¿Qué
escenario después de Arafat?
Por
Gema
Martín Muñoz (*)
El País, Madrid, 11/11/04
El
azar de la historia ha impuesto una realidad inesperada: a la vez que
el presidente George W. Bush revalidaba su Gobierno de EE UU,
Palestina se convertía en el primer test para esa nueva Administración.
La desaparición de Yasir Arafat cierra sin duda un ciclo histórico
y, ante la nueva situación, no sólo los palestinos, sino también, y
mucho, los EE UU deben tomar posición y decisiones. Pero para
entender bien la situación es necesario analizar el punto en el que
se encuentra el liderazgo palestino en este momento de su cambio histórico.
Yasir
Arafat llevaba viviendo desde hacía tres años en unas condiciones
inaceptables de encierro, aislamiento físico y precariedad sanitaria
impuestas por el Ejército israelí (de ahí la celeridad con la que
las autoridades israelíes permitieron su traslado a París... para
que no muriera en su "cárcel" de la Mukata). Es decir,
Arafat deja el vacío del líder histórico y carismático que durante
más de medio siglo dirigió y conformó, eso sí, a su imagen y
semejanza, la identidad nacional palestina. Pero Arafat no deja vacío
de poder porque Israel ha usurpado completamente el poder y la
capacidad de gobierno de Arafat y la Autoridad Nacional Palestina en
los últimos cuatro años.
La
reocupación radical de los territorios palestinos, la destrucción
sistemática de todas sus infraestructuras, el urbanicidio y el
politicidio a los que ha sometido a los palestinos han convertido a
sus autoridades e instituciones en entidades y símbolos completamente
vacíos; útiles, eso sí, para existir per se porque de esa manera se
les exigen responsabilidades, se les dirigen recriminaciones y
reproches y se les achacan culpabilidades sobre un proceso que, desde
hace tiempo, han dejado completamente de poder dirigir.
En
consecuencia, la verdadera cuestión de futuro está en la actitud de
Israel, lo que significa también que EE UU es la pieza clave en la
evolución de la situación palestina con respecto a lo realmente
importante, como es la respuesta a las siguientes preguntas: ¿se va a
aceptar y respetar la decisión de los palestinos?, ¿se va a apoyar
firmemente el muy positivo proceso de consenso y diálogo entre todas
las fuerzas palestinas para crear una representación colegiada capaz
de organizar elecciones creíbles y democráticas entre la población
palestina? O, por el contrario, ¿se va a tratar de aplicar el modelo
"democrático" impuesto en Bagdad y Kabul, es decir, imponer
al Iyad Alaui o Hamid Karzai palestino en forma, por ejemplo, de
Mohamed Dahlan o cualquier otro de su conveniencia?
Y,
a continuación, ¿se va a permitir que se den las condiciones para
que se desarrolle un proceso electoral democrático del que salga un
liderazgo soberano y popular, lo que significaría modificar
radicalmente las condiciones draconianas de ocupación israelí de los
territorios ocupados? O, por el contrario, ¿se va a construir aquí
también ese discurso de "liberar" a los pueblos de Oriente
Medio organizando elecciones en un marco de inseguridad total, donde
domina la manipulación, la intimidación y la dirección del voto,
como en Afganistán y próximamente en Irak?
Analicemos
las posibilidades de una u otra evolución. De elegir la buena vía,
Ariel Sharon se encontraría en una muy difícil situación para
seguir con lo que ha sido y es su máxima prioridad estratégica: la
antinegociación política y el unilateralismo, que es lo que le
permite levantar el muro en Cisjordania, anexionarse ilegalmente
territorio palestino, promover de manera silenciosa y
"tranquila" la limpieza étnica de esas tierras, construir
muchas más colonias y promover situaciones de caos y enfrentamiento
entre las fuerzas políticas palestinas.
Unido
a esto, decide la retirada unilateral de Gaza, ignorando completamente
a los palestinos, con el fin de mejorar su deteriorada imagen en el
mundo, desviar la atención sobre sus objetivos en Cisjordania e
imponer el hecho consumado de que lo que se haga sobre territorio
palestino sólo Israel lo decide, no la ley internacional ni los
propios palestinos. El proceso sistemático de desautorización,
demonización o aniquilación del liderazgo político palestino ha
sido el pilar sobre el que Sharon ha levantado su discurso de
"imposible negociación" y acción unilateral, porque, dice,
no existe interlocutor palestino (origen también de su radical
rechazo e indignación por la propuesta de Ginebra que, ante todo,
mostraba que había interlocutores y capacidad de negociación).
