El
punto de máxima indefensión
Por
Edward W. Said
La Insignia, 29/09/02
Hace
60 años los judíos en Europa alcanzaron su punto más bajo de
existencia colectiva. Pastoreados como ganado a los trenes, fueron
transportados desde varios puntos europeos por los soldados nazis a
los campos de exterminio en donde los asesinaban sistemáticamente en
hornos de gas. Habían ofrecido alguna resistencia en Polonia, pero en
casi todas partes perdieron primero su estatus civil, luego los
corrieron de sus empleos, después los de-clararon oficialmente
enemigos que había que destruir y los destruyeron. En cualquier
asunto significativo eran el pueblo con menos posibilidad de decisión.
Los líderes y los ejércitos cuyo poder era mucho, mucho mayor, los
trataron como enemigos potencialmente peligrosos. De hecho, era ridícula
la sola idea de que los judíos representaran algún peligro para
potencias como Alemania, Francia o Italia. Pero se aceptó esta idea
y, con pocas excepciones, casi toda Europa les volteó la espalda
mientras los masacraban.
Es
una ironía de la historia que el término que más se usara para
describirlos en la insidiosa jerga oficial del fascismo fuera la
palabra "terroristas". También a los argelinos y a los
vietnamitas sus enemigos los llamaron "terroristas". Cada
calamidad humana es diferente, así que no intento buscar
equivalencias entre una y otra. Pero es muy cierto que una de las
verdades universales que atraviesan el Holocausto no es sólo que no
deba ocurrirle de nuevo a los judíos, sino que no debe ocurrirle a
pueblo alguno, en lo absoluto, pues significa un castigo colectivo trágico
y cruel. Y aunque no tiene caso buscar equivalencias, es valioso mirar
las analogías o acaso las similitudes escondidas, incluso si
mantenemos un sentido de la proporción.
Dejando
a un lado su real historia de errores y mal gobierno, a Yasser Arafat
el Estado de los judíos lo está haciendo sentir como judío
perseguido. No es contradictorio que la mayor ironía del acoso que
sufre a manos del ejército israelí, en su cuartel de Ramallah, sea
que su ordalía fue planeada y ejecutada por un líder sicópata que
dice representar al pueblo judío.
No
quiero forzar demasiado la analogía, pero cabe decir que los
palestinos que hoy sufren la ocupación israelí están tan indefensos
como los judíos en los años 40. El ejército, la fuerza aérea y la
armada de Israel, fuertemente subsidiados por Estados Unidos, siguen
ocasionando estragos en la población civil totalmente desprotegida
que habita las franjas de Gaza y Occidental. Ya hace medio siglo que
los palestinos son un pueblo desposeído, millones de ellos son
refugiados. Casi todo el resto sufre una ocupación militar que data
de 35 años atrás, y está a merced de los colonos armados -que
sistemáticamente se roban la tierra- y de un ejército que ha
asesinado palestinos por miles. Miles más están enacarcelados, miles
han perdido sus viviendas, refugiados por segunda o tercera vez, y
ninguno de ellos cuenta con derechos civiles ni humanos.
no
obstante, Ariel Sharon insiste en que Israel lucha por sobrevivir
contra el terrorismo palestino. ¿Habrá algo más grotesco que esta
afirmación cuando este enloquecido asesino de árabes lanza sus F-16,
sus helicópteros de combate y cientos de tanques contra gente
desarmada y sin defensa alguna? Son terroristas, insiste, y su líder
-prisionero y humillado en sus instalaciones que se desmoronan,
rodeado de destrucción- es descrito como el architerrorista de todos
los tiempos. Arafat tiene el valor y la decisión de resistir, y en
eso tiene a su pueblo de su parte. Todo palestino siente que esta
humillación deliberada que se le impone es una crueldad sin propósito
militar o político alguno, excepto castigarlo, simple y llanamente.
¿Qué derecho tiene Israel para hacer esto?
Harto
terrible es registrar tal simbolismo, y lo es más sabiendo que Sharon
y sus simpatizantes -por no hablar de su ejército criminal- pretenden
justo lo que el simbolismo, en su crudeza, exhibe. Los judíos israelíes
son los poderosos. Los palestinos, sus perseguidos, sus despreciados
otros. Por suerte para Ariel Sharon, cuenta con Shimon Peres, tal vez
el mayor cobarde e hipócrita en la política mundial de hoy, que va
por todas partes diciendo que Israel entiende las dificultades del
pueblo palestino. "Nosotros", dice, deseamos que las
penurias sean menos onerosas. Y después de decirlo no sólo nada
mejora sino que se intensifican los toques de queda, las demoliciones
y las matanzas.
