Parecen
aves... de las llamadas fénix
Por
Eduardo Montes De Oca
inSurGente
/ Boletín Entorno, agosto de 2007
Aunque
los grandes medios de prensa no suelen reparar en el tema, o lo
enfocan como al desgaire, centrándose en cambio en el
"luciferino" Irán o en una anhelada guerra civil en Iraq,
lo cierto es que Afganistán representa una herida sumamente dolorosa
en el imaginario de los "grandes" estrategas del capitalismo
más rapaz y confiado en sus bríos expansivos.
Abierta
y sangrante y dolorosa herida porque cinco años después de desatada
la invasión coligada -¿recuerdan?- la situación en ese país
centroasiático reviste cada vez más características de infierno -y
no virtual, no- para el régimen estadounidense, el mayor postor de la
ocupación, y sus aliados del Occidente "solidario", con
envidiable espíritu de cuerpo.
Los
"derrotados" talibanes se encuentran tan fuera del control
de los invasores, que éstos, aunados en la inefable Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se han visto obligados a empeñarse
en una espectacular (contra)ofensiva, convertida en el mayor
movimiento de tropas desde que comenzara la arremetida , en el 2001.
Operación
Aquiles
No
en balde la denominada Operación Aquiles, que involucraba en sus
inicios a 4.500 soldados de la ISAF (Fuerza Internacional de
Asistencia a la Seguridad), bajo órdenes de... ya se sabe: la OTAN, y
a mil efectivos del ejército local, tendrá duración indefinida. La
razón resulta "sencilla". A despecho de los nuncios mediáticos,
ha fracasado en toda la línea el desiderátum gringo de un Gobierno
central serio, y tanto la Alianza Atlántica como la coalición
internacional no han podido garantizar los intereses de las empresas
multinacionales -fin supremo-, ni conjurar la amenaza ingente de los
"derrotados".
De
hecho, tal escribía el pasado invierno el analista vasco Txente
Rekondo, las legiones extranjeras "matan" el tiempo
recluidas en sus cuarteles, en una guerra de posiciones, de esas que
no conllevan el triunfo, sino una "duermevela" enervante en
fortalezas de reminiscencias medievales; y la autoridad del gabinete títere
de Hamid Karzai apenas se sostiene en algunas zonas de Kabul, la
capital.
Lo
que aparentaba una campaña relativamente corta se ha trasmutado en
una larga, de desgaste, en la que los talibanes renacen de sus cenizas
y se multiplican a guisa de "mala hierba", demostrando que
una buena porción de la extendida etnia pashtún, su principal
cantera, está más hastiada de los invasores que antes pudo estarlo
de los fundamentalistas islámicos, protagonistas de sonadas hazañas
en el sur, casi libre de legionarios.
Causas
de la decepción
¿Por
qué un creciente espaldarazo a los talibanes, cuando muchos entre los
propios afganos -pashtunes, hazaros, uzbecos, tadyikos - los
condenaban por la extremosa manera de aplicar la ley islámica
(sharia), en especial sobre las mujeres, a las que les negaban incluso
el empleo y la educación, las enclaustraban y las anulaban como entes
sociales?
Ah,
sucede que a los invasores los nimba un halo más talibánico que el
de los propios talibanes. Como confirma un corresponsal del diario
británico The Independent, "en todo Afganistán las estadísticas
sobre mujeres son desgarradoras. Existen alrededor de dos millones de
viudas que no tienen derecho a pensiones estatales. A pesar de que
existe una nueva ley que prohíbe casar a las niñas menores de 16 años,
no se ha registrado diferencia alguna. Aún se obliga a casar a niñas
de nueve años y al poco tiempo ya están embarazadas con el primero
de una docena de hijos, de los cuales 20 por ciento morirá antes de
cumplir cinco años".
Además,
la corrupción está empozada con vigor inusitado en un Gobierno
"nacional" que, por ejemplo, en lugar de emular el papel
estricto que desempeñaron los talibanes contra la explayada producción
y el gran trasiego de opio, permite, o propicia, que cerca del 90 por
ciento del estupefaciente se convierta en morfina y heroína, en
cientos de laboratorios artesanales surgidos hace poco en el país.
