Preparación
de la guerra contra Irán
Operación
«enjambre de fuego» (*)
Por
el General Fabio Mini (**)
Red
Voltaire, 18/10/07
La guerra contra Irán es
un absurdo, pero a fuerza de acusar a Teherán de estar fabricando la
bomba y de prepararse para una operación preventiva, el sistema
acabará por concretarla, estima el general Fabio Mini. Según los
planes actuales, esta guerra no tendrá comparación con los
anteriores conflictos sino que será la oportunidad de experimentar
con la teoría del ataque en enjambre, actualizada por los estrategas
de la Rand Corporation.
Roma.-
Se equivocaban los que creían que la aprobación para el ataque
israelí-estadounidense contra Irán vendría de Estados Unidos. Se
equivocaron también los que pensaban que un presidente Bush frustrado
por el caos que reina en Irak, por la situación en Afganistán y
presionado por el complejo militar e industrial acabaría tomando solo
la decisión final. El ataque contra Irán tendrá lugar, en
definitiva, gracias a las declaraciones del nuevo ministro francés de
Relaciones Exteriores.
En
todos estos años de amenazas y contra-amenazas, de excusas y
pretextos para desencadenar la guerra, las únicas palabras realmente
«reveladoras» hasta ahora formuladas son las que contenía la lacónica
frase en francés: «tenemos que prepararnos para lo peor». Muchos la
interpretaron como un desliz; otros la vieron como una provocación,
como una fanfarronería; también hubo quienes la consideraron como
una incitación; y otros, como una muestra de resignación ante un
acontecimiento inevitable. La frase en cuestión contiene quizás un
poco de cada cosa, pero el sentido fundamental de esa declaración de
Bernard Kouchner es totalmente diferente.
En
estos últimos 15 años de intervenciones militares de diferente índole
que han tenido lugar a través del mundo, han aparecido extrañas
conexiones y afinidades. Los ejércitos se han reforzado con los
empresarios privados, los idealistas han conseguido el apoyo de los
mercenarios, los negocios el de la ideología, y la verdad se ha
mezclado con mentiras que ni la lógica propia de la propaganda logra
ya justificar. Y una de las conexiones más insólitas es la que se ha
establecido entre militares, grupos humanitarios y política exterior,
de manera tal que cada uno de los tres componentes se apoya en los
otros dos. El vínculo principal de esta alianza es la importancia que
se le ha dado a la urgencia. La política exterior ha perdido su carácter
de continuidad de las relaciones entre los Estados, en el seno de las
organizaciones internacionales. La nueva tónica consiste, desde hace
tiempo, en dedicarse al manejo de relaciones coyunturales, de
relaciones temporales ligadas a intereses o posiciones transitorias,
que pueden cambiar, de geometría variable.
Por
otro lado, esta forma de política de la urgencia es la única que
permite establecer compromisos limitados y selectivos. Además,
teniendo en cuenta que la importancia real de la urgencia puede ser
manipulada o ser objeto de interpretaciones, esta política puede
construirse y descontruirse una y otra vez. Siguiendo esa misma lógica,
los ejércitos, durante los últimos 15 años, se han dedicado
exclusivamente a cubrir emergencias, preferiblemente en el extranjero
y por razones supuestamente humanitarias, como forma de garantizar
consenso y apoyo. Ya no hay ejército capaz de defender su propio
territorio o de garantizar su defensa en caso de guerra. Encontrar un
Estado amenazado de guerra por otro Estado resulta cada vez más difícil
y todos los ejércitos del mundo cuentan hoy con un aviso previo de
por lo menos 12 meses para movilizar los recursos necesarios para la
defensa nacional. Por esa razón, los ejércitos se han especializado
en la urgencia, ya sea desde el punto de vista modal, desde el punto
de temporal y desde el punto de vista del ritmo de sus intervenciones.
Cuando
Bernard Kouchner dice cándidamente que tenemos que «prepararnos para
lo peor», no hace más que interpretar una filosofía cuyo objetivo
no es la búsqueda de lo mejor, de la solución menos traumática,
sino por el contrario de aquella que invoca el manejo de la urgencia
mediante la política, mediante el instrumento militar y mediante
organizaciones humanitarias actualmente amarradas con cordel
reforzado. Es también la confesión de la incapacidad de esa misma
política para reflexionar y encontrar soluciones duraderas, de la
incapacidad de los instrumentos militares en cuanto al manejo de
situaciones de conflicto hasta lograr una completa estabilización, es
también la confesión de la incapacidad de las organizaciones
humanitarias en cuanto a la solución de los problemas de la gente con
perspectivas temporales más amplias que las implica la urgencia.
Bernard Kouchner reconoce, en definitiva, que la suma de incapacidades
conduce irremisiblemente a la guerra. Siendo incapaces de hacer otra
cosa, ¡hagamos a la guerra!
