Comentario
al libro de dos expertos militares israelíes sobre el ataque al Líbano
y las causas de su fracaso
Diciendo
NO a los cazadores de Goliat
Por
Gilad Atzmon (*)
Peacepalestine, 13/08/07
Red Voltaire, 17/08/07
Traducido por Manuel Talens (Rebelión)
Son
varias las razones que han dado lugar a la obsesión con Nasralá [2],
que llevó a los responsables israelíes a iniciar la segunda guerra
de Líbano. Israel siempre ha considerado a los líderes árabes como
meros individuos, no como representantes de sistemas políticos.
Incluso entre analistas de los medios y políticos, todos ellos se
referían a «Assad», a «Arafat» o a «Nasralá», en vez de a los
estados y organizaciones que representan. Para los responsables israelíes,
así como para los medios y la ciudadanía, el mundo árabe estaba
dirigido por personas, no por sistemas de gobierno, y la mejor manera
de influir en él era lanzar una bomba en el lugar adecuado.
(“Cautivos en Líbano”, de los autores israelíes Ofer
Shelah y Yaov Limor [3])
Los israelíes tienen
tendencia a personalizar los conflictos, lo cual no los convierte en
originales ni innovadores. De hecho, lo único que hacen es seguir el
ejemplo de la Biblia. En la cosmovisión judaica, la historia y la ética
se reducen a menudo a un banal principio de oposición entre dos
conceptos. Por ejemplo, la lucha a muerte entre David y Goliat
personaliza la lucha entre los «buenos» israelitas y los «malos»
filisteos.
Incluso si este
relato bíblico puede entenderse desde una óptica meramente
literaria, las semejanzas con los israelitas actuales son bastante
perturbadoras. En Israel, hay un camino directo que conduce desde el
asesinato a un cargo en el gobierno. Una y otra vez los israelitas
contemporáneos suplican a sus muy condecorados asesinos que sean sus
reyes, que dirijan su ejército y luego que se integren en el
gabinete. Eso es lo que pasó con Sharon, Barak, Mofaz, Halutz,
Dichter y muchos más.
Sin embargo, los
israelíes no son los únicos en esto. La tendencia a personalizar y
concretizar la historia es bastante común entre lo demás judíos.
Para muchos de ellos el Tercer Reich se limita a Hitler y Goebbels. El
antisemitismo se reduce a menudo a Wagner, Marx, Weininger, etc. Esta
personificación simplifica la realidad circundante, el curso de la
historia y su interpretación: si muere Hitler, el Tercer Reich puede
desaparecer; si se prohíbe a Wagner, lo mismo podría pasar con el
antisemitismo.
Esta tendencia a
personalizar los conflictos, las ideologías y la visión del mundo es
algo infantil: lo que no se ve deja de existir. Concuerda también con
el paradigma bíblico del “ojo por ojo y diente por diente”. Sin
embargo, eso no es más que una forma de autoengaño que asocia erróneamente
lo abstracto con alguna banal concretización y evita cualquier
compromiso intelectual con la ideología, la crítica o la reflexión.
Es evidente que la
interpretación sionista sólo se implica con el síntoma concreto,
con la manifestación más simple de la animosidad que lo rodea, en
vez de con el núcleo del problema. Hitler cayó derrotado, los judíos
son ahora bienvenidos en Alemania y en Europa, pero el Estado judío y
los hijos de Israel son igual de impopulares en Oriente Próximo que
sus abuelos en Europa hace sólo seis décadas. Al parecer, es la
personificación de la Segunda Guerra mundial y del Holocausto lo que
impidió que los israelíes y sus partidarios interiorizasen el
verdadero significado de las condiciones y los acontecimientos que
condujeron a su destrucción.
