Del genocidio como una de las "bellas artes"
Por Raul Abraham
Rebelión, 02/02/05
Cuando a finales de la segunda guerra mundial comenzaron a aparecer y
difundirse las noticias sobre los campos de concentración la primer
reacción de cualquier persona medianamente en sus cabales fue la
incredulidad. Sin embargo el genocidio no fue patentado por el
nazismo. Provocar la muerte de semejantes en grandes proporciones
parece haber sido una constante más que una excepción en el catálogo
de conductas humanas. Quién más, quién menos todas las sociedades
"exitosas" se edificaron sobre el exterminio de algún
"otro". No cabe duda que si debiéramos confeccionar algún
"ranking", los muy civilizados pueblos europeos marcharían
a la cabeza: los españoles en América central y meridional; ingleses
y holandeses en África; y sus descendientes puritanos en la parte
septentrional del nuevo continente.
También la Francia revolucionaria tuvo el suyo en Haití, y Portugal no
dejó de construir el propio en sus colonias de ambas márgenes del
Atlántico. A principios del siglo XX igualmente los jóvenes turcos
estrenaron la modernidad tanto tiempo demorada en el imperio otomano
tratando de exterminar al pueblo armenio. La lista es extensa, y
hacerla de modo exhaustivo excede los propósitos de este artículo, y
muy probablemente la capacidad de trabajo de numerosos historiadores
puestos a investigar con tiempo y medios suficientes. Sólo para no
ser irremediablemente injustos con los pueblos orientales se hace
necesario recordar el empeño puesto por el Japón en China y Corea
para no quedar fuera de tan prestigiosa competencia. Más cerca, también
los subdesarrollados argentinos - por ejemplo - han obtenido modestos
pero significativos logros en la construcción de su propio genocidio
doméstico: algunos generales tuvieron más suerte y sus hazañas
genocidas fueron recompensadas con dos presidencias, calles a su
nombre, y barrocas estatuas ecuestres; para otros los tiempos fueron
crueles y sólo obtuvieron el reconocimiento de unos pocos fieles de
fuertes convicciones, genocidas...
Sin caer en generalizaciones injustas podríamos no obstante postular que
la historia de la humanidad admite ser contada por la sucesión de
genocidios. Poco quedaría por explicar, e incluso una hipotética
historia de las artes no quedaría demasiado mutilada si fuese
interpretada sólo por los efectos estéticos que la muerte de
semejantes produce en la sensibilidad de los hombres. La visión del
"Guernica", por ejemplo, da cuenta en forma bastante
completa del espíritu de la época, sin caer en los excesos del
realismo.
Poco podía, pues, asombrarse el mundo por la matanza de seres humanos, más
aún cuando la segunda guerra mundial había dejado el saldo de 50
millones de víctimas, la mayoría no combatientes, o - más
precisamente - no soldados regulares.
No obstante esto, el horror ante los crímenes del nazismo conmovió a
toda la humanidad. ¿Qué tuvo de especial? ¿Cuál fue su sello
distintivo? Volveremos sobre esto.
Volveré a mi tierra, allá en Israel...
Es bastante probable que los "Padres Fundadores" del sionismo,
allá por las postrimerías del siglo XIX, hubiesen subscripto sin
demasiadas reservas una interpretación de la historia que dividiese a
los pueblos en "fuertes y conquistadores" frente a "débiles
y sojuzgados", quedando en esta oposición el pueblo judío en el
segundo de los términos. Se trataba, entonces, de conmutar esta
situación. Los sionistas, herederos tardíos de los nacionalismos
europeos de mediados de siglo adscribieron sin restricciones al ideal
romántico de la "Tierra", el "Idioma Nacional" y,
como no podía ser de otra manera, un "ejército",
depositario del "honor", el "valor" y las
"tradiciones".
En la mitología de todos los pueblos - hoy se diría: Imaginario
Colectivo - el ejército propio es siempre glorioso y triunfador,
constituyéndose en hitos fundacionales aquellos hechos de armas
victoriosos que hayan representado la conquista de territorio,
poblaciones, o - aparentemente menos tangible - independencia
nacional.
