Nueva
Intifada
La justa ira de un pueblo
ultrajado
Por Roberto Ramírez
Socialismo o Barbarie (revista) noviembre-diciembre
2000
La
rebelión de las masas palestinas amenaza con hacer trizas el “proceso
de paz” iniciado por los acuerdos firmados en 1993 bajo la batuta de
EE.UU. en Oslo, Noruega, entre el Estado de Israel y la OLP (Organización
para la Liberación de Palestina).
Ha entrado así en crisis uno de los dispositivos más
importantes del dominio mundial de EE.UU., ya que la culminación de los
“acuerdos de Oslo” significaba consolidar firmemente el “orden”
imperialista en Medio Oriente, una región clave del planeta.
Pero también esta lucha desigual, donde jóvenes
heroicos se enfrentan con palos y piedras a uno de los ejércitos más
sanguinarios del mundo, permite comenzar a disipar la niebla de mentiras e
ignorancia acerca de Palestina, sembrada por la propaganda de EE.UU. y el
sionismo.
Esas
falsedades se siguen reflejando, sin embargo, en las interpretaciones de
lo que está pasando allá. Muchos creen, por ejemplo, que “se pelean
por la religión”. Hordas de musulmanes saldrían a la calle a romper
todo y hacerse matar por “fanatismo religioso”. Una variedad más
“sutil” de estas explicaciones asume la forma de la “teoría de los
dos demonios”. Frente a los fanáticos islámicos hay también fanáticos
religiosos israelíes (aunque a este demonio se lo pinta menos malo). Otro
cuento anexo es el de los “odios ancestrales”, tan manoseado por los
charlatanes de la TV cada vez que deben explicar por qué en África o la
ex Yugoslavia, algunas etnias se dedican a matar a otras.
Sea
como sea, los “fanáticos” y “extremistas”, con sus “odios
ancestrales”, estarían impidiendo que el bueno de Bill Clinton y sus
amigos (el primer ministro de Israel, Ehud Barak, y el presidente de la
Autoridad Palestina, Yasir Arafat) lleven a buen puerto el “proceso de
paz” iniciado por los “acuerdos de Oslo”.
¿Qué
clase de paz y qué clase de guerra?
Hay
que reconocer que en esta época de la globalización, el capitalismo
imperialista es maestro en tergiversaciones. La invasión de un ejército
imperialista se llama “misión de paz”. A la dictadura universal del
capital financiero y el FMI, le dicen “democracia”. La ausencia de
frenos en la explotación y el saqueo del mundo por un puñado de
transnacionales, se denomina “libertad de mercado”. Los “acuerdos de
paz” iniciados en Oslo son otro ejemplo de esta inagotable capacidad de
falsificación.
Es
que, ¿quién puede estar en contra de que en Palestina (y en el mundo)
haya “paz”, que la gente no se mate entre sí? ¡Parece de sentido común!
Sin
embargo, para no ser engañando, cada vez que el imperialismo y los
capitalistas hablan de “paz”, conviene hacerse las sabias preguntas de
Lenin: ¿Qué clase de paz? ¿Qué clase de guerra? (Y también: ¿qué
clase de “democracia”?, ¿qué clase de “libertad”?)
Aquí
vamos a explicar cómo el “proceso de paz” que comenzó con los
“acuerdos de Oslo” ha significado para los palestinos un refuerzo de
sus cadenas, el endurecimiento de su miseria y esclavitud. Es la “paz”
de la cárcel, y ahora, la del cementerio. Contra esto se rebelan.
En
el recuadro que acompaña este artículo (véase “Crónica de una
colonización”) recordamos los principales hitos de la colonización
sionista de Palestina.
Como
toda colonización imperialista, ella tropieza con un gran problema: ¿qué
hacer con la población nativa? En la historia se han dado distintas
“soluciones”. Una, el exterminio (como hizo la colonización
anglosajona con los indígenas de Norteamérica). Otra, el desplazamiento
de la población originaria. Y, por último, una tercera “solución”,
la de reducir a la población nativa a una situación de sometimiento y
explotación por parte de los colonizadores.
El
sionismo fue haciendo una combinación de esas tres políticas.