Si los sionistas
comprendiesen el verdadero significado de su Holocausto, el israelita
de nuestro tiempo podría prevenir la destrucción que puede estar
aguardándolo en el futuro. De manera similar, Wagner puede ser
prohibido en Israel, pero las condiciones que llevaron a que Marx,
Weininger y Wagner dijeran lo que tenían que decir siguen
inalteradas. Parece ser que cada vez hay más gente en el mundo que
hoy reacciona política, crítica e ideológicamente contra Israel,
contra el sionismo, contra el tribalismo judío y contra las políticas
inhumanas y atroces implícitas en el nacionalismo judío y en sus
consecuencias políticas y culturales.
Pero seamos claros,
no son sólo los israelíes quienes personalizan los conflictos.
Gracias a los neoconservadores (neocons) y a su enorme influencia
actual en el ámbito político anglo-estadounidense, todos estamos
sujetos a alguna simplificación y personalización de casi cualquier
conflicto occidental. Todas las guerras occidentales tienen un
“rostro” en la actualidad: la “guerra contra del terror” se
asocia con el rostro de Ben Laden; la supuesta “liberación del
pueblo iraquí” incluía el rostro de Sadam Husein en la primera
carta de la baraja. En la guerra sionizada de los neocons cualquier
conflicto ideológico se convierte en un complot para un asesinato
personal. Vale la pena recordar que antes de que los neocons lanzaran
su exitoso intento de sionizar USA y el Reino Unido, estos dos países
solían comprometerse en guerras ideológicas impersonales y en
conflictos políticos: ambos lucharon valientemente contra la Alemania
del Tercer Reich (en vez de sólo contra Hitler). También se
enfrentaron durante la guerra fría con los “rojos” (no sólo con
Stalin).
Hoy ya no es así. En
un mundo hecho a la medida por los neocons, el sistema político se
reduce a un simplista enfrentamiento bíblico contra Goliat. Nosotros
los buenos, los David, nos enfrentamos a los Goliat: Sadam, Ben Laden,
Assad y Ahmadineyad.
Sin embargo, a estas
alturas ya deberíamos saber hasta qué punto esta manera de actuar es
banal. De la misma manera que Israel ha fracasado en su intento de
derrotar la resistencia palestina matando a cada uno de sus dirigentes
más destacados y en su intento de derrotar a Hezbolá descabezando su
dirigencia, USA y el Reino Unido fracasarán en sus luchas homicidas
sionistas actuales. Sadam está muerto y, a pesar de ello, Iraq y sus
campos petrolíferos todavía siguen lejos de su alcance. Ben Laden
nunca muestra su cara en público, pero la guerra contra el terror no
ha logrado sus objetivos.
Me gustaría creer
que los ciudadanos occidentales sabrán apreciar la derrota cada vez más
clara de Israel y de sus grupos de presión. Debemos decir NO a las tácticas
sionistas, debemos decir NO a los agentes sionistas, debemos decir NO
a los cazadores de Goliat.
Anatomía
de una derrota colosal
Un año después de
la humillante derrota israelí en Líbano he tenido ocasión de
estudiarla a través de los ojos de dos renombrados analistas
militares, Yoav Limor y Ofer Shelah. En un reciente libro titulado Cautivos
en Líbano, ambos han logrado recopilar un diario muy minucioso de
la cadena de acontecimientos que llevaron a la guerra, de la propia
guerra y de la interminable lista de fracasos operativos, tácticos y
estratégicos israelíes. Pero en su libro Limor y Shelah no se
limitan al ejército y sus mandos, sino que retratan hábilmente una
sociedad que ha perdido el norte, que se ha alejado poco a poco de su
propia realidad y de su entorno; de una sociedad abocada a un fracaso
moral absoluto, gobernada por líderes política y militarmente
egotistas y egocéntricos.
