Próximo
objetivo: Teherán
Por
Jonathan Cook
Al Ahran Weekly, El Cairo. 27/09/07
Rebelión, 03/10/07
Traducido por Sinfo Fernández
El ataque aéreo que
Israel llevó a cabo sobre el norte de Siria a primeros del pasado mes
debería situarse y entenderse en el contexto de los hechos que están
teniendo lugar desde la fecha en que lanzó el ataque contra su
vecino, el Líbano, en el verano de 2006. Aunque no hemos conseguido
aprehender más que rumores sobre lo sucedido en Siria, un grupo
dedicado a previsiones estratégicas, Stratfor, concluyó su análisis
con estas palabras: “Algo importante sucedió”.
Hasta el momento, y
por medio de algunas filtraciones, parece ser que más de media docena
de aviones de guerra israelíes violaron el espacio aéreo sirio
lanzando munición sobre un lugar cercano a la frontera con Turquía.
También sabemos por los medios de comunicación estadounidenses que
“eso” ocurrió en estrecha coordinación con la Casa Blanca. Pero,
¿cuál fue el objetivo y el significado del ataque?
Merece la pena
recordar que, hace un año, a raíz de la guerra de un mes largo de
duración de Israel contra Líbano, una importante neocon
estadounidense, Mayrav Wurmser, esposa del consejero para Oriente
Medio del Vicepresidente Cheney, explicó que la guerra se había
dilatado durante ese tiempo porque la Casa Blanca demoró imponer el
alto el fuego. Los neocon, dijo, querían dar a Israel el tiempo y el
espacio necesarios para que extendiera el ataque a Damasco.
El razonamiento era
simple: antes de aprobar un ataque contra Irán, había que destruir a
Hizbollah en el Líbano y, al menos, intimidar a Siria. El plan
consistía en aislar a Teherán creando otros dos frentes hostiles
antes de lanzarse a la matanza.
Pero, al tener que
enfrentar el fuego constante de los cohetes de Hizbollah del pasado
verano, los nervios de los militares y del pueblo israelí se
crisparon ante el primer obstáculo. En lugar de ejecutar sus planes,
Israel y EEUU se vieron forzados a conformarse con una resolución del
Consejo de Seguridad en sustitución de una decisiva victoria militar.
La reacción
inmediata como consecuencia del fracasado ataque fue una aparente
disminución de la influencia de los neocon. La filosofía del grupo
de “destrucción creativa” en Oriente Medio –el fomento de las
guerras civiles regionales y la partición de los grandes estados que
amenazan a Israel– corría el riesgo de ser desechada.
En su lugar, los
“pragmáticos” de la administración Bush, dirigidos por la
Secretaria de Estado Condoleeza Rice y el nuevo Secretario de Defensa
Robert Gates, pidieron un cambio en las tácticas. El punto muerto
llegó a su apogeo a finales de 2006, cuando el petrolero James Baker
y su Grupo de Estudio sobre Iraq empezaron a presionar hacia una
retirada gradual de Iraq, es de suponer que sólo después de haber
instalado un dictador en Bagdad que resultara más fiable. Parecía
como si los días al sol de los neocon se hubieran finalmente
esfumado.
Los dirigentes israelíes
comprendieron la gravedad del momento. En enero de 2007, la
conferencia de Herzliya, un festival anual sobre estrategia, invitó a
no menos de 40 creadores de opinión de Washington a unirse al tropel
habitual de políticos, generales, periodistas y académicos israelíes.
Durante una semana, los delegados israelíes y estadounidenses
hablaron como un solo hombre: Irán y su presunto apoderado,
Hizbollah, habían sido doblegados tras la destrucción genocida de
Israel. A toda costa había que detener el desarrollo de un programa
nuclear por parte de Teherán –bien fuera para uso civil, como Irán
defiende, o para uso militar, como proclaman EEUU e Israel–.
