Reflexiones
sobre el drama palestino
Por Roberto
Ramírez
Socialismo o Barbarie,
revista, abril 2002
1)
Pocos pueblos en el último siglo han sufrido un destino más trágico
que el pueblo-mártir de Palestina.
Después
de la II Guerra Mundial, cuando Asia y Africa lograban salir del
status colonial, los palestinos eran brutalmente colonizados. Mediante
una "limpieza étnica" a gran escala, en 1948 se constituyó
Israel, un enclave colonial, un Estado racista con un régimen de
apartheid similar al de Sudáfrica. En 1967, se repitió la operación,
e Israel pasó a ocupar militarmente lo que quedaba de Palestina (a
saber Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental). En 1982, por tercera
vez, funcionó la "limpieza étnica", esta vez contra la
resistencia.
Hoy,
en los territorios controlados por Israel, habitan 4 millones de
palestinos (3 millones en los Territorios Ocupados en 1967 y otro millón
dentro de las fronteras de 1948). Pero la mayoría de los palestinos
(4,5 millones) vive en la diáspora, repartidos entre decenas de países
de los cinco continentes.
Pero
este pueblo, del que se quiso borrar hasta su nombre, ha sido
protagonista de una resistencia sin desmayos. Esa epopeya continúa
hoy en la lucha desigual que libran contra uno de los ejércitos más
poderosos del planeta, que cuenta además con el apoyo de EE.UU.
2)
La relación especial con el imperialismo yanqui, es la clave de la
continuidad de Israel como enclave colonial y Estado racista.
EE.UU. no tiene con él la misma relación que establece con sus
vasallos de Asia, África y América Latina, ni tampoco con sus socios
menores y rivales de la Unión Europea y Japón.
Otros
Estados racistas con régimen de apartheid similar, como Sudáfrica,
no fueron apoyados hasta sus últimas consecuencias por el
imperialismo, sino obligados a "reformarse". En cambio,
Israel goza de un sostén prácticamente incondicional del principal
imperialismo. Aparece casi como el Estado Nº 51 de los EE.UU.
Se
combinan varios factores para esto. Entre ellos se ha señalado su
ubicación geopolítica, en las puertas de una región clave para el
dominio imperialista del planeta, donde además se hallan las últimas
y mayores reservas de hidrocarburos. Es allí una especie de
portaaviones insumergible. Sin embargo, con Edward Said, pensamos que
el factor decisivo es el peso e influencia del sionismo
norteamericano, especialmente en el aparato político y mediático de
EE.UU. Se da una combinación singular: la mayor parte de la burguesía
y la alta clase media sionista, que se identifican con Israel como su
Estado, no son israelíes ni viven allí, sino que son parte
(minoritaria, pero muy influyente) de la burguesía imperialista más
poderosa del planeta.
3)
La actual matanza es parte del panorama mundial posterior al 11 de
septiembre. Es un cuadro que incluye desde la invasión a Afganistán
y su conversión en un protectorado colonial, los preparativos para
hacer lo mismo con Irak y el relanzamiento de la guerra en Colombia,
hasta la extrema dureza de EE.UU. frente a los países pobres, como se
expresó en Monterrey y en la crisis argentina.
Los
atentados dieron a Bush la oportunidad de lanzar una ofensiva
reaccionaria y recolonizadora. El imperialismo yanqui puede salir a la
guerra contra medio mundo (y matonear a la otra mitad), porque el
atentado de las Torres volcó a gran parte del pueblo norteamericano
al apoyo de un gobierno que era uno de los más débiles y
controvertidos en la historia del país. Este "giro" político
en las masas de la principal potencia imperialista es el principal
factor que permite al millonario analfabeto George W. Bush levantar su
"gran garrote" sobre todo el planeta.
4)
La prensa y la TV norteamericanas, manejadas por el lobby sionista,
presentan el genocidio de los palestinos como otra batalla de la
"guerra contra el terrorismo". Lo de Sharon es la respuesta
justa —aunque algo "excesiva"— a los "terroristas
fanáticos".
En
los medios de otros países, se muestra más la realidad, pero
mezclada con otras falsificaciones. Se lo pinta como una
"guerra" entre fuerzas equivalentes, dos pueblos que se
matan por "odios seculares" (que nadie explica). Se condena,
entonces, "la violencia de uno y otro lado", igualando a
opresores y oprimidos, colonizadores y colonizados.