La derrota militar
israelí del año pasado en Líbano pilló al mundo por sorpresa. En
un principio asustó al gobierno de Bush y a Tony Blair, que con suma
rapidez dieron luz verde a Israel para destruir el liderazgo de la Shía
libanesa y de arrasar las infraestructuras civiles de Líbano. Pero
Bush y Blair no fueron los únicos sumidos en la conmoción, el mundo
árabe también quedó anonadado. Los líderes árabes no están
acostumbrados a la derrota del ejército israelí. Los moderados de
entre ellos vieron por televisión las imágenes de cómo un solo clérigo
musulmán daba una lección a los israelíes de lo que es el desafío.
El jeque Hasan Nasralá y un número insignificante de combatientes
fueron los primeros árabes que derrotaron en el campo de batalla al
ejército israelí. Su victoria dejó hecho añicos a Israel.
El poder de disuasión
israelí desapareció por completo para convertirse en un tema de
investigación histórica. La cúpula de las Fuerzas de Defensa de
Israel también quedó conmocionada: un mes después de la guerra, el
general Udi Adam, Comandante en Jefe en el frente del norte, había
dimitido. No pasó mucho tiempo antes de que Dan Halutz, el jefe de
Estado Mayor, siguiera el mismo camino. Amir Peretz, el ministro de
Defensa, fue destituido por el primer ministro de entonces, Ehud
Barak. Está claro que los israelíes son conscientes de la magnitud
de su derrota en Líbano. Pero lo que no saben es cómo solucionar el
problema. Están encantados con la “buena vida” que llevan, han
sucumbido a la imagen de la tecnología y la riqueza.
Aunque no estoy
seguro de que el libro se traduzca a otras lenguas (está escrito en
hebreo), me inclino a clasificarlo como “de lectura obligada” para
todos los que estén interesados en los asuntos de esa región. Es una
mirada a la sociedad israelí en lo que parece su estado final de
destrucción disfuncional. Lo mejor que podrían hacer los
estadounidenses que han estado patrocinando estúpidamente los
aparatos de muerte israelíes durante casi cuatro décadas, los que
todavía creen que Israel es un “superpoder regional”, es leer
este diario de la cobardía militar israelí y de una disfunción política
general.
Aunque el libro no lo
dice de manera explícita, su mensaje está bastante claro. Israel
funciona como un megalómano y violento gueto judío motivado por un
fanatismo homicida que utiliza como herramientas la letal tecnología
yanqui. Tal como revelan Limor y Shelah, a pesar de que el conflicto
terrestre tuvo lugar en una franja muy angosta de la región (la
frontera israelí en su lado sur y el río Litani al norte), la
artillería israelí se las arregló para lanzar más de 170.000
bombas. En comparación, durante la guerra de 1973 contra dos
poderosos ejércitos estatales y en dos frentes muy amplios, los
israelíes sólo lanzaron 53.000 bombas. Las cifras relativas a las
fuerzas aéreas son incluso más sorprendentes.
A pesar de que el
servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas sólo disponía de
unos pocos objetivos concretos, la aviación israelí llevó a cabo no
menos de 17.550 misiones de combate, lo cual significa unas 520
misiones diarias, casi tantas como en la guerra de 1973 (605 por día).
Pero en 1973 la aviación israelí se enfrentó a dos fuerzas aéreas
bien equipadas, entabló una gran cantidad de combates aéreos y luchó
sin descanso contra los misiles soviéticos más recientes. Nada de
eso ocurrió en la segunda guerra de Líbano. Las Fuerzas Aéreas se
dedicaron únicamente a bombardear el territorio libanés. Arrojaron
literalmente todo lo que tenían a su disposición, de una manera tan
despiadada que en algunos lugares (como, por ejemplo, al sur de
Beirut), el efecto fue similar al infamante bombardeo arrasador
anglo-estadounidense de los años cuarenta.
¿Por qué los israelíes
reaccionaron con tanta crueldad ante a un episodio fronterizo local?
¿Por qué los jefes políticos y militares israelíes perdieron su
capacidad de hacer uso de consideraciones estratégicas y tácticas?
