Los parámetros que
importan
Perder o perder,
el
dilema de los militares de EEUU en Iraq
Por
Michael Schwartz
Tomdispatch
/ ZNet, 01/08/07
Rebelión, 08/08/07
Traducido por Germán
Leyens
El
presidente Bush ha llamado al Congreso, al público estadounidense, al
pueblo iraquí, y al mundo a esperar con su opinión – por lo menos
hasta septiembre – sobre el éxito de su escalada de la guerra,
bautizada con el eufemismo de “oleada.” Pero el hecho es que: Ya
ha fracasado y es obvio por qué.
Se
ha prestado mucha atención al reciente informe de la Casa Blanca que
registró un “desempeño satisfactorio” en ocho de los parámetros
del Congreso y “un desempeño poco satisfactorio” en seis otros (y
cuatro más recibieron evaluaciones mixtas). Fred Kaplan de Slate
y Patrick Cockburn del Independent, entre otros, han demostrado
la fraudulencia de esta evaluación. Cockburn resumió su ensañamiento
con el documento como sigue: “En realidad, los seis fracasos tienen
que ver con temas que son críticos para la supervivencia de Iraq,
mientras que los ocho éxitos son asuntos generalmente triviales.”
En
realidad, sin embargo, esos parámetros no tienen casi nada que ver.
No representan en nada los objetivos cruciales de la oleada, que
fueron enumerados claramente por el presidente en su discurso de enero
en el que anunció la operación:
“Nuestras
tropas tendrán una misión bien definida: ayudar a los iraquíes a
despejar y asegurar sus vecindarios, ayudarles a proteger a la población
local, y ayudar a asegurar que las fuerzas iraquíes que dejemos atrás
sean capaces de suministrar la seguridad que Bagdad necesita.”
El
éxito de semejantes “parámetros” puede ser apreciado de modo
relativamente fácil. Como lo describió el propio presidente Bush:
“Podemos esperar que veremos a soldados iraquíes persiguiendo a
asesinos, menos actos descarados de terror, y creciente confianza y
cooperación de los residentes de Bagdad.”
Se
suponía que esto sería logrado mediante dos iniciativas importantes.
La más visible: los militares de EEUU adoptarían una estrategia más
agresiva para pacificar vecindarios de Bagdad considerados como
baluartes de la insurgencia suní. Funcionarios de la ocupación
culpan a esta última por la mayoría de los vehículos bomba y otros
ataques suicidas que han devastado sobre todo vecindarios chiíes. La
segunda, menos visible (pero no menos importante) involucraba el
sometimiento del ejército Mahdi del clérigo Moqtada al–Sadr – la
mayor y más feroz de las milicias chiíes – a la que funcionarios
de la ocupación culpan de la mayor parte de los asesinatos por
escuadrones de la muerte dentro y alrededor de la capital.
Estos
cambios ya deberían haber sido discernibles en julio. Para entonces,
como dijo un “alto oficial militar estadounidense” al New York
Times, ya sería oportuno reconcentrar la atención en “la
restauración de servicios y la reconstrucción de los vecindarios.”
Para
juzgar la oleada ahora mismo – según los “parámetros” reales
del presidente – sólo tenemos que buscar una caída dramática en
los atentados con vehículos y de otros “de múltiples
fatalidades” en áreas pobladas, y una caída dramática en la
cantidad de cuerpos torturados y ejecutados hallados cada mañana en
varios vertederos alrededor de Bagdad.
Según
estas medidas, la oleada ya ha sido un miserable fracaso, algo que ya
comenzó a ser documentado en abril cuando Nancy Youssef de los periódicos
McClatchy informó que no había habido una disminución en las
muertes por atentados suicidas, y que, después de una disminución
inicial en la cantidad de cuerpos descartados por escuadrones de la
muerte alrededor de la capital, la cantidad estaba aumentando de
nuevo. (Estas tendencias han sido sustanciadas por la Brookings
Institution, que recolecta hace tiempo las últimas estadísticas de
Iraq.)
Una
manera más vívida de apreciar la naturaleza del fracaso casi instantáneo
de la operación oleada en general es anecdóticamente la lectura de
informes de campañas específicas – como el informe que Julian
Barnes y Ned Parker de Los Angeles Times enviaron desde el
vecindario Ubaidi de mayoría suní en Bagdad, con el título: “El
aumento de las tropas de EEUU en Iraq no estuvo a la altura.”