Los
palestinos resisten heroicamente no sólo una ocupación colonial,
sino el intento de aniquilarlos como pueblo, mediante la diáspora,
las matanzas, la legalización de la tortura (que se aplica sistemáticamente),
las detenciones en masa, la destrucción de sus hogares y cultivos,
sus escuelas y hospitales, la privación de agua (80% va para los
200.000 colonos y el resto para los 3 millones de palestinos de los
Territorios), las humillaciones diarias del racismo y el apartheid, y
hasta el intento de ahogar también sus expresiones culturales.
Sólo
con una gran dosis de hipocresía se los puede criticar por responder
con el terrorismo a ese terrorismo de Estado de sus opresores.
Su respuesta tiene la misma legitimidad que la acciones de los
luchadores europeos contra los ocupantes nazis durante la II Guerra
Mundial.
5)
Ha tenido repercusión la oferta de Arabia saudita de normalización
de relaciones de los países árabes con Israel a cambio de su
retirada de los Territorios. No hay nada nuevo en la propuesta. Es el
"plan Reagan" de 1982, el "plan Fahd" de 1983, el
"plan de Madrid de 1991" y otras proposiciones. Siempre
acabaron boicoteadas por Israel y EE.UU. En este caso, es posible que
el libreto haya sido escrito en Washington. Es la política del palo y
la zanahoria. Sólo que el palo es contundente y la zanahoria siempre
queda en promesas. Así Bush ha hablado varias veces de "Estado
palestino", pero cada vez que lo hace es para aprobar, luego, las
salvajadas de Sharon como "legítima defensa". Ahora critica
—de palabra— la invasión a los Territorios, pero —en los
hechos— está subsidiando a Israel con miles de millones, que le
permiten hacer esa invasión.
EE.UU.
necesita distribuir una ración de zanahoria, para que los gobiernos
árabes apoyen su proyectada guerra colonial contra Irak.
5)
Los "acuerdos de paz de Oslo" de 1993 no trajeron
"paz" alguna, porque ni siquiera implicaban que en los
Territorios Ocupados en 1967 iba a establecerse finalmente un Estado
Palestino, como una semicolonia "normal", tales como
Jordania o Egipto. Es decir, un Estado y gobierno "propios",
formalmente "independientes", aunque sometidos al
imperialismo por la supremacía económica y pactos políticos y
militares. Ese Estado semicolonial palestino hubiera sido también
dependiente de Israel.
Esa
solución "normal", semicolonial, era y es la
"salida" sostenida, de una u otra manera, por la mayoría de
los países europeos y las burguesías árabes e "islámicas",
y por una minoría de los mismos israelíes. También los Acuerdos de
Oslo, fueron al principio aceptados resignadamente por la mayoría de
los palestinos de los Territorios Ocupados, que los vieron como un
paso adelante.
Pero
Israel aprovechó los años de la "paz" de Oslo, para
instalar más de 200.000 colonos fanáticos y fascistas, para
apoderarse de casi toda el agua, y de más y más tierras en los
Territorios Ocupados, expulsando a los palestinos que tenían en ellas
su casas y cultivos. A la llamada "Autoridad Nacional
Palestina" sólo se le dejó el control de sectores menores de
los Territorios, con el agravante de ser cada vez más fragmentados.
Sobre
esa base, ha sido imposible hablar en serio de un "Estado
Palestino", aunque fuese la más sometida semicolonia . Ese
rosario de guetos o bantustanes donde han ido encerrando a los
palestinos,[1] no fue el paso a un status semicolonial, sino la
continuidad y profundización de la ocupación colonial de
Israel, sólo que ese "orden" iba a ser garantizado por un
sector de los propios palestinos, el aparato de Arafat y la ANP
(Autoridad Nacional Palestina).
6)
Esto llevó a situaciones cada vez más intolerables. La nueva
Intifada detonada el 29 de septiembre del 2000 —por la profanación
del Sharón a la mezquita de Al-Aqsa— fue el estallido de un pueblo
harto de ser ultrajado. A esa altura, se habían desvanecido las
ilusiones en Oslo. La gran mayoría repudiaba los acuerdos.
Arafat
y el antiguo aparato de la OLP, transformado en "Autoridad
Nacional Palestina", sirvió sumisamente en los primeros años de
la aplicación de Oslo. Reflejando a sectores de la burguesía
palestina y de otros países árabes que tradicionalmente la
financiaron (y también a sus propios intereses), la cúpula de la ANP
se asoció además con capitalistas israelíes para hacer negociados.
En su servilismo, no dudó siquiera en establecer un comité conjunto
de represión (presidido por la CIA) con los servicios de Israel,
torturadores y asesinos de varias generaciones de luchadores
palestinos.
