El
pacto de la corrupción
Por
Txente Rekondo (*)
La
Haine, 23/10/07
Las
acusaciones y sospechas de corrupción que planean sobre el matrimonio
Bhutto no han sido obstáculo para que desde Washington y Londres se
haya presionado para diseñar y ejecutar un acuerdo en Pakistán por
encima de las demandas o los intereses de los propios ciudadanos del
país asiático.
Esa
estrategia occidental condena a Pakistán a sufrir en el futuro una
nueva ola de violencia que puede finalmente trastocar los propios
planes de EEUU y sus aliados. Los ataques contra la comitiva de
bienvenida de Bhutto han sido considerados como “el primer paso en
un crudo enfrentamiento que se avecina entre los islamistas radicales
y el cambio de régimen impulsado por Occidente”.
Los
estrategas en la Casa Blanca pretenden apoyarse en cuatro pilares para
llevar adelante sus planes. El primero, y central, es la propia
Bhutto, quien asumiría el gobierno de coalición del país; también
está el papel de la facción de Choudhury de la Liga Musulmana de
Pakistán, clave para lograr el apoyo del Punjab; con el Jamiat
Ulema–e–Islam de Rahman se buscaría mantener puentes con el
islamismo más radicalizado; y finalmente, a través del Partido
Nacionalista Awami se mantendría la mirada hacia Afganistán.
Otro
factor importante, sobre todo para superar las reticencias históricas
que el ejército ha mantenido hacia Bhutto, es el nombramiento del
sucesor militar de Musharraf, el general Ashfaq Pervez Kiani, que
sirvió en un gobierno anterior de la propia Bhutto.
A
pesar de mantener un importante apoyo popular en torno a la figura de
Bhutto, ésta ha visto el mismo reducido al 28%, mientras que Nawaz
Sharif (expulsado recientemente de nuevo y que podría ser la carta
guardada por Washington si las cosas se complican más) ronda el 36%.
El respaldo del general Musharraf, según esa encuesta del IRI, ha caído
desde el 63% de hace un año al 21%.
La
relación de Bhutto con la corrupción (tiene ya una condena firme en
Suiza, a pesar de estar recurrida) y con el llamado “mal gobierno”
pesa todavía mucho en su contra, y a pesar de que pueda vencer en las
elecciones parlamentarias, mantenerse en el cargo será muy
complicado. Las fuerzas islamistas, algunos sectores del ejército y
del poderoso ISI, así como otros grupos sociales, no quieren verla ni
en pintura. El apoyo de Bhutto al asalto contra Lal Masjid (la
Mezquita Roja), se disposición a permitir ataques de EEUU en las
regiones tribales de Pakistán, e incluso su permiso a la AIEA para
que interrogue a A. Q. Khan (el padre de la tecnología nuclear
pakistaní) son más obstáculos en su camino hacia el puesto de
primer ministro que tanto anhela.
El
pacto con Musharraf nos presenta una “democracia controlada” y con
una enorme sombra de corrupción, pero ello no es obstáculo para que
EEUU siga tensando la cuerda de Pakistán. Si el propio Musharraf ya
le advirtió a Bhutto que su vuelta podía estar marcada por
sangrientos atentados, como así ha ocurrido, cualquier observador se
tomaría en serio las amenazas que penden sobre esa maniobra
estadounidense (y sobre sus peones locales), y no sería de extrañar
que la violencia que sacude con intensidad las regiones tribales y
Baluchistán, termine extendiéndose a Islamabad, Lahore o Karachi.
O
incluso que la propia Bhutto siga el mismo final trágico que su padre
y sus dos hermanos, otra amenaza que vuela sobre esa familia.
El
clientelismo, la corrupción y el soborno seguirán en Pakistán tras
esa maniobra, y la mayoría del país asistirá impotente a la
privatización de las pocas empresas y servicios que proporciona el
estado. La desestabilización de importantes zonas del país o la
tutela permanente del ejército, la desigualdad económica, la
ausencia de asistencia sanitaria o educativa persistirán. Pero ello
no preocupa a Wahington ni a Occidente, empeñados en promocionar
“su democracia” en todo el mundo, aunque ésta sea “tutelada o
corrupta” como en Pakistán.
(*)
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).
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