Dar
opción a un liderazgo palestino sólido y democrático no sólo
rompería el esquema prefijado de Sharon (por eso la sociedad
palestina está muy dispuesta a hacer una transición tranquila y pacífica),
sino que dejaría en precario su resistencia a la negociación y tendría
que poner límites a su máquina militar brutalizadora de la sociedad
civil palestina; lo que, todo ello, sería a su vez la mejor garantía
para que los ataques suicidas palestinos se detuviesen. Pero,
entonces, ¿cómo podría argumentar que él está en "guerra
contra el terror" en Palestina, al igual que Bush en el resto del
mundo?
Para
EE UU, el cambio de posición con respecto a la cuestión palestina
significaría tener también que modificar su política en Irak,
porque la estrategia de la Administración de Bush en este país ha
sido una perfecta imitación de la de Sharon en Palestina. Al punto de
que hoy día no es posible distinguir en las imágenes que nos llegan
si es Faluya, Ramadi, Samarra o si es Yabaliyya, Rafah, Yenín. Es
cierto que EE UU no busca la anexión territorial de Irak, pero sí la
rendición total, y trata de conseguirla con la brutalización
militar, a la vez que selecciona e impone como gobernante a quien es
completamente sumiso, mientras demoniza o radicaliza a los no deseados
(como Múqtada al Sáder), porque hay un proyecto de dominación de
esta región.
Por
ello, como no puede evitar que "el espíritu de resistencia"
se extienda entre las ciudades iraquíes, con Faluya como modelo, está
tratando de convertir su nefasta ocupación de Irak en un eslabón
clave de la "guerra contra el terror", dando gran
centralidad y agrandando progresivamente el fenómeno Musab Zarqawi.
Este extraño y desconocido personaje, que no era más que un
muyahidin que pasó por Afganistán y luego se refugió un tiempo en
el Kurdistán iraquí, fue utilizado en primer lugar por Colin Powell,
cuando el 5 de febrero de 2003 -en su tristemente famoso discurso en
Naciones Unidas- se empecinó en presentar pruebas, finalmente falsas,
no sólo de la existencia de armas de destrucción masiva, sino también
de los lazos entre Irak y Al Qaeda. Pero Zarqawi, ni tenía lazos con
Sadam Husein ni con Al Qaeda.
Y,
de repente, desde comienzos de este año, Zarqawi irrumpió en la
escena iraquí con un protagonismo creciente, siempre a través de la
información que ofrece EE UU sobre el escenario iraquí (acompañado
de la aparición de varias páginas de Internet, cuya fiabilidad debe
ser siempre tomada con reservas). Sin embargo, Zarqawi es un actor
menor del escenario iraquí, ya que la gran mayoría de la
resistencia, chií y suní, condena sus métodos brutales y la población
de Faluya y sus representantes locales no cesan de decir
desesperadamente que allí no hay combatientes extranjeros. Pero
centrar todo en Zarqawi es muy útil para, por un lado, convertir la
ocupación de Irak en un eslabón fundamental de la lucha global
contra Al Qaeda, para tratar de ocultar su fracaso en este país
(donde la "coalición internacional" se va progresivamente
reduciendo) y disfrazar de terrorismo internacional lo que es un
creciente movimiento de resistencia local iraquí contra la ocupación.
Y, por supuesto, para justificar su decisión de borrar Faluya del
mapa, evitando que este modelo de resistencia siga extendiéndose por
Irak. Los "ataques de precisión" contra esta ciudad para
vencer a los terroristas de Zarqawi en realidad son bombardeos
continuos que están costando la vida básicamente a civiles, según
afirman los responsables del hospital de esta ciudad.
Es
decir, todo está demasiado ligado en Oriente Medio y, por tanto, más
allá de la segura poca disposición a modificar el apoyo
incondicional a Israel, la nueva Administración de Bush tendría además
que modificar su propia política en Irak y en toda la región si
decidiese contribuir a una verdadera salida democrática y soberana de
la transición pos-Arafat, a fin de que sirviese para crear un
verdadero, viable y digno Estado palestino, como debería ser el caso
en el país árabe vecino. Sinceramente, no veo ese momento en el
horizonte.
*
Profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la
Universidad Autónoma de Madrid
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