Hipotéticamente,
Arafat y la ANP hubieran podido cumplir un papel similar al de Mandela
y el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica, si se hubiese tratado
simplemente de descolonizar y terminar con el apartheid en los
Territorios Ocupados y pasar a un status de semicolonia. Pero esto
implicaba una retirada que va contra la naturaleza misma del Estado de
Israel, nacido como colonizador y racista, y que además
afecta a sus intereses en varias esferas (demográfica, militar, ecológica,
etc.). Y EE.UU. no exigió ni exige otra cosa a Israel.
Arafat
quedó así hecho un sandwich entre la nueva intifada, e Israel y
EE.UU. que le exigen poner orden.
Es
falso que en la intifada se expresa un predominio absoluto de las
corrientes integristas sobre la tradición progresiva del nacionalismo
laico, que caracterizó a la resistencia palestina. En verdad, actúan
dos corrientes principales: una, efectivamente, islamista. Pero otra,
no menos fuerte, la de una "joven guardia" del mismo
movimiento nacionalista, que comenzó a actuar por cuenta propia,
disgustada por la corrupción, el autoritarismo y el servilismo de la
cúpula ante Israel y EE.UU.
Pero,
aunque el integrismo ha ganado presencia, no hay semejanzas con
movimientos como, por ejemplo, el talibán, surgido de una
contrarrevolución auspiciada por la CIA mediante las dictaduras
militares de Pakistán. La larga tradición relativamente democrática
y laica, y el hecho que enfrentan a otro fundamentalismo, el judío,
ha dado a la resistencia, inclusive islamista, un tono muy distinto.
7)
El salvajismo de Sharón y el heroísmo palestino son tan notorios,
que ha comenzado a perforarse la cortina de mentiras de la propaganda
sionista y norteamericana. Han jugado un papel relevante las
arriesgadas acciones de personalidades como el líder campesino francés
José Bové, el Premio Nóbel de Literatura José Saramago, el
euro-diputado trotskista Alan Krivine y centenares de activistas de
movimientos sociales y pacifistas que marcharon a Cisjordania y dieron
testimonio de las atrocidades.
Por
arriba, hasta el Papa, los gobiernos europeos y la ONU han debido
quejarse. Pero los "reclamos" de ese coro revelan al mismo
tiempo su voluntaria impotencia. Más allá de los discursos que se
lleva el viento, nadie piensa en tomar medidas —por ejemplo,
sanciones económicas, como contra Sudáfrica—. Los gobiernos árabes
son aun más timoratos...
Más
importante puede ser lo que empieza a surgir por abajo. El mismo Sharón
admite que las simpatías mundiales empiezan a inclinarse hacia los
palestinos. Tanto en países árabes e islámicos como en Europa, han
comenzado a darse manifestaciones de apoyo, desde distintos sectores
sociales y políticos. Incluso en Israel, aunque se trata de una minoría,
sectores de la población judía se han manifestado, junto con
activistas palestinos y pacifistas, contra las agresiones del Ejército.
Unos 500 "refuseniks", soldados en activo o en la reserva,
entre ellos algunos altos oficiales, se han negado a obedecer las órdenes
de actuar en los Territorios Ocupados.
Romper
el aislamiento de los palestinos mediante la movilización
internacional sería decisivo. Un amplio movimiento de mundial de
solidaridad podría también influir sobre las masas norteamericanas,
cuya actitud es determinante para acabar con la protección
incondicional de Washington a los criminales de guerra que gobiernan
Israel.
Es
necesario, entonces, un movimiento de solidaridad mundial que pueda unir
amplios sectores sociales, políticos e ideológicos. Hoy, habría
que comenzar por exigir la retirada inmediata e incondicional del
Ejército de Israel y de todos los colonos de los Territorios Ocupados.
Responde a la necesidad más urgente: parar la matanza de los
palestinos. Es además una consigna que puede ser común a amplios
sectores (incluyendo a los israelíes que quieran vivir en paz),
aunque tengan distintos puntos de vista sobre las salidas de fondo.
En
cambio, creemos que hay que oponerse a propuestas de "cascos
azules" de la ONU o tropas de cualquier otro color, que
supuestamente vendrían a "separar a los contendientes". La
experiencia de Yugoslavia indica que equivaldría a establecer un
"protectorado", que sería un obstáculo adicional para la
liberación del pueblo palestino.
Pero,
además de esta consigna inmediata, hay que proponer otras medidas de
fondo. La mayoría de los palestinos vive en la diáspora. El derecho
de retorno a sus lugares de origen (sea en los Territorios o tras
las fronteras de 1948) es una consigna democrática irrenunciable, y
una de las peores capitulaciones de Arafat ha sido la de abdicar de
ella en Oslo.
