Dossier
Palestina-Arafat

 

La segunda Intifada

Intentarlo una y otra vez

Por Edward W. Said
La Insignia, 21/01/01

El último intento estadounidense para hacer que Yasser Arafat acabe con la existencia de soberanía de su propio pueblo, lleva el sello no sólo del lobby israelí-estadounidense, sino del estilo político de Bill Clinton. Decir que las propuestas de "puente" de Clinton, eufemismo con el que se las ha nombrado, son una especie de comida rápida en busca de la paz, cuya intención es obviar, e incluso subestimar, con malévolo descuido. En su sencilla redacción multiusos, en su fanfarronería antihistórica y su urgencia egoísta, las propuestas evocan la imagen de Clinton, en su escritorio, con el teléfono en una mano, mientras que en la otra tiene la rebanada de pizza que mordisquea, al tiempo que sus colaboradores, donantes, sobornadores, amigotes y cuates del golf revolotean alrededor de él, dándole --y recibiendo-- favores, préstamos becas, ofertas, hipotecas y chismes.

Este no es el final apropiado para una lucha que ha costado cientos de miles de vidas y ha arrojado tesoros a los pozos por más de un siglo. Estas propuestas fueron dichas en un lenguaje que (desde mi condición de maestro que sostiene que el lenguaje sufre usos y abusos) apesta ligeramente a una tontería sin importancia combinada con vaguedad. Lo que Clinton propuso fue, de hecho, la intención recalentada de los israelíes de perpetuar su control sobre las vidas y los territorios palestinos en el futuro previsible. La premisa fundamental es que Israel necesita ser protegido de los palestinos y no al revés.

Otra falla en todo el asunto es que a Israel no sólo se le perdona su ocupación de 33 años, y sus 52 años de opresión y despojo de todo el pueblo palestino, sus incontables brutalidades e inhumanidades individuales y colectivas hacia los palestinos, sino que se le recompensa con cosas como la anexión de parte de los territorios ocupados, y permitiéndole subarrendar por un amplio periodo, y seguramente a muy bajo precio, el valle del Jordán, además de concederle soberanía definitiva sobre Jerusalén oriental y dándole el derecho de tener estaciones militares en Palestina y puestos de control en sus fronteras (que serían sólo israelíes; no se permitirá que los ocupen miembros de otro Estado). Israel contaría también con todos los caminos, las reservas de agua, y encima de todo esto, se cancelarían los derechos de los refugiados a regresar, a cambio de la compensación que Israel considere justa.

En lo referente al famoso intercambio de tierras mediante el cual Israel concedería magnánimamente un pedacito del desierto de Néguev a cambio de las mejores partes de Levante, el presidente Clinton pasó por alto el hecho de que la parte del desierto de Néguev que Israel está dispuesto a dar a los palestinos, casualmente, ha sido empleado como tiradero de residuos tóxicos.

Además, si se toma en cuenta que dadas las peculiares divisiones en Jerusalén oriental -que de todas formas es territorio que fue anexado ilegalmente- y tres cantones (en vez de cuatro) en los que el territorio de Levante ha sido cedido por Israel bajo ciertas condiciones, quedaría aún más dividido, entonces todo lo que ha sido calificado como una propuesta estadounidense progresista se desvanece. Lo que le queda a los palestinos es una serie de sacrificios materiales que hacen que las "concesiones" palestinas parezcan un juego de niños.

Los sacrificios exigidos por Clinton son, por supuesto, la cancelación del derecho de los refugiados palestinos a regresar, así como la igualmente desproporcionada exigencia de que Palestina declare el fin del conflicto con Israel. En primer lugar, el derecho al retorno de los refugiados (y el derecho de llevar una vida en un lugar seguro que uno mismo elija) no sólo está garantizado por las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, sino en los principios de esta organización y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La fórmula de Clinton de darle la vuelta a este pequeño problema revela la visión que tiene este hombre del mundo: "Creo que debemos adoptar una redacción sobre el derecho a regresar que deje claro que no existe ningún derecho específico a retornar específicamente a Israel, pero que tampoco deseche la aspiración del pueblo palestino a volver a esa región" ¿De qué región habla? Irak, Jordania o Siria podrían fácilmente considerarse parte de "esa región". ¿A quién cree Clinton que está engañando? Y entonces, por qué intentar tan intencional y transparentemente de confundir a los palestinos con su concepto de "esa región", si lo que en realidad quiere decir es que no se les debe dar el derecho a volver a la tierra de la cual fueron expulsados.

Como Clinton bien lo sabe (dado que se formó como abogado), no hay cabida a negociación alguna cuando se trata de derechos humanos. Según las leyes que Estados Unidos finge defender cuando bombardea a alguna nación indefensa como Sudán, o Irak tras la Guerra del Golfo, nadie puede negar o modificar ninguno de los derechos humanos. Más aún, es imposible, por ejemplo, enarbolar los derechos contra la discriminación o el derecho al empleo en unos casos y en otros no. Los derechos humanos básicos no son elementos de un menú que puedan ser elegidos o rechazados a voluntad: se supone que gozan de la estabilidad que les otorga tener aceptación universal, especialmente la de los miembros de Naciones Unidas. Claro, la implementación de esos derechos es siempre un problema mayor, pero esto no tiene nada que ver con el hecho de que los derechos existen, sean o no implementados, y por lo tanto, no pueden ser abrogados, modificados, o reformulados como Bill Clinton parece creer.