Concluyó inquietantemente: “Hasta ahora las fuerzas de EEUU no han
sido capaces de establecer la seguridad, ni siquiera para sí
mismas.”
O
podríamos señalar que, en lugar de desvanecerse, la violencia en
Iraq se desborda hacia nuevas áreas, más allá del alcance de las
brigadas de combate de EEUU involucradas en la oleada. O tal vez valga
la pena subrayar que, en julio, la altamente fortificada “Zona
Verde” en pleno centro de Bagdad – diseñada como el refugio
invulnerable para funcionarios estadounidenses e iraquíes – se
convirtió en un objetivo regular de atasques de morteros y cohetes
cada vez más destructivos lanzados desde vecindarios no pacificados
en otros sitios de la capital. Según los periodistas del New York
Times Alissa J. Rubin y Stephen Farrell, la Zona ha sido
“atacada caso a diario durante semanas.”
O
nos podríamos concentrar en el hecho de que las prolongadas líneas
de suministro necesarias para apoyar la oleada – masivos convoyes de
camiones con armas, munición y suministros que van hacia al norte
desde Kuwait hasta Bagdad – se han convertido en objetivos regulares
de los insurgentes. El periodista empotrado Michael Yon, informó
recientemente que, para convoyes en esta ruta, “no es poco usual que
sean desviados o demorados una media docena de veces o más por bombas
reales o presuntas.”
A
fin de cuentas, sin embargo, tal vea el mejor indicador es la fuerza
creciente del objetivo primordial de la oleada en las áreas chiíes.
Desde que el plan de la oleada fue lanzado oficialmente a mediados de
febrero, según Rubin del Times, el ejército Mahdi “se ha
apoderado efectivamente de vastas franjas de la capital.”
Actualmente
hay veinte mil soldados combatientes estadounidenses más dentro y
alrededor de la capital. (El resto de los 28.500 soldados que el
presidente envió en la oleada a Iraq fue despachado a otras
provincias fuera de la capital.) Esto ha significado que las tropas
estadounidenses en patrulla en cualquier momento dado han sido
triplicadas, pero que este hecho no ha producido ni significativamente
“menos actos descarados de terror” o progresos en “la restauración
de servicios y la reconstrucción de los vecindarios.” Así que no
puede sorprender que la oleada no haya generado “creciente confianza
y cooperación de los residentes de Bagdad.”
¿Por
qué no tratan de proteger las tropas de EEUU los mercados y mezquitas
chiíes? ¿Por qué, por lo tanto, ha fracasado la oleada? ¿Y por qué
ha sucedido tan rápido?
Esto
sólo tiene sentido si se explora la estrategia utilizada por los
militares de EEUU para reducir el número de atacantes suicidas y los
“atentados con múltiples fatalidades” que perpetran. Los ataques
terroristas de este tipo requieren cuatro elementos para tener éxito:
una organización capaz de crear esas bombas; un conjunto de
individuos dispuestos a arriesgar el sacrificio de sus vidas para
posicionar esos explosivos; una comunidad protectora dispuesta a
ocultar los preparativos; y una comunidad objetivo incapaz de impedir
la llegada de esas armas letales, de destrucción indiscriminada.
Virtualmente
todos esos ataques son organizados por yihadistas suníes y, mientras
la base de datos del Brookings muestra que muchos son orientados
contra objetivos militares o gubernamentales, la mayoría de las
muertes ocurre en atentados espectaculares en sitios de reunión pública
– “objetivos blandos” – en vecindarios chiíes. Hubiera
parecido lógico que los comandantes estadounidenses concentraran su
mayor fuerza militar en esas áreas obvias de atentados, estableciendo
puntos de control o puestos de guardia que registraran el tráfico de
autos y camiones que ingresen a áreas altamente vulnerables.
