Los
presentes del Tío Sam
Por
Juan Gelman
La
Haine, 06/08/07
La
secretaria de Estado Condoleezza Rice anunció algunos regalitos para
los países árabes amigos y, desde luego, para Israel también:
13.000 millones de dólares de ayuda militar a Egipto y 30.000
millones a Tel Aviv.
Dijo
Condi: “La modernización de las fuerzas armadas de Egipto y de
Arabia Saudita (con la que se negocia un acuerdo similar) ayudará a
nuestros socios a enfrentar la amenaza de los radicalismos y a
cimentar su papel de líderes regionales en la búsqueda de la paz en
Medio Oriente y la libertad y la independencia de Líbano” (Reuters,
1–8–07). En realidad, se trata de un cambio de estrategia para
atacar a Irán, una empresa que no entusiasma a los gobiernos
europeos.
El
nuevo giro tiene dos rostros: armar a los países sunnitas, mayoría
en la región, y brindar un festín al complejo militar–industrial
estadounidense, como lo bautizó el general Dwight Eisenhower. La Casa
Blanca ofrece presentes similares a Jordania y a los pequeños, pero
muy ricos, Emiratos Arabes Unidos. “Los saudíes se han comprometido
a pagar al contado (los armamentos), sin demoras ni plazos. Hay en
juego muchos intereses y sobre todo muchísimo dinero”, declaró una
fuente del Pentágono (El País, 30–7–07).
El
otro rostro: hace tiempo que la Casa Blanca procura frenar una
consecuencia de la guerra contra Irak que no esperaba, es decir, el
aumento de la influencia del Irán chiíta en el chiíta gobierno
iraquí después del derrocamiento del sunnita Saddam Hussein. Como
suele ocurrir, poco le importa a Washington, en aras de su
conveniencia, convertir al amigo en enemigo y viceversa.
El
notable periodista Seymour Hersh había adelantado esta conversión de
la Casa Blanca, destinada a enfrentar entre sí a sunnitas y chiítas,
incluso iraquíes, que se han quedado solos en el gobierno y en el
Parlamento del país. Hersh reveló que EE.UU. financia en Líbano a
grupos radicales sunnitas como Fatha al–Islam y, en Pakistán, a los
Jundullah que incursionan en territorio iraní para perpetrar actos
terroristas (The New Yorker, 5–3–07).
El
rearme norteamericano de esos estados árabes tiene, a su vez, dos
objetivos: cercar a Irán con un formidable potencial de guerra y
dotarlos de medios para reprimir la disidencia interna. Hay ejemplos:
en las elecciones presidenciales del 2005 en Egipto, su presidente
Hosni Mubarak mandó preso al candidato opositor Ayman Nour, probable
vencedor, por “fraude electoral”. Una proyección, como se dice.
La
Casa Blanca aumentará el repudio del mundo árabe con semejante
estrategia, para no pensar en que si algunas de esas armas cae en
manos de los terroristas, la debilitada monarquía saudí –blanco de
repetidos ataques de Al Qaida– no la pasaría muy bien y tampoco los
emiratos del Golfo, más frágiles aún. Confirma que EE.UU. es el
poder detrás del trono de corruptos reyes y emires del Golfo que vacían
las riquezas nacionales y venden barato el oro negro. Como señalara
Michael Schener, que durante 22 años fue agente de la CIA y en
1996/99 el encargado de atender a Osama en la guerra contra los soviéticos,
“las fuerzas y las políticas de EE.UU. están completando la
radicalización del mundo islámico, algo que Osama bin Laden trató
de hacer con éxito relativo desde los comienzos de los años ’90.
En consecuencia, me parece correcto concluir que EE.UU. sigue siendo
el único aliado indispensable de bin Laden” (Harpers’s Magazine,
23–8–06).
Israel
ha aceptado –a regañadientes– el fortalecimiento militar de
Arabia Saudita y otros estados árabes, pero el aumento del 25 por
ciento de la asistencia estadounidense en la materia ha conformado a
Tel Aviv. Incidentalmente, según prolijas estimaciones de la fundación
American Educational Trust basadas en documentos oficiales, Israel ha
recibido desde 1949 hasta el 2006 una ayuda militar directa de EE.UU.
que asciende a 108 mil millones de dólares; hay más verdes, pero
disimulados en rubros presupuestarios de diferentes ministerios y
organismos, el Pentágono en especial (Washington Report on Middle
East Affairs, julio de 2006). Otros 30.000 millones nunca vienen mal.
Condoleezza
Rice y el jefe del Pentágono Robert Gates viajaron a Medio Oriente
con las manos llenas de ofertas armamentistas: Arabia Saudita podrá
comprar bombas guiadas por satélite, defensas misilísticas y hasta
cazas más modernos todavía con los 20.000 mil millones de dólares
que la Casa Blanca le propone. En la Universidad Estadounidense de El
Cairo la misma Rice –¿o era otra?– afirmó en junio del 2005:
“Durante 60 años, mi país, EE.UU., procuró la estabilidad en
Medio Oriente a expensas de la democracia en la región. Y nada
conseguimos. Hoy tenemos una postura diferente. Apoyamos las
aspiraciones democráticas de todos los pueblos”.
Se
ve: EE.UU. invade países, desconoce el triunfo electoral de Hamas,
rearma a Mubarak, presidente continuo de Egipto desde 1981, y a las
elites sunnitas de los países del Golfo, no menos autócratas que
Saddam Hussein. La concepción de la democracia del gobierno Bush es
verdaderamente rara.