Mientras la Casa
Blanca se mantuvo sorprendentemente quieta durante toda la primavera y
todo el verano en relación a lo que había planeado hacer a
continuación, cada vez se escuchaban más fuertes los rumores de que
Israel estaba considerando atacar en solitario a Irán. Antiguos
oficiales del Mossad advertían de una inevitable tercera guerra
mundial; la inteligencia militar israelí avisaba que Irán estaba a sólo
unos meses de un punto de no retorno en el desarrollo de una cabeza
nuclear; filtraciones importantes en medios afectos revelaban envíos
de bombas a Gibraltar; e Israel empezaba a presionar cada vez más a
varias decenas de miles de judíos en Teherán para que huyeran de sus
hogares y se fueran a Israel.
Mientras los
analistas occidentales eran de la opinión de que era poco probable un
ataque contra Irán, los vecinos de Israel observaban nerviosamente
alrededor durante la primera mitad del año mientras se iba agudizando
una vaga impresión de guerra regional. Especialmente en Siria, que
tras haber sido testigo del torbellino de carnicería aérea desatada
contra el Líbano el verano pasado, temió ser la siguiente en la
lista de la campaña israelí–estadounidense para romper la red de
alianzas regionales de Teherán. Dedujo, probablemente de forma
correcta, que ni EEUU ni Israel se atreverían a atacar a Irán sin
atizarle primero a Hizbollah y a Damasco.
Durante algún
tiempo, Siria estuvo dependiendo, sin duda alguna, del humor de
Washington. Había fracasado a la hora de intentar terminar con su
estatuto de paria en el período posterior al 11–S, a pesar de haber
ayudado a la CIA con inteligencia sobre Al Qaida y de haber tratado
secretamente de hacer la paz con Israel sobre la herida abierta de los
ocupados Altos del Golán. Fue desairada en todas las ocasiones.
Por eso, en
primavera, cuando las nubes de guerra se oscurecían cada vez más,
Siria respondió como estaba previsto. Se fue al mercado de armas de
Moscú y acaparó todo el muestrario de misiles anti–aviones, así
como armas anti–tanque del tipo que Hizbullah demostró que eran tan
efectivas para repeler la planeada invasión por tierra de Israel del
Sur del Líbano el pasado verano.
Como el célebre
historiador militar israelí Martin van Creveld concedió de mala gana
este año, la política estadounidense trataba de obligar a Damasco a
permanecer en el incómodo abrazo con Irán: “El Presidente sirio
Bashar Al–Assad depende más de su homólogo iraní, Mahmoud
Ahmadineyad, de lo que a él le gustaría admitir”.
Israel, que nunca ha
perdido una oportunidad para distorsionar deliberadamente la conducta
de un enemigo, calificó el aumento militar sirio de ansia de guerra
de Damasco. Aparentemente temeroso de que Siria pudiera iniciar una
guerra al malinterpretar las señales de Israel como prueba de sus
intenciones agresivas, el Primer Ministro israelí Ehud Olmert urgió
a Siria a evitar un “error de cálculo”. El público israelí pasó
el verano preparado para una repetición aún más peligrosa de la
guerra del pasado verano a lo largo de la frontera norte.
Fue en ese momento
–con las tensiones en ebullición– cuando Israel lanzó su ataque,
enviando varios aviones de combate a Siria en una misión relámpago
para golpear un lugar cerca de Dayr Al–Zawr. Como la misma Siria
hizo pública la noticia, se mostró por televisión a los generales
israelíes brindando en el Nuevo Año Judío pero negándose a hacer
comentarios.
Los detalles sobre el
terreno fueron muy escasos desde ese momento: Israel impuso una
censura en las noticias que fue estrictamente aplicada por el censor
militar del país. Lo que han hecho ha sido dejar que los medios
occidentales especulen sobre lo ocurrido.
Un extremo que
ninguno de los expertos y analistas señaló fue que, al atacar a
Siria, Israel cometió un acto flagrante de agresión contra su vecino
del norte del tipo que el Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg
denunció en su día como “crimen internacional supremo”.