Inicialmente, mediante el terror provocado por los exterminios (como la
masacre de Deir Yassin que relatamos), logró el desplazamiento de la
mayor parte de los palestinos del territorio ganado en la guerra de
1947/49. Ellos fueron a poblar los campos de refugiados, principalmente
del Líbano y Jordania, y allí siguen la mayoría de sus descendientes.
Luego,
con la guerra de 1967, Israel ocupó más territorio. Pero en esa ocasión,
en la Franja de Gaza, en la Ribera Oeste del río Jordán (Cisjordania) y
en Jerusalén oriental [véase mapa], la gran mayoría de la población
palestina no se desplazó. Llegó entonces la hora de aplicar, en esos
llamados “Territorios Ocupados”, la tercera “solución”,
matizada por matanzas periódicas y presiones constantes para echar a sus
habitantes.
Desmembrando los Territorios Ocupados
En los Territorios Ocupados en 1967, ya no era
posible para Israel repetir la “limpieza étnica” de 1948. No había
condiciones políticas internacionales para hacerlo. Pero los sionistas
confrontaban el mismo dilema de cuando desembarcaron en Palestina bajo el
Mandato Británico: querían la tierra, pero no la gente que la
habitaba. Israel adoptó entonces una línea más sofisticada:
controlar la tierra y sus recursos, confinando progresivamente a los
palestinos a distritos aislados: a guetos o bantustanes, que además serían
una reserva de mano de obra barata, sin derechos políticos, humanos ni
sindicales. (1)
Esto se fue haciendo mediante cuatro medidas:
1) Demolición a gran escala de casas y aldeas de
palestinos.
2) Edificación de “asentamientos” de colonos
sionistas.
3) Construcción de una red de carreteras que ligan
esos asentamientos entre sí y con el territorio de Israel.
4) Bloqueo periódico de las comunicaciones de las
zonas en que han sido confinados los palestinos.
De ese modo se fueron desmembrando los
territorios de Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental, que hasta 1967
eran habitados exclusivamente por palestinos.
Según las “leyes” de Israel para los
“Territorios Ocupados”,(2) se puede arrasar la casa de un palestino
bajo cualquier pretexto. Un detenido en una actividad de resistencia,
puede ser castigado con la demolición de la casa de su familia, aunque ésta
no haya participado en el incidente. De la misma manera, Israel tiene el
“derecho” de arrasar aldeas y barrios enteros por los más diversos
motivos: construcción de carreteras, declararlos “territorio
militar”, etc.
Después de expulsar a los pobladores y pasar los
bulldozer, se construyen los asentamientos para los colonos sionistas y
las rutas que los unen. Inicialmente, fue creado un cordón de
asentamientos entre Jerusalén, el Valle del Jordán y el norte de la
Ribera Occidental. De esa manera, separaron entre sí a las dos grandes
ciudades palestinas, Nablús y Ramalla [véase mapa]. Paso a paso, fueron
extendiéndose como una telaraña por los Territorios Ocupados. Hoy el
resultado es que tres principales cadenas de asentamientos han fraccionado
Cisjordania en tres zonas separadas. Los dos principales bloques de
asentamientos son Gush Etzion y Gush Adumin. El primero, separa la parte
sur de la Ribera Oeste, en particular las grandes ciudades palestinas de
Belén y Hebrón. El segundo, Gush Adumin, que es el mayor bloque, liga
Jerusalén con los otros asentamientos del Valle del Jordán. El tercer
bloque de asentamientos, más al norte, completa la división de
Cisjordania en tres zonas palestinas, con centro respectivamente en Hebrón,
Ramalla y Jenín-Nablús.
Asimismo, en la Franja de Gaza, en medio de un millón
de palestinos, se han instalado 6.000 colonos sionistas. A pesar de la
desproporción, Israel se ha apoderado en Gaza del 42% de la tierra para
construir esos asentamientos, carreteras e instalaciones militares.
En total, desde 1967, se han instalado casi 300
asentamientos, con unos 300.000 colonos. El objetivo enunciado públicamente
el año pasado por el actual primer ministro, el “pacifista” o
“paloma” Ehud Barak, es llegar rápidamente a 500.000 colonizadores.
Estos colonos, aunque son civiles, tienen derecho a
portar armas. Y su deporte favorito no es el fútbol, sino practicar tiro
con los palestinos que estén a la vista. Son así innumerables los
reportes de muertos o heridos por alguna bala que nunca se sabe de dónde
vino. Los agricultores palestinos con campos cercanos a los asentamientos
son sus blancos preferidos. Por supuesto, la policía de Israel jamás
encuentra un culpable.