Para desgracia de los sionistas había que rastrear muchos siglos hacia
atrás para encontrar alguna batalla de relieve con triunfo de las
armas judías, pero su falta no arredró a los constructores de
leyendas, y entonces, amparándose en los escritos de Flavio Josefo -
reconocido tránsfuga y mentiroso - elevaron a categoría mítica la
defensa de Massadá; fortaleza sureña de Herodes que los tenaces - ¿U
obcecados? - zelotes defendieron durante meses frente a las legiones
romanas, prefiriendo el suicidio colectivo antes que rendirse al
invasor, actitud que coadyuvó a la desaparición de cualquier entidad
política judía en Palestina durante casi 2.000 años, pero se
constituyó en ejemplo de heroísmo y resistencia a la opresión para
generaciones de judíos, y también gentiles.
Parecería que el "Complejo de Massadá" condicionó el código
genético del sionismo, a tal punto que la obsesión por extender las
fronteras de la Comunidad hasta 1947, y las del estado de Israel a
partir de esa fecha, fue el alfa y omega de la política sionista. La
opinión sustentada por algunos que identifican esta actitud con la búsqueda
de un "Espacio Vital" debería - sin embargo - ser
considerada como un tanto exagerada. Ciertamente que el estado de
Israel adoptó el criterio de las "Fronteras Vivas", ya
desde los tiempos en que jóvenes pioneros se deslizaban nocturnamente
en tierras compradas en el corazón de una zona densamente poblada por
campesinos árabes, levantando lo que el folklore israelí tantas
veces cantó como la gesta de "Torre y Empalizada". Sostenían,
los sionistas, que la frontera se defiende de cuerpo presente, menos
con tropas que con trabajadores armados, para los cuales la
retaguardia estaba adelante...
Es fácilmente verificable que esta posición no ha variado mucho con el
correr de los tiempos, y durante 35 años de ocupación de los
territorios conquistados en la "Guerra de los 6 días" se
mantuvo - con altibajos - como política de estado.
Desde aquellos lejanos días de su "Guerra de Liberación" el
nacionalismo sionista, con variantes más o menos virulentas, no ha
dejado de reivindicar su derecho a la tierra de sus ancestros, a
despecho de toda lógica o prueba histórica, ya que - como dice una
canción - "Vinimos a esta tierra a construir y construirnos, por
que nuestra, nuestra, nuestra es esta tierra". La presencia de
habitantes autóctonos que no veían con buenos ojos estas
pretensiones era sin duda un problema, pero, bueno: "Nunca te
prometí un jardín de rosas" reconoce la propaganda sionista
desde siempre. La paradoja del nacionalismo, como dice Hobsbawm, es
que "al formar su propia nación, creaba automáticamente el
contranacionalismo de aquellos a quienes forzaba a elegir entre la
asimilación y la inferioridad."(*)
Atrapado en esta paradoja el sionismo no tuvo otra alternativa que
construir un estado racista: para sobrevivir debía segregar. Los
inconvenientes de tal comportamiento estriban en que generalmente se
sabe como comienzan, pero no dónde terminan. Las consecuencias
afectaron a judíos y árabes, y dentro de los primeros más a los de
origen oriental (sefardim y teimanim) que no encajan dentro del
estereotipo judío que los "Padres Fundadores" - rusos,
polacos y alemanes - impusieron como medida de todo lo humano. Baste
recordar que el documento de identidad que el estado de Israel provee
a sus ciudadanos contiene un apartado específico para la
"nacionalidad" de su titular. Hay que reconocer que el
sionismo no ha caído en la tentación de sostener prejuicios
liberales respecto a la homologación entre "ciudadanía" y
"nacionalidad", distinción aún más reveladora que la
simple religión.
No ha de extrañar - por lo tanto - que las tropas israelíes en
operaciones en Gaza y Cisjordania agreguen el desprecio y el
tratamiento humillante hacia los palestinos a los bombardeos genocidas
que cometen con el beneplácito (¿Mandato?) de los Estados Unidos y
la callada complicidad de Europa, amordazada por siglos de
antisemitismo, matanzas y "pogromos", evidentemente
Occidente cree profundamente que las culpas de los padres recaerán
sobre sus hijos, habría que ver hasta que generación.
Nada impide, pues, a los israelíes consumar su pequeño genocidio, a la
medida de un territorio de tan pocos kilómetros cuadrados, y contra
una población total de menos de cuatro millones de personas. Para
sostener la presencia de menos de doscientos mil colonos el estado de
Israel moviliza a sus reservistas, victimiza a su propia población al
someterla a los atacantes suicidas que se autoinmolan, previsiblemente
en aquellos que ya no tienen nada que perder, y comienza a reprimir aún
a ciudadanos judíos que protestan contra una política
manifiestamente racista y genocida. Los sionistas sacrifican aún sus
últimos restos de democracia ante el becerro de una "Tierra de
Israel Completa". Incluso la apocada y en retirada izquierda
israelí deberá estar preparada para que los controles que ahora
sufren los palestinos sean cotidianos en Tel-Aviv y Haifa. Es el
precio de vivir en una dictadura: nunca se sabe cuando puede volverse
contra uno mismo.