El problema del opio
La
prensa mundial ha hecho amplio eco del auge del producto, cuya cosecha
el año pasado sobrepasó casi en 50 por ciento a la del anterior (de
cuatro mil cien toneladas en 2005 a seis mil cien en 2006), de acuerdo
con datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el
Delito. Pero se echa en falta en los informes periodísticos el
ahondamiento en una cuestión reflejada in extenso por los medios
alternativos, sempiternos "aguafiestas": "El problema
del opio en Afganistán -escriben en la digital La Haine- requiere
otros planteamientos, que tengan en cuenta un factor fundamental: la
implicación de Kabul en su producción. Tal como ha revelado
recientemente Ayub Rafiqi, director de la Sociedad de Terratenientes
de la provincia de Kandahar, cerca del 60 por ciento de las
plantaciones de adormidera están en terrenos de propiedad estatal,
arrendados por las autoridades locales, a menudo bajo cuerda, a
particulares".
Según
atentos observadores como Michel Chossudovsky, en Globalresearch, las
fuerzas de ocupación apoyan el narcotráfico, que implica entre
120.000 millones y 194.000 millones de dólares en ingresos para el
crimen organizado, las agencias de inteligencia e instituciones
financieras internacionales. "Los ingresos en dólares de este
lucrativo contrabando megamillonario son depositados en bancos
occidentales. Casi la totalidad de los ingresos son percibidos por
intereses corporativos y sindicatos criminales fuera de Afganistán".
¿Pruebas?
"Un mensaje radial (de los ocupantes británicos) transmitido en
toda una provincia aseguraba a los agricultores locales que la Fuerza
Internacional de Asistencia a la Seguridad no interferiría con los
campos de adormidera que están siendo cosechados actualmente".
Porque "no quieren impedir que la gente se gane la vida. Y se la
ganan "abasteciendo en 2006 aproximadamente un 92 por ciento del
suministro mundial de opio".
Medrando
en un contexto signado por tamaño cúmulo de errores, los talibanes
se han crecido, con una estrategia que incluye una propaganda cada vez
"más sofisticada y efectiva", en el criterio de
articulistas como Rekondo, y con una actividad militar en aumento.
Si
durante la primavera de 2006 se pudo observar un considerable auge de
la resistencia, materializada en el control de grandes zonas del
sudoeste y el sur, así como en el incremento de las bajas en las
filas del Gobierno colaboracionista y las de las fuerzas ocupantes (el
índice de mortalidad de los soldados del Reino Unido se encuentra a
punto de sobrepasar el registrado durante la Segunda Guerra Mundial,
algo que los mandos temen influya en la moral de las tropas), quizás
el aspecto más digno de interés resulte una sabiduría reflejada en
la alianza de abril pasado, cuando los rebeldes integristas cedieron
la jefatura de las operaciones militares a Maulana Jalaluddin Haqqani,
quien, sin pertenecer a esas milicias, dispone de un amplio historial
de la guerra con los soviéticos.
Como
para graduarse Cudem laude en materia de diplomacia, los hasta hace
poco juzgados más que rígidos se están atrayendo otros sectores,
anuentes a un "matrimonio de conveniencia", como la
"mejor alternativa ante las corruptas e ineficientes autoridades
locales".
Y
cómo los ocupantes no van a estar renuentes a desplegarse en zonas
como Kunar, Khost, Nooristán, Paktia, Urzgán, Helmand, Kandahar, la
propia Kabul, si, aunque los enemigos no cuentan con las armas pesadas
del 2001, disponen de artilugios y explosivos suficientes para hacer
la vida imposible a cualquiera -vox populi-, de una extraordinaria
capacidad para recuperarse de las pérdidas, y se regalan "el
lujo de reiniciar ofensivas contra fuerzas tan poderosas y
aprovisionadas como las de EE.UU y la OTAN". Fuerzas que, eso sí,
suelen desquitarse... con los civiles.
No
pecaban precisamente de jactanciosos los guerreros sunitas llamados
talibanes cuando, a fines de febrero del año en curso, manifestaban
que el 2007 sería el más sangriento para los enemigos. Algo que ya
están demostrando con una eficaz conjunción de emboscadas con
bombas, ataques suicidas, derribo de helicópteros con misiles salidos
de Dios sabrá dónde, y con una proverbial descentralización de las
acciones, entre otras tácticas.
Tácticas
que obligan a los heraldos del Imperio que son los grandes medios a
reparar en el infierno afgano tanto como en el de Iraq o en el
"diabólico" Irán de los ayatolas, por la simple razón de
que, con delectación de barberos sangradores o de modernos cirujanos,
los talibanes siguen punzando una herida abierta, sangrante y dolorosa
que amenaza con no tener cura.
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