Además del criminal atropello que significa todo
esto, los asentamientos contribuyen a empobrecer a los palestinos e
imponerles condiciones de vida insoportables. Es que se han apoderado
de importantes tierras de cultivo, generalmente las mejores, y sobre todo,
del agua, cuestión de vida o muerte en la región.
La vivisección de los Territorios se corona con una
red de carreteras. Éstas no fueron trazadas para servir a las
necesidades de la población en general, sino para ligar unos a otros los
asentamientos israelíes con el territorio de Israel anterior a la guerra
del 67. Las nuevas rutas completan la parcelación de la Ribera Occidental
y Gaza. A sus costados, aunque no se haya construido ningún asentamiento,
frecuentemente son demolidas las casas y aldeas palestinas por estar
“demasiado cerca”.
Hoy un colono puede ir, por ejemplo, desde Tel Aviv
hasta cualquier asentamiento de la Ribera Occidental, sin pasar por ningún
tramo de territorio controlado por la actual Autoridad Nacional Palestina.
En cambio, un palestino que pretenda viajar de Nablús (en el norte) a
Hebrón (en el sur), deberá pasar por zonas aún ocupadas por Israel.
Como los autos israelíes y palestinos llevan distinta identificación, a
los últimos les es imposible viajar con tranquilidad. En el mejor de los
casos, pueden ser molestados o impedidos de seguir viaje por los retenes
del ejército; en el peor, pueden ser ametrallados por cualquier colono
trastornado o algún soldado que los estime “sospechosos”.
Por último, este dispositivo sirve para imponer,
cada vez que el gobierno sionista quiere, el bloqueo del movimiento de
personas o bienes entre la Ribera Occidental, Gaza, Jerusalén y el
anterior territorio de Israel, y también entre las mismas poblaciones
palestinas.
Este mecanismo se ha vuelto mucho más sofisticado
precisamente desde los “acuerdos de paz” de Oslo. En 1993, Israel
impuso un bloqueo permanente de la Ribera Occidental, e instituyó un
sistema de “permisos de entrada” para controlar el flujo de gente que
cruzara sus límites. Los palestinos sin permiso no pueden entrar ni
siquiera a Jerusalén, su capital histórica, donde tienen su mezquita más
sagrada. Los permisos se restringen cada vez más; sólo los dan a
personas casadas, mayores de 35 (hombres) y de 30 (mujeres).
Al haber sido segmentadas por los asentamientos y la
red de carreteras, las zonas palestinas son muy fáciles de rodear y
sellar por el Ejército de Israel. Durantes esos bloqueos, los residentes
de las aldeas y ciudades palestinas están bajo una especie de arresto
territorial. Quienes tienen empleo en Israel no pueden viajar al
trabajo. La producción agrícola de las aldeas no puede ir a las
ciudades, ni los productos de éstas,
al campo.
¿Qué clase de “estado” palestino es posible
erigir en estas condiciones?
De la Intifada a Oslo
Sorpresivamente, el 8 de diciembre de 1987, estalló
una Intifada. Ese día, en Gaza, un sionista atropelló adrede con su auto
unas carpas de refugiados y mató a cuatro. Un incidente de rutina en el
acostumbrado maltrato a los palestinos. Pero fue la gota que desbordó el
vaso.
En Gaza y Cisjordania comenzó un estado de rebelión,
que empeoró con los esfuerzos militares para reprimirlo; la violencia se
extendió por toda Palestina y se prolongó largo tiempo. Miles y miles de
jóvenes apedreaban diariamente a las tropas sionistas. El heroísmo de
esa juventud y la brutalidad de la represión (una de las órdenes del
mando israelí fue la de quebrar a palos los brazos de los jóvenes
detenidos) atrajo hacia los palestinos la simpatía de la opinión pública
mundial, desmoralizó a un sector de soldados y comenzó a dividir a los
mismos israelíes. Surgió una corriente favorable a negociar algún
arreglo con los dirigentes palestinos.
Un rasgo importante de la Intifada de 1987/88 fue
precisamente que estalló y, al principio, se desarrolló y organizó independientemente
de la dirección la OLP. Tanto Israel como Arafat fueron tomados por
sorpresa.
