La
Argelia rica de los argelinos pobres
Por
Fernando Casares (*)
El Corresponsal de Medio Oriente y África, 04/10/07
Como resultado de una
coyuntura internacional favorable en cuanto al precio del petróleo,
el Estado argelino, principalmente de la mano de su empresa energética
Sonatrach, viene desde hace años percibiendo un crecimiento sin
precedente. Al mismo tiempo, su deuda externa es comparativamente
baja. Pese a los auspiciosos indicadores, el país padece un desempleo
y una pobreza feroz.
Argel.- Decía
alguien por ahí que la primera impresión era la que contaba, claro
que también esto tiene su réplica en aquella que sentencia el engaño
de las apariencias. Es como la que afirma que hay excepciones a la
regla pero al mismo tiempo se puede contrariar alegando que la sola
existencia de excepciones confirman que las reglas no existen. De
cualquier forma, sea esto o no verdad, hay una imagen actual de Argel,
que se ha modificado y que también existe, que tiene excepciones y es
regla al mismo tiempo, que aparenta y que engaña, que es real y que
satura los pequeños comercios de esta ciudad mediterránea y
musulmana: los fast food y pizzerías, locutorios, cibercafés y lo
que algunos llaman “economía de bazar” (mercados y comercios que
venden desde una mecha de taladro nº 10 hasta unas braguitas estilo
brasileño).
Argel, además de
estar tapizada de automóviles, lo está también de estos pequeños
comercios y mercados. La ciudad se ha convertido en pocos años en una
urbe de colores, sabores y olores heterodoxos pero sobre todas las
cosas, intensos, fuertes, olfativamente violentos y arrolladores.
La tan famosa
globalización y su madrastra, la libertad de mercado, eufemismo éste
que habla menos de libertad que de explotación económica, o en todo
caso de libertad para explotar por parte del que detenta poder y
capital, penetró en Argelia como irrumpe intempestivamente el masivo
caudal de un río ante la apertura de compuertas de un inmenso dique:
rápida y furiosamente. A este proceso de aceleración económico–social
le siguió un estado de saturación de cierta oferta, tal que si en
España afirman que hay un bar cada 100 metros, en esta perla del
Magreb hay pizzerías, locutorios y cybercafés en esa misma dimensión
pero por duplicado. Como hongos han crecido estos comercios en este débil
tejido económico, bien como forma de autoempleo –en un país con
una enorme tasa de desempleados–, bien como camino hacia la formación
de una pequeña burguesía nacional y futura clase media en un país
de herencia socialista.
“El Estado se sentó
en primera fila a observar el espectáculo, sin intervenir, sin
normalizar ni regular, solo conservando los feudos de la seguridad, el
gas y el petróleo. El mercado se regula solo, la mano invisible todo
lo ajusta”, me diría Kateb, notario un tanto excéntrico, recordándome
a los viejos liberales y a los más contemporáneos neoliberales.
“Usted mismo lo verá: un locutorio al lado del otro, un ciber al
lado del otro, un fast food al lado del otro, ni siquiera en frente o
a 100 metros, no; uno al lado del otro”, sentencia el notario
haciendo notar lo que el mercado tendría que regular.
Argelia abrió las
puertas de par en par a la globalización de la mano de Bouteflika, un
ex ministro de Exteriores del gobierno socialista de Boumedien, quien
por un lado repartió concordia y reconciliación (después de una década
sangrienta de terror) con el objetivo de pacificar y conciliar a la
sociedad toda, y por otro liberó la economía con el fin de distender
tensiones sociales y dinamizar sectores que se habían quedado
estancados y obsoletos. En esta liberalización las inversiones
extranjeras jugarían y juegan un papel fundamental.
En materia política,
los resultados parecen haber sido los esperados por el gobierno. El
porcentaje de abstención en Argelia es altísimo, síntoma de una
rotura y distanciamiento entre la sociedad y la clase política. El
argelino termina por divorciarse de la política –ni por las urnas
ni por la violencia, parecería sentenciar la realidad–, que pierde
así su sentido como generadora de cambios y evolución. De esta forma
el Estado se asegura continuidad (reformista en lo económico y
conservadora en lo político) sin violencia, cambios bruscos ni
revueltas sociales.
Pero en materia económica
el desempleo (aproximadamente del 30%, afectando sobre todo a los jóvenes)
y el mercado negro o informal (que aglutina sectores del comercio
capaces de crear una verdadera economía paralela) son signos de una
política económica que no acaba de despegar. El Estado ha propuesto
a los jóvenes de menos de 35 años financiar proyectos de creación
de empresas pidiendo colaboración a los bancos; sin embargo, el
resultado hasta ahora ha sido que la mayoría de las solicitudes
aprobadas han sido para la creación de pizzerías y fast food,
locutorios y cibercafés. Por otro lado, nuevos gremios exigen al
Estado elevar sus salarios al nivel de sus colegas de Marruecos y Túnez.
“Un docente marroquí cobra 5 veces más que un colega argelino
–que cobra 160 euros– y el Producto Nacional Bruto es 10 veces más
elevado que el de Marruecos”, afirman desde el Consejo Nacional de
Enseñanza Superior (CNES).