¿Por qué no determinaron objetivos militares a su alcance, lo cual
hubiese podido prestarle a su guerra un marco, una forma y una
justificación? En pocas palabras, ¿por qué los israelíes perdieron
el norte? Ésta es la cuestión crucial. A pesar de que Limor y Shelah
se abstienen de hacer tales preguntas, su libro se las arregla para
ofrecer algunas respuestas. Trataré de resumir algunos de sus
argumentos.
El
ejército
Empezaré por el ejército,
que en las últimas cuatro décadas ha experimentado una importante
transición. En los años que siguieron a la rápida invasión de
1967, los militares que fueron ascendidos para dirigirlo eran en
particular oficiales de tierra y generales de brigada al mando de
carros de combate. El Israel posterior a 1967 creía en la guerra relámpago
[Blitzkrieg], una violenta ofensiva que utiliza abundantes fuerzas
terrestres con apoyo aéreo cercano.
Tras la guerra de
1973 y el limitado éxito de la artillería y las divisiones
acorazadas, aquella tendencia cambió. Gradualmente, fueron los
veteranos de las unidades especiales israelíes quienes ascendieron a
los puestos de alto mando. Quizás el más famoso de estos veteranos
sea Ehud Barak, el muy condecorado oficial de comando que terminó su
carrera militar como jefe de Estado Mayor. Fue él quien eligió a sus
antiguos subordinados para puestos en la cúpula del ejército israelí.
Los oficiales de tierra fueron relegados.
Esta transformación
dentro del ejército israelí tenía dos motivaciones: en primer
lugar, la suposición proveniente del servicio de inteligencia de que
ningún Estado árabe emprendería por sí solo una guerra total
contra Israel en un futuro próximo y, en segundo lugar, el hecho real
de que tras la primera intifada y el aumento general de la resistencia
civil palestina, el ejército israelí se vio cada vez más
comprometido en operaciones de vigilancia.
Dicho cambio hizo que
no hubiese mucha necesidad de entrenamiento en operaciones terrestres
masivas. Las brigadas acorazadas y de artillería parecían inútiles
e incluso irrelevantes para las nuevas necesidades de defensa del
Estado judío. Grandes unidades de soldados pasaron a ocuparse de
vigilar Cisjordania y Gaza. En aquel cambio, quienes tomaron el mando
en lo que los israelíes percibían como su “guerra en contra el
terror” fueron inicialmente las unidades especiales israelíes y los
jefes de seguridad. Ello hizo que cada vez fuesen más los veteranos
de los comandos israelíes quienes se abrieran camino en la cúpula
del ejército y más tarde en la muy militarizada vida política
israelí.
Pero las cosas no
pararon ahí; no pasó mucho tiempo antes de que las unidades
especiales israelíes dejaran de aportar soluciones a lo que parecía
ser una resistencia civil palestina cada vez mayor. Enviar la sal de
la tierra judía a Gaza a altas horas de la madrugada pasó a ser
demasiado peligroso. Preciso es señalar que de la misma manera que
los israelíes adoran ver cómo sus muchachos aterrorizan a
palestinos, son incapaces de soportar el espectáculo de sus amados
“Rambos” muertos en una emboscada.
Fue sólo una cuestión
de tiempo que las Fuerzas Aéreas pasaran a ocuparse del desafío
palestino. Aprovechando la avanzada tecnología estadounidense, Israel
dejó que sus F-16 y sus helicópteros Apache lanzasen misiles
teledirigidos contra los objetivos civiles y militares palestinos. El
principio que guiaba esta estrategia era bastante simple: la aviación
estaba allí para mantener a los palestinos en un constante estado de
terror. Como consecuencia de ello, la aviación israelí se convirtió
durante la última década en la fuerza principal en la guerra contra
Palestina, contra el pueblo palestino y contra su inminente dirigencia
islámica. Las Fuerzas Aéreas desarrollaron pronto una táctica que
fue denominada “asesinato selectivo”.