Hasta entonces, la resistencia palestina se había
desarrollado casi exclusivamente entre las masas de refugiados de El Líbano,
Jordania y otros países árabes. Sus dirigentes, comenzando por Arafat (líder
de Al Fatah, partido mayoritario de la OLP), habían surgido de allí. La
dirección de la OLP, por un lado, se asentaba en esas masas y, por el
otro, estaba estrechamente ligada a (y financiada por) la burguesía
palestina que había prosperado especialmente en los Estados del Golfo.
También recibía aportes de gobiernos árabes.
Ahora, al calor de la Intifada, surgía una nueva
capa de activistas y dirigentes pero dentro de los Territorios Ocupados.
Aunque muchos se identificaban con la OLP, la resistencia se asentaba en
una red de comités clandestinos autoorganizados desde la base en villas y
comunidades.
Es paradójico que, precisamente en esos momentos en
que la resistencia palestina daba un salto espectacular, Arafat y la
dirección de la OLP comenzaran a dar pasos hacia un acuerdo con Israel.
Fue ese mismo año de 1988 que la OLP cambió el punto principal de su
programa. Antes, sostenía la consigna de un solo Estado Palestino
laico, democrático y no racista. Después, pasó a proponer dos
estados: por un lado, reconocer al Estado de Israel; por el otro,
establecer un Estado Palestino en la Ribera Occidental, Gaza y Jerusalén
oriental. Quedaba abierta la ruta a Oslo.
La “globalización” y los
acuerdos de Oslo
Es imposible analizar aquí en profundidad el marco
internacional que llevó a Oslo en 1993. Digamos brevemente, que fue la
refracción en Palestina de los grandes cambios mundiales: la globalización,
el derrumbe del mal llamado “campo socialista” y, dentro de
esos procesos, la fusión de amplios sectores de las burguesías
“nacionales” del “Tercer Mundo” con el capital financiero
globalizado. Este hecho fue la base económica y social del eclipse
del nacionalismo burgués “tercermundista” y antiimperialista, que
tiempo atrás había dominado en muchos países árabes.
Medio Oriente fue una región donde en los años 50 y
60 el imperialismo sólo contaba con dos servidores incondicionales,
Israel y Arabia Saudita. Nasser, los regímenes del Partido Baat en Siria
e Irak, luego Kadafi en Libia, daban el tono en esos tiempos. Con la
globalizacion, la región comenzó a llenarse de gobiernos amigos de
EE.UU. La Guerra del Golfo en 1991 dio el golpe de gracia a las veleidades
antiimperialistas de los gobiernos árabes. Varios de ellos participaron
en la cruzada imperialista contra Irak. Para los palestinos, lo del Golfo
fue una grave derrota.
El imperialismo yanqui y Europa occidental ya venían
propiciando universalmente la política de los “acuerdos de paz”.
Le han sido muy útiles para sofocar las luchas populares y
revolucionarias a cambio de concesiones menores (“democracia”, etc.).
No sólo dejan intacto el dominio capitalista e imperialista, sino que en
gran medida lo consolidan y legitiman, pero bajo nuevas formas. La
transición de Sudáfrica del régimen del apartheid a la
“democracia” evitando así una revolución negra, es un ejemplo. Otro,
los “acuerdos de paz” de los años 80 en América Central, que
permitieron a EE.UU. sepultar la amenazadora revolución centroamericana.
Esta política necesita de la colaboración traidora
de las direcciones y aparatos en los que confían las masas en lucha. En
Sudáfrica, Mandela. En Centroamérica, los dirigentes del sandinismo y
las guerrillas. En Palestina, Arafat y la OLP.
La necesidad de un “acuerdo de paz”, apuntaba
también a los planes de integración del Medio Oriente al “nuevo orden
mundial” de la globalización. Para las grandes potencias imperialistas,
EE.UU. y la Unión Europea, Israel es visto como el centro de alta
tecnología de la región, alrededor del cual los otros países deben
servir de proveedores de mano de obra barata (maquila), materias primas y
mercados. En esa perspectiva, los acuerdos de Oslo abrieron la puerta a la
asociación de capitales imperialistas, israelíes y árabes, que
comenzaron a establecer empresas en Egipto, Jordania, la Ribera
Occidental, etc. Antiguas fábricas situadas en Israel, han bajado la
cortina para mudarse a esos lugares, donde los salarios cuestan moneditas.