De manera parecida, el derecho del individuo a elegir su lugar de residencia como refugiado también es inalienable y no negociable. Ni Arafat, ni Clinton, ni Ehud Barak, desde luego, tienen ningún derecho a manipular ese derecho, ni de intentar "reformularlo" con enredos baratos, de manera tal que se favorezca a Israel presionando a los palestinos para que renuncien a él. ¿Por qué debe Israel ser siempre una excepción y por qué deben los palestinos ser siempre los que acepten condiciones que a ningún otro pueblo le han impuesto? Me parece indecente por parte de Clinton haber ido a la guerra, arrastrando tras de sí a toda la OTAN y destruyendo a Serbia, con el fin de defender el derecho de los albaneses de Kosovo de regresar, para después exigirle a a los palestinos que renuncien al suyo.

En segundo término, hay que recordar que Israel, que insiste con irreductible obcecación en negar toda responsabilidad en el despojo palestino, mantiene una ley inapelable sobre el regreso de los judíos desde cualquier lugar del mundo. El cómo es que puede seguir haciéndolo y, al mismo tiempo, rechazar la sola idea de discutir ese mismo derecho para los palestinos es de un cinismo rufianesco que desafía toda lógica, por no decir la más elemental justicia.

También existe la cuestión de la compensación no sólo por las enormes pérdidas territoriales de 1948, sino por 30 años de aislamiento y explotación, consecuencia de la ocupación. Bill Clinton quiere que todo eso se deje por la paz, y de no ser porque de vez en cuando se digna mencionar algo sobre reparaciones, todo el asunto desaparecería. Se antoja condescendiente decirle a los palestinos que Israel mascullará algo acerca de su comprensión a reconocer sus sufrimientos, pero sin hacer una sola mención a su propia responsabilidad. ¿A quién emula esa fórmula de propaganda típica de la década de los 50? ¿A Israel o a la Agencia Judía?

Sin embargo, Arafat acudió a Washington respondiendo al llamado del presidente Clinton; y por ser él quien es, Arafat seguramente no rehusará ni aceptará de inmediato. Se doblará y maniobrará, irá y vendrá, y poco a poco aceptará, mientras más palestinos sacrifican a diario sus vidas y, sobre todo, sus medios de subsistencia por nada. En semanas pasadas intenté por todos los medios lograr que Arafat, por una vez durante todo su dominio de los asuntos palestinos, se dirigiera a su pueblo de manera honesta y directa. Pero insiste en guardar silencio. Sus allegados y asesores también revolotean a su alrededor, sin lograr influenciarlo y sin poder pensar en alternativas. Nuevamente quiero decir que necesitamos un nuevo liderazgo; uno que sea capaz de de movilizar e inspirar a toda la nación palestina. Tenemos ya suficientes visitas relámpago a El Cairo, Rabat y Washington, suficientes mentiras y retórica engañosa, demasiada corrupción e incompetencia entre altos funcionarios, demasiadas cosas que ocurren a costa del pueblo, suficiente servilismo ante Estados Unidos y suficientes decisiones estúpidas, incompetencia criminal e incertidumbre.

Está claro que no importa lo que ocurra ahora, los palestinos serán culpados. Los desvergonzados profetas sionistas como Thomas Friedman, del New York Times, quien ni por una ocasión ha reconocido sus nexos "orgánicos", como judío palestino, sin reconocer que ese derecho fue implementado con la conquista y el despojo masivo de los palestinos, culpará a este pueblo de destruir la paz y seguirá diseminando sus mentiras en la prensa estadounidense, pero sin ningún resultado. Aunque a él y sus socios no les guste, Israel sólo tendrá paz cuando se reconozca que los derechos palestinos han sido violados, cuando existan disculpas y arrepentimiento donde ahora hay arrogancia y retórica inflada.

Nuestro primer deber como palestinos es cerrar el capítulo de Oslo lo más pronto posible y volver a nuestro objetivo principal, que es hacernos de una estrategia de liberación con objetivos claros y prácticas bien definidas. Para esto debemos contar, en algún momento, con la cooperación de israelíes que piensen de forma similar, y judíos de la diáspora que entiendan que no se puede tener ocupación, despojo, y al mismo tiempo paz con los palestinos.

El apartheid sudafricano fue derrotado sólo porque tanto negros como blancos lo combatieron. El hecho de que durante largo tiempo la OLP haya pensado que puede lograr la paz con Israel, y de alguna manera tolerar la ocupación, es sólo uno de sus numerosos errores estratégicos y de táctica. Está surgiendo una nueva generación palestina que ya no respeta los viejos tabúes, y dejará de tolerar la lamentable flexibilidad que le ha dado a la liberación palestina su estatus de signo de interrogación en lugar de volverla una estampa de esperanza.

Existen dos realidades contradictorias que estremecerán el terreno de las pláticas propuestas por Clinton. Una es que la energía liberada con la intifada no es fácil de contener en el futuro previsible: La protesta palestina, por todo aquello que no se cumplió de Oslo, es una protesta contra de todos los aspectos del status quo. La segunda realidad es que, nos guste o no, la Palestina histórica vive actualmente en una realidad binacional que sufre la destrucción de un apartheid. Esto debe terminar y dar paso a una era de libertad para árabes y judíos. Nos corresponde a nosotros crear los signos de esa nueva era, pues de lo contrario lo único que puede predecirse son más años de infructuosa y costosa lucha.

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