¿Quién
es Fatah al Islam?
Por
Adrián Mac Liman
El Corresponsal de Medio Oriente y Africa, junio 2007
Para el autor, la
irrupción de este grupo en el Líbano no obedece tanto a los
designios de los líderes de Al Qaeda, como pretende la poderosísima
maquinaria de propaganda norteamericana, cuanto a las maniobras
desestabilizadoras de las grandes familias libanesas antisirias,
dispuestas a acabar por todos los medios con el poderío del
movimiento shiíta pro-iraní Hezbollah.
Todo empezó, al
menos de modo aparente, con una simple provocación, con un simulacro
de atraco, con una persecución de presuntos malhechores por parte de
la policía libanesa. Los delincuentes lograron borrar sus huellas en
el interior del campamento de Nahr al Bared, mastodóntico
conglomerado de miseria urbana que alberga desde hace décadas a
decenas de miles de refugiados palestinos. Pero los presuntos
delincuentes tenían pocos vínculos con este paisaje de miseria
humana; se trataba, en realidad, de milicianos de la organización
radical sunnita Fatah al Islam, que se habían incrustado, hace ya algún
tiempo, en el gueto edificado en las inmediaciones de Trípoli.
Desde el inicio de
las hostilidades, que debían haber desembocado en la rendición
incondicional de los guerrilleros, las autoridades libanesas hicieron
especial hincapié en la diferencia existente entre los milicianos y
la marea humana de refugiados (ya van tres generaciones) que malvive
en el campamento.
Los miembros del grupúsculo
armado son pocos, bien pertrechados y arrogantes. Según los servicios
de inteligencia libaneses y occidentales, la milicia de Fatah al Islam
está integrada por sauditas, jordanos, argelinos, iraquíes y
paquistaníes, antiguos combatientes de la guerra de Afganistán o
Irak.
Pero su presencia en
el Líbano no obedece tanto a los designios de los líderes de Al
Qaeda, como pretende la poderosísima maquinaria de propaganda
estadounidense, como a las maquiavélicas maniobras desestabilizadoras
de las grandes familias libanesas anti-sirias, dispuestas a acabar por
todos los medios con el poderío del movimiento shiíta pro-iraní
Hezbollah, convertido, desde la agresión israelí del pasado año, en
segunda fuerza política con representación parlamentaria en el país
de los cedros.
En los últimos
meses, los campos de refugiados, que albergan a más de la mitad de
los palestinos residentes en el Líbano, alrededor de 400 mil
personas, se fueron transformando en feudos de los distintos grupos
armados sunnitas Jund al Shams (Soldados de Damasco), Ibna al Shaheed
(Hijos de los mártires), Isbaat al Nur (Comunidad de la Iluminación),
creados con el apoyo discreto aunque sumamente eficaz de algunos señores
de la guerra. Suenan los nombres de Walid Jumblat, Samir Geagea o Saad
Hariri. La presencia de estos grupos en suelo libanés es contraria al
espíritu del Acuerdo de Taif, que contempla el desarme de todas las
milicias libanesas.
Hasta el inicio del
cerco impuesto por el ejército de Beirut, los milicianos de Nahr al
Bared mantuvieron relaciones correctas con las fuerzas de seguridad
libanesas. Pero la situación experimentó un vuelco radical al cortar
los patrocinadores libaneses el suministro de fondos destinados a
Fatah al Islam.
Subsiste el
interrogante acerca del papel desempañado por Al Qaeda en la actual
crisis. Aunque su presencia en los campamentos palestinos es
innegable, parece poco probable que la telaraña islamista haya sido
el principal artífice del conflicto. Las llamadas "células
durmientes" de la red no son operativas. La dirección de Al
Qaeda no tiene interés, al menos por el momento, en lanzar una
ofensiva para la desestabilización del país de los cedros.
Hace cinco lustros,
el propio Ben Laden me confesaba que su objetivo final sería "la
liberación de Palestina". Pero qué duda cabe de que el
enfrentamiento protagonizado por las milicias de Fatah al Islam o Jund
al Shams no favorece a nadie. Se trata más bien de una espina clavada
en el corazón de los palestinos.
(*)
El autor es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios
Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París). Su artículo
se publica por gentileza del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS).
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