La mujeres
afganas dicen que la vida ahora es peor que con el régimen talibán
Miles
de viudas mendigan o se inmolan ante
el desamparo
Por
Terri Judd
Desde Lashkar Gah, Afganistán
The Independent, 13/06/07
La Jornada, 05/07/06
Traducción de Gabriela Fonseca
En el sucio rincón
de una clínica de esta ciudad, una niña de 12 años, en los últimos
meses de embarazo, yace llorando y tratando de llamar la atención de
un doctor cortante e indiferente. Afuera, en el camino de lodo, miles
de viudas se dedican a mendigar. En el hospital local una mujer se
recupera de terribles quemaduras, resultado de varios intentos
fallidos de suicidio.
El nuevo mundo feliz
que prometieron Tony Blair, el presidente estadounidense, George W.
Bush, y el presidente afgano, Hamid Karzai, parece no haber alcanzado
a las mujeres de la provincia afgana de Helmand.
Al preguntarle si es
mejor ahora la vida que bajo el régimen talibán, Fowzea Olomi, de 40
años, directora del centro para mujeres, sólo se ríe e ironiza:
"¿Se fueron los talibanes?" Asegura que ahora la vida es
peor y señala la burka que está a su lado. "Jamás tuve que
usar eso antes. Sólo me cubría la cabeza con un pañuelo. Pero ahora
todos tenemos miedo de los talibanes por los secuestros, los ataques
suicidas y los disparos".
Olomi, quien desafió
al régimen extremista al impartir clases en secreto, cree que ahora
hay menos niñas que reciben educación.
Casi todas las niñas
en Lashkar Gah, capital de la provincia sureña de Helmand, van a la
escuela. Pero en las aldeas remotas, demasiados padres temen enviar a
sus hijos a clases. Los maestros, al igual que los médicos, son
secuestrados y decapitados en medio de la impunidad. Recientemente, un
hombre armado pasó en motocicleta frente a una escuela disparando
contra las alumnas. Mató a dos niñas e hirió a otras seis.
Las menores heridas
corren el riesgo de ser abandonadas porque en Afganistán las mujeres
son vistas como un artículo que sirve para pagar deudas o arreglar
disputas.
Está el ejemplo de
Malay, de ocho años. Un vehículo militar afgano le pasó por encima
del brazo y fue llevada a un hospital de campaña en la base británica
de Camp Bastion, donde los médicos le explicaron a su tío que quizá
tendrían que amputarle el brazo. El tío se dio la media vuelta y se
marchó. Ya no quería a su sobrina porque si perdía el brazo no iba
a poder casarla.
Hoy Malay todavía
está en la base militar y pudieron salvar su brazo. "Es
adorable. Todo el personal la quiere mucho y ya aprendió a decir
'changuita insolente' en inglés", indicó el teniente Gill
Pritchard, de 25 años.
En todo Afganistán
las estadísticas sobre mujeres son desgarradoras. Existen alrededor
de 2 millones de viudas que no tienen derecho a pensiones estatales. A
pesar de que existe una nueva ley que prohíbe casar a las niñas
menores de 16 años, no se ha registrado diferencia alguna. Aún se
obliga a casar a niñas de nueve años y al poco tiempo ya están
embarazadas con el primero de una docena de hijos de los cuales 20 por
ciento morirá antes de cumplir cinco años.
Si bien las mujeres
de Afganistán son victimadas, ello no significa que están dispuestas
a ser víctimas. En Lashkar Gah, Olomi y sus amigas luchan a pesar de
interminables amenazas de muerte que reciben, ya sea por teléfono o
por las ahora famosas "cartas nocturnas".
El año pasado el
chofer de Olomi la dejó en el centro de mujeres y cuando se dirigía
a atender otro asunto le dispararon por la ventana de un automóvil,
el hombre murió delante de policías que no hicieron nada. Olomi aún
lleva una fotografía de él en su bolsa, no se acobardó, y volvió a
abrir el centro en el complejo de la gubernatura del estado.
Ahora, este lugar es
un oasis en un desierto de opresión. Hermosas muchachas de ojos
grandes aprenden a leer y escribir, mientras las madres estudian de
todo, desde inglés hasta computación. Pero los últimos cinco años
han sido un viaje sin fin por las promesas rotas hechas a estas
mujeres.
Cerca del campo
militar, una fábrica de helados ha quedado vacía. El año pasado una
ONG prometió financiar un proyecto para abrirla y dar empleo a
viudas, lo cual implicaba un medio de sobrevivencia indispensable para
unas cuatro mil mujeres en Lashar Gah, cuya única alternativa es
mendigar en las calles. Pero la financiación del proyecto nunca se
materializó y los barquillos que se compraron para servir el helado
están a punto de caducar.
Este es sólo un
ejemplo, explicó Olomi, de una esperanza creada y luego destruida.
Una de las razones por las que los trabajadores humanitarios ahora
temen entrar en la provincia es porque se ha incrementado la práctica
de la autoinmolación.
En el hospital Bost
de Lashkar Gah, donde se frustraron atentados suicidas en dos
ocasiones el año pasado, el médico Abdul Asis Sediqi dijo que al
menos la quinta parte de los 150 pacientes que ingresan cada mes son
mujeres que se han prendido fuego. Una cantidad indeterminada de ellas
no llegan con vida al hospital.
Las mujeres afganas
cuentan con un ministerio que se dedica específicamente a sus
problemas, pero las acciones del mismo tienen un impacto mínimo fuera
de Kabul. Las mujeres son un tema que recibe poca atención cuando las
prioridades a las que canalizan recursos son sobre todo la seguridad y
el combate al narcotráfico. Sin embargo, con los pocos dólares que
reciben han surgido pequeños proyectos. Entre los esquemas que han
sido financiados por los británicos está una escuela de costura que
creció dentro del campo de desplazados de Mukhtar.
En un par de cuartos
de adobe las viudas trabajan mejilla con mejilla en máquinas de coser
manuales; fabrican ropa bellamente bordada que venden en el mercado.
Con una inversión de 8 mil 700 dólares, el proyecto con fondos británicos
y daneses capacita a las mujeres en tres meses; las que se gradúan le
sacan provecho a sus máquinas de coser y ello les permite percibir
una ganancia relativamente regular y tener una forma de alimentar a
sus hijos.
"Es una gota en
el océano", dice la capitana Rebecca Moran, una partera
certificada y oficial británica que ha pasado los últimos nueve
meses trabajando con las mujeres de Helmand. "Pero cuando se
piensa que cada una de estas 60 mujeres tiene entre diez y 15 bocas
que alimentar, esto hace la diferencia".
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