Elecciones
bajo la ocupación
Por
Santiago González
CSCAweb, 31/12/04
Elecciones
bajo una ocupación, militar para definirla sin eufemismos, es un
contrasentido. Son términos antagónicos. No puede haber elecciones
libres bajo una ocupación. No sólo porque es imposible elegir un
programa 'mínimo', el fin de la ocupación, por ejemplo; es que los
posibles candidatos defensores de ese programa mínimo son proscritos,
presos o asesinados por el ocupante.
Luego,
la democracia focalizada en unas simples elecciones no ha lugar. Sin
candidatos, ni programas soberanos que potencialmente representen de
forma explícita las aspiraciones populares, con unos censos en manos
de otros, al albur de la restricción de electores molestos, los
presos sin ir más lejos, llámense Al Kubaisy o Marwan Barghuthi, o
la imposibilidad de votar sea en los pueblos de Faluya o donde quieran
los constructores del Muro del Apartheid.
Si
a esto le añadimos que la ocupación dibuja el grado de soberanía
que concede el ocupante al ocupado; la desesperación que provocan las
carencias alimenticias, los olivos arrancados, la casa destruida, el
castigo continuo; el logro que pueda tener el ocupante en su continua
humillación, la pérdida de dignidad, hasta el punto que la vida del
ocupado no vale nada, nos encontraremos a unos gobernantes
salidos de esas 'elecciones' títeres de los ocupantes o
capitidisminuidos en los terrenos fundamentales de ejercitar la
soberanía. Incluso, con la obligación de éstos de no alterar el
estatus jurídico de constituciones y normas de virreyes o de
transiciones de Oslo que permiten nuevos asentamientos. Si esto es así,
comprenderemos que las elecciones se montan para el 'exterior'.
Para
vestir el muñeco de la hipocresía y el cinismo político. En el caso
de Iraq, las operaciones de reocupación de Faluya, acciones
terroristas indiscriminadas y control estratégico del petróleo
parecen que se incardinan por parte de Estados Unidos (y sus aliados)
a jugar con varios escenarios posibles que tienen como elementos
comunes la fragmentación espacial, la tribalización de sus gentes,
privatizar y dividir la riqueza patrimonial y siempre dejar fuera de
juego estratégico a Iraq como país y si, de paso, se logra el
oleoducto hasta Israel desde alguna zona del actual Iraq, mejor. Si se
clienteliza aún más a Jordania, debilita a Siria y se neutralizan a
Arabia Saudí, Irán, Rusia y China el mapa neocolonial sería todo un
éxito.
En
el caso de Palestina, formalmente las elecciones son un cumplimiento
de las normas legales tras la muerte del preso Arafat. Son meritorias,
como lo es su lucha y no cae esto en contradicción con no
considerarlas normales, como en cualquier democracia representativa y
calificarlas como elecciones sin democracia. Los candidatos saben su
debilidad frente al ocupante y sus aliados. Son, en lo que no quieren
algunos que se convierta en un circo, una muestra de voluntarismo
frente a las argucias del ocupante y de sus mentores.
Porque
el olvido interesado de las circunstancias y consecuencias de la
ocupación israelí por parte de Occidente (y su prensa) es sangrante.
La paulatina aceptación del lenguaje del ocupante es reveladora de la
asunción de la política israelí por parte de los europeos. La
amnesia de lo que es la ocupación cotidiana, la destrucción de vidas
y bienes, la esquilmación de los recursos, las prisiones de los
bantustanes y entretenerse en las anécdotas de que se retiran unos
metros los soldados de los check points muestran que nuestros
gobernantes (con sus medios de comunicación), desde Moratinos a Bush
están asumiendo o coparticipando de la estrategia del sionismo. Si se
acepta que Arafat era un obstáculo para la paz, se acepta la inversión
de la prueba, es decir, los palestinos tienen que no resistir,
arrancar si es necesario olivos, quitarse de beber y construir con sus
manos el muro de su prisión; escupir a sus refugiados y aplaudir al
Ejercito israelí, a sus matanzas y torturas con tal de que no les
llamen terroristas y acepten su final. Y mejor aún, deberían irse de
su tierra, Palestina, para que esta vez sí, los apologistas de ese
Israel democrático levante un estandarte inmáculo de cómo puede
hacerse una democracia eliminando a un pueblo al que no reconocen. Es
cínico que el laborista Peres hable de proceso de paz cuando él dio
la orden de construcción de asentamientos tras la ocupación de 1967.
O que Sharon, por calculados intereses demográficos y de coste,
resuelva desanexionarse Gaza y plantear relevantes indemnizaciones a
colonos, muchos de ellos nacidos en Europa, América o Rusia, y se
niegue a reconocer la intervención sionista en la tragedia de los
millones de refugiados palestinos.
Las
elecciones palestinas se hacen para el exterior. Para mantener el
argumento, ante los mentores occidentales de Israel, que si fueran
coherentes, deberían presionar a Israel. Pero también a nosotros,
para que azucemos a nuestros gobernantes a ser coherentes entre
discurso y hechos y que mantengamos activamente la solidaridad humana
y política. No estaría de más que los observadores de estas
elecciones, en lugar de mirar el dedo que señala la anormalidad de
unas elecciones consentidas por el ocupante, cogieran una hoz y un
martillo. Con la primera ayudasen a plantar el millón largo de olivos
arrancados y con el otro se entretuvieran golpeando al Muro. A la Unión
Europea, sufragante de los comicios, le sería más coherente demandar
a Israel por los destrozos de los bienes donados con su ayuda a los
palestinos y suspender el Acuerdo Preferencial que mantiene con dicho
estado, parar la compra, venta y ¡donaciones! militares y de paso
considerar a los bulldozers como bienes de doble uso.
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