Ladrones
e ignorantes
Por
Azmi Bishara
Al
Ahram Weekly, Egipto, 06/09/07
Mundo Árabe, 16/09/07
Traducción de Sinfo Fernández
Si los Estados Unidos
siguen actuando desde la convicción de que tras su fracaso en Iraq y
Afganistán necesitan anotarse un tanto en Líbano, aniquilando a la
oposición mediante la aplicación de resoluciones internacionales, y
otro tanto en Palestina, alimentando a Cisjordania y dejando morir de
hambre a Gaza con la esperanza de forzar a los palestinos a aceptar lo
que Israel esté dispuesto a ofrecerles, lo único que van a conseguir
será lanzar a esos dos países a la guerra civil y a la destrucción.
En todos esos países,
es el momento de esplendor de amigos y aliados de EEUU. Si tuvieran
tan sólo un ápice de patriotismo, se pondrían a trabajar en la
posibilidad de una reconciliación nacional y en una serie de acuerdos
que ahorraran muerte y devastación a sus países. Podrían también
dar a los estadounidenses algún consejo sensato. Podrían decirles
que ningún montón de apoyo o dinero exterior va a resolver los
conflictos domésticos, que un Hamas lo suficientemente desesperado
como para iniciar la resistencia en Cisjordania, por ejemplo, frustrará
todos los posibles proyectos que diversos institutos de investigación
hayan podido diseñar para crear una red de seguridad social
financiada por Occidente que sustituya a las sociedades filantrópicas
dirigidas por Hamas, además de todas las iniciativas económicas que
hayan podido concebirse en el curso de una convención de hombres de
negocios en Tel Aviv. Podrían decirles que lo único que puede
funcionar es la reconciliación, que los equilibrios locales de poder
son una cosa y el equilibrio de poder en el Consejo de Seguridad otra,
y que forzar a que los primeros sean una réplica del segundo sólo
triunfará a base de infligir a la región un sin fin de desastres.
Desde luego, por muy
útil que puedan ser esos consejos, uno tendría que ponerse unas
anteojeras de color rosa para imaginar siquiera que esos amigos y
aliados de EEUU vayan a ofrecérselos a Washington; es más, tendría
que ponerse anteojeras de una textura más alucinógena si toda esa
gente pensara que todavía hay tiempo para cambiar el curso de actuación
de unos impetuosos EEUU bajo la égida de un presidente temerario
frente a las ventajas de sus agendas domésticas. También,
naturalmente, no mencionamos aquí la necesidad de que los aliados y
amigos de Siria e Irán en esos países susurren consejos similares en
Damasco y Teherán, puesto que ambos han manifestado ya su posición
respecto a la necesidad de una reconciliación nacional en Palestina y
de una unidad nacional en Líbano.
Ha sido una larga
costumbre árabe señalar con el dedo hacia al extranjero o hacia
“ciertos elementos” para evitar la ruptura entre ellos. En la fase
posterior a la independencia, desde la época en que los golpes de
estado fueron terminando y los regímenes se fueron asentando, hasta
la alienación del régimen de Saddam Husein tras la guerra para
liberar Kuwait, hubo una especie de acuerdo no escrito entre los regímenes
árabes para mantener su mutua causticidad sin sobrepasar los límites
de sus intereses colectivos y la preservación de la estabilidad. La vía
utilizada para conseguirlo fue evitar culparse directamente los unos a
los otros. Por eso, cuando clamaron al unísono contra la conspiración
“imperialista, sionista y reaccionaria árabe”, como si fuera un
monstruo de tres cabezas, y mantuvieron esa trinidad responsable ante
el último estallido de violencia dentro de Palestina o durante la
reciente reanudación de los tiroteos en las calles secundarias de
Beirut, nadie parpadeó. Incluso Israel negó la acusación y aceptó
la pretensión universal de que todo eso no es sino una serie de
rimbombantes frases revolucionarias y el medio de que se servían los
regímenes árabes para barrer sus problemas bajo la alfombra.
Pero el fenómeno va
mucho más atrás. Data al menos del Acuerdo Sykes–Picot, que
proclamó que las preocupaciones nacionalistas árabes no podían
existir y que los conflictos domésticos en el mundo árabe tenían
que reflejar o ser parte de los conflictos internacionales. Por eso,
cuando en aquel crepúsculo de la era otomana, las fuerzas políticas
árabes fueron alineadas a favor o en contra de las Grandes Potencias
y de otros poderes externos, quienes se dedicaban a hacer
clasificaciones locales de los rencores a soportar contra ciertas
fuerzas nacionales no hicieron distinción entre éstas, algunas de
las cuales se habían colocado junto a uno u otro de los poderes
exteriores por diversas razones internas suyas y por las actuales
vulnerabilidades en la seguridad, es decir, que los individuos estaban
actuando de forma activa en nombre de o conspirando con esos poderes.
Uno era o bien “árabe, a pesar de todo lo demás” y, por tanto,
parte de esa gran familia árabe que fue emplazada a unirse contra el
colonialismo, o bien “hombre de paja” o “espía”.