Esa
estrategia ciertamente podría haber funcionado si EEUU estuviera
dispuesto a formar una alianza con las fuerzas locales chiíes de
defensa vecinal. Lo que sucede, sin embargo, es que las comunidades
chiíes en Bagdad ya son bien patrulladas por el ejército Mahdi,
cuyos combatientes callejeros han demostrado su efectividad en la
ubicación de vehículos extraños o en su reacción ante
informaciones de residentes locales sobre coches o personas
sospechosos. Sin embargo, enormes lugares públicos, repletos con gran
cantidad de no residentes y de vehículos externos, requieren prácticas
de patrullaje denso. Los mahdis han sido capaces de generar esa
“densidad” de patrullaje sólo en la comunidad de su central, Sadr
City – el vasto barrio pobre en la parte oriental de Bagdad. Allí,
donde los mahdis tienen una inmensa presencia, casi no hubo ataques
suicidas hasta fines de 2006 cuando los militares de EEUU comenzaron a
enviar patrullas a la comunidad con el objetivo de desarmar,
desestabilizar, o destruir la milicia sadrista. Esto los obligó a
abandonar las calles, abriendo el paso para que los atacantes suicidas
llegaran a sus objetivos.
Si
EEUU hubiera decidido unir sus fuerzas con los mahdis, aumentando sus
patrullas vecinales con una fuerte presencia estadounidense en los
sitios de reunión pública, ciertamente habría interceptado a la
mayoría de los atacantes, con la excepción de los más decididos,
imaginativos, o afortunados. Sin embargo, no se adoptó esa
estrategia, por lo menos en parte porque habría fortalecido a los
mahdis, un grupo al que los militares de EEUU y el presidente Bush habían
– antes de su reciente obsesión con al–Qaeda en Iraq (AQI) – señalado
repetidamente como su enemigo más peligroso.
En
su lugar, la oleada ha sido obligada a concentrarse en el “aspecto
de suministros” de los atacantes suicidas. El teniente general
Raymond T. Odierno, comandante de las operaciones militares cotidianas
de EEUU dijo a Barnes del Los Angeles Times que la estrategia
contra los atentados se orientaba contra al Qaeda en Iraq porque
“son los que están creando los camiones bomba y los coches bomba...
Así perseguimos a los refugios que les permiten construir esas cosas
sin mucha interferencia.” Según Barnes, los generales encargados de
realizar el plan apoyaron la oleada contra los vecindarios suníes
porque: “por primera vez, tenemos suficientes fuerzas para
desarraigar a los combatientes de al Qaeda entrando a refugios en los
que las fuerzas de EEUU no han estado durante años.”
Por
lo tanto, la estrategia estadounidenses para impedir atentados
suicidas en las comunidades chiíes involucró la inundación de
comunidades suníes con inmensas cantidades de soldados.
Invadiendo
los semilleros de la insurgencia
Históricamente,
para “desarraigar” exitosamente a grupos como los combatientes de
al Qaeda se requiere una fuerza de ocupación capaz de alistar la
ayuda de grandes cantidades de personas dentro de la comunidad
anfitriona. Después de todo, los que planifican atentados con múltiples
fatalidades necesitan un nivel de tolerancia, si no el apoyo o la
participación directa de la comunidad circundante. Si los residentes
locales están totalmente alienados del esfuerzo, alguien emprenderá
una acción directa o tomará contacto con las autoridades ocupantes,
que entonces podrán hacer una redada en los sitios cruciales,
capturando o matando a los conspiradores.
Un
ataque contra “el lado del suministro” podría por lo tanto haber
sido una opción viable para los estadounidenses, si la comunidad
anfitriona fuera hostil a los yihadistas. En los hechos, esa
hostilidad existe en numerosas comunidades suníes, incluso entre
grupos insurgentes que constituyen la espina dorsal de la lucha contra
la ocupación estadounidense. Esa hostilidad se origina en parte en
una oposición por principio contra ataques a iraquíes – la mayoría
de los cerca de 30 principales grupos insurgentes han declarado explícitamente
que apoyan el uso de la fuerza armada sólo contra las fuerzas de la
coalición dirigida por EEUU, excluyendo a menudo de los ataques a las
unidades policiales y militares iraquíes. Pero la hostilidad también
proviene de las exigencias impuestas con violencia por los yihadistas
de que los ciudadanos locales se ajusten a sus creencias
fundamentalistas – incluyendo las prohibiciones del consumo de
alcohol y tabaco – así como en su insistencia de que los hombres se
dejen crecer barbas y que las mujeres lleven pañuelos de cabeza.