Y
por supuesto, la postura de Israel es solicitar una ayuda humanitaria
internacional masiva, la cual, como afirma correctamente Terje-Rod
Larsen, es de hecho un modo de chantajear a los donantes
internacionales para que legitimen la ocupación israelí. Seguro que
Sharon debe sentir que puede hacer lo que le plazca y salirse con la
suya, al punto de emprender una campaña cuyo propósito es conferirle
a Israel el papel de víctima.
Conforme
las protestas populares crecen por todo el mundo, la respuesta del
sionismo organizado es quejarse de que existe un aumento en el
antisemitismo. Hace sólo dos días el rector de la Universidad de
Harvard, Lawrence Summers, se pronunció contra la campaña de un
grupo de profesores (que propugnan por que la universidad rechace las
contribuciones que provengan de firmas estadunidenses que le venden
equipo militar a Israel) alegando que la propuesta es antisemita. ¡El
rector judío de la universidad más antigua y rica del país se queja
de antisemitismo! Ahora cualquier crítica a la política israelí es,
por rutina, calificada de antisemitismo, del tipo que hizo posible el
Holocausto, pese a que en Estados Unidos no hay antisemitismo alguno
que pueda considerarse. En este país un grupo de académicos israelíes
y estadunidenses organizan ya una campaña estilo McCarthy contra los
profesores que han osado pronunciarse contra las violaciones israelíes
de los derechos humanos. El propósito principal de esta campaña es
pedirle a los estudiantes y al profesorado que delaten a sus colegas
pro palestinos, lo que intimida el derecho a la libre expresión y daña
seriamente las libertades académicas en la institución.
Lo
irónico es que las protestas contra la brutalidad israelí -las más
recientes dirigidas contra el humillante aislamiento de Arafat en
Ramala- son ahora masivas. Son miles los palestinos que desafían los
toques de queda en Gaza y en varios poblados de la franja Occidental,
con tal de salir a las calles en respaldo de su presidente acorralado
por las tropas de Sharon.
En
tanto, los dirigentes árabes han estado callados o imposibilitados, o
ambas cosas a la vez. Todos ellos, incluido Arafat, han declarado
abiertamente por años que de-sean hacer la paz con Israel; dos
importantes países árabes tienen, de hecho, tratados con Tel Aviv.
Sin embargo, lo único que Sharon les da a cambio es una patada en su
trasero colectivo. Los árabes, repite, sólo entienden la fuerza, y
ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen (y como solíamos
ser tratados).
Tiene
razón Uri Avnery: Arafat está siendo asesinado. Y con él, según
Sharon, mo-rirán las aspiraciones de los palestinos. Este es un
experimento -no muy lejano del genocidio total- para ver qué tan
lejos puede llegar la brutalidad sádica de Israel sin que nadie lo
impida o entienda. El jueves anterior, Sharon dijo que en caso de una
guerra con Irak, que viene definitivamente, tomará represalias contra
dicho país, lo que sin duda le ocasiona a George W. Bush y a Donald
Rumsfeld las pesadillas que se merecen. Su último intento por cambiar
un régimen ocurrió en Líbano, en 1982. Sharon puso a Bashir Gemayel
co-mo presidente, y resultó que luego Gemayel le dijo muy claramente
al derechista israelí que su país no sería nunca un vasallo de
Israel. Poco después Gemayel fue asesinado, ocurrieron entonces las
matanzas de Sabra y Shatila, y después de 20 sangrientos e
ignominiosos años los israelíes, sombríos, se retiraron de Líbano.
Qué
conclusiones podemos extraer de esto. Que la política de Israel ha
sido un desastre para toda la región. Mientras más poder acumula, más
ruina ocasiona en los países vecinos (por no mencionar las catástrofes
que ha perpetrado contra el pueblo palestino), y más odio cosecha.
El
sueño sionista de un Estado judío, uno normal como el resto, terminó
en la imagen del líder del pueblo originario de Palestina, con su
vida pendiendo de un hilo, mientras los tanques y bulldozers israelíes
continúan la destrucción de todo lo que lo rodea. ¿Es éste el sueño
sionista por el que cientos de miles han muerto? ¿No queda clara la lógica
de resentimiento y violencia que opera en todo esto? Qué clase de
poder surgirá de la indefensión que ahora puede únicamente mirar,
pero que con toda seguridad se desarrollará con el tiempo. Sharon está
orgulloso de haber desafiado al mundo entero. Pero su desafío no
deriva en que el mundo sea antisemita: es que lo que hace en nombre
del pueblo judío es demasiado aberrante.
¿Es
ya tiempo de que quienes sienten que sus apabullantes acciones no los
representan le pongan un alto a su conducta?
|
|