Desde el punto de
vista político el periodismo en general y las organizaciones de
derechos humanos alegan que la reconciliación nacional, sometida a
referéndum en 2005 y aprobada por el 98% de los votantes, se hizo
para cerrar la página de una trágica década sin demandas ni
enjuiciamientos al Estado y su pilar –la fuerzas armadas–, señaladas
como autoras de una guerra sucia en la lucha contra el terrorismo.
Desde el punto de vista económico, el discurso del Estado al
islamismo en general sería: hagan negocios y dejen la política. Así,
hoy podemos ver en Argel una cantidad nada desdeñable de comercios
atendidos y regentados por los famosos “barbudos”, considerados
como islamistas moderados, que justifican dedicarse a los negocios
como lo habría hecho el profeta en su tiempo. El islamo–business es
un fenómeno que también parece observarse en otros países
musulmanes.
Paradójicamente las
cifras de su macroeconomía gozan de una salud envidiable. Como
resultado de una coyuntura económica internacional favorable en
cuanto al precio del petróleo, el Estado argelino, principalmente de
la mano de su empresa energética Sonatrach, viene desde hace años
percibiendo un crecimiento sin precedente y haciendo de sus grandes
cuentas resultados positivos anuales (8.000 millones en 1998, 13.000
en 1999, 32.000 en 2004, 45.000 en 2005, 50.000 en 2006). Sus reservas
superan los 55.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, su deuda
externa es comparativamente baja (se calcula que cerca de 17.000
millones de dólares), lo que la convierte en una preocupación
irrisoria a la luz de las actuales cuentas y de la década pasada, que
estaba en el orden de los 24.000 millones.
El gobierno de
Bouteflika –que asumió en 1999– esperaba escasez y sin embargo le
sobrevino abundancia. Desde el punto de vista gubernamental el
problema no reside en conseguir dinero para reactivar la economía,
sino en no despilfarrarlo como se ha hecho en ocasiones y gobiernos
anteriores a raíz de las crisis petroleras que tanto beneficiaron a
estos países miembros de la OPEP.
En la primera de esas
crisis (1973–1974), el gobierno de Houari Boumedien destinó dinero
a la compra de fábricas “llave en mano”. Se compró lo mejor y lo
más caro (acero, aluminio, abonos, papel, química y camiones fueron
la prioridad). Las fábricas se instalaron en regiones pobres, donde
los operarios no tenían formación y no se sentían cómodos con
estas tecnologías modernas. La consecuencia fue que todo se atrasó y
el ciclo petrolero se cerró antes de que la industria pesada se
pusiera en marcha. Resultado: empresas que perdían dinero, fábricas
trabajando a medio gas y una deuda externa que crecía rápidamente
por los créditos contraídos para financiar este programa de
industrialización.
En la segunda crisis
(1979–1982), el presidente Chadli Benyedid destinó el dinero del
petróleo a un programa antipenurias (PAP) que tuvo como resultado una
ola de importación de productos de consumo en las tiendas del Estado:
refrigeradores, televisores y automóviles. El PAP desapareció sin
dejar sucesores.
La tercera crisis
(1991–1992) pasó inadvertida. El dinero del petróleo fue destinado
a pagar las deudas que se habían acumulado en los años 80. El
objetivo era evitar un reescalonamiento de la deuda externa, que podría
haber puesto a Argelia bajo monitoreo y control del Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial. Sin embargo, en 1994 y en plena
violencia terrorista, Argelia terminó aceptando el reescalonamiento a
falta de suficientes petrodólares.
Hoy, la Sonatrach
(propiedad del Estado) es la duodécima industria petrolera mundial y
una de las más grandes exportadoras de gas (segundo proveedor de gas
natural a Europa, después de Rusia, y segundo proveedor de gas
licuado GNL, después de EEUU) y presenta una amplia gama de productos
exportables, además del petróleo (condensat, GPL, productos
refinados, petroquímica).
Sin embargo,
curiosamente, el gobierno de Bouteflika aumenta espectacularmente los
efectivos policiales (120.000 actualmente más 45.000 que se
incorporarán antes del 2009, frente a unos 30.000 de la década de
los 80). Si bien la sangrienta década de los 90 produjo este cambio
en cuestiones de seguridad y efectivos, llama la atención en pleno
período posterrorista semejantes cifras.
Cabe preguntarse por
qué Argelia es rica y los argelinos pobres. Hasta el momento el
aumento presupuestario ha sido fundamental. En 2005 lanzó un programa
de apoyo al crecimiento económico (2005–2009) con 55.000 millones
de dólares, para continuar un anterior programa de reactivación económica
adoptado en 2001. Una ley de finanzas de finales del 2005 muestra la
dimensión de los medios: el presupuesto de equipamiento del Estado ha
aumentado el doble con respecto a 2004 y supera por primera vez al de
funcionamiento.
Pero existe un
problema crucial que no tiene que ver con el dinero, sino con la falta
de capacitación del personal a la hora de utilizarlo y hacer
efectivos diferentes proyectos de envergadura nacional: la
desorganización e inestabilidad ministerial y burocrática y la mala
voluntad de los funcionarios.
Aún así, a una
creciente demanda sigue habiendo una escasa oferta. Cabe preguntarse
si el Estado podrá administrar eficiente, audaz y rápidamente una
realidad económica que evidencia caos y mala gestión. Cabe
preguntarse para cuándo a la Argelia rica le seguirán argelinos
ricos.
(*)
El autor es un periodista argentino residente en Argel.
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