Para esta globalización regional, era y es
imprescindible normalizar las relaciones diplomáticas y económicas entre
Israel y los países árabes. Estos, por la cuestión palestina, mantenían
tradicionalmente un boicot económico y diplomático contra el Estado
sionista. Los gobiernos de Egipto y Jordania ya lo habían roto,
estableciendo relaciones con Israel. Pero eso, aunque importante, era
insuficiente. Se hizo imprescindible un “acuerdo de paz” con los
palestinos para que la “globalización” y el “orden” imperialista
pudieran estructurarse sólidamente y sin sobresaltos en Medio Oriente.
Una “paz” peor que la guerra
La “paz” de Oslo comenzó a resolver los
problemas del imperialismo y de los inversionistas (y, como veremos, también
los de la burocracia de la OLP y la burguesía palestina), pero para las
masas resultó peor que la guerra.
Estos acuerdos, pospusieron los temas fundamentales
de la lucha palestina (territorio, refugiados, asentamientos sionistas,
estatus de Jerusalén, etc.), mientras que le dieron a Israel un tiempo
precioso para avanzar y consolidar su dominio en Gaza, Cisjordania y
Jerusalén.
Oslo estableció un cisma entre los diferentes
sectores de la comunidad palestina. Redujo el problema sólo a los
palestinos que viven en la Ribera Occidental y Gaza, olvidándose del millón
que habita en Israel y de los 3,5 millones en el exilio (la mayoría en
los campos de refugiados de Jordania y Líbano).
Oslo legitima los reclamos de Israel sobre los
Territorios Ocupados, cuando ni las Naciones Unidas ni ningún gobierno
del planeta acepta esa ocupación como legal —ni siquiera EE.UU. que
siempre lo apoya—. Así, quita a Israel la obligación de salir de la
totalidad de esos Territorios, y convierte a sus retiradas parciales en
“concesiones” a voluntad.
Lo peor es que Oslo fue una fábula que hizo creer a
la opinión pública mundial y a las masas palestinas que se iniciaba el
camino hacia una “paz” en la cual iba a satisfacerse (por lo menos
parcialmente) el derecho a tener un territorio y un Estado propios. Tras
esa cortina de humo, los asentamientos se desarrollaron velozmente, e
Israel completó la colonización de los Territorios Ocupados que
describimos al principio.
La Autoridad Nacional Palestina:
corrupción y autoritarismo al servicio de EE.UU. e Israel
Después de Oslo, Arafat y la OLP fueron recibidos en
triunfo por las masas cuando llegaron a Gaza, para establecer allí la
llamada Autoridad Nacional Palestina (ANP). Hoy, a menos de diez años,
Arafat es repudiado como traidor por muchos palestinos y él mismo
reconoce que ya no logra hacerse obedecer. Es que la otra cara de la
colonización de Israel fue la corrupción de la burocracia de la ANP y su
asociación, junto con la burguesía palestina, a capitalistas israelíes
para explotar a la población.
Desde la ocupación de 1967, Israel se había
preocupado por impedir cualquier desarrollo económico propio de los
Territorios. Así, el 50% de sus “órdenes militares” se refieren a
cuestiones puramente económicas. Hasta 1990, los palestinos tenían
prohibido iniciar cualquier emprendimiento económico propio. Esto, unido
a las confiscaciones de tierras que describimos y a la prohibición de
exportaciones agrícolas, no dejó otra opción a la burguesía palestina
que actuar como agentes, revendedores o subcontratistas de los productos y
empresas de Israel en el mercado palestino. Por eso, ya en la Intifada de
1987/88, esa burguesía era mirada como sospechosa y algunos de sus
magnates debieron buscar protección del Ejército de Israel.
Los acuerdos de Oslo abrieron las puertas a un gran
desarrollo de los negocios, en los que participaron no sólo capitales
israelíes y palestinos, sino también de EE.UU. y Egipto. A la mesa se
sentó además otro comensal que venía hambriento: la burocracia de la
OLP, que llenó los cargos de la ANP.