No me preocupa aquí
definir quién podía ser clasificado como posible vulnerabilidad de
la seguridad o como “agente” al servicio de una potencia
extranjera. Baste con decir que el concepto podía incluir a aquellos
individuos sobre los que leímos en libros elaborados por antiguos
funcionarios estadounidenses (como Ross y Tenet); individuos que
demostraron que habían tenido algo que ver en el proceso
estadounidense de toma de decisiones, bien porque eran la fuente de la
información, debería añadirse que una información muy
cuidadosamente seleccionada, proporcionada a los EEUU en vísperas de
la guerra contra Iraq para mostrar que el régimen de Saddam estaba lo
suficientemente maduro como para ser desollado vivo, o en la víspera
de Camp David II para mostrar que Yaser Arafat estaba preparado para
aceptar cualquier cosa que se le ofreciera mientras Bill Clinton
hiciera funcionar su mágico encanto. No hace falta comentar las muy
desastrosas consecuencias que produjo tal información.
Lo que me preocupa
aquí son esas fuerzas que miran a sus intereses a la hora de aliarse
con EEUU y que están actualmente estudiando la posibilidad de una
alianza con Israel. A esas fuerzas no podemos clasificarlas como una
“vulnerabilidad en la seguridad” porque representan los intereses
y actitudes del régimen e incluso a algunos estratos sociales
relativamente estrechos. Es demasiado fácil hacerlas pasar por débiles
o pretender que son débiles, estúpidas o crédulas. Esas
valoraciones son simplistas y llevan inevitablemente al disparate. El
mundo árabe tiene toda una nueva generación de políticos que se
suscriben al concepto de estado–nación sub–regional y a la
necesidad de situar sus intereses (más a menudo identificados con los
intereses del régimen existente) sobre todas las demás
consideraciones. Para ellos, si eso requiere una alianza con EEUU,
incluso a costa de las relaciones de esa nación con otros países árabes,
sea entonces. La causa palestina, en su opinión, es sencillamente
otro asunto nacional, a diferencia de un asunto nacional árabe. Desde
luego, los árabes tienen que ayudar a resolver este problema. Pero no
se requiere necesariamente una solución justa, ni siquiera aunque ese
problema continúe creando una fuente de preocupaciones y de potencial
inestabilidad, ya que arma constantemente a las fuerzas de la oposición
doméstica con argumentos para mantener su rabia contra el régimen y
su resentimiento por su alianza con Occidente y por los intentos sin
fin de deslegitimar los marcos de referencia supranacionales como el
pan–arabismo o el Islam.
Algunos demócratas
árabes, especialmente aquellos que tienen un historial de
inclinaciones izquierdistas, habían prendido sus esperanzas en el
intervencionismo estadounidense con la excusa de llevar a cabo
reformas democráticas. ¡Qué engañados estaban! Cualquier inmunidad
que alguna vez hayan tenido ha sido barrida por una política
imperialista que ellos ayudaron a acomodar mediante su estridente
hostilidad incluso hacia esos elementos modernistas del nacionalismo
árabe que equipararon con los regímenes anteriores. Supongo que
siempre se situaron en esa posición, En el pasado, cayeron en la
esclavitud de la revolución internacional. Más recientemente, fueron
captados por la democracia globalizada. En ambos casos, el poder
exterior siempre tenía la llave.
Pero esos no son
quienes tengo en mente cuando hablo de fuerzas actualmente aliadas con
EEUU. Estoy hablando más bien de diversos gobernantes y sus pandillas
de parientes, amigos, nuevos hombres de negocios riquísimos e
intelectuales “neo–liberales”. Esos no han estado nunca cerca de
la izquierda y nunca ha habido un lugar en sus corazones para la
democracia, los derechos civiles y el liberalismo. El liberalismo
significa para ellos privatización económica y desregulación para
alimentar su pequeño círculo de ricos y privilegiados, que está
incluso muy lejos de lo que se supone que tiene que ser el liberalismo
económico. Por desgracia, esa es la única política que está
teniendo éxito sistemáticamente en medio de la devastación de Iraq.
Mientras que en el pasado uno consideraba como alternativas la
democracia, la dictadura y la monarquía, hoy el mundo árabe debería
añadir un nuevo término a su glosario político: “cleptocracia”,
o el gobierno de una banda de ladrones.
Esos cleptócratas
neo–liberales no son simples marionetas en la cuerda; se han
convertido en el componente más fuerte de las ecuaciones de
Washington para Oriente Medio tras su intervención en Iraq. Tan
dependientes de ellos se han hecho los EEUU que hace tiempo ya que
eliminaron de sus cabezas el arma de la democratización y de la
reforma política. No persiguen más que sus propias agendas y, justo
ahora, están trabajando para asegurar la fuerza de la superpotencia
mundial a fin de que esas agendas puedan avanzar a nivel doméstico y
regional. Y tienen su forma propia de considerar las cosas, que
generalmente implica una percepción irreal, basada en nociones de
información selectiva asimilada a través de un laberinto de
prejuicios y de eslóganes de segunda mano del viejo orden árabe, y
mediante la impresión, alimentada por los medios, de que Israel está
listo para hacer la paz, y de la noción, igualmente propagandística,
de que es conveniente hacerlo así porque los árabes no van a tener
otra oportunidad igual.