De acuerdo con la
nueva doctrina militar israelí, lo único que se necesitaba eran unas
pocas operaciones de inteligencia en tierra, seguidas por el
lanzamiento aéreo de un misil estadounidense teledirigido en la
superpoblada Gaza. Los resultados estaban claros. En unos casos los
palestinos fueron selectivamente asesinados, en otros muchos junto a
ellos murieron civiles inocentes que habían tenido la mala fortuna de
estar en el entorno, en el lugar equivocado y en el momento
equivocado. En otras muchas ocasiones los pilotos erraron el tiro o el
servicio de inteligencia les dio falsas instrucciones. Muchos civiles
palestinos, ancianos, mujeres y niños murieron así. Evidentemente, a
nadie le importaba eso en Israel. Cuando a Dan Halutz, que todavía
era el comandante de las Fuerzas Aéreas, le preguntaron qué se sentía
al lanzar una bomba que mata a catorce civiles palestinos, su
respuesta fue breve y simple. “Se siente una ligera sacudida en el
ala izquierda”. Halutz, el oficial de sangre fría, el militar que
ordenó el asesinado de tantos palestinos, era el hombre correcto en
el lugar correcto y no pasó mucho tiempo antes de que tomara el mando
del ejército israelí.
Conforme pasaba el
tiempo, el gobierno israelí se abstuvo de poner en peligro a sus jóvenes
soldados. La guerra israelí “contra el terror” se ha convertido
en una guerra muy segura, casi en un videojuego. El jeque Yassin, el
doctor Rantisi y muchos otros civiles cayeron víctimas de esta táctica
homicida. Todo parece indicar que al mando militar israelí se le subió
a la cabeza el éxito de su nuevo método de asesinar. Los israelíes
tenían un nuevo dios, la “superioridad tecnológica”. La última
hornada israelí de generales, muchos de ellos pilotos y veteranos de
unidades especiales, se acostumbró a la creencia de que Israel puede
mantener su superioridad regional haciendo uso de su superioridad
tecnológica y de su capacidad armamentística.
Tal como Limor y
Shelah muestran en su libro, en la última década los soldados israelíes
dejaron literalmente de entrenarse en cualquier forma de operaciones tácticas
a gran escala. Si las Fuerzas Aéreas atacan a los enemigos de Israel
en sus dormitorios, ¿quién necesita carros de combate y artillería?
Tras un entrenamiento inicial y mínimo, los jóvenes tanquistas
israelíes fueron destinados a tareas elementales de vigilancia en los
territorios ocupados. En la práctica, no sólo dichos soldados cumplían
tareas militares ajenas a su formación en carros de combate y
artillería, sino que no estaban familiarizados en absoluto con
ninguna forma de maniobras tácticas de grandes operaciones. En otras
palabras, el ejército israelí dejó de estar listo para el combate.
Por
eso los palestinos ganaron la guerra
Muchos analistas
consideran que la resistencia palestina es una lucha militarmente inútil.
Al fin y al cabo, poco daño puede hacer un grupo de niños que lanzan
piedras. La lectura del libro de Limor y Shelah insinúa que, en
realidad, la lucha palestina estaba lejos de ser inútil. A decir
verdad, fue precisamente la resistencia civil palestina lo que dejó
exhausto, en un estado de parálisis, a las Fuerzas Amadas israelíes.
Fue la resistencia palestina la que llevó al límite al ejército y
logró que los militares israelíes dejasen de prepararse para la
“próxima guerra”. Fueron los palestinos quienes convirtieron a
los soldados israelíes y a sus comandantes en un grupo de cobardes
que prefieren ganar guerras sentados frente a monitores y manipulando
joysticks. Han sido los palestinos quienes deshabilitaron de forma
devastadora la capacidad de ataque de las Fuerzas Armadas.
