Amanecer
de un nuevo siglo,
septiembre de 2007
El primer ministro
iraquí Nuri al Maliki, fuertemente criticado por los políticos de
Washington por su incapacidad de lograr una reconciliación entre las
distintas facciones políticas y étnicas de Iraq, está cada vez más
aislado dentro de su propio país. Casi la mitad de sus ministros han
dimitido de sus cargos o se niegan a participar en las reuniones del
gabinete.
Maliki es el líder
del Partido Dawa, un grupo religioso shií que es el más pequeño y
menos poderoso de la Alianza Iraquí Unida, una coalición dominada
por los shiíes. Él fue elegido primer ministro hace 17 meses cuando
los seguidores del clérigo Muqtada al Sadr accedieron a apoyarle para
derrotar al candidato del Consejo Supremo Islámico Iraquí, liderado
por Abdul Aziz al Hakim. En realidad, el gobierno de Iraq que salió
entonces fue producto de un compromiso entre una variedad de grupos y
los ministros de su gabinete no fueron seleccionados por él sino que
le fueron impuestos por los partidos políticos.
Algunos partidos
shiíes han abandonado también el gobierno este año, incluyendo al
Partido de la Virtud islámica (Fadhila) y el bloque shií leal a Al
Sadr. Los sadristas, que integran el mayor grupo en el Parlamento,
rompieron sus relaciones con Maliki por el apoyo del primer ministro a
las acciones de EEUU en contra de la milicia del Ejército del Mahdi,
liderada por Al Sadr. Los sadristas amenazaron incluso con presentar
cargos criminales contra Maliki, al que consideran personalmente
responsable de un raid norteamericano en el enorme suburbio shií de
Ciudad Sadr, en Bagdad, que costó la vida a 20 personas, incluyendo
mujeres y niños. En agosto, la Lista Nacional Iraquí, liderada por
el antiguo primer ministro interno Iyad Allawi, anunció también su
retirada del gobierno después de haber boicoteado previamente sus
reuniones.
Los partidos sunníes
han hecho también un llamamiento en favor de su dimisión. "Él
tiene que dimitir", declaró Salim Abdullah, uno de los líderes
del Frente del Acuerdo Nacional Iraquí, la alianza sunní que retiró
sus ministros del gobierno el 1 de agosto, a la cadena de periódicos
McClatchy. "No tenemos nada en contra de Maliki como persona,
pero existen razones por las cuales podemos afirmar que ha fracasado.
Sus consejeros son aduladores y él no tiene la autoridad o el poder
para hacer nada," señaló el vicepresidente Tariq al Hashemi, el
único líder del Frente que continúa en su cargo. Él añadió que
los ministros del Frente volverían únicamente al gobierno si sus
demandas de reformas eran satisfechas. El Frente ha indicado que tales
demandas incluyen el disponer de más influencia política en áreas
como la seguridad y una mejora de los servicios básicos en las
provincias predominantemente árabes y sunníes.
Aunque Hashemi
mostró su apoyo a un acuerdo político firmado el 25 de agosto entre
algunos líderes árabes sunníes, shiíes y kurdos, que incluía
medidas para readmitir a antiguos miembros el Partido Baaz de Saddam
Hussein en la vida pública y la liberación de muchos detenidos, él
señaló que el acuerdo no era suficiente para atraer a los partidos
sunníes de nuevo al gobierno. "Nuestras experiencias anteriores
con este gobierno no han sido alentadoras y no volveremos sólo debido
a promesas, si no si se producen reformas reales y tangibles,"
indicó. Joost Hiltermann, del think tank International Crisis Group,
considera que el acuerdo fue sólo una consecuencia de la presión
estadounidense y cree que fracasará. "No veo cómo ellos pueden
hacer que se apruebe este acuerdo en el Parlamento cuando no tienen
una mayoría," señaló. "Será muy difícil que esta nueva
alianza, que es más reducida que la anterior, alcance las metas
(dictadas por EEUU)." "Nadie puede confiar en líderes
políticos que carecen de una visión común de lo que es el interés
público," indicó Nabil Mahmud, un profesor de relaciones
internacionales de la Universidad de Bagdad, al New York Times.
"Este concepto se halla completamente ausente del pensamiento de
los gobernantes de Iraq, así que cada lado trabaja para conseguir su
propia cuota de poder o recursos."
Un informe de la
comunidad de inteligencia estadounidense, hecho público el pasado 23
de agosto, señaló que era probable que el gobierno de Maliki se
debilite aún más en los próximos doce meses. En respuesta, Maliki
manifestó a la cadena de periódicos McClatchy que no tiene
intención de dimitir a pesar de las crecientes críticas en EEUU en
contra de su gobierno. Él añadió que no esperaba tampoco ser
expulsado del ejecutivo. "En lo que se refiere a los políticos
iraquíes, nuestros socios en el gobierno, ellos no suponen ninguna
amenaza incluso aunque hayan realizado llamamientos a favor de nuestra
dimisión, ya que no poseen la autoridad, dentro del marco
democrático, para deponernos." Él fue más allá y culpó a
EEUU y sus anteriores políticas en Iraq por el sectarismo que en la
actualidad domina el país y señaló que se oponía a la política
norteamericana de trabajar con los grupos insurgentes sunníes que se
han "vuelto en contra de Al Qaida" en Iraq.
Desesperadamente
necesitado de aliados, el primer ministro visitó Siria el pasado mes
de agosto para reunirse con el presidente Bashar al Asad, uno de los
pocos líderes del mundo árabe que no se ha inclinado ante las
presiones de EEUU. Con este viaje, Maliki quiso limpiar su imagen,
especialmente entre los iraquíes sunníes aliados de Siria.
Anteriormente, él hizo una visita similar a Irán, que posee una gran
influencia entre los shiíes iraquíes, donde se reunió con el
presidente Mahmud Ahmadineyad. Maliki quería que los iraquíes
entiendan que un títere de EEUU, después de todo, no visitaría
países que mantienen malas relaciones con Washington.
Entretanto, los
iraquíes continúan sufriendo bajo la ocupación estadounidense. Un
reciente informe publicado en el periódico Al Hayat señala que el
número de iraquíes en las prisiones norteamericanas ha crecido desde
los 19.000 hasta los 24.000. Este año, hasta septiembre, unos 15.000
iraquíes habían muerto. Para la mayoría del pueblo iraquí el
gobierno central es irrelevante o invisible. Las provincias e incluso
los barrios están bajo el control de las milicias y la insurgencia.
En Bagdad, las oficinas gestionadas por la milicia y la organización
civil de Muqtada al Sadr han abierto como franquicias en diferentes
partes de la capital. Su milicia, el Ejército del Mahdi, controla
ahora empresas que se ocupan desde negocios inmobiliarios y helados
hasta armas y gas natural. La mayoría de los iraquíes creen que la
situación sólo mejorará cuando los ocupantes norteamericanos
abandonen el país.