PsyOp
Por
Juan Gelman
Página
12, 09/08/07
El
presidente Bush ha modificado las prioridades de sus justificaciones
para continuar la guerra en Irak: Osama bin Laden había prácticamente
desaparecido de la propaganda oficial y de los grandes medios del país,
pero en enero de este año Al Qaida pasó a ocupar el primer lugar en
la lista y su centro operativo sería, precisamente, el país árabe.
Volvió el argumento que se esgrimió –entre otros– para invadirlo
después de Afganistán. Como las presuntas armas de destrucción
masiva, nunca aparecieron pruebas de la relación Saddam
Hussein/Osama. Colin Powell, entonces secretario de Estado de W.,
declaró ante el Consejo de Seguridad de la ONU –un mes antes de la
invasión– que “Irak alberga hoy una red terrorista mortífera
dirigida por Abu Mussab Zarkawi, partidario y colaborador de Osama bin
Laden”. Parece que no.
Powell
dio el puntapié inicial de una vasta PsyOp –acrónimo de
psychological operation–, destinada especialmente a la opinión pública
norteamericana y realizada por el equipo de tareas 626, unidad de élite
del ejército estadounidense. Zarkawi se declara responsable de hechos
bárbaros como la decapitación de un trabajador humanitario japonés
(octubre de 2004), el atentado terrorista en un mercado iraquí (julio
de 2005), la tortura y decapitación de dos marines y el asesinato de
cuatro diplomáticos rusos (junio de 2006), entre otros crímenes
incontables. Por ejemplo, la destrucción del domo de la mezquita chiíta
de Al Askari.
Las
dos campañas de Zarkawi –la terrorista y la propagandística– son
analizadas en varios memorándum militares internos a los que tuvo
acceso el Washington Post (10–4–06): “Demonizar a Zarkawi” se
titula uno de 2004. En otro se asienta una conclusión del general
Mark Kimmit, vocero entonces de los ocupantes: “El programa PsyOp
Zarkawi es la campaña de información más exitosa hasta el
presente”. De desinformación, quiso decir tal vez. Lo que calló es
que Zarkawi era una criatura de los servicios de Inteligencia de
EE.UU., Gran Bretaña, Pakistán y Arabia Saudita cuyos aportes se
encadenaron así: el ISI, servicio de espionaje paquistaní, hace
mucho que entrena a mercenarios de Al Qaida con fondos anglosajones
que administraba el príncipe saudí y embajador ante EE.UU. Bandar
bin Sultan hasta que fue llamado a su país. Instalado en Bagdad el
gobierno títere iraquí, los organizadores de esta PsyOp estimaron
que Zarkawi ya no era necesario y es muerto –se dice– en junio de
2006.
El
empantanamiento en Irak, la caída de la popularidad de Bush al nivel
más bajo registrado por un presidente norteamericano desde Nixon y la
creciente demanda de la opinión pública de EE.UU. de que las tropas
vuelvan a casa requerían la creación de otro temible terrorista de
Al Qaida. El 15 de octubre de 2006 las cadenas de TV de EE.UU. y de
todo Occidente proyectaron un video en el que un individuo
enmascarado, Abu Omar al Baghdadi de nombre, se proclamaba Comendador
de los Creyentes y dirigente del “Estado Islámico Iraquí”
instaurado por al Qaida. El señor llamaba a todos los jihadistas a
cerrar filas bajo su mando para perseguir a los impíos, los cruzados
y los judíos (BBC, 15–10–06). En un año, el “Al Qaida de
Irak” se atribuye numerosas ejecuciones sumarias, lo cual subraya la
continuidad de la amenaza islámica para Occidente. Curioso –¿realmente?–
es que no tardara en “declarar la guerra” a Irán y en convocar a
los sunnitas a unirse contra los impíos chiítas que lo gobiernan.
Otra expresión de la nueva estrategia de la Casa Blanca para atacar
al régimen de Teherán (véase Página/12, 5–8–07). De pronto
asomó la verdad.
¿Cómo
explicar que, pese al aumento de tropas norteamericanas en Irak,
mueran marines y soldados cada día –las tres cuartas partes por
ataques de Al Qaida, dice el Pentágono–, para no mencionar a los
miles de civiles iraquíes? ¿Cómo explicar que no se haya podido
capturar aún al terrible Abu Omar al Baghdadi? La respuesta es
simple: nunca existió. Lo admitió en Bagdad el 18 de julio pasado el
general Kevin Bergner, actual vocero militar de los ocupantes, quien
dio una extraña explicación: el personaje era una invención de Al
Qaida. El que aparece en el video es el actor iraquí Abu Abdullah al
Naima (The New York Times, 18–7–07). Pero W. sigue hablando de las
células de Al Qaida que en Irak preparan nuevos atentados en
territorio estadounidense. Qué situación.
Hay
más curiosidades. Cuando Bin Laden reconoció que era el autor de los
atentados del 11/9, confirmó en un video el relato de la Casa Blanca,
aunque sobran indicios de que la versión oficial no responde a la
verdad de los hechos. Cuando Zarkawi se autoproclamó Comendador de
los Creyentes, Osama bin Laden lo declara “emir de Al Qaida en
Irak” mediante un video difundido en diciembre de 2004. Cuando Abu
Omar al Baghadadi proclama la existencia del Estado Islámico iraquí,
Ayman al Zawahiri, número 2 de al Qaida, lo bendice en un video
emitido en junio de 2006. Si Zarkawi y al Baghdadi son producto de
programas de PsyOp, Osama es un instrumento más de estas operaciones
destinadas a convencer al pueblo estadounidense de que la guerra en
Irak ha sido, es y será absolutamente justa y necesaria. ¿Quizá por
eso nunca lo capturan?
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