La
gran desintegración del mundo árabe
Por
Rami G. Khouri (*)
El País, 10/03/07
Seymour
Hersh, uno de los periodistas de investigación de la revista The New
Yorker, ha abierto un debate al revelar en su último artículo que la
nueva política de Washington para hacer frente a Irán en Oriente Próximo
consiste en enviar dinero y otras ayudas a grupos extremistas suníes,
a veces a través de los gobiernos libanés y saudí, con el fin de
que menoscaben y contrarresten el poder que tienen en la zona Hezbolá,
Siria y el propio Irán.
Pero no nos
compadezcamos ni nos burlemos sólo de Washington, pues todos los
protagonistas de esta historia -Estados Unidos, Hezbolá, el gobierno
libanés, Siria, Irán y Arabia Saudí- habrán de sentir vergüenza
ante la situación de caos que han creado colectivamente con sus
miopes políticas. Y sospecho que esta situación es sólo el reflejo
de algo muchísimo más espinoso: podría ser que nos encontráramos
en un momento histórico, el del inicio de la desintegración, no sólo
por los extremos, sino también en su mismo centro, del Estado árabe
moderno creado por los europeos en los años veinte del siglo pasado.
El destrozado Irak es
el precipitado de esta posible disolución y reconfiguración de unos
Estados árabes que han mantenido cierta cohesión durante casi cuatro
generaciones. Irak es sólo el caso más dramático de todos aquellos
países árabes que están lidiando con el problema de su propia
coherencia interna, su legitimidad y su viabilidad. Líbano y
Palestina llevan medio siglo luchando por ser un Estado reconocido e
independiente; Somalia ha abandonado la partida en silencio; Kuwait
desapareció y volvió a aparecer rápidamente; Yemen se dividió, se
unió de nuevo, volvió a separarse, pasó por una guerra y acabó
volviéndose a unir; Sudán es una centrifugadora movida por las
fuerzas nacionalistas y tribales que empujan para separarse del Estado
centralizado; Marruecos y el Sáhara Occidental bailan cautelosos
alrededor de un lógico acuerdo de asociación; y, en general, las
tensiones internas asedian en grados distintos otros países árabes.
Un amigo británico
me recordaba la semana pasada el complicado legado de Europa en el
caso de los tres Estados que fueron creados en la Conferencia de París
al terminar la I Guerra Mundial: Yugoslavia, Checoslovaquia e Irak.
Todo un récord, si bien no muy inspirador. La guerra
angloestadounidense para derrocar el régimen iraquí ha ahondado las
tensiones regionales, porque con ella se desató toda la fuerza de
unas identidades étnicas, religiosas y tribales poderosas y con mucha
frecuencia antagonistas, la mayoría de las cuales han formado sus
propias milicias. Y con la ayuda árabe, iraní y occidental todas las
milicias prosperan. No es de extrañar, pues, que Washington esté
ahora ayudando indirectamente a los fundamentalistas radicales suníes,
los mismos que atacaron Estados Unidos en estos últimos años.
Estados Unidos: bienvenido a Oriente Próximo.
Pero Oriente Próximo
no es el sur de California, y los camiones de las milicias con misiles
antitanque y otras máquinas de guerra no van por ahí con abonos de
transporte para pasar los controles.
Parece evidente que
Estados Unidos decidió hace meses transigir en su posición en Irak y
pasar al plan B. El aumento de tropas estadounidenses enviadas a Irak
probablemente está camuflando la retirada de los norteamericanos a
unas líneas del mundo árabe más defendibles, desde donde poder
luchar contra Irán y su gobierno islamista, y también contra el
sirio y los baazistas.
Washington y sus
amigos están intentando desesperadamente controlar el genio maléfico
que soltaron en Irak, pero se equivocan cuando consideran que la
amenaza es fundamentalmente chií e iraní. Éstos son, ciertamente,
elementos esenciales de los grupos que luchan contra Estados Unidos,
Israel y ciertos regímenes árabes aliados, pero mucho más útil es
reconocer que lo que impulsa esa imprecisa coalición de fuerzas
antiestadounidenses y antiisraelíes es, precisamente, la política
norteamericana e israelí en la región.
Oriente Próximo ha
sufrido tanta tiranía doméstica y tantos y tan continuos ataques
externos que se ha convertido en una peligrosa olla a presión, dado,
además, que la mayoría de los ciudadanos viven la situación económica,
social, étnica, religiosa y nacional de sus respectivos países con
enorme y creciente insatisfacción. Si no se alivia la presión
dejando que la región y sus Estados definan, y definan sus valores de
gobierno, la olla explotará. Y sospecho que hoy estamos presenciando
ambas cosas simultáneamente.
Por un lado, a modo
de ejemplo dramático de autoafirmación colectiva, los movimientos
islamistas, étnicos, sectarios y tribales proliferan -ayudados por Irán-
en todo Oriente Próximo. Por el otro, la inmensa presión externa que
ejercen Estados Unidos, algunos países europeos, Israel y algunos
gobiernos árabes para reprimirlos, esperando dominar una región que
está intentando definirse y liberarse del legado moderno de los Ejércitos
angloamericano e israelí.
La profunda
incoherencia de ese extraño panorama permite que se haya convertido
en algo rutinario que las monarquías árabes apoyen a los terroristas
salafistas; que las democracias occidentales ignoren los resultados de
las elecciones libres en los países árabes; que los iraníes y los
árabes, y los chiíes y los suníes, actúen codo con codo y se
enfrenten también en guerras sangrientas; que los revolucionarios árabes
seculares unan sus fuerzas a las de los revolucionarios islamistas;
que los amantes de la libertad en Londres y Washington apoyen a
ciertos avezados autócratas árabes o al ocasional tirano adorable;
que las leyes occidentales y árabes amparen la financiación de las
milicias; y que Israel y Estados Unidos perpetúen las políticas del
primero de los dos países, unas políticas que incrementan, más que
palian, las amenazas contra la seguridad y las vulnerabilidades de
todos los países de la región.
Hace mucho tiempo que
el pánico, la confusión y la falta de rumbo definen a corto, medio y
largo plazo respectivamente las políticas de los estadounidenses, los
británicos, los árabes, los israelíes y los iraníes en esta región.
Simplemente esas políticas son más evidentes ahora, en un momento en
el que la confrontación, la insurrección y la guerra en Oriente Próximo
actúan conjuntamente para señalar el final de una era y el principio
de otra.
El espectáculo, que
incluye y trasciende lo que denomino la gran desintegración del mundo
árabe, acaba de comenzar. Lo más desgarrador está por llegar.
(*)
Rami G. Khouri es el director del Issam Fares Institute de la American
University de Beirut y editor del Daily Star de Beirut. Traducción de
Pilar Vázquez. © Khouri / Agence Global, 2006.
|