall que la “desequilibrada relación entre las
tropas y la tarea que se les encomienda” puede arruinar su
estrategia (Guardian, 6 de marzo de 2007). La crítica que los
senadores demócratas Hilary Clinton y Charles Schumers le oponen a la
política de Bush en Iraq se basa por completo en que no existe una
“relación equilibrada entre las tropas y la tarea que se les
encomienda”.
La
solución que se ofrece consiste en enviar más tropas. La explicación
de dicho razonamiento es evidente: el inadecuado número de soldados
refleja la enormidad de la oposición popular a la ocupación. La
necesidad de mejorar la “proporción” (un número más elevado de
tropas) es atribuible al grado de oposición popular y está
directamente relacionada con el apoyo cada vez mayor de los iraquíes
a la resistencia. Si la mayoría de la población y la resistencia no
estuviesen enfrentándose a los ejércitos imperiales, cualquier
proporción sería suficiente: bastaría con unos cuantos centenares
de soldados para matar el tiempo en la Zona Verde, en la embajada de
USA o en los burdeles locales.
Las
recetas de su manual se basan excesivamente en la época de la Guerra
de Vietnam, sobre todo en la doctrina contrainsurgente Limpiar y
mantener, del general Creighton Abrams, quien ordenó una vasta campaña
de guerra química que roció miles de hectáreas con el mortífero
Agente Naranja para “limpiar” el terreno en disputa. Aprobó el
Plan Phoenix, el asesinato sistemático de 25.000 líderes campesinos
para “limpiar” a los insurgentes locales. Abrams puso en marcha el
programa de “aldeas estratégicas”, el traslado forzoso de
millones de campesinos vietnamitas a campos de concentración. Al
final, los planes de Abrams para “limpiar y mantener” fracasaron,
porque cada medida que tomaba amplificaba, hacía más profunda la
hostilidad popular e incrementó el número de reclutas en el ejército
vietnamita de liberación nacional.
Petraeus,
está usted siguiendo la doctrina de Abrams: bombardeos a gran escala
de vecindarios suníes densamente poblados entre los días 5 y 7 marzo
(2007); detenciones masivas de líderes locales sospechosos acompañadas
de un estrecho cerco militar de barrios enteros, mientras que los
registros arbitrarios y abusivos casa a casa convierten Bagdad en un
gran campo de concentración. Al igual que su predecesor el general
Creighton Abrams, usted quiere destruir Bagdad para salvarlo. De
hecho, su política está simplemente castigando a la población civil
y haciendo más profunda la hostilidad de los bagdadíes, mientras que
la resistencia se diluye entre la población o en las provincias
circundantes de al–Anbar, Diyala y Saladino.
Petraeus,
se olvida usted de que es posible “mantener como rehén” a un
pueblo con vehículos blindados, pero no gobernarlo por la fuerza de
las armas. El fracaso del general Creighton Abrams no se debió a la
falta de “voluntad política” en USA, como él amargamente
pretendió, sino a que el hecho de “limpiar” una región es sólo
un triunfo pasajero, porque la resistencia se basa en su capacidad de
entremezclarse con el pueblo.
Sus
premisas fundamentales (y erróneas) son que el “pueblo” y la
“resistencia” son dos grupos distintos y opuestos, que las fuerzas
de ocupación y los mercenarios iraquíes pueden distinguir y explotar
esta divergencia, “limpiar” la resistencia y “controlar” al
pueblo. Los cuatro años de invasión, ocupación y guerra imperial
ofrecen pruebas suficientes de lo contrario. Con 140.000 soldados
estadounidenses, cerca de 200.000 iraquíes y más de 50.000
mercenarios extranjeros incapaces de derrotar a la resistencia durante
cuatro años de guerra colonial, todo hace pensar en un apoyo popular
profundo, amplio y sostenido a la resistencia.
La
desproporción existente entre el número de personas asesinadas por
el ejército estadounidense y los mercenarios entre la población
civil y entre los miembros de la resistencia indica que sus propios
soldados, general, no son capaces de distinguir (ni están interesados
en hacerlo) entre población civil y resistentes. La resistencia
suscita un profundo apoyo a través de lazos de parentesco, de
amistades vecinales, de líderes religiosos, nacionalistas y
patriotas: esos lazos primarios, secundarios y terciarios vinculan a
la resistencia con la población de una manera que ni el ejército de
USA ni sus políticos marionetas podrán nunca reproducir.
General,
al cabo solamente de un mes en el puesto de comandante ya ha
reconocido usted que su plan de “proteger y salvaguardar a la
población civil” está fracasando. Al mismo tiempo que inunda las
calles de Bagdad con carros blindados, reconoce que “las fuerzas
contrarias al gobierno... se están reagrupando al norte de la
capital”. Está usted condenado a repetir eso que el teniente
general Robert Gaid, con una ausencia total de poesía, denominó
“tentetieso”: derribar la resistencia en una zona sólo para ver
que se pone de pie en la zona de al lado.
Es
absurdo que piense, general, que la población civil iraquí no está
al corriente de que las fuerzas operativas especiales de la ocupación,
con quien usted está íntimamente conectado, son responsables de gran
parte del conflicto étnico–religioso. El periodista de investigación
Max Fuller, en su detallado examen de documentos, hace hincapié en
que la mayor parte de las atrocidades... atribuidas a milicias suníes
o chiíes descontroladas en realidad “son obra de comandos de
fuerzas especiales controlados por el gobierno, entrenados y
asesorados por estadounidenses y dirigidos en gran parte por ex
agentes de la CIA” (Chris Floyd, Ulster on the Euphrates: The
Anglo–American Dirty War). Su intento de jugar al “policía bueno/
policía malo” para “dividir y vencer” no le ha salido bien y no
dará resultado.