Defendemos
el derecho de autodeterminación del pueblo palestino. Si,
libre y democráticamente, los palestinos, incluida la diáspora,
optan por establecer un Estado propio en los Territorios Ocupados,
apoyaríamos el ejercicio de ese derecho, aunque esa propuesta no
es la nuestra. El problema es que, si el Estado de Israel continúa
manteniendo su carácter colonial y racista, y sigue dominando la región,
un Estado palestino reducido a Cisjordania, Gaza y Jerusalén
oriental, sería, en el mejor de los casos, una semicolonia de Israel
y, en el peor, la administración "palestina" de un bantustán.
En esas condiciones, la guerra estaría siempre a la vuelta de la
esquina.
La
salida consecuentemente democrática, la que mejor aseguraría la paz,
sería la de constituir en todo el territorio de Palestina, un
único Estado democrático y que no fuese teocrático. Es
decir, ni judío, ni islámico ni cristiano, sino laico. Un
Estado sin normas racistas ni de apartheid, donde puedan convivir pacíficamente
judíos y palestinos musulmanes o cristianos.
Notas:
1.-
Guetos: barrios amurallados donde se encerraba a los judíos.
Bantustanes: pequeños enclaves donde el régimen racista sudafricano
confinaba a los negros.
Apéndice
Israel:
1917-1967: Crónica de una colonización
El
sionismo fue un movimiento europeo nacido a fines del siglo XIX entre
sectores, al principio muy minoritarios, de la población judía.
Sostenía que la solución al antisemitismo y la discriminación era
la separación entre judíos y no-judíos. Estos deberían emigrar a
Palestina para constituir un país propio.
El
sionismo alegaba que los judíos constituían un grupo nacional, a
pesar de que en casi veinte siglos nunca se habían reivindicado como
tal. Su rasgo común alrededor del mundo habían sido principalmente
las tradiciones religiosas y, en las sociedades precapitalistas o de
capitalismo atrasado, el ejercicio de algunos oficios o funciones
particulares.
Desde
el inicio, el sionismo se planteó abiertamente como un movimiento de colonización.
No es casual que surgiera en momentos en que el colonialismo europeo
estaba en su apogeo. Los imperialismos británico, francés, alemán,
belga, italiano, etc. se habían apoderado de casi toda Asia y África,
y habían convertido a esos territorios en colonias.
Había
dos formas de colonización. En una, la potencia imperialista se
limitaba a establecer su gobierno sobre los nativos, sustituyendo a
sus autoridades e instituciones. La otra forma añadía a ese dominio
la emigración en masa de europeos, que desplazaban y/o exterminaban
total o parcialmente a la población nativa. Eso hicieron los
franceses en Argelia, los holandeses en Sudáfrica, los ingleses en
Rhodesia (actual Zimbabwe), Sudáfrica y Australia, etc.
Para
los imperialismos europeos era una forma de descomprimir las luchas
sociales. Al inglés o francés en la pobreza (que podía ser ganado
por las ideas del socialismo), se le daba un fusil y un látigo, y se
lo enviaba a África para que a costa de los árabes o los negros
hiciera fortuna. De explotado miserable en su país de origen, pasaba
a ser amo y señor en las colonias.
En
esa atmósfera de colonialismo y racismo desenfrenado, que consideraba
a los pueblos no-europeos como razas inferiores sin derechos, el
sionismo nació planteando que la colonización de Palestina era la
forma de resolver la cuestión judía.
Para
lograr eso, el movimiento sionista tenía dos problemas:
Primero,
allá vivía otro pueblo. Pero los fundadores del sionismo decían que
Palestina era “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin
tierra”. Por supuesto, todo el mundo sabía que estaba habitada.
Lo que eso significaba, en el lenguaje colonial-racista de la época,
es que Palestina era una tierra sin pueblos... europeos. O sea, “vacía”,
ya que los nativos subhumanos no contaban...
El
segundo problema fue buscar la protección de una potencia
imperialista para su aventura colonizadora. Después de recurrir al
Zar de Rusia (antisemita notorio) y al Emperador de Alemania, el
sionismo obtuvo finalmente el padrinazgo del Imperio Británico. Así
durante la Primera Guerra Mundial (1914-18), el gobierno inglés emitió
en 1917 la Declaración Balfour, por la que prometía al movimiento
sionista su apoyo para colonizar Palestina.
