Una
payasada disfrazada de democracia
La
victoria aplastante de Musharraf en Pakistán
Por
Andrew Buncombe y Omar Waraich
CounterPunch, 09/10/07
Rebelión, 12/10/07
Traducido por Germán Leyens
El
espectáculo de democracia en acción nació muerto antes de comenzar.
Llamados ayer uno tras otro en orden alfabético los parlamentarios
paquistaníes marcharon hacia un cubículo protegido, marcaron sus
boletas y las depositaron en un receptáculo de plástico. El general
Pervez Musharraf fue elegido por una abrumadora mayoría para que
sirva cinco años más como presidente, y el mensaje deseado no pudo
ser más claro: este proceso es justo, libre y transparente. En
realidad, no fue nada de eso.
El
proceso de votación comenzó a las 10 de la mañana en un día cálido,
libre de brisas, y concluyó cinco horas después. Poco después del
fin de la votación en el edificio de la Asamblea Nacional en
Islamabad y cuatro asambleas regionales en todo el país, anunciaron
que el general Musharraf había logrado una victoria abrumadora. La
Comisión Electoral anunció que había obtenido 252 de los 257 votos
depositados en el parlamento, y que iba a ganar de manera igualmente
aplastante en todas las cuatro asambleas regionales. Dentro de la
Asamblea Nacional los partidarios del general vitorearon y saludaron,
como si hubieran temido que alguien podría haber puesto en duda el
resultado.
De
hecho, nunca hubo la menor duda. Desde que la Corte Suprema del país
allanó hace nueve días el camino para que el general Musharraf se
presentara a la presidencia mientras continuaba siendo jefe de las
fuerzas armadas, fue obvio que sólo podía haber un vencedor. Ni la
renuncia, la semana pasada, de 86 miembros de la oposición en señal
de protesta, ni el boicot de la votación de ayer por miembros del
Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) de la ex primera ministra,
Benazir Bhutto, iba a cambiar ese hecho.
La
Corte Suprema tampoco iba a distraer a los partidarios del dirigente
militar. En una decisión de último minuto permitió que la elección
tuviera lugar, pero declaró que el resultado no sería validado
oficialmente hasta que hubiera decidido sobre otro cuestionamiento
legal de la candidatura del general Musharraf. “Este resultado
muestra que la gente quiere continuidad de la política,” dijo el
primer ministro, Shaukat Aziz. “Es un excelente presagio el que la
elección haya sido justa y transparente.”
Un
extranjero proveniente de otro universo podría haber quedado
impresionado ayer por la apariencia de democracia, y la afirmación de
que la votación marcó una acción hacia un sistema más
representativo. Pero en Washington y Londres habrá sido visto como
una payasada necesaria para salvaguardar la presidencia del general
Musharraf y retenerlo como aliado en la “guerra contra el terror.”
El
día después de los ataques de al Qaeda contra Nueva York y
Washington en septiembre de 2001, Washington dijo a secas al general
Musharraf que tenía la alternativa de estar “100% con nosotros o
100% en contra nuestra.” La decisión difícil frente al interior
del país del general Musharraf de aliarse con el presidente George
Bush, primero contra los talibanes y luego en un esfuerzo más amplio
contra el extremismo, ha asegurado que sea recompensado de muchas
maneras. Observadores creen que Pakistán ha recibido por lo menos
10.000 millones de dólares de EE.UU. desde esa fecha, y tal vez el
doble de esa suma. Crucialmente, Washington también le ha
suministrado respaldo político.
Las
principales prioridades de EE.UU. en Pakistán han sido asegurar la
estabilidad dentro de ese Estado armado con armas nucleares y de
empujar al general Musharraf hacia la confrontación con extremistas
dentro de su país. Al parecer tuvo pocos escrúpulos respecto a las tácticas
a utilizar: activistas dicen que cientos de personas han
“desaparecido” en las cárceles del país en los últimos años.
“La
situación de los derechos humanos en Pakistán es deprimente y ha
empeorado continuamente bajo Musharraf," dijo Ali Hasan de Human
Rights Watch. “Aunque es difícil cerciorarse de la cantidad exacta
de casos de desaparición, se han registrado cientos de casos.
Mientras EE.UU. y el Reino Unido han sido cómplices en las
desapariciones de presuntos sospechosos de al Qaeda, el gobierno
paquistaní ha aprovechado ampliamente esa complicidad occidental en
acciones para ampliar su alcance a opositores políticos y críticos
interiores.”
El
viernes por la noche un grupo de mujeres se sentó frente a la Corte
Suprema, junto a las fotografías de docenas de jóvenes
“desaparecidos.” Una tras otra las mujeres dijeron que sus hijos
habían sido detenidos sólo por “tener una barba” o “por ir a
la mezquita.” La mayoría no habían recibido noticia alguna, ni
siquiera la confirmación de que sus hijos seguían en vida. “No
puedo decirle cómo me siento,” dijo Zenab Khatoon, con ojos llenos
de lágrimas. “Si usted pudiera abrir mi pecho y ver mi corazón...”
Lejos
de mitigar la amenaza del extremismo, medidas tan duras han
multiplicado simplemente la cantidad de enemigos del general
Musharraf, mientras sus garantes estadounidenses y británicos
sospechan que sus esfuerzos contra el terrorismo son poco entusiastas.