¡Ya
ha reconocido usted el contexto político más amplio de la guerra!:
“No existe una solución militar para un problema como el de Iraq,
para la resistencia... En Iraq, la acción militar es necesaria para
ayudar a mejorar la seguridad... Pero es insuficiente. Tiene que haber
un aspecto político” (BBC, 8 de marzo de 2007). Pero el “aspecto
político” fundamental, como usted lo llama, es la reducción de los
efectivos, no la escalada, el final de las interminables agresiones en
barrios civiles, el cese de las operaciones especiales y de los
asesinatos destinados a fomentar un conflicto étnico–religioso y,
sobre todo, un calendario de retirada de las tropas y el
desmantelamiento de la cadena de bases militares estadounidenses.
General
Petraeus, usted no busca desencadenar o establecer el contexto político
para terminar el conflicto ni está en condiciones de hacerlo. Su
referencia a la “necesidad de iniciar conversaciones con algunos
grupos de la resistencia” caerá en oídos sordos o será
considerada como una continuación de las tácticas del divide y
vencerás (también denominadas tácticas en “lonchas de salami”
en la jerga militar), que hasta ahora no han seducido a ningún sector
de la resistencia. Contrariamente a sus impecables credenciales académicas
en contrainsurgencia en Princeton/West Point, es usted sobre todo un
estratega, ducho en técnica, pero bastante mediocre a la hora de
ponerla en práctica en el marco político de la “descolonización”.
Comandante
Petraeus, ha comprendido usted rápidamente la dificultad de su misión
colonial. Sólo un mes después de tomar el mando, ya está inmerso en
la misma sofistería y el mismo doble discurso de cualquier
coronelucho. Con vistas a mantener el flujo de fondos y de tropas
desde Washington habla de “reducción de los asesinatos y del
descontento en Bagdad”, omitiendo así el aumento de las muertes
entre la población civil y las tropas de USA en los demás sitios del
país. Menciona “algunas señales esperanzadoras”, pero también
admite que es “demasiado pronto para percibir tendencias
importantes” (Al–Jazeera, 8 de marzo de 2007). ¡En otras
palabras, las “señales esperanzadoras” carecen de importancia!
Ya
se ha dado a sí mismo una misión sin final preciso al prolongar el
tiempo necesario para imponer sus medidas de seguridad en Bagdad, que
de días y semanas ha pasado a “meses” (¿o quizás a años?). ¿Acaso
no se trata de una tímida manera de preparar a los políticos de USA
para una larga guerra... con pocos resultados positivos? No hay nada
malo en que un guerrero filósofo se cubra el culo en previsión de su
fracaso.
General,
estoy seguro de que como militar intelectual ha leído 1984, de George
Orwell, porque es usted un experto en doble lenguaje. En un suspiro
dice que “no existe una necesidad inmediata de pedir que se envíen
más tropas estadounidenses a Iraq” (aparte de las 21.500 que ya están
en camino) y, en el siguiente, pide 2.200 policías militares
adicionales para que se hagan cargo de los próximos encarcelamientos
masivos de sospechosos civiles en Bagdad.
Mientras
habla “con franqueza” en presente de indicativo sobre el número
de soldados en su guerra, prepara el terreno para una escalada más
grande en el futuro: “En este momento no vemos la necesidad de más
tropas. Pero eso no quiere decir que no hagan falta para alguna misión
que se presente o alguna tarea que aparezca y, si es así, las
pediremos” (Al–Jazeera, 8 de marzo de 2006, la cursiva es mía).
Primero se presentará algo, luego hará falta una “misión” y,
antes de que nos demos cuenta, habrá otros cincuenta mil soldados
sobre el terreno en ese molinillo de carne que es Iraq.
Sí,
general, es usted un maestro del doble lenguaje, pero por encima de
todo eso, está condenado a transitar, junto con sus colegas de la
Casa Blanca y del Congreso, por la misma cuesta abajo de la derrota
politicomilitar de sus predecesores en Indochina. Su policía militar
encarcelará a miles de civiles y quizá a muchos más. Serán
interrogados, torturados y es posible que alguno “se raje”. Pero
muchos más ocuparán su lugar. Su política de la seguridad a través
de la intimidación sólo “podrá mantenerse” mientras los carros
blindados apunten con sus cañones a cada edificio en cada vecindario.
Pero ¿cuánto tiempo podrá mantener esa situación? Tan pronto como
se desplace, los miembros de la resistencia regresarán: pueden
aguantar meses y años, porque viven y trabajan allí. Usted no puede,
general. Usted dirige un costoso ejército colonial, que sufre bajas
interminables. Tarde o temprano, el pueblo estadounidense lo obligará
a marcharse.
Su
ambición, general Petraeus, es mayor que su capacidad. Más le valdría
empezar a preparar su adiós a las armas y a otear un puesto de mayor
importancia en Washington. Recuerde que sus oportunidades son escasas:
únicamente los generales vencedores o quienes se escaquean del
servicio militar llegan a presidentes. Aunque siempre habrá un puesto
de profesor en la Kennedy School de Harvard para el “guerrero
intelectual” que es bueno con los libros pero un desastre en el
campo de batalla.
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