Como
resultado, una alianza táctica de conveniencia entre la ocupación y
la insurgencia suní nacionalista contra AQI y otros yihadistas
fundamentalistas ha constituido una opción para los militares de EEUU
desde los últimos meses de 2004, cuando EEUU rechazó una oferta de
dirigentes insurgentes en Faluya de expulsar a los yihadistas si EEUU
renunciaba a su inminente ataque contra la ciudad. El año después,
durante una gran ofensiva en la provincia Anbar Occidental, los
comandantes militares de EEUU se quedaron con los brazos cruzados –
a pesar de llamados explícitos pidiendo ayuda – mientras los
insurgentes locales libraban feroces batallas contra los yihadistas,
diciendo a reporteros empotrados que estaban dejando que dos enemigos
igualmente inaceptables se debilitaran mutuamente. Los comandantes
estadounidenses han enunciado repetidamente un principio general de
que jamás formarían una alianza con, o ayudarían a, algún “grupo
suní que haya atacado a estadounidenses.”
Desde
comienzos de 2007, al parecer han transigido en este principio en la
provincia al Anbar; en julio, bajo la presión del fracaso de la
oleada, también estaba siendo debilitado en Bagdad. Pero estas
alianzas con grupos de milicias locales de varios tipos involucran su
propia serie de problemas. Sólo crean enigmas para los estrategas de
EEUU ya que, por cierto, debilitan los objetivos principales de la
ocupación. Después de todo, los insurgentes contrarios a al Qaeda
– no los atacantes yihadistas con coches bomba – forman, de lejos,
la mayor fuerza en la insurgencia y son enemigos totales de la ocupación
así como del gobierno central iraquí dominado por chiíes y kurdos,
al que ven como un agente sea de la ocupación estadounidense o de las
intenciones imperialistas de Irán.
El
general de división Rick Lynch, que participó en negociaciones con
los insurgentes de Anbar, los citó como diciendo: “Os odiamos
porque sois ocupantes. Pero odiamos aún más a al Qaeda, y odiamos aún
más a los persas.” Bajo esas circunstancias, es casi seguro que
cualquier alianza sólo puede ser temporal, al fortalecer, como lo
hace, al principal antagonista de la presencia de EEUU. Cockburn, del Independent
resumió la situación como sigue:
“EEUU
está atrapado en un cenagal de su propia creación. Los éxitos que
logra son usualmente el resultado de endebles alianzas con tribus,
grupos insurgentes o milicias anteriormente hostiles. La experiencia
británica en Basora fue que esos matrimonios de conveniencia con
bandas locales debilitaron al gobierno central y contribuyeron a la
anarquía en Iraq. No dieron resultados a largo plazo.”
En
Bagdad, EEUU prefirió – por lo menos en los primeros meses de la
oleada – mantener su posición contra una alianza semejante con los
insurgentes chiíes. En su lugar, utilizó la presencia de militantes
de al Qaeda en comunidades suníes como una invitación para atacar a
las comunidades en sí, intentando “desarraigar” a los
insurgentes, que han sido su principal adversario durante todos estos
años, mientras capturaban o mataban a los activistas de al Qaeda
responsables de los ataques suicidas contra vecindarios chiíes.
Pero
esta estrategia ambivalente no tiene la menor esperanza de lograr el
apoyo de comunidades suníes locales y, sin ese apoyo, EEUU, no tiene
otra alternativa que adoptar una estrategia sombría, aunque directa,
de utilizar la fuerza bruta en vecindarios donde sus fuentes de
información (y por lo tanto de selección de objetivos) son, en el
mejor de los casos, extremadamente limitadas. Los militares, en
realidad, han tomado medidas tácticas tan burdas – y, a fin de
cuentas, contraproducentes – como erigir masivas barreras alrededor
de comunidades suníes elegidas como objetivos para impedir que su
presa se escape; dotar de personal puntos de control en todas las
entradas para capturar a sospechosos con armas y explosivos en sus vehículos
e instalar puestos avanzados dentro de esas comunidades hostiles para
crear una presencia de reacción rápida durante las 24 horas. Peor
todavía, han realizado allanamientos casa por casa con destrucción
de las puertas a la busca de individuos sospechosos, armas, o
literatura – el tipo de actitud que, desde hace años, es conocida
porque enajena a fondo a los habitantes de los vecindarios afectados.