Resulta
evidente que, en esas condiciones, se hacen necesarios algunos
empujones para garantizar que se concrete la urgencia e intervenciones
de diversos factores: tiene que suceder algo –lo que los analistas
llaman «el catalizador» [trigger, ang.]– que determina la urgencia
política, es necesario que la seguridad colectiva se encuentre ante
un peligro inmediato, y hay que prever una catástrofe humanitaria (lo
más grande posible). Hay que crear, en definitiva, un aparato de
gestión capaz de «inventar» la situación de urgencia y de inventar
una salida que justifique el abandono de la búsqueda de una solución
para los problemas. El ataque contra Irán entra perfectamente en ese
marco, y, si se analiza bien, se trata de un marco ya casi
establecido. Se dispone entonces de múltiples pretextos para el
ataque.
La
idea de que Irán quiere desarrollar una bomba nuclear y que quiere
destruir Israel se ha difundido ampliamente a través del mundo. Más
allá de las bravatas, faltan aún los elementos que permitan probar
que eso sea cierto. Pero ha habido, en el pasado, testimonios de
bravatas terroristas que se han concretado y nadie quiere asumir
riesgo alguno, ni siquiera por amor a la verdad. La idea de un ataque
iraní, o de un ataque con apoyo de Irán, contra las fuerzas
estadounidenses estacionadas en Irak, aún cuando no existe prueba
alguna, está convenciendo a los más escépticos. Tarde o temprano, a
fuerza de hablar de ello, el asunto se verá como una invitación o
como un desafío, y el ataque tendrá realmente lugar. La política
iraní de apoyo al movimiento palestino Hamas y al libanés Hezbollah
convierte a Teherán en un blanco extremadamente vulnerable. Un
momento en que se pierda la sangre fría, o un simple error por parte
de dichas organizaciones, bastaría para desencadenar [contra Irán]
una intervención militar inmediata.
La
política exterior de las principales potencias, incluyendo a Europa,
se ha acostumbrado ahora a la idea de que una intervención militar
obligaría a Irán a retroceder a sus posiciones de hace unos veinte años.
Se
entroniza, por otro lado, la idea según la cual el objetivo no es
tanto, ni solamente, impedir el surgimiento de una potencia militar
sino también eliminar a ese país como actor regional con intereses
petroleros y estratégicos en todo el centro y el sur de Asia. En el
plano militar, todo está listo ya, y desde hace mucho tiempo. Los
planes de ataque están adoptados desde 1979, que fue la época de la
crisis de la embajada de Estados Unidos en Irán, y han sido
actualizados en función de las nuevas tecnologías y estructuras. La
tesis de que se trataría de un ataque dirigido esencialmente contra
las instalaciones nucleares de Irán y que no provocaría daños
colaterales entre la población civil no es más que una mentira
piadosa de los que se han acostumbrado a ignorar la verdad. Incluso la
idea de que este ataque estaría limitado al territorio iraní
resulta, como mínimo, sospechosa ya que el objetivo de la obstinación
y la ostentación de los ayatolas, por un lado, y del bando israelí e
estadounidense, por el otro, tiene que ver con intereses y ambiciones
que van mucho más allá del Golfo Pérsico.
Cualquier
ataque, cualesquiera que sean sus características, provocará enormes
daños, tanto de orden militar como civil, en la medida en que existe
la posibilidad de que se produzca una emergencia nuclear causada por
algún tipo de escape radioactivo. Un ataque, de cualquier tipo que
sea, no tendrá otro objetivo que la simple destrucción de las
estructuras defensivas: bases aéreas y bases de misiles, depósitos
de armas, rampas móviles de lanzamiento, puertos militares, unidades
marítimas de superficie, defensas antiaéreas y radares, medios
terrestres móviles y blindados, centros de comunicaciones, puestos de
mando y de control tendrían que ser eliminados antes o durante el
ataque contra las instalaciones nucleares. Pero muchas de esas
estructuras se encuentran en los principales centros de concentración
de la población.
Los
misiles de crucero más sofisticados, las bombas inteligentes
teledirigidas hacia los objetivos por comandos israelíes y
estadounidenses, infiltrados en Irán desde hace mucho, no excluyen un
margen muy elevado de daños colaterales. Si en lugar de las bombas de
explosivos convencionales llamadas «bunker busters» se recurre al
uso de las minibombas nucleares o de fisión o de bombas de neutrones,
el por ciento de daños podría aumentar aunque no en las enormes
proporciones que mencionan muchos observadores.
Incluso
la tesis según la cual sería posible la realización de golpes quirúrgicos
–aéreos y con la utilización de misiles– no es más que un engaño.
Una acción total tendiente, como debiera ser según lo anunciado, a
reducir el potencial bélico iraní a la época de la edad de piedra,
presupone múltiples acciones de ataque, con el uso de fuerzas múltiples,
realizadas en un corto período de tiempo para quitar al adversario,
como decía el coronel Boyd, toda capacidad de decisión, de respuesta
y toda posibilidad de adoptar una estrategia de enfrentamiento. La
acción múltiple tiene que ser también capaz de impedir la
represalia directa de las fuerzas aéreas y marítimas iraníes contra
las instalaciones y el transporte de petróleo en el Golfo Pérsico y
el Mar de Omán.