Esto es lo que el
jeque Hasan Nasralá ha estado sugiriendo en la mayoría de sus
discursos declamatorios. Israel se estaba “escondiendo tras la
superioridad tecnológica para ocultar su cobardía e incomprensión
de lo que implica vivir en Oriente Próximo” [4].
El ejército israelí
se ha acostumbrado a aniquilar civiles palestinos en sus casas,
asesinar a sus nuevos dirigentes, aterrorizar a mujeres embarazadas en
puestos de control, bombardear a niños en sus escuelas, lo cual es
bastante fácil. Por eso, cuando el ejército israelí tuvo que
enfrentarse a pequeños grupos de entusiastas mal entrenados de la
organización paramilitar, fracasó de forma infamante. Se derrumbó a
pesar de su superioridad tecnológica; fue derrotado a pesar de su
abrumadora capacidad armamentística, a pesar del apoyo desvergonzado
de Bush y Blair. El ejército israelí naufragó porque era
incompetente, no estaba preparado para luchar, no sabía cómo hacerlo
y, lo que es peor, ni siquiera sabía por qué luchaba.
Poco después de que
el conflicto en Líbano se transformase en una guerra total (por lo
menos para Israel), la mayor parte de los generales israelíes se
dieron cuenta de que su ejército carecía de medios para
contrarrestar la lluvia de cohetes Katiusha que lanzaba Hezbolá. Si
el objetivo inicial israelí consistía en detener los Katiusha y
rescatar a los dos reservistas israelíes capturados, tal objetivo no
se cumplió. El mando israelí tuvo que aceptar que sin un buen
servicio de inteligencia su superioridad armamentística y tecnológica
era irrelevante. Resulta divertido comprobar cómo, en pocos días,
los dirigentes israelíes adoptaron un vocabulario de estilo
posestructuralista. En vez de ofrecerle a la población de Israel una
simple “victoria” empezaron a hablar de “discurso de la
victoria”. A los pocos días del inicio de la campaña los militares
israelíes ya no se referían a la “victoria” en sí misma, sino a
la “imagen de la victoria”. Shimon Peres utilizó el término
“percepción” de la victoria. A pesar de todo, ni la “percepción”
ni la “imagen” de la victoria pudieron alcanzarse.
La
única democracia de Oriente Próximo
Por muy inútil que
resultara el ejército israelí, el gobierno israelí no fue mejor. El
primer ministro Ehud Olmert, el hombre al que habían votado para
“retirarse” de los territorios palestinos, demostró que sabía
muy poco de asuntos militares. Por si esto no fuera suficiente, el
antiguo sindicalista Amir Peretz, el hombre a quien Olmert había
nombrado ministro de Defensa, carecía también de preparación en
asuntos de defensa. Por primera vez en su historia, Israel estaba
dirigido por dos políticos profesionales sin pasado militar. Ante una
situación así, cualquiera podría esperar que un cambio tan radical
limitara la tendencia a la línea dura de los militares y políticos
israelíes. En la práctica sucedió lo contrario. Tanto Peretz como
Olmert se vieron arrastrados y manipulados por el sanguinario jefe de
Estado Mayor hacia un conflicto a gran escala. Teniendo en cuenta su
inexperiencia y el poco tiempo que habían estado en sus cargos
respectivos, ni a Olmert ni a Peretz se les ocurrieron soluciones
alternativas de nuevo cuño para evitar el conflicto y salir airosos.
En vez de contener al ejército y darle una oportunidad a la
diplomacia, dejaron que Halutz llevase el país hacia una escalada
innecesaria. Sin comprender lo que estaba pasando, el gobierno israelí
terminó prometiéndole a Halutz el tiempo y el apoyo que necesitaba
para lograr objetivos que estaban fuera de su alcance.