Esta
estrategia asegura que el fracaso de la oleada no sea un fenómeno
pasajero. Lleva, ante todo, al tratamiento brutal de los civiles
locales (de un tipo documentado recientemente en la revista Nation
por Chris Hedges y Laila al–Arian a través del testimonio de
personal militar estadounidense) – en puntos de control, por
patrullas, y de modo más impactante durante esas invasiones de
hogares. Esos ataques sólo generan más odio contra la ocupación, lo
que, por supuesto, aumenta el apoyo para las guerrillas locales. Como
recordaba un soldado, quien, antes en la guerra, participó en un
allanamiento de morada a medianoche que aterrorizó a una docena de
miembros de una familia iraquí: “Pensé entonces en mi familia y
pensé: ‘Si yo fuera el patriarca de la familia, si soldados
vinieran de otro país e hicieran esto a mi familia, también sería
insurgente.’”
Esas
aplicaciones localizadas de fuerza “abrumadora,” cuando encuentran
una resistencia continua, llevan a pedir apoyo aéreo o, en algunos
casos, fuego de artillería. Una estrategia que asegura que se matará
y herirá a guerrilleros y habitantes locales por igual, destruirá
casas, generará más refugiados, arruinará las economías locales y,
finalmente, creará vecindarios fantasmagóricos, inhabitables.
Irónica
(pero lógicamente), mientras las comunidades afectadas han sido
inhabilitadas por semejantes operaciones prolongadas, tanto la
insurgencia como los yihadistas sólo se han fortalecido. Los ataques
repletaron las filas de la insurgencia, mientras un suministro pequeño
pero suficiente de individuos amargados se mostraron dispuestos a
sacrificar sus vidas para lograr una cierta venganza contra la ocupación
estadounidense y / o sus aliados chiíes.
En
cuanto al pequeño grupo de planificadores y fabricantes de bombas
yihadistas, la mayoría escapa de los vecindarios afectados cuando
estos están bajo presión, después de cosechar una nueva ola de
amargura para alimentar una nueva ola de atentados suicidas.
Mientras
tanto, de vuelta en Sadr City…
En
las áreas chiíes, por otra parte, los estadounidenses aseguraban una
oportunidad sin precedentes para que atacantes suicidas rompieran la
seguridad el ejército Mahdi. En el segundo flanco de la oleada,
patrullas estadounidenses fueron enviadas a esas comunidades chiíes
para atacar a dirigentes locales del ejército Mahdi. Aunque estas
operaciones no llegaron a parecerse a las invasiones de envergadura
realizadas contra vecindarios suníes tendieron, a pesar de ello, a
forzar a las patrullas del Mahdi a abandonar las calles, abriendo esas
comunidades a los ataques suicidas yihadistas.
Después
de haberse trasladado a nuevos locales (aparentemente en los suburbios
de Bagdad), la dirigencia yihadista utilizó a voluntarios suicidas
recientemente reclutados para aprovechar esta repentina vulnerabilidad
con una ola de ataques que aumentó la cantidad de muertes chiíes por
atentados con múltiples fatalidades registrada en la base de datos
del Brookings, de menos de 300 antes del comienzo de la oleada a mucho
más de 400 en los meses después de su inicio.
Y
luego vinieron los escuadrones de la muerte. Originalmente, parecían
haber sido organizados con miembros de la milicia chií por personal
militar y de inteligencia de EEUU y ubicados en el Ministerio del
Interior iraquí. Copiados de los escuadrones de la muerte organizados
por EEUU en Centroamérica en los años ochenta, tenían el propósito
de asesinar a presuntos dirigentes suníes de la resistencia y así
debilitar a esta última.
Después
del atentado contra la Mezquita Dorada en Samarra el 22 de febrero de
2006, los escuadrones de la muerte lograron una independencia parcial
o plena de sus organizadores estadounidenses y comenzaron a atacar a
hombres suníes en campañas indiscriminadas de tortura y ejecución,
justificadas con el argumento de que se les sospechaba de participar
en ataques contra comunidades chiíes. Tal como los atacantes con
coches bomba se veían como ejecutores de represalias contra
atrocidades estadounidenses y del gobierno iraquí en comunidades suníes,
los escuadrones de la muerte se ven como ejecutores de los
perpetradores yihadistas de ataques contra sus vecinos y sus posibles
partidarios.