En algún momento del
pasado reciente, conceptos tales como “la batalla del arabismo” y
la “lucha por la supervivencia” árabe contra Israel se
convirtieron en objeto de irrisión, una especie de broma adolescente
entre muchachos que acaban de descubrir las señales de la pubertad y
que muestran ya señales de que nunca van a ser capaces de madurar.
Sin embargo, el hecho es que esos eslóganes no eran insignificantes
sino más bien la percepción árabe de un peligro que en la fase
actual ha llegado a ser más amenazante que nunca. Esa percepción fue
ignorada por todos aquellos para quienes la “liberación nacional”
no fue nunca más que un eslogan, que trataron de vender siempre el
pragmatismo de cualquier acuerdo con Israel y que culpan a los
palestinos por seguirlo manteniendo. Por desgracia, su lectura de la
realidad, su conocimiento de Israel basado en esa lectura y su total
dependencia de las buenas intenciones de Israel, han funcionado sólo
para abrir el apetito de Israel de emprender cada vez más
extorsiones. Su percepción de la realidad les permite operar a partir
de la asunción de que EEUU está dispuesto a utilizar su influencia
para conseguir que Israel ceda y que Israel está dispuesto a
ayudarles a salvar la cara cuando sea necesario. Es una percepción
que ciertamente no se basa en hecho alguno, porque los hechos y la
información no son el fuerte de esta generación. Es más, sugeriría
que la generación de Gamal Abdel–Nasser y los viejos baazistas
estaban mucho más informados, eran mucho más realistas e
inconmensurablemente menos corruptos.
Ciertas partes
significativas árabes no sólo se sienten felices de verse libres de
las presiones estadounidenses en el mismo momento en que necesitaban
enfrentarse a sus opositores para un proceso de paz ficticio; también
les encanta tener la oportunidad de arremeter contra ese campo árabe
que no comparte sus valoraciones de la realidad y las opiniones que
por consiguiente propugnan. Por eso, sus expertos en opinión hacen
sonar la alarma contra el “creciente chií”, a pesar de los hechos
y, por tanto, indiferentes a la verdad. Otros, por el momento, están
despotricando contra Damasco, con retóricas sobre las capacidades de
Siria y su papel regional que se han convertido en algo insoportable.
Siria debe aprender realmente cuál es su lugar. Es muy lógico que
quieran que les devuelvan los Altos del Golán, pero sólo si Siria
neoliberaliza su economía (en el sentido cleptócratico, por
supuesto). Entonces se situarán en apoyo de Siria, del mismo modo que
se han situado tras los dirigentes palestinos tras su ruptura con
Hamas, y le ayudarán a lograr ambos objetivos. Pero si Siria se
olvida por un momento de que no tiene ningún papel que jugar en Iraq,
Líbano o Palestina y no se transforma en el tipo de país que quiere
resolver su disputa fronteriza con Israel, entonces tendrá que ser
aislado y recibirá un par de duras lecciones. No tengo duda que esas
partes están, en este preciso momento, susurrando algún consejo muy
urgente acerca de Siria en la oreja de Washington, del mismo modo que
lo hicieron acerca de cómo tratar con Iraq y cómo tratar con Arafat.
Incluso apostaría
que alguna de esas partes se ofreció voluntaria para explicar a
Condoleeza Rice la historia sobre las diferencias sirio–iraníes y
que ella se fue de allí dispuesta a construir un prometedor escenario
para un enfrentamiento total entre los dos países. Asimismo, sin duda
alguna, alguien sugirió que se bloqueara la entrada de alimentos,
medicinas y fuel en Gaza, para mantener así atareado a Hamas llevando
suministros a los palestinos para que pudieran satisfacer las
necesidades más esenciales mientras se rociaba de ayuda a Cisjordania
y de privilegios a sus dirigentes y dejar muy claras las ventajas de
negociar en vez de dedicarse a hacer declaraciones de principios.
Pero si yo fuera esa
gente, o al menos me encontrara entre aquellos que les escuchan, tendría
cuidado. Por alguna razón se percibe siempre que sus análisis, como
tales, se fundan en evidencias e impresiones dispersas, confeccionadas
para adaptarse a una hipótesis. Y al igual que fue un fracaso cuando
se intentó convertir a Iraq en un satélite estadounidense y amigo de
Israel, y del mismo modo que Hizbollah rechazó achantarse ante
Israel, también esas fantasías del colapso del régimen sirio se
convertirán en nuevas pesadillas. Tampoco tengo sombra de duda de que
el único camino para evitar más pesadillas en Líbano y Palestina
pasa por que la gente allí ponga sus pensamientos en la reconciliación
nacional y en resolver las diferencias domésticas.
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