Del mismo modo, nadie
hizo alusión al obvio doble rasero aplicado al ataque israelí contra
Siria comparado con la violación, de lejos mucho menos significativa,
de la soberanía de Israel por Hizbollah un año antes, cuando la
milicia chií capturó a dos soldados israelíes en un puesto
fronterizo y mató a tres más.
A todos los niveles
se aceptó que el acto de Hizbollah justificaba los bombardeos y
destrucción de gran parte del Líbano, aunque hubo unas cuantas almas
sensibles que se plantearon si la respuesta de Israel no era
“desproporcionada”. ¿Aprobarían ahora esos comentaristas una
represalia similar por parte de Siria?
Seguramente, la
cuestión fue considerada poco importante porque estaba claro, desde
la cobertura mediática occidental, que nadie –incluidos los
dirigentes israelíes– creía que Siria estuviera en situación de
responder militarmente al ataque de Israel. El temor de Olmert de un
“cálculo erróneo” de Siria se evaporó en el momento en que
Israel hizo las matemáticas para Damasco.
Entonces,
¿qué es lo que Israel esperaba conseguir con su ataque aéreo?
Las historias que han
surgido desde medios estadounidenses menos amordazados sugieren dos
escenarios. El primero es que Israel atacó suministros iraníes que
atravesaban Siria para llegar a Hizbollah; el segundo es que Israel
atacó una planta nuclear siria donde se estaban descargando
materiales de Corea del Norte, posiblemente como parte de un esfuerzo
nuclear conjunto entre Damasco y Teherán.
(Las especulaciones
de que Israel estaba comprobando las defensas anti–aéreas de Siria
en preparación de un ataque contra Irán ignoran el hecho de que la
fuerza aérea israelí elegiría casi con toda seguridad un pasillo de
vuelo a través del mucho más amistoso espacio aéreo jordano).
¿Qué
hay de creíble en esos dos escenarios?
Los alegatos
nucleares contra Damasco fueron desechados tan rápidamente por los
expertos en la región que Washington rebajó pronto la acusación a
alegatos de que Siria estaba escondiendo material de Corea del Norte.
Pero, ¿por qué Siria, bastante acosada ya por Israel y EEUU,
proporcionaría en bandeja tal pretexto para recibir un trato aún más
duro?
¿Por qué,
igualmente, Corea del Norte socavaría su acuerdo sobre desarme con
EEUU alcanzado con sangre, sudor y lágrimas? Y, ¿por qué, si Siria
estaba secretamente comprometida en alguna trastada nuclear, alertaría
al mundo del hecho revelando el ataque aéreo israelí?
La otra justificación
del ataque se basaba al menos en una realidad más creíble: Damasco,
Hizbollah e Irán comparten sin duda determinados recursos militares.
Pero su alianza debería contemplarse como la clase de pacto defensivo
necesario para actores vulnerables en una región dominada por sunníes,
donde EEUU quiere un control ilimitado del petróleo del Golfo y apoya
tan sólo a aquellos regímenes represivos que se amoldan a sus
condiciones.
Los tres están
profundamente preocupados de que la tarea de Israel sea amenazar y
castigar a cualquier régimen que no siga las instrucciones.
Contrariamente a la
impresión creada en Occidente, el odio genocida hacia Israel y los
judíos, por mucho que a menudo los discursos de Ahmadinyad sean erróneamente
traducidos, no es el motor de esa alianza tripartita.
Sin embargo, el
significado político de las justificaciones del ataque aéreo israelí
es que ambos vinculan claramente las diversas variantes de un
argumento que los neocon e Israel necesitan presentar para atacar a Irán
antes de que Bush deje el poder a principios de 2009.
Cada escenario
sugiere un “eje del mal” chií coordinado por Irán que está
tramando activamente la destrucción de Israel. Y cada historia ofrece
pretextos para un ataque contra Siria como preludio de un ataque
preventivo –lanzado o por Washington o por Tel Aviv– contra Teherán
para salvar a Israel.
Es suficiente
advertencia que esas historias parezcan haber sido sembradas en los
medios estadounidenses por los maestros neocon en poner barrenos como
John Bolton, como lo es admitir que la única evidencia de la conducta
malintencionada siria es la “inteligencia” israelí, con lo cual
no se puede cuestionar ya que Israel no admite oficialmente el ataque.