En los Territorios Ocupados se establecieron parques
industriales para maquilas al estilo mexicano, principalmente textiles y
de confección. En esas dos industrias, entre el 80 y el 90% son
subcontratistas de compañías israelíes. Después de Oslo, la economía
de los Territorios no sólo siguió siendo totalmente dependiente de
Israel, sino que además se organizaron monopolios que trafican con 27
productos básicos (acero, cemento, petróleo, carne, etc.), controlados
por ministros y otras figuras de la ANP. ¡La corrupción es devastadora!
El mayor monopolio es el del petróleo, que tiene al
frente al principal asesor económico de Arafat, Khaled Salam. Ha firmado
con la compañía israelí Dor un acuerdo para el suministro de
combustible a Gaza y Cisjordania. Es todo un símbolo que el gerente de
Dor sea Shmuel Goren, ex jefe militar de los Territorios durante la
represión a la Intifada de 1987/88… Salam también controla el
monopolio del cemento, en sociedad con la compañía israelí Nesher. El
ministro de Planeamiento Internacional, Nabil Sh’ath, posee en Egipto
una compañía de computadoras, que se ha convertido en proveedor
exclusivo de la ANP. El control de casi todo el negocio de publicidad está
en manos de Sky, compañía propiedad del número dos de Arafat, Mahmud
Abbas. La más grande empresa constructora pertenece a Jamil Tarifi,
ministro de Asuntos Civiles. Antes de Oslo, Tarifi había hecho su fortuna
como constructor de… asentamientos sionistas! Por eso es conocido irónicamente
como “ministro de asentamientos”.
La mayor parte de las inversiones de capitales israelíes,
palestinos, árabes e imperialistas no se ha hecho sin embargo en sectores
productivos sino principalmente en especulación inmobiliaria,
apartamentos de lujo para los burgueses y los nuevos ricos de la ANP,
hoteles cinco estrellas, casinos, etc., mientras la mayoría habita casas
miserables o carpas de refugiados.
Un símbolo es el Casino de Jericó, ciudad palestina.
Como en Israel está prohibido el juego, construyeron un gran casino de
ultra lujo… justo frente a un campamento de refugiados! No es casual
que, en la actual Intifada, esos establecimientos fastuosos, hayan sido
blancos de la ira popular. Se ha dicho que los atacan por vender bebidas
alcohólicas, prohibidas por el Corán… Pero no es difícil percibir el
odio de clase detrás de la religión…
Es que mientras rugía la fiesta de la burguesía
palestina y la burocracia de la ANP, fue cayendo dramáticamente el nivel
de vida de las masas. El desempleo y los ingresos son peores que antes de
Oslo. Casi el 40% del empleo masculino sigue trabajando en Israel o en los
asentamientos, en trabajos precarios con bajos salarios, la mayor parte en
la construcción.
La política de la ANP ha sido paralela a la de su
economía. Fue encargada de organizar una policía palestina para
garantizar el “orden” en las zonas que Israel le iba dejando. Simultáneamente,
la ANP formó un organismo junto con los servicios de Israel que, bajo la
presidencia de un delegado de la CIA de EE.UU., se encargó de perseguir a
los “terroristas”; es decir, a los luchadores palestinos que no
aceptaban los acuerdos.
Este fue inicialmente uno de los mayores logros que
Oslo aportó a Israel: que los palestinos fueran reprimidos por otros
palestinos. Sin embargo, lo de la policía de la ANP resultó un arma
de doble filo. Muchos han “cambiado de hombro el fusil”: en las últimas
semanas han terminado disparando contra las tropas israelíes. Bajo la
presión popular y los ataques sionistas, Arafat se ha visto obligado
liberar a dirigentes y activistas anti-Israel, que habían sido detenidos
por la ANP.
La capitulación de la izquierda
palestina y el papel de las ONG
La caída en picada del prestigio de Arafat no ha
dado paso sin embargo a una alternativa de izquierda, sino al ascenso de
los reaccionarios movimientos islámicos. Es una tragedia que dificulta
una salida progresiva a la rebelión de las masas.