En
ese momento, Palestina era parte del Imperio Turco, en guerra con el
Imperio Británico, y la población judía era insignificante. Al
terminar la guerra en 1918, Inglaterra se apoderó del país y
estableció allí el “Mandato Británico”, que duró hasta poco
después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Burlaba así las
promesas de independencia hechas a los árabes por medio de sus
agentes, entre ellos el famoso Lawrence de Arabia.
Con el
avasallamiento inglés, entraron los sionistas. Jugaron un papel
importante en el mecanismo de dominio del Imperio Británico, a cambio
de permitirles iniciar el proceso de expulsión de los palestinos de
sus tierras. Los charlatanes que hablan de “odios ancestrales”
deben enterarse que hasta esa fecha y durante siglos no había habido
grandes problemas, “odios” ni persecusiones entre árabes y judíos
en el mundo musulmán. El Islam había sido muy tolerante en comparación
con el cristianismo antisemita de la Inquisición y los pogroms. Esos
“odios” no son, entonces, “ancestrales” sino un producto del
moderno imperialismo.
En 1936 los
palestinos, hartos de la opresión británica, se sublevaron. Así
estalló la primera Intifada (“levantamiento”, “agitación”)
que duró hasta 1939. Fue aplastada a sangre y fuego por las tropas
británicas con la colaboración de la Haganá, la organización
armada de los colonos sionistas, que luego se convertiría en el Ejército
de Israel.
Hasta
los años 30, el sionismo seguía siendo sin embargo un movimiento
minoritario entre las masas judías europeas. Fueron los horrores del
racismo y las persecuciones de Hitler y los nazis las que las
empujaron hacia el nacionalismo
sionista y, al mismo tiempo, dieron un sello de “legitimidad” a
ese movimiento colonialista. El racismo antisemita de Hitler sirvió
para justificar el racismo antiárabe del Estado de Israel.
1947/49:
gran “limpieza étnica” medio siglo antes de Yugoslavia
Con
la Segunda Guerra Mundial, el sionismo cambió de pareja. Se divorció
violentamente del Imperio Británico en ruinas y se colocó bajo la
protección de EE.UU.
El
29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas, con el voto conjunto del
imperialismo yanqui y la burocracia soviética, y sin la menor
consulta a los palestinos que eran ampliamente mayoritarios, decidió
la partición del país entre un Estado hebreo y otro palestino. En
los choques que se prolongaron hasta 1949 —donde 60.000 soldados
sionistas veteranos, armados por EE.UU. y la URSS, vencieron fácilmente
a 25.000 árabes traicionados por sus gobiernos de Egipto y
Jordania— (1), se produjo una de las operaciones de “limpieza étnica”
mayores del siglo.
Apenas
decretada la partición, se iniciaron las matanzas de palestinos a lo
largo de todo el país. El objetivo era desplazar mediante el terror a
la población nativa. Al firmarse el armisticio de 1949, Israel se había
apoderado de mucho más territorio que el asignado por las Naciones
Unidas y la mayoría de los palestinos había sido expulsado de él.
Quedaban sólo 150.000 mientras 800.000 habían sido echados y
convertidos en refugiados en Líbano, Jordania, Egipto y otros países.
Cuatrocientas villas fueron arrasadas, y los pobladores que no huyeron
a tiempo, exterminados. El símbolo mundial de esta “limpieza étnica”
fue la aldea de Deir Yassin, masacrada el 9 de abril de 1948, que
desencadenó una ola de éxodo masivo de la población aterrorizada.
(2)
Pero
los colonizadores no iban a quedar satisfechos. En 1967,
desencadenaron la Guerra de los Seis Días, en la cual se apoderaron
del resto de Palestina, los actuales “Territorios Ocupados”: la
Ribera Occidental del río Jordán (Cisjordania), la Franja de Gaza y
Jerusalén oriental. Comenzó así una nueva etapa de la colonización.
Notas:
1- El rey de
Jordania había acordado secretamente con Israel repartirse Palestina.
2- Ese día las tropas sionistas
llegaron al poblado, cuando la mayoría de los hombres estaban afuera
en labores agrícolas. Casa por casa, arrojaron granadas o degollaron
a los residentes, la mayoría niños, mujeres y ancianos. Doscientos
cincuenta cadáveres fueron arrojados a los pozos de agua. Años después,
el gobierno de Israel quiso borrar el recuerdo de la masacre,
arrasando las casas de la aldea y cambiando de nombre el lugar. Pero
un movimiento internacional por la memoria de Deir Yassin se ha
encargado de recordar todos los años este crimen.
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