Pero la verdad es que
Olmert y Peretz no actuaron solos. De hecho, estaban rodeados de
analistas militares, expertos en inteligencia, generales retirados y
veteranos de los servicios de seguridad. Olmert contaba en su gobierno
con el general de la reserva Shaul Mofaz, un antiguo jefe de Estado
Mayor que pasó la última etapa de su carrera militar luchando contra
Hezbolá, y Avi Dichter, un veterano de los servicios de seguridad que
estaba ahí para analizar las sugerencias operacionales del ejército.
También estaba Benjamin Ben Eliezer, un brigadier de la reserva que
había sido experto en asuntos libaneses durante tres décadas. Shimon
Peres era primer Ministro y había sido ministro de Defensa en el
pasado. Ami Ayalon, general de la reserva y general retirado del ejército,
así como antiguo jefe de los servicios internos de seguridad, se
ofreció para ayudar a Amir Peretz. Pero ninguno de estos expertos
logró poner en marcha un bloque operativo, ninguno supo moderar el
entusiasmo militar de Halutz, Olmert y Peretz. Como una hoja
zarandeada por el viento, el gobierno israelí fue manipulado por los
generales y después por la opinión pública, que se rebeló contra
sus dirigentes y sus malos resultados.
Conforme pasaba el
tiempo, cuando el fracaso militar era ya de conocimiento público,
Olmert, Peretz y Halutz trataron a la desesperada de cambiar el curso
de la guerra para salvar sus carreras. A pesar de que sabían que las
posibilidades de lograr una victoria se esfumaban de hora en hora,
estaban determinados a presentarle a la ciudadanía algo que pareciese
una victoria o al menos un avance. Según parece, en la democracia
israelí la supervivencia política se logra presentando algo que
pueda parecer una victoria.
Para llamarlo por su
nombre, Peretz, Halutz y Olmert ordenaron al ejército que provocara
una auténtica devastación, a la espera de que eso satisficiese a los
votantes israelíes. El ejército y los mandos de artillería
reaccionaron al instante y sobre el sur de Líbano empezaron a llover
bombas de racimo, misiles y proyectiles. Durante las 48 horas previas
al alto el fuego, Israel consumió todas sus reservas de armamento.
Según Shelah y Limor, la “luz roja” se encendió en las reservas
de municiones de Israel.
Para salvar las
carreras políticas de Olmert y Peretz, el ejército emprendió
operaciones cada vez más peligrosas y sin sentido, de un valor táctico
muy limitado. Dichas operaciones fracasaron una tras otra sin
conseguir nada. Eso sí, sacaron a la luz los defectos de las Fuerzas
de Defensa israelíes. Revelaron un ejército y una dirigencia política
en estado de pánico. Hacia las últimas horas de la guerra, algunos
elementos aislados de unidades especiales israelíes estaban perdidos
y muertos de hambre en el frente del sur de Líbano, sin agua ni
comida. Algunas unidades de combatientes de Hezbolá tenían rodeados
a comandos especiales israelíes. Parece ser que en Israel nadie se
atrevió a correr el riesgo de enviar convoyes logísticos al campo de
batalla. Los alimentos y la munición que lanzaron los aviones de
carga cayeron en manos de Hezbolá. En algunos sitios, los comandos
heridos del ejército yacían sobre el terreno, esperando durante
largas horas a las unidades de rescate. La derrota era total; la
humillación, colosal. No sólo el “Ejército de Defensa Israelí”
era incapaz de seguir defendiendo a Israel, sino que tampoco se defendía
a sí mismo.
El
libro de Limor y Shelah saca a la luz muchas más cuestiones
interesantes:
Hubo generales de
brigada que dejaron de luchar junto a sus soldados para dirigir la
batalla desde búnkeres aislados en el interior de Israel.
Para evitar el riesgo
de que los derribasen, no se permitió el envío de helicópteros con
ametralladoras al espacio aéreo libanés, con lo cual los comandos
israelíes tuvieron que luchar contra Hezbolá en condiciones de
igualdad (sin apoyo aéreo).