Como en todo el mundo, la izquierda palestina entró
en crisis con el derrumbe del Muro y el fin de la URSS y el “campo
socialista”, con los que mantenía estrechas relaciones. Las corrientes
principales —el Frente Popular (FPLP), el Frente Democrático (FDLP) y
el Partido del Pueblo de Palestina (PPP), ex partido comunista—
perdieron muchos militantes. Otros se integraron al aparato de la ANP,
donde el FPLP y el FDLP participaban oficialmente. Así, ante los acuerdos
de Oslo, no hicieron ningún intento de denunciarlos ni movilizar a la
población contra ellos, aunque más tarde los criticaron.
En la bancarrota de la izquierda palestina —en
otros tiempos fuerte y combativa— jugaron un papel nefasto las llamadas
“organizaciones no gubernamentales” (ONG). En los años 80, una plétora
de ONG, generosamente financiadas con fondos europeos y norteamericanos,
comenzó a actuar en los Territorios Ocupados. Bajo los supuestos de
fortalecer la democracia y construir una “sociedad civil” palestina,
gran parte de la izquierda fue absorbida en ese movimiento. Así, el
personal dirigente de las ONG proviene en su casi totalidad de la antigua
izquierda.
Inicialmente las ONG aparecían como organizadoras y
movilizadoras de sectores de trabajadores, estudiantes, mujeres, etc.
Pero, con la declinación de la Intifada de 1987/88, de organismos de
lucha se convirtieron en proveedores de servicios. Una gran despolitización
acompañó ese cambio. Después de Oslo, los millones de dólares
aportados desde la Unión Europea y EE.UU. a las ONG se dieron sólo a los
que apoyaban los “acuerdos de paz”. Ésa fue la última vuelta de
tuerca.
El desprestigio de Arafat y el
ascenso de los movimientos islámicos
La resistencia palestina fue tradicionalmente laica.
Los palestinos son, por otra parte, el pueblo de mayor nivel cultural del
mundo árabe. Buena parte de la intelectualidad de los países árabes,
los profesionales de alto nivel, abogados, ingenieros, médicos,
profesores universitarios así como ejecutivos y empresarios, son de la diáspora
palestina. Su misma condición de desplazados por la colonización
sionista, llevó a muchos jóvenes a calificarse estudiando en las
universidades de Europa y EE.UU. Hubo así una superación de las visiones
localistas o provincianas. Las ideas del socialismo y el marxismo, y
hechos como las revoluciones de China, Argelia y Cuba, la gesta del Che
Guevara, la lucha de Viet Nam y el Mayo Francés influenciaron la
resistencia. Su combate se planteó desde la perspectiva del
antiimperialismo y para algunos del socialismo, rechazando expresamente el
antisemitismo.
Pero la crisis mundial de la alternativa socialista y
el proceso particular de la izquierda palestina abrieron las puertas a los
movimientos islámicos. Por primera vez en la resistencia palestina se
unió el nacionalismo con la religión.
Hay tres organizaciones islámicas importantes: Hamas
(Movimiento de Resistencia Islámica), Jihad (guerra santa) Islámica y
Hezbollá (Partido de Alá).
La principal es el Hamas. Fundado en 1988, tiene su
origen en el antiguo y reaccionario movimiento de la Hermandad Musulmana,
originado en Egipto, sostenido en sus orígenes por el imperialismo británico
y financiado tradicionalmente por Arabia Saudita. Durante el siglo XX, la
Hermandad jugó un papel archirreaccionario en los países árabes, oponiéndose
por la derecha a Nasser, y los movimientos nacionalistas y
antiimperialistas laicos de la posguerra. En Palestina, la Hermandad se
abstenía de cualquier actividad contra Israel, dedicándose a los asuntos
religiosos. Pero esto cambió con la Intifada de 1988. Un ala de la
Hermandad —bajo la dirección del jeque Ahmed Yassin, recientemente
liberado de las cárceles de la ANP— fundó el Hamas. Rechazando los
acuerdos de Oslo, el Hamas realizó una serie de operaciones militares
contra Israel, combinadas con maniobras de acercamiento a la ANP y sus
fracciones de izquierda (el FPLP y el FDLP).
La Jihad Islámica, un grupo más radicalizado, nació
con el respaldo económico y político de Irán.
