Nueva
crisis en Pakistán
El
difícil equilibrio del general Musharraf
Por
Txente Rekondo
Rebelión, 14/07/07
Los enfrentamientos
en torno a la mezquita Lal Masjid (la Mezquita Roja) han mostrado con
toda su crudeza los desesperados intentos del General Pervez Musharraf
por mantener su supervivencia política. Tras su pulso con el máximo
juez del país, con buena parte de los medios de comunicación
locales, con una oposición política que aprovecha cada conflicto
para buscar sus propios réditos políticos, unido todo ello a la
fuerte presión que desde Occidente se mantiene para que lance una
ofensiva contra toda esa nebulosa forjada en torno al movimiento
islamista radical, el presidente pakistaní ha optado por actuar con
mano firme para desactivar todas esas presiones.
Y todo ello siendo
consciente que esa medida de fuerza puede desembocar en un baño de
sangre por todo el país, tal y como ya han adelantado algunos círculos
jihadistas que amenazan con lanzar ataques en las principales ciudades
pakistaníes. Además, esos grupos han decidido romper también los
acuerdos de paz que mantenían con el gobierno central en las zonas
tribales del país. Los primeros resultados ya se han visto, con
diferentes ataques suicidas contra el ejército en las citadas
regiones, y con ataques contra miembros de la administración central.
También el ataque contra el avión del propio Musharraf nos muestra
hasta donde están dispuestos a llegar en su respuesta esas
organizaciones.
En la capital
pakistaní circulan algunas noticias que apuntan también a un intento
por parte del presidente de adelantarse a una especie de golpe de mano
que estarían preparando diferentes sectores del país. Se habla de
que los dirigentes de Lal Masjid serían la punta de lanza para
liderar la khurooj (movilizaciones de masas para provocar el cambio de
régimen), y que tras las mismas se sitúan también parte de la élite
militar que en los noventa planeo un golpe de estado de corte
islamista, el partido político islamista Jamaat-i-Islami, toda una
red de organizaciones clandestinas jihadistas y parte del propio
establishment.
Una de las claves
para entender el devenir de este país asiático radica en la
utilización partidista de la religión por parte de las élites políticas
y militares de Pakistán. Algo que se ha visto reflejado en dos ámbitos
especialmente. Por un lado está la utilización de organizaciones
islamistas y jihadistas para intervenir en el exterior, con los casos
de Afganistán y Jammu & Kashmir como ejemplos de ello. Sin
embargo, de un tiempo a esta parte esos mismos grupos han dirigido sus
protestas y acciones contra el actual gobierno, poniendo en serios
aprietas a sus miembros y mostrando su capacidad de infiltración en
todos los sectores claves de la sociedad y de la propia administración.
El segundo pilar lo
encontramos en la educación. Si es indiscutible que el fenómeno de
las madrassas (escuelas coránicas) es digno de estudio, con varios
miles de ellas por todo el país, y en muchas ocasiones llenando el
vacío del propio estado. Esas escuelas también han servido en
ocasiones al régimen para lograr sus objetivos, “como herramienta
en los asuntos domésticos y como apoyo hacia la política
regional”, y al mismo tiempo han servido como “movilizadoras de la
opinión pública, han producido importes escritos ideológicos, son
centros de reclutamiento y ocasionalmente de entrenamiento para los
futuros jihadistas”.
Pero sería un error
creer que esa radicalización ideológica es fruto exclusivo de las
madrassas. Un reciente informe señalaba que “el sistema educativo público
no tiene nada que envidiar a las madrassas en términos de propagar la
intolerancia religiosa”.
Otros factores que se
encuentran en la actual coyuntura pakistaní también permiten
entender el giro de ese país con tanta importancia geoestratégica.
El desarrollo de las madrassas, la radicalización de importantes
sectores de la juventud, motivada en buena medida por la presencia de
EEUU y sus aliados en la región, los recelos de parte del ejército y
los servicios de inteligencia hacia la alianza estratégica del
presidente Musharraf con Washington, la importante capacidad de las
redes jihadistas tejidas por todo el país, son otros ejes claves en
la delicada ecuación que representa Pakistán en estos momentos.
No es sencillo
anticipar el escenario hacia el que se dirige ese país asiático,
pero la mayoría de análisis coinciden en señalar que sea cual sea
la salida a esta nueva crisis, el difícil equilibrio que sostiene
Musharraf puede acabar pasándole factura. Los gobiernos occidentales
son conscientes de esa situación, de ahí sus maniobras para buscar
algún recambio consistente, pero al no haberlo encontrado pueden
seguir apoyando al cada día más debilitado Musharraf.
Un escenario que
salga de la imposición de la fuerza, producirá más violencia y
caos, y si esas medidas cuentan con el visto bueno de EEUU, la
respuesta islamista será más virulenta todavía, al tiempo que la
alienación de buena parte de la población contra los planes
occidentales crecerá. Desde Occidente se apuesta por una salida
airosa para el actual presidente, incitándole a liderar junto con la
oposición política una “transición”. No obstante, las fuerzas
que deberían acompañar a Musharraf son el vivo reflejo del pasado más
corrupto, y que rechaza buena parte de la población pakistaní.
No es fácil por
tanto anticipar el desarrollo de los acontecimientos venideros, pero
son importantes las palabras de una importante figura religiosa del país,
que denunciaba el seguidismo del presidente hacia EEUU y sus aliados.
Musharraf presenta al vecino Karzai, presidente de Afganistán como
una marioneta occidental y para ese religioso, el presidente pakistaní
no está muy lejos de ese mismo papel. “Ahora vemos comunicados de
congratulación del primer ministro británico, mientras nosotros
vemos pasar ante nuestros ojos los cadáveres de nuestros hermanos (ejército
o militantes de Lal Masjid), al tiempo que escuchamos las
apreciaciones y honores del propio Bush”. Es evidente el problema es
la agenda que quieren instaurar EEUU y sus aliados en la región, y a
éstos no les importa el coste que tengan que pagar las sociedades
civiles, ya lo hemos visto en Iraq o en Afganistán.
(*)Txente
Rekondo.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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