Pakistán
y la Mezquita Roja
Un
dictador al que nadie llama dictador
Por
Gennaro Carotenuto
Rebelión, 14/07/07
Con
un saldo de al menos 60 muertos culminó la resistencia de los
islamistas radicales en Lal Masjid, la Mezquita Roja de Islamabad,
capital de Pakistán. La dictadura filoestadounidense de Pervez
Musharraf tambalea y elige, aconsejada por Washington, el baño de
sangre.
Entre
los muertos está el jefe de los rebeldes, Abdul Rashid Ghazi.
Historias contradictorias describen su fin. Para los filotalibán se
habría inmolado en el martirio. Para el gobierno se habría escudado
en mujeres y niños intentando huir. Las dos historias ya corresponden
a un uso público de su muerte, con que se busca transformarlo en héroe
o en cobarde.
Lal
Masjid, la Mezquita Roja, era el centro principal de la parte más
radical del islamismo paquistaní, la minoría que propugnaba la
instauración de un régimen de tipo talib en el segundo país musulmán
más poblado del mundo, después de Indonesia, y el único que tiene
armas atómicas.
Los
estudiantes coránicos –que pretenden imponer la ley islámica en
todo Pakistán– ya habían protagonizado una larga secuencia de
hechos violentos, ya que se autoadjudican el derecho de atacar
aquellos comportamientos que consideran impuros. El pasado 6 de abril,
por ejemplo, Ghazi anunció la creación de un tribunal islámico para
garantizar la represión del vicio. Desde entonces los asaltos a
tiendas de libros, discos, barberías o prostíbulos se cuentan por
decenas. En varios lugares de la ciudad realizaron quemas públicas de
libros y discos compactos. Ghazi, que contaba con cientos de jóvenes
fanáticos –hombres pero también mujeres, ya que en la mezquita
funcionaba también una madraza (escuela coránica) femenina–, había
amenazado con el inicio de una serie de acciones suicidas si el
gobierno obstaculizaba la imposición de la ley islámica. Por Lal
Masjid también había pasado uno de los suicidas que protagonizaron
los atentados en Londres el 7 de julio 2005. En aquel entonces, cuando
la policía quiso entrar para indagar, cientos de mujeres armadas con
bastones, vestidas de negro y con velo, les impidieron el ingreso.
PRUDENCIA.
El pasado mes de mayo los talibán aumentaron el desafío con el
secuestro de algunos policías, pidiendo a cambio la liberación de
sus correligionarios presos. El ejército rodeó la mezquita pero no
se llegó al asalto, porque el gobierno consideró que se trataba de
un precio y un riesgo demasiado altos. ¿Por qué tanta prudencia?
Miembros del ejército de alto rango y oficiales del servicio secreto
paquistaní, el ISI, solían frecuentar en el pasado la Mezquita Roja.
Es el mismo ISI que prácticamente creó a los talibán para pacificar
Afganistán, al final de los ochenta.
Varios
observadores concuerdan en que el islamismo radical no está en
condiciones de tomar el poder en Pakistán y el ejército permanece
como el actor más fuerte en la escena política del país. Sin
embargo el islamismo radical, que en este caso tomó forma de
neotalibanismo, es el factor más importante de inestabilidad en este
país, con grandes posibilidades de crecer en el futuro, tanto en las
ciudades como en lugares remotos. Desde 2004, cuando el ejército
penetró por primera vez en las llamadas zonas tribales del norte,
cerca de Afganistán, la situación no ha dejado de empeorar,
especialmente en regiones como el Waziristán y el Bajaur. Aunque no
lo admita, el ejército ha perdido cientos de hombres (¿700?) y
padecido un número de deserciones difícil de precisar.
Masajes
chinos
El
pasado 27 de junio las estudiantes de la madraza irrumpieron en un
centro de masajes chino –probablemente un prostíbulo–. Decenas de
chicas en burka negra hasta los tobillos forzaron la entrada de la
casa, encontrándose con decenas de muchachas de nacionalidad china
con muy poca ropa: lo que se dice un "choque de
civilizaciones". Al menos seis mujeres chinas fueron secuestradas
durante días; finalmente el embajador chino en la capital, Luo
Zhaohui, exigió que el incidente fuera el último de una larga serie
de atentados a intereses económicos de su país en Pakistán. A las
exigencias chinas, aliada tradicional de Pakistán en su eterno
conflicto con India, se sumó el malestar estadounidense. Las decenas
de miles de millones de dólares invertidos en apoyo al dictador no
han impedido que el noroeste del país se transforme en santuario
inexpugnable del llamado "terrorismo islámico". Santuario
donde estarían refugiados el mismísimo Osama bin Laden y el mulá
Omar.
En
lo que va del año 2007 el gobierno de Washington ha exigido
repetidamente a Musharraf una mano más firme. Si Estados Unidos tiene
razón en evidenciar que Musharraf siempre mantuvo un doble juego con
los talibán y Al Qaeda, éste debe mantener una postura algo
independiente para no enemistarse aun más con sectores de su régimen.
También Musharraf utiliza a los islamistas para controlar y delimitar
el espacio de la oposición laica y demócrata, cada vez más fuerte
en el país. Entre marzo y mayo las manifestaciones de apoyo al juez
de la Corte Suprema Mohammad Chaudhry, que había sido suspendido por
Musharraf, dejaron un saldo de 34 muertos, hasta que el mismo juez
detuvo la crisis dando un paso atrás, sustancialmente renunciando a
tener un rol político.
Cuestión
de límites
Mientras
los talibán operaban en el extremo oeste, el dictador podía hacer la
vista gorda frente a la creciente violencia islamista radical. Sin
embargo, Lal Masjid está en la capital, e incidentes como el del
centro de masajes chino traspasaron el límite. El ejército volvió a
rodear la mezquita denunciando que cientos de personas, entre las
cuales se contaban muchos niños, habían sido tomadas de rehenes por
los fundamentalistas. En el interior, los hombres estaban armados –o
tenían algunas armas, no está del todo claro– y las mujeres,
siempre con su burka negra, llevaban sus bastones. Cuando los soldados
empezaron a colocar alambre de púas alrededor de la mezquita, fueron
las mujeres quienes salieron y los enfrentaron con los bastones. Horas
después se registraban los primeros nueve muertos de la crisis. Al
tercer día el hermano de Gazhi, otro jefe político-espiritual del
complejo, fue arrestado mientras huía vestido de mujer. Con él se
rindieron cientos de personas y parecía la víspera de una rápida
victoria para Musharraf, presionado desde dentro y desde fuera del país.
No fue así, porque una parte decidió resistir. El dictador resolvió
que no podía dar una imagen de debilidad ante sus aliados y ordenó
el asalto, con el resultado conocido de al menos 60 muertos.
Aunque
Musharraf demostró decisión y voluntad de cortar sus relaciones con
el islamismo extremo, todavía es temprano para saber quién sale
ganador. Más allá de esto, la inestabilidad de un país que cuenta
con la bomba atómica como Pakistán, después de ocho años de
dictadura filooccidental, es cada vez más grave y la crisis llega a
las capitales. Sin embargo, por ahora, "el orden reina en
Islamabad".
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