La
muerte de Oslo
Por
Edward W. Said (*)
El País, Madrid, 14/10/00
Tergiversado
y desesperanzadamente viciado desde el comienzo, el proceso de paz de Oslo
ha entrado en su fase terminal; una fase de violento enfrentamiento,
represión israelí desproporcionadamente masiva, rebelión palestina
generalizada y gran pérdida de vidas humanas, en su mayoría palestinas.
La
visita que Ariel Sharon hizo el 28 de agosto a Haram al Sharif no podría
haber tenido lugar sin el permiso de Ehud Barak, ¿cómo si no podría el
panzudo ex criminal de guerra haber aparecido allí con mil soldados
protegiéndolo? Tras dicha visita, la popularidad de Barak aumentó del
20% al 50%, y el terreno parece abonado para la instauración de un
Gobierno de unidad nacional dispuesto a ser todavía más violento y
represor.
Sin
embargo, desde el comienzo del proceso de paz, en 1993, se podía
presagiar lo que ahora pasa, como señalé en EL PAÍS en su momento. Ni
los líderes laboristas ni los del Likud se molestaron en ocultar el hecho
de que Oslo estaba pensado para dividir a los palestinos en enclaves no
contiguos, rodeados de fronteras controladas por los israelíes, con
asentamientos y carreteras entre asentamientos salpicando, y
fundamentalmente violando, la integridad de los territorios, con la
prosecución inexorable de expropiaciones y demoliciones de casas durante
los gobiernos de Rabin, Peres, Netanayahu y Barak, la expansión y
multiplicación de los asentamientos (200.000 judíos israelíes añadidos
a Jerusalén, 200.000 más en Gaza y en Cisjordania), la continuación de
la ocupación militar y la obstaculización, el retraso y la cancelación
de cada diminuto paso hacia la soberanía palestina -incluidos los
acuerdos de retirada en fases minúsculas y acordadas- a voluntad de
Israel. Era un método política y estratégicamente absurdo, e incluso
suicida. La Jerusalén Este ocupada fue declarada fuera de las fronteras
palestinas mediante una belicosa campaña israelí en la que se proclamó
a la incurablemente dividida ciudad "capital eterna e indivisa"
de Israel. A los cuatro millones de refugiados palestinos -la población
refugiada más amplia y la que lleva más tiempo en esa situación hoy en
el mundo- se les dijo que podían olvidarse de cualquier idea de retorno o
compensación.
Yasir
Arafat, con su régimen corrupto y estúpidamente represivo apoyado por el
Mossad israelí y la CIA, siguió confiando en la mediación
estadounidense, a pesar de que el equipo de paz norteamericano estaba
dominado por antiguos funcionarios del lobby israelí y por un presidente
cuyas ideas sobre Oriente Próximo eran las de un cristiano sionista
fundamentalista sin ningún conocimiento o comprensión del mundo árabe-islámico.
Los dóciles, aunque aislados e impopulares, jefes árabes (especialmente
el presidente egipcio, Mubarak) se vieron humillantemente obligados a
acatar la línea estadounidense, disminuyendo así aún más su erosionada
credibilidad nacional. Siempre se antepusieron las prioridades de Israel,
como su infinita inseguridad, y sus ridículas exigencias. Nunca se intentó
abordar la injusticia esencial cometida contra los palestinos al
desposeerlos como pueblo en 1948.
En
el proceso de paz subyacían dos supuestos israelíes y norteamericanos
inalterables, ambos derivados de una abrumadora falta de comprensión de
la realidad. El primero era que, castigando y golpeando lo suficiente a
los palestinos a lo largo de los años, éstos acabarían por rendirse,
aceptarían los transigentes compromisos, que Arafat en efecto aceptó, y
darían por terminada la causa palestina, excusando después a Israel de
todo lo que había hecho. Así, por ejemplo, el "proceso de paz"
no prestó atención a las inmensas pérdidas palestinas de tierras y
bienes, a la relación entre la pasada dislocación y la presente falta de
Estado, y sin embargo, y a pesar de ser una potencia nuclear con un
formidable ejército, Israel continuó afirmándose en su condición de víctima
y exigiendo compensaciones por el antisemitismo genocida en Europa. A
pesar de que es una incongruencia, todavía no se ha reconocido
oficialmente la responsabilidad de Israel (ahora ampliamente documentada)
en la tragedia de 1948, aunque Estados Unidos haya ido a la guerra en Irak
y Kosovo en defensa de otros refugiados. Pero no se puede obligar a las
personas a olvidar, especialmente cuando todos los árabes consideran que
la realidad diaria reproducía al infinito la injusticia original.