Un teniente coronel
que se negó a llevar a sus soldados a territorio libanés admitió
que carecía de conocimientos tácticos.
Hubo soldados
reservistas que fueron al frente sin equipo de combate debido a la
grave escasez que afectaba al ejército. Algunos de esos reservistas
terminaron comprando lo que les faltaba con dinero de su propio
bolsillo.
El libro ofrece más
detalles sobre el caso de las acciones en bolsa del general Halutz,
jefe de Estado Mayor, el 12 de julio: al parecer, Halutz telefoneó a
su banco y dio órdenes de que vendieran su cartera de inversiones
poco después de enterarse de los enfrentamientos en el norte. Todo
esto ocurrió justo antes de que el propio Halutz ordenase una nueva
escalada militar.
Todo indica que el ejército
israelí es “omnipresente”, está mal entrenado, es pesado,
desordenado y sus jefes son unos corruptos. Los dirigentes políticos
israelíes no son mejores. Si bien Peretz ya no está en el Ministerio
de Defensa, Olmert, Mofaz, Dichter y, ahora, Barak (todos ellos
grandes asesinos de masas) todavía ocupan puestos en el gabinete.
Teniendo en cuenta el estado de su ejército, incapaz de luchar y sin
resistencia, Israel debería proceder a un cambio rápido de
dirigentes. Pero esto no va a ocurrir. Todo indica que en las próximas
elecciones israelíes asistiremos a un duelo entre el locuaz y
beligerante Benjamin Netanyahu y un Ehud Barak beligerante, sí, pero
mucho menos locuaz.
Durante años
llegamos a creer que Israel no saldría derrotado en el campo de
batalla. Los detalles de la última guerra nos permiten saber que no
es así. El Estado judío ya ha mordido una vez el polvo de la derrota
y podría morderlo de nuevo más pronto de lo que parece.
Notas:
(*)
Gilad Atzmon nació en Israel en 1963 y recibió
su educación musical en Jerusalén. Es un multi-instrumentista, muy
implicado en la escena musical israelí. Fundó en Londres su grupo
actual, «The Orient House Ensemble», y empezó a redefinir sus
propias raíces a la luz de las realidades políticas. Desde entonces
su grupo ha viajado por todo el mundo. Es también un escritor prolífico
y a menudo polémico. Los ensayos de Atzmon se publican en muchos
medios, tanto alternativos como convencionales. Sus novelas “Guía
de perplejos” y “Mi único amor” han sido traducidas a 24
idiomas
[1]
Sionismo: movimiento para el establecimiento de una patria mundial judía
(Sión), preferentemente en Palestina, de donde procede, iniciado en
el siglo XIX y realizado en la actualidad por el establecimiento del
Estado de Israel. El sionismo ha sido utilizado primero por Gran Bretaña,
luego por los Estados Unidos, con finalidades de política imperial
para mantener una cabeza de puente en los países árabes productores
de petróleo (...) Ser antisionista no es sinónimo de ser antisemita,
y entre los propios judíos se encuentran numerosos antisionistas, si
bien en la mayor parte del pueblo errante el regreso a la tierra
prometida está anclada firmemente, con fervor y religiosidad. Fuente
de esta definición: Diccionario político, Eduardo Haro
Tecglen, editorial Planeta, año 1995, pág. 394.
[2]
Hasan Nasrallah, transcrito en español como Hasan Nasralá, es el
actual secretario general de la milicia libanesa chií Hezbolá
(Partido de Dios). (N. del T.)
[3]
Cautivos en Líbano (en hebreo), Ofer Shelah y Yaov Limor, Miskal,
Yedioth Ahrononth y Chemed Books, 2007. Página 95.
[4]
Jeque Hasan Nasralá, discurso pronunciado en Bint Jabel tras la
evacuación israelí.
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