Paradojas
Por
Juan Gelman
rodelu.net, 26/07/07
El presidente W. Bush
amenazó con una intervención militar en Pakistán. Sorprendente: el
general dictador Pervez Musharraf –siempre entretenido en violar los
derechos humanos de los paquistaníes– ha sido y es el mejor aliado
que la Casa Blanca tiene en la región. Pero la amenaza no nace de la
voluntad de imponer la “democracia y la libertad” también allí:
una cosa son las dictaduras y otra los regímenes autoritarios, como
se decía en Washington durante las dictaduras militares del Cono Sur.
Eran regímenes autoritarios, por supuesto, y nada más.
Ocurrió que el
Consejo Nacional de Inteligencia (CNI), integrado por los 16
organismos de espionaje de EE.UU., dio a conocer el martes 17 unos
extractos de la Evaluación Nacional de Inteligencia sobre la
“guerra antiterrorista” que destaca una consecuencia imprevista de
las invasiones a Irak y Afganistán: las zonas tribales del noroeste
de Pakistán se han convertido en santuario de los talibanes y de Al
Qaida, “que ha reorganizado elementos clave de su capacidad de
ataque” contra EE.UU. (www.dni.gov/press, julio de 2007). Si esto es
así, el argumento busheano de que Irak es la fuente principal del
terrorismo universal es falso. No sería novedad.
Waziristán, área
montañosa paquistaní que linda con Afganistán, está habitada por
alrededor de 800.000 pashtunes que viven en aldeas gobernadas por líderes
de los diferentes clanes de la tribu y no pocos simpatizan con los
talibanes afganos, que en su mayoría pertenecen a la misma sociedad
tribal. La matanza de la Mezquita Roja de Islamabad a mediados de
julio, que Musharraf ordenara, llevó a los pashtunes a romper con éste
el acuerdo de octubre de 2006: ellos se comprometían a no atacar a
los militares paquistaníes y a impedir los cruces de frontera entre
Afganistán y Pakistán, y él a retirar las tropas que había enviado
a la zona por presiones de la Casa Blanca.
También Michael
McConnell, director del CNI, anunció que EE.UU. no descarta una
incursión militar en Waziristán (CNN, 22–7–07) y esto provocó
una airada respuesta de las autoridades paquistaníes: calificaron la
idea de “mal concebida, irresponsable y peligrosa” (Herald Sun,
24–7–07). Finalmente, Musharraf había apoyado a W. Bush desde el
11/9 mismo y sus efectivos han logrado detener y ejecutar a más
terroristas de al Qaida que todos los servicios de espionaje
occidentales juntos.
La ayuda
estadounidense a Pakistán alcanzó la suma de 10.000 millones de dólares
desde los atentados de las Torres Gemelas, colocándolo en segundo
lugar, después de Israel. En este rubro. W. Bush presiona para que el
Congreso apruebe 300 millones de dólares adicionales a fin de
convertir a los cuerpos paquistaníes de frontera, una herencia
colonial, en una fuerza contrainsurgente moderna. Pero la mayoría de
sus 80.000 hombres son pashtunes y ayudan a talibanes y alqaidistas a
pasar de un país a otro (Boston Globe, 22–7–07).
Los dirigentes demócratas
y republicanos culpan a Musharraf de no tomar las medidas necesarias
para impedirlo y omiten el hecho de que la ocupación de Irak y
Afganistán originó ese hecho. Es más fácil criticar las políticas
ajenas que las propias. Una típica maniobra de desplazamiento de
responsabilidades.
Invadir Pakistán, o
aunque sólo fuera bombardear Waziristán, tendría repercusiones
previsibles. “Provocaría más desórdenes en todo Pakistán y el
mundo árabe aumentaría la insurgencia contra las tropas de
EE.UU.”, señaló Seth Jones, especialista del Rand Institute, un
think–tank objetivista donde hacen nido los “halcones–gallina”
(IPS, 20–7–07).
El contexto es claro:
la ocupación de Irak ha debilitado a todos los regímenes árabes de
Medio Oriente que apoyan a EE.UU. –Jordania, Líbano, Arabia
Saudita– y aun en Egipto y Turquía crece el resentimiento de la
opinión pública contra la superpotencia.
Hay, entonces, señales
de que la Casa Blanca no bombardeará a los pashtunes ni recortará su
apoyo a una dictadura militar que, golpe de Estado mediante, se instaló
en el poder en 1999. Se dice en Washington que Musharraf se propone
democratizar Pakistán y que prometió elecciones libres y
transparentes para fines de este año, pero pocos creen que el general
se abstendrá de meter mano en las urnas (Financial Times,
23–7–07). Si se llevaran a cabo, serían pour la galerie de
un teatro más bien vacío.
El jueves de la
semana pasada Tony Snow, vocero de la Casa Blanca, entró en sintonía
con la estimación del CNI y dijo: “No hay dudas de que es necesario
tomar medidas más agresivas” en Pakistán (Reuters, 19–7–07).
El lunes de esta semana bajó el tono: “Creo que flotaba la idea, o
al menos una intención o de algún modo una tendencia, de que íbamos
a invadir Pakistán” (New York Times, 24–7–07).
Y vea el lector lo
que luego recordó: “Siempre mantenemos la opción de atacar blancos
criminales, pero también somos conscientes de que Pakistán tiene un
gobierno soberano”. Para la Casa Blanca, el respeto a la soberanía
ajena es un concepto de aplicación variable.
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