Hezbolla, fundado en 1982 en Líbano para luchar
contra la ocupación por Israel del sur de ese país y el desembarco de
tropas de EE.UU. y Europa, es un grupo integrista shiita apoyado por Irán
y Siria (aunque este Estado no es islámico). En el Líbano funciona hoy
como un partido legal, con diputados en el Parlamento. Durante 18 años
desarrolló una exitosa guerra de guerrillas. Su acción más resonante,
la explosión de 1983 en Beirut, que mató a 241 marines yanquis y 58
paracaidistas franceses, fue determinante para la salida de las tropas
imperialistas. La reciente y desordenada retirada de Israel del territorio
libanés ha sido vista por las masas como otro triunfo de Hezbolla. Esto
ha extendido su influencia entre los palestinos.
Aunque unidos en su común rechazo a Oslo, los
movimientos islámicos no pueden dar una salida progresiva al pueblo
palestino. Con una ideología cavernícola —donde la lucha contra Israel
se plantea desde el punto de vista del antisemitismo—, no garantizan
tampoco una dirección consecuente. Sus “padrinos”, los gobiernos de
Siria e Irán, están en un proceso de negociaciones con el imperialismo,
en el cual la resistencia palestina puede ser una moneda de cambio. Arabia
Saudita, otro “defensor del Islam”, es agente directo de Washington.
Pero lo más importante, es que el proyecto de Estado
y sociedad que estos movimientos plantean es absolutamente regresivo.
Las desastrosas experiencias de “Estado islámico” están a la vista
con los ayatolas de Irán y los talibanes de Afganistán, para no hablar
de la tradicionalista Arabia Saudita.
El integrismo islámico es, además, un obstáculo
insalvable para una estrategia global de lucha contra el colonialismo
sionista. Corta las posibilidades de lograr la simpatía y apoyo de las
masas trabajadoras y populares de Occidente, factor decisivo en este
combate. Asimismo, impide tener una política para explotar las crecientes
contradicciones sociales, étnicas y religiosas que crecen en la sociedad
israelí.
La
mentira de los dos Estados y nuestro apoyo a la lucha palestina
Al
firmar los acuerdos de Oslo, Arafat logró el apoyo de amplios sectores
palestinos, porque creyeron que llevaría a la retirada de Israel de los
Territorios Ocupados, con la proclamación de la independencia y un Estado
propio. La región quedaría entonces repartida en dos Estados. Aceptaron
esto, a pesar de que implicaba el reconocimiento del territorio
conquistado por los sionistas mediante la infame “limpieza étnica” de
1947/49.
Pero sus esperanzas han sido burladas. Aunque Arafat
proclame de palabra un “Estado Palestino”, no van a existir realmente
dos Estados. En las actuales condiciones, seguirá existiendo un solo
Estado, Israel, con una colonia anexa tipo “batustán”, donde algunos
agentes nativos ejercerán actividades menores de policía y administración
municipal sobre menos de la mitad del territorio.
Ya
vimos la red de ocupación colonial de asentamientos, puestos militares y
carreteras que aprisionan Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental. Es esas
condiciones hablar de “Estado” es una burla, con el agregado de que la
“derecha” de Israel ni siquiera acepta que Arafat use esa palabra para
bautizar al esperpento.
Sólo
podría hablarse seriamente de un “Estado palestino” en los
Territorios Ocupados a partir de la retirada completa de Israel, su
ejército genocida y todos sus colonos racistas. Sin esa condición,
el presunto “Estado Palestino” (aunque EE.UU. e Israel le permitan a
Arafat usar ese nombre y hasta le den Jerusalén oriental) seguirá siendo
un país-cárcel.
Con pleno derecho y justicia, el pueblo palestino y su
juventud se rebelan contra semejante situación de esclavitud. Desde todo
el mundo, debemos hacerles llegar nuestro apoyo incondicional.
La primera acción de apoyo es esclarecer entre
los trabajadores y la juventud qué está pasando allá, denunciar
los crímenes del Estado racista de Israel y la opresión del pueblo
palestino. Ayudar así a despejar la maraña de mentiras tejida por EE.UU.
y el sionismo. Convencer —en fin— a cuantos podamos, de que esa rebelión
heroica merece ser sostenida desde todos los países del mundo.
Notas:
1- En Sudáfrica, cuando imperaba el régimen racista
del apartheid, buena parte de la población vivía confinada en los
bantustanes, pequeñas regiones donde se había montado la farsa de
“autogobierno” negro.
2- Israel gobierna los Territorios Ocupados mediante las llamadas
“Ordenes Militares”.
|