El ejemplo más conspicuo fue lo que sucedió en la Mezquita Roja en
Islamabad. Después de muchos meses en los que las autoridades no
hicieron nada por impedir que la mezquita se convirtiera en un
semillero de militantes, soldados y paramilitares penetraron
disparando a discreción, matando a docenas de personas. El asunto
avivó el odio de los extremistas y el desdén de los elementos más
moderados por como había permitido que la situación saliera fuera de
control.
Una
combinación similar de pasividad y reacción exagerada es vista en
los tratos del gobierno con las revoltosas áreas tribales a los largo
de la frontera con Afganistán. Aunque Gran Bretaña nunca logró
reprimir a las tribus pashtun cuando fue el amo colonial, estableció
un sistema de semi-autonomía que los gobernantes en Pakistán han
mantenido. Londres y Washington dudan que haya hecho todo lo posible
por tratar de encontrar a Osama bin Laden o por desarraigar a al
Qaeda, que ha convertido las áreas tribales en la especie de refugio
seguro del que habían gozado en Afganistán.
Aunque
el general Musharraf ha alternado entre el envío del ejército y el
intento de lograr acuerdos con los ancianos tribales, los territorios
siguen siendo un lugar crucial para los campos de entrenamiento de
terroristas. Enfrentado con la creciente hostilidad – y el hecho de
que más de 200 soldados paquistaníes todavía están en manos de los
militantes como rehenes – el último giro imprevisto es que ahora
los militares paquistaníes consideran la retirada de algunas áreas
cruciales.
Los
problemas del general Musharraf, sin embargo, son compartidos por
Occidente, porque desde 2001 las alternativas han parecido
infinitamente peores. A sus sostenedores occidentales les ha convenido
el intento de ponerle a Pakistán un enchapado de país más democrático.
Esa oportunidad se presentó a través de la exiliada primera
ministra, Benazir Bhutto, acusada durante mucho tiempo de corrupción
pero aún determinada a recuperar poder político y, sobre todo,
excelente en su propia presentación en Occidente como un contrapeso
democrático para el general Musharraf.
Durante
los últimos dos años, EE.UU. y Gran Bretaña han tenido un papel
crucial en la mediación para lograr un acuerdo de distribución del
poder entre el líder militar y el PPP de la señora Bhutto y – dirían
– impulsar a Pakistán hacia un gobierno civil. Los esfuerzos
involucraron innumerables conversaciones en Pakistán así como en
Dubai y Londres, donde la señora Bhutto posee casas. Según una
importante fuente informada sobre las negociaciones: “Los británicos
actuaron como facilitadores, y nos acercaron mutuamente. Cada vez que
nos bloqueábamos, jugaron un papel muy constructivo en la reanimación
de las conversación.”
Fundamental
en las conversaciones fue Mark Lyall Grant, ex alto comisionado británico
en Islamabad y actualmente jefe del directorado político en la
Oficina de Exteriores y de la Mancomunidad en Londres. El diplomático,
educado en Eton y Cambridge, era una personalidad muy considerada en
Islamabad, una reputación a la que contribuyó su fluidez en urdu y
la conexión de su familia con Pakistán. La ciudad de Faisalbad se
llamaba originalmente Lyallpur, por Sir Charles James Lyall,
antepasado de Mr Lyall Grant. En los últimos meses, Tom Drew,
consejero político de la Alta Comisión, también participó,
viajando a menudo entre las diversas partes.
El
resultado de las exhaustivas negociaciones fue anunciado el viernes.
El general Musharraf firmó la ley de amnistía que abrió el camino
para que la señora Bhutto volviera a Pakistán, evitara ser procesada
y – según parece muy posible – llegara a volver ser Primera
Ministra después de las elecciones parlamentarias en enero próximo.
Lo
que es ciertamente verdad es que la elección de ayer no representó
la voluntad del público en general. La mayoría de los sondeos y de
los analistas políticos cree que el dirigente militar, que tomó el
poder por primera vez en un golpe en 1999, perdería una elección
nacional. Su apoyo ha ido disminuyendo desde la primavera, cuando
destituyó al presidente de la Corte Suprema en una acción
evidentemente política. Después del ataque contra la Mezquita Roja,
el país también ha vivido una ola de ataques terroristas
extremistas, provocando nuevas dudas sobre su capacidad.
Las
próximas semanas verán un frenesí de actividad política en Pakistán.
La próxima semana la señora Bhutto debería retornar a Pakistán
para lanzar la campaña de su partido para las elecciones
parlamentarias de enero. El día antes, la Corte Suprema debe
reiniciar el análisis del cuestionamiento legal a la candidatura del
general Musharraf. En algún momento, ha dicho el general, renunciará
como jefe de las fuerzas armadas.
Teóricamente,
el tribunal todavía podría decidir que su candidatura no fue válida
y exigir una nueva votación. Pero, incluso si lo hiciera, es
imposible vislumbrar cómo podría ser implementada su decisión. A
pesar de todas las afirmaciones del gobierno de Musharraf de que
acataría las decisiones del tribunal, toda su conducta después del
resultado de ayer – las celebraciones, su habla de otros cinco años
– sonaban a un régimen que declara ruidosamente su victoria. Ni
siquiera un forastero apostaría en su contra.
(*)
Andrew Buncombe y Omar Waraich informan sobre Pakistán para The
Independent.
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