Ley y orden
Por
Tariq Alí (*)
The Guardian, 16/05/07
Sin Permiso, 20/05/07
Traducción de Julie Wark y Daniel Raventós
En agosto Pakistán
cumplirá sesenta años y durante exactamente la mitad de su
existencia ha estado bajo la bota militar. Los líderes militares han
tenido habitualmente un ciclo vital de 10 años: Ayub Khan (1958-69),
Zia-ul-Haq (1977-89).
El primero fue
eliminado por una insurrección de toda la nación que duró tres
meses. El segundo fue asesinado. De acuerdo con este calendario político,
Pervez Musharraf tiene aún un año y medio de plazo, pero los
acontecimientos se precipitan.
El 9 de marzo pasado,
el presidente apartó del cargo al presidente del tribunal supremo de
justicia. A diferencia de algunos de sus colegas, el magistrado en
cuestión, Iftikhar Chaudhry, no se resignó en el momento del golpe,
pero como otros presidentes del tribunal supremo había consentido con
la falaz “doctrina de la necesidad" que se utiliza siempre para
justificar judicialmente un golpe militar. No tenía fama de activista
judicial y los cargos que se le imputan están más bien relacionados
con un “abuso de poder”, pero no es ningún secreto que últimamente
Chaudhry había emitido varios fallos contra el gobierno en temas
sensibles –entre ellos todo lo relacionado con la privatización a
toda prisa de la Karachi Steel Mills (Fundidora de Karachi), su
insistencia de que los activistas políticos “desaparecidos” se
encare por vía judicial y la petición de que las víctimas de
violaciones sean tomadas en serio– aterran a Islamabad.
¿Podría ir aún más
lejos este díscolo magistrado y declarar inconstitucional la
presidencia militar? Se ha desatado la paranoia.
Las cadenas de
televisión comprometidas con informaciones objetivas fueron asaltadas
por la policía, difuminando así la jactancia presuntuosa del régimen
(hasta la fecha verdadera) de que había interferido menos con los
medios de comunicación que todos sus predecesores.
La decisión
desencadenó un fuerte movimiento social. Al principio solamente
estuvo confinado a 80.000 abogados y algunas docenas de jueces, pero
pronto empezó a extenderse. En sí mismo esto ya fue una sorpresa en
un país cuya gente se ha alejado de forma creciente de la ley de una
elite corrompida hasta la médula.
Más significativo aún
es que esta oposición de la sociedad civil a esta grosera decisión
no tiene nada que ver con la religión. Se trata de una defensa de la
independencia judicial (nominal sin embargo) frente al gobierno. Los
abogados que se manifestaron por las calles insistían en la separación
de los poderes constitucionales.
Hay algo
encantadoramente pasado de moda y chapado a la antigua en esta lucha.
Ni la religión ni el dinero están presentes, sino los principios.
Cuando el movimiento creció, los carreristas de la oposición se
sumaron al carro (algunos de los cuales había organizado sus propios
asaltos matones contra el tribunal supremo cuando estaban en el poder)
haciendo suya la causa.
Como sucede a menudo
en una crisis, Musharraf y sus consejeros, en vez de reconocer que
alguna falta habían cometido para corregirla inmediatamente,
decidieron hacer una prueba de fuerza. A medida que las
manifestaciones de Iftikhar Chaudhry fueron más populares, Islamabad
tramó su contraofensiva.
El magistrado fue
obligado a visitar la ciudad más grande del país, Karachi. El poder
político aquí está en manos del MQM [Muttahida Quami Movement], un
desagradable conglomerado, creado durante la dictadura anterior,
adicto a la violencia y a los barullos e insensible a las realidades
humanas y morales. Está formado en buena parte por familias pobres de
muhajir (musulmanes que se refugiaron en Pakistán en el momento de la
partición en 1947), que se sienten abandonados por el estado.
Musharraf también
proviene de una clase media de refugiados. Por esta razón, el MQM lo
adoptó como uno de los suyos (aun cuando la madre de Musharraf fue
una simpatizante comunista y la familia en conjunto era progresista).
Siguiendo
instrucciones de Islamabad, los líderes del MQM decidieron impedir al
magistrado cualquier mitin en Karachi. Esto es lo que motivó los
enfrentamientos armados y cerca de 50 muertos en la ciudad hace pocos
días.
Secuencias de los
asesinatos, pasadas en la cadena de televisión Aaj (Hoy), hizo que la
cadena fuera asaltada por voluntarios armados del MQM. Hechos que, a
su vez, provocaron una huelga general exitosa, aislando al régimen.
Si unas elecciones presidenciales se realizaran ahora pocas dudas hay
de que el magistrado podría derrotar al general. La popularidad del
magistrado Chaudhry solamente puede ser entendida en un contexto en
que los políticos tradicionales están completamente desacreditados.
El fracaso de Benazir
Bhutto (Partido del Pueblo de Pakistán) al no hacer algo substancial
en favor de los pobres que la habían votado para el gobierno tuvo
como resultado una desilusión enorme. Fue sacada del gobierno
supuestamente por corrupción y en las siguientes elecciones su
antiguo rival Sharif (Liga Musulmana del Pakistán) obtuvo una gran
mayoría con una participación muy baja (por debajo del 30%). Los
asqueados partidarios de Bhutto se quedaron en casa.
Nawaz Sharif hizo a
su hermano Shahbaz el primer ministro del Punjab. Su difunto padre fue
el presidente no oficial de Pakistán y estuvo implicado en las
negociaciones con el ejército desafecto. Fue este Sharif que advirtió
a sus hijos que los generales, que no eran angelitos del cielo, podían
ser vendidos y comprados en el mercado. Pero no todos. Ni Musharraf
tampoco. En el intento de ópera bufa de Nawaz Sharif de echar a
Musharraf le salió el tiro por la culata.
El 11 de Septiembre
convirtió al presidente de Pakistán en una pieza clave de la región.
Para la elite del país fue una bendición. El dinero empezó a fluir,
las sanciones por los experimentos nucleares fueron levantadas, y las
concesiones comerciales con la UE supusieron más de mil millones de
euros, y simultáneamente se redujeron las tarifas sobre las
exportaciones textiles pakistaníes.
Los Estados Unidos se
implicaban cada vez más y los militares y los altos cargos paquistaníes
se conformaban. Todos (políticos
venales, postrados altos cargos, y las damas casquivanas de la alta
sociedad) aplaudieron la vuelta de Pakistán al viejo estatus de
estado puntero. No los islamistas, por supuesto, puesto que la nueva
guerra era contra ellos y sus amigos de Afganistán. Por un tiempo la
única oposición al régimen fue la de los islamistas, moderados y
extremistas, aunque los métodos fueron diferentes en cada caso.
El intento de
intimidar al magistrado ha desatado una nueva fisura en la sociedad
pakistaní. La violencia en Karachi dificulta el acuerdo por ambas
partes. Hay una solución sencilla. El general debería deshacerse del
uniforme, el magistrado debería renunciar a su negra toga y los dos
hombres deberían batirse en las elecciones sin obstáculos del MQM o
de los numerosos aparatos del estado. Puede parecer la cuadratura del
círculo, pero existen peligros inminentes a menos que los generales
acuerden el compromiso.
(*)
Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
|