Cuando
comenzó la oleada, disminuyó la cantidad de asesinatos de los
escuadrones de la muerte, aparentemente en parte porque los miembros
de los escuadrones de la muerte esperaban que las ofensivas
estadounidenses en las comunidades suníes reducirían
significativamente los ataques suicidas. Pero como esta esperanza fue
defraudada, la cantidad de asesinatos por los escuadrones de la muerte
comenzó a aumentar de nuevo.
La
ocupación enfrenta un dilema de “perder o perder”
Ante
esta última debacle, el presidente Bush y sus generales comenzaron a
argüir – ante el Congreso, la opinión pública estadounidense, el
pueblo iraquí, y el mundo – que hay que reprogramar el momento para
los parámetros. Primero, fue de julio a septiembre, y luego de
septiembre a noviembre, y pronto después de 2007 a 2008, y últimamente
de 2008 a 2009. El Congreso (que ha suspendido temporalmente su debate
sobre la política en Iraq) y la opinión pública estadounidense (en
la que Bush registró recientemente una mejora excesivamente modesta
en el nivel de “aprobación”) podrían dar al presidente algo más
de respiro sobre la base de estos llamados.
Pero
los eventos en el terreno en Iraq no reaccionaron ante los llamados
presidenciales o el risueño testimonio de los generales. En Bagdad y
en las provincias circundantes, la situación ya ha llegado a lo que
se podría considerar como la realidad post–oleada. En parte como
consecuencia de la estrategia de la oleada, la limpieza étnica en los
principales vecindarios de Bagdad puede estar cerca de ser completa;
mientras tanto, en el norte, la tambaleante relación entre los kurdos
y Turquía vacila al borde de una guerra caliente, mientras el caldero
kurdo–turkmeno–árabe en Kirkuk, ciudad rica en petróleo, puede
estallar en todo momento para convertirse en un nuevo Bagdad.
Mientras
sucede todo esto, dirigentes militares estadounidenses desesperados
han adoptado, amplificado, y expandido su alianza contra al Qaeda en
Irak con guerrillas locales en la provincia al Anbar – y hablan del
desmantelamiento de milicias iraquíes – y nos orientamos hacia una
nueva serie de desastres. Estos ya pueden haber comenzado, comenzando
con una confrontación entre el comandante estadounidense del plan de
la oleada, general David Petraeus, y el jefe del cada vez más
asediado y tambaleante gobierno iraquí, el primer ministro Nuri
al–Maliki. Según Juan Cole en su sitio en la Red, Informed
Comment: Maliki “teme que una vez que los miembros de las tribus
suníes hayan despachado a ‘al Qaeda’ se vuelvan contra el
gobierno de mayoría chií con sus nuevas armas estadounidenses.”
Para impedirlo, “ha considerado pedir a Washington que saque al
general de Bagdad.” Para el presidente Bush, que evidentemente se lo
jugó todo con la carta de la oleada del general Petraeus, esto sería
inconcebible, lo que significa que la próxima crisis en la política
en Iraq – y probablemente varias posteriores – ya ha comenzado.
Como
lo describe Mahmud Othman, veterano política iraquí: “Los
estadounidenses han sido derrotados. No han logrado ninguno de sus
objetivos.”
(*)
Michael Schwartz, profesor de sociología y director de facultad en el
Colegio de Pre–Grado de Estudios Globales en la Universidad Stony
Brook, ha escrito extensivamente sobre la protesta popular y la
insurgencia, y sobre la dinámica empresarial y gubernamental
estadounidense. Sus libros incluyen: “Radical Protest and Social
Structure and Social Policy” y “The Conservative Agenda”
(editado, con Clarence Lo). Su trabajo sobre Iraq ha aparecido en
numerosos sitios en Iternet, incluyendo a Tomdispatch, Asia Times,
Mother Jones, y en ZNET; e impreso en Contexts, Against the Current, y
Z Magazine. Su correo es: Ms42@optonline.net.
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