La
que se viene
Por
Juan Gelman
rodelu.net, 02/04/07
El Pentágono inició
en febrero del 2003 –vísperas de la invasión a Irak– el análisis
de un plan de guerra en gran escala contra Irán. Su código es
Tirannt y no significa precisamente “tirano”, aunque la casi
homofonía no es casual: se trata del acrónimo de “Theater Iran
Near Term” (Escenario iraní a corto plazo), un plan de guerra en
gran escala contra el régimen de Teherán que incluye la posibilidad
de utilizar bombas nucleares anti–bunker, esas que llaman
“limpias”, ya que sucias sólo serían las otras. Según el Arab
Times de Kuwait, el plan se llevaría a la práctica antes de que
termine abril. Esta afirmación, sin embargo, no toma en cuenta las
inmersiones de EE.UU. en el pantano iraquí. O será que los
“halcones–gallina” aman también fugarse hacia adelante.
Esta voluntad de
extender la guerra a Irán no sorprende y ya empezaron a oírse las
“razones” para aplicarlo. Fue bajo el gobierno Clinton que el
Comando Central de las fuerzas armadas estadounidenses (Uscentcom, por
sus siglas en inglés) formuló en 1995 los “escenarios de guerra”
a venir: primero Irak y luego Irán, ejerciendo “una contención
dual destinada a mantener el equilibrio de poder en la región sin
depender de Irán ni de Irak... con el propósito de proteger los
intereses vitales de EE.UU. en la región: el acceso seguro e
ininterrumpido de EE.UU. y sus aliados al petróleo del Golfo” (www.milnet.com/pentagon/centcom/chap1/stratgic.htm#USPolicy).
Claro como el cristal, dicen en esas tierras.
El reconocido
periodista, escritor y catedrático William Arkin, que fuera asesor de
los servicios de inteligencia norteamericanos y tiene en ellos
contactos excelentes, había ya informado que el Tirannt es padre de
un plan de “grandes operaciones de combate” contra Irán, tanto a
corto como a largo plazo, que hasta contempla “operaciones
estabilizadoras tras el cambio de régimen iraní”: el llamado
Conplan 8022 (The Washington Post, 16–4–06). El diseño del plan
está terminado y hace cuatro años que las fuerzas armadas de EE.UU.
“construyen bases y se entrenan para la ‘Operación Libertad Iraní’”
(New Statesman, 19–2–07).
El operativo previsto
comprende también la realización de misiones que ejecutarían
fuerzas de la OTAN y de Israel en caso de un ataque “preventivo” a
Irán. Y los blancos –ya elegidos– no son únicamente militares:
complejos industriales, infraestructuras de uso civil como caminos,
sistemas hidráulicos, puentes, plantas de energía, torres de
telecomunicación y otros figuran en la lista que, según el Arab
Times, elenca 10.000 objetivos. Lo mismo hizo Israel en el Líbano.
En junio del 2004
Donald Rumsfeld, entonces jefe del Pentágono, alertó a las fuerzas
armadas para que se aprestaran a llevar a cabo el Conplan 8022. Esto
entraña que “los bombardeos y misiles estén preparados para actuar
en 12 horas como máximo después de emitida la orden presidencial”,
dice Arkin. Fue entonces no más que un simulacro: es que W. Bush había
emitido el mes anterior la directiva presidencial NSPD 35 titulada
Autorización para el despliegue de armas nucleares (http://www.fas.org/)
que, se presume, implica la instalación de armas nucleares tácticas
en los teatros de guerra del Medio Oriente en cumplimiento del Conplan
8022.
Las fuentes de Arkin
le señalaron que para concretar un ataque rápido contra ciertos
objetivos iraníes en determinadas circunstancias “la única opción
sería la nuclear”. Con consecuencias imprevisibles para el mundo
entero, no sólo para Rusia, China y la región. Entre paréntesis: en
ningún capítulo del plan se indica explícitamente que las
operaciones contra Rusia y China están excluidas. Antes, por el
contrario.
Un juego de guerra
que el Pentágono desarrolló de septiembre a diciembre del 2006,
titulado Escudo Vigilante 07, no se limitó al Medio Oriente: los
enemigos fueron Irmingahm (por Irán), Nemazee (Corea del Norte),
Ruebek (Rusia) y Churya (China), según reveló William Arkin, que dio
a conocer las secuencias y los detalles del juego asentados en un
documento del Comando Norte de agosto del 2006 (The Washington Post,
10–2–07). De paso: el “área de responsabilidad” de ese
comando abarca a los territorios de EE.UU., Alaska, Canadá, México y
hasta 500 millas náuticas –unos 800 kilómetros– de las aguas
circundantes (http://www.northcom.mil/). Algo es algo.
La Casa Blanca
presiona para que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
impongan sanciones cada vez más severas a Teherán si no detiene su
programa nuclear. En tanto, evalúa la posibilidad de un ataque masivo
contra Irán si las incumple. Otro motivo para una operación
“preventiva” sería un nuevo 11/9 en territorio estadounidense,
que –dice Arkin– “podría crear una justificación y una
oportunidad, de las que hoy se carece, para una represalia contra
ciertos objetivos conocidos, según ex funcionarios y agentes en
activo familiarizados con el plan” (The Washington Post,
23–4–06).
El ex embajador de
EE.UU. ante la ONU John Bolton declaró que antes de que Irán
desarrolle armas nucleares –lo que, con suerte, puede ocurrir dentro
de cinco años, según el aparato completo de inteligencia
estadounidense– “es preferible una acción militar
desagradable”. Tiene razón: las bombas nucleares son realmente
desagradables.
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