Sería imprescindible
señalar que nos hallamos nuevamente en el salón de los espejos, como
estuvimos durante el período que precedió a la invasión
estadounidense de Iraq y como hemos estado durante su subsiguiente
ocupación.
La “guerra contra
el terror” de Bush se justificó originalmente con una serie de vínculos
convenientemente confeccionados entre Iraq y Al Qaida, así como también,
desde luego, con aquellas armas de destrucción masiva que, como se
comprobó, habían sido destruidas hacía más de una década. Sin
embargo, desde entonces, Teherán ha sido invariablemente el objetivo
último de esas inverosímiles elaboraciones.
Se crearon documentos
probando que Iraq había importado uranio enriquecido de Níger para
fabricar cabezas nucleares y que estaba compartiendo sus conocimientos
nucleares con Irán. Y como Iraq ya se derrumbó, ideólogos neocon
como Michael Ledeen no perdieron el tiempo y extendieron rumores de
que el desaparecido arsenal nuclear todavía podía ser justificado:
agentes iraníes lo habían sencillamente robado y sacado de Iraq
durante el caos de la invasión estadounidense.
Desde entonces
nuestros medios han demostrado que se sienten arrebatados ante esos
cuentos ridículos. Si la implicación de Irán fomentando el
levantamiento de sus compañeros chiíes en Iraq contra la ocupación
de EEUU entra al menos dentro de lo posible, no puede decirse lo mismo
de las proclamas regulares de la Casa Blanca de que Teherán está
detrás de las resistencias dirigidas por sunnís en Iraq y Afganistán.
Hace unos pocos meses los medios presentaban “revelaciones” de que
Irán estaba conspirando secretamente con Al Qaida y con las milicias
sunníes en Iraq para expulsar a los ocupantes estadounidenses.
Entonces,
¿a qué propósito sirven las constantes insinuaciones contra Teherán?
Las últimas
acusaciones deberían considerarse un buen ejemplo de cómo Israel y
los neocon “crean su propia realidad”, como observó acertadamente
un asesor de Bush al hablar de la filosofía de poder neocon. Cuanto más
amenace Israel a Hizbullah, Siria e Irán, más se verán forzados a
formar una piña y a actuar de forma que puedan protegerse –armándose,
por ejemplo– lo cual pasará a describirse a continuación como una
amenaza “genocida” contra Israel y el orden mundial.
Van Creveld observó
una vez que Teherán estaría “loco” si no desarrollara armas
nucleares teniendo en cuenta la clara trayectoria de las maquinaciones
israelíes y estadounidenses para derrocar su régimen. Igualmente,
Siria no puede permitirse el lujo de echar por la borda su alianza con
Irán o su relación con Hizbollah. En la realidad actual, esas
conexiones representan la única posibilidad que tienen para impedir
un ataque o forzar a negociar a EEUU e Israel.
Pero son también la
evidencia que Israel y los neocon necesitan culpar a Siria e Irán en
el tribunal de la opinión de Washington. El ataque contra Siria es
parte de una estafa inteligente, diseñada para derrotar o ignorar a
los escépticos en la administración Bush.
Condoleeza Rice, que
apareció durante el fin de semana (1), quiere invitar a Siria a
asistir a la conferencia regional de paz que ha sido convocada por el
presidente Bush en noviembre. No hay duda de que a tal acto de
distensión se oponen profundamente Israel y los neocon. Les estropea
su estrategia de implicar a Damasco en el “arco de extremismo chií”
y de allanar el camino a un ataque contra el objetivo real: Irán.
En su lugar debe
crearse una nueva realidad, una en la cual las fuerzas de la
“destrucción creativa”, tan queridas de los neocon, devoren aún
más la región. Para el resto de nosotros, nos basta con un
vocabulario más sencillo: Lo que se está vendiendo es la catástrofe.
N.
de la T.:
(1)
El escritor se refiere a las fechas del 22–23 de septiembre.
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