La
acción múltiple tendría que neutralizar la amenaza de los misiles
[iraníes] sobre las bases militares estadounidenses en Asia central y
Medio Oriente. Tendría que impedir las acciones iraníes de
estrategia indirecta en Afganistán, Pakistán, Irak, Líbano, así
como en Gaza y en el Cáucaso, y dondequiera que haya un chiíta que
pueda crear problemas. Para colmo, Teherán controla la ribera norte
del estrecho de Ormuz y el cierre de esa ruta marítima al paso de los
barcos que se dedican al transporte de petróleo podría poner por las
nubes el precio del barril de petróleo, hasta alcanzar precios de
entre 200 y 400 dólares el barril. Lo mismo pasaría si Irán
decidiese vengarse mediante operaciones de sabotaje o bombardeos
contra las instalaciones petroleras de otros países de la región.
Es
por ello que la estrategia militar de un ataque contra Irán no podría
consistir en golpes quirúrgicos o contemplar un solo componente. No
se puede tratar, en este caso, más que de la Swarm Warfare, de la
guerra del enjambre y de la horda, modalidad que John Arquilla y David
Ronfeldt han desenterrado después del imbatible uso que de ella
hiciera Gengis Kan [1]. En términos modernos, esa estrategia pone en
práctica la guerra en todas sus dimensiones –terrestre, naval, aérea,
mediante misiles, espacial, virtual y en el plano de la información–
en múltiples teatros y niveles. Para ello es necesario que el «enjambre»
de diversos componentes y de acciones que se desarrollan concentrándose
en un lugar y una dimensión dadas para trasladarse enseguida a otros
lugares y otras dimensiones pueda, en cualquier caso, impedir
cualquier tipo de reacción. Las hordas encargadas de la destrucción
física de los blancos deben integrarse y concentrarse sobre los
objetivos a la par de las hordas virtuales encargadas de las acciones
diplomáticas, de la guerra sicológica, al igual que las encargadas
de la manipulación de la información.
Además,
las acciones militares deben tener como objetivo provocar una situación
de urgencia humanitaria que justifique la intervención de las
organizaciones internacionales en territorio iraní. Es evidente que
la responsabilidad de la catástrofe debe atribuirse a los propios
iraníes. En ese aspecto, todo está listo ya, o casi listo, en
particular luego de la exhortación de Bernard Kouchner. Agencias
internacionales y ONGs están desesperadas por salir para Irán a
quitarles los velos a las mujeres. Si se les ofrece la posibilidad de
intervenir para recoger refugiados, ocuparse de los heridos, contar
los muertos y organizar una elección al mes, habrá una verdadera
carrera por ir a implantar la democracia en Irán.
La
complejidad de ese escenario no debe llevarnos a creer que haya que
movilizar fuerzas enormes. Las capacidades de bombardeo de los aviones
israelíes y estadounidenses son tan grandes que pueden destruir
numerosos objetivos con una cantidad limitada de aparatos. Los misiles
crucero que pueden ser lanzados desde el mar ya son armas tecnológicas
que no exigen una intervención en masa para lograr la destrucción
deseada, ni siquiera a gran escala. El gran número de planes y
niveles de intervención podría quizás plantear problemas de
coordinación, de mando y de control, pero no sería nada del otro
mundo. Estados Unidos e Israel colaboran entre sí desde hace más de
medio siglo, y los problemas de seudo autorizaciones de terceros países
para el sobrevuelo o el tránsito [terrestre] de tropas ya no existen,
ya sea por la existencia de acuerdos políticos firmados con los países
interesados o por la predisposición de ambas potencias a ignorar las
objeciones.
Queda
la grave e importante incógnita de la post-urgencia. La incógnita
sobre el futuro de un Estado de origen y mentalidad imperiales que se
ve degradado al papel de Estado renegado en bancarrota y, de aspirante
al papel de potencia regional, al de hueco negro político y estratégico.
Se mantiene también la incógnita sobre la reacción, no tanto sobre
la derrota o el redimensionamiento de las aspiraciones como en cuanto
a la humillación. No se puede excluir en lo absoluto que lo que se
quiere evitar a cualquier precio, o sea la nuclearización de Irán, aún
por demostrar y por realizar, se vea de hecho favorecida por la
intervención de potencias extranjeras, precisamente por causa de la
humillación.
Documentos
adjuntos:
http://www.voltairenet.org/IMG/pdf/Rand-Arquilla-Ronfeldt-2.pdf
Notas:
(*)
La versión original de este texto se publicó en el diario italiano
L’Espresso.
(**) General Fabio Mini:
Ex agregado militar italiano en Pekín, (1993-96), director de la
Academia militar italiana (1996-98), y más tarde comandante en jefe
de la KFOR (2002-03).
[1]
«Swarming and the Future of Conflict», por John Arquilla y David
Ronfeldt, Rand Corporation 2000. Ver
el documento anexo.
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