Segundo,
tras siete años de empeoramiento constante de las condiciones económicas
y sociales de los palestinos de todas partes, los políticos israelíes y
estadounidenses han seguido (estúpidamente, en mi opinión) anunciando a
bombo y platillo su éxito, excluyendo a Naciones Unidas y a otras partes
interesadas, doblegando a su voluntad a los medios de comunicación
vergonzosamente partidistas y distorsionando la realidad para convertirla
en efímeras victorias para la paz . Con todo el mundo árabe poniendo el
grito en el cielo por el uso israelí de helicópteros armados y de
artillería pesada para demoler edificios civiles palestinos, con casi 100
muertos y cerca de 2.000 heridos, incluidos muchos niños, y con los árabes
israelíes sublevándose contra el trato que reciben como ciudadanos no
judíos de tercera clase, el desequilibrado y sesgado statu quo se está
viniendo abajo. Aislado en el seno de las Naciones Unidas y despreciado en
todo el mundo árabe por defender incondicionalmente a Israel, Estados
Unidos y su presidente, cuyo mandato toca a su fin, poco tienen ya que
aportar. Como tampoco lo tienen los líderes árabes e israelíes, a pesar
de que es probable que logren remendar un nuevo acuerdo provisional. Lo más
chocante ha sido el silencio total de los partidarios de la paz sionistas
de Estados Unidos, Europa e Israel. La matanza de jóvenes palestinos
continúa, y esos supuestos amantes de la paz, o respaldan la brutalidad
israelí o expresan su decepción por la ingratitud palestina. Lo peor son
los medios de comunicación estadounidenses, completamente acobardados por
el lobby israelí, cuyos analistas y presentadores difunden noticias
distorsionadas que hablan de " fuego cruzado" y "violencia
palestina" y no mencionan que Israel es quien mantiene la ocupación
militar, y que los palestinos están luchando contra ella, no
"sitiando a Israel", como afirmó la terrible Albright. Mientras
Estados Unidos celebra la victoria del pueblo serbio contra Milosevic,
Clinton y sus secuaces se niegan a ver en la insurrección palestina el
mismo tipo de lucha contra la injusticia.
Mi
impresión es que parte de la nueva Intifada palestina está dirigida
contra Arafat, que ha llevado por mal camino a su pueblo con promesas
falsas y mantenido a toda una serie de líderes corruptos que conservan
sus monopolios comerciales mientras negocian de manera incompetente y débil
en su nombre. Arafat gasta el 60% del presupuesto público en burocracia y
seguridad y sólo el 2% en infraestructura. Hace tres años, sus propios
contables admitieron la desaparición anual de 400 millones de dólares.
Sus mecenas internacionales lo aceptaron en nombre del "proceso de
paz", la expresión más odiada hoy en el léxico palestino.
Entre
los palestinos de Israel, Cisjordania, Gaza y la diáspora está
emergiendo lentamente un liderazgo y un plan de paz alternativos. Nada de
volver al marco de Oslo; ningún compromiso sobre las resoluciones de
Naciones Unidas originales (242, 338 y 194) que establecieron el marco de
la Conferencia de Madrid de 1991; eliminación de todos los asentamientos
y carreteras militares; evacuación de todos los territorios anexionados u
ocupados en 1967; boicot a los bienes y servicios israelíes. Puede estar
surgiendo la sensación de que lo único que funcionará es un movimiento
masivo contra el apartheid israelí (similar al surafricano). Es una auténtica
estupidez que Barak y Albright consideren a Arafat responsable de algo que
ya no puede controlar. Los partidarios de Israel harían bien en lugar de
despreciar el nuevo marco que se está proponiendo recordar que la cuestión
de Palestina concierne a todo un pueblo, no a un líder envejecido y
desacreditado. Además, la paz entre Palestina e Israel sólo se puede
hacer entre iguales una vez que se haya puesto fin a la ocupación
militar. Ningún palestino, ni siquiera Arafat, puede aceptar menos.
(*)
Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de la Universidad de
Columbia, Estados Unidos.
|
|