Muy claras son las cosas, y la honestidad impone llamarlas por su nombre:
al crimen de guerra, al crimen de lesa humanidad, y al genocidio. La
destrucción de toda la infraestructura que posibilita la vida humana
en conglomerados urbanos es un crimen contra la humanidad. El
bombardeo de áreas civiles desprotegidas es un crimen de guerra, y la
demolición de edificios civiles y residencias particulares con seres
humanos adentro es genocidio. De poco les servirá tratar de ocultarlo
al mundo: lo verán en sus ojos cuando crucen miradas. Lo sentirán
cuando sus hijos les pregunten: ¿Y tú que hiciste en la guerra, papá?
Y sin embargo. Israel está cometiendo un genocidio, su primer ministro
es un asesino despiadado y calificarlo de "nazi" no está
lejos de la realidad, pero:
Ramalah no es Auschwitz. Como esto no es gratuito, trataré de
explicarme.
La vida es bella
¿Qué hace especial al genocidio nazi? ¿Por qué no admitir la
semejanza con otros?
A diferencia de ciertas interpretaciones no le otorgo una relevancia
especial al hecho de que su principal víctima haya sido el pueblo judío.
Es cierto: siglos de antisemitismo europeo facilitaban la elección. Los
judíos eran el "otro" que debía ser eliminado para mayor
gloria de la raza superior y revancha de la humillación de Versalles.
El judío contaba con importantes ventajas a la hora de encontrar una víctima
propiciatoria: estaba allí, era visible, sus conductas podían ser
descriptas sencillamente como esotéricas, y no contaba con fuerzas
armadas propias o ajenas que lo defendiesen. No obstante, la pregunta
inicial subsiste: ¿Qué tuvo de especial el Holocausto en comparación
a otros genocidios? Vayamos por partes.
Es complicado hoy en día escribir sobre los campos de concentración.
Por un lado están las imágenes de Spielberg: ese blanco y negro tan
bien utilizado, esa simplificación para hacer los conceptos
asequibles al norteamericano medio. La guerra estaba justificada en la
enorme maldad de los alemanes, y entonces expedito el camino para
realizar lo que verdaderamente le interesaba al lacrimógeno de Steven:
¡Busquemos juntos al soldado Ryan! Si en el camino no lo hallamos
seguramente recogeremos unos cuantos millones para paliar su pérdida.
Es doblemente gratificador ganar dinero y ser políticamente correcto.
Naturalmente que para respetar el tono dramático, y no ser acusados
de simplistas deberemos elegir un rostro atormentado y que despierte
sentimientos contradictorios. Nadie quiere que lo acusen de crear
personajes monofacéticos cuando se tienen pretensiones intelectuales,
y el Schindler fílmico debe mostrar mucho, para ocultar el carácter
del Schindler verdadero: un capitalista puro y duro en viaje de
negocios por lo que él consideraba Polonia, y los judíos el
infierno.
Por otra parte, y para ser completamente sinceros, tampoco resulta
sencillo escapar a la visión oligofrénica de Begnini: uno no ve la
hora de que los alemanes lo despachen, de antipático que resulta ese
filicida peligroso para cualquiera que lo frecuente. Sin guerra el
hijo de ese padre indudablemente que se hubiese convertido en un
pelele inútil para defenderse de cualquier agresión, ofreciendo
continuamente la otra mejilla, o - más propiamente - dejándose
explotar calladamente, dado que pese a todo "La vida es
bella".
Merecidamente ganadora de un Oscar por su idiotez, la película cumple a
la perfección la función que su cretino director imaginó: nada
puede ser - al fin y al cabo - tan terrible. Aún en el infierno
podemos encontrar motivos para la sonrisa, así que después de todo
un campo de concentración no era demasiado distinto a cualquier
escuela con un régimen un tanto estricto.
La "Cosificación" del prisionero de un campo de concentración
la reproduce Begnini para sus espectadores: Aceptando sus premisas
podemos descartar al pensamiento racional. De nada sirve la reflexión,
sólo los sentimientos cuentan. Hay hombres buenos y malos, eternos,
inmutables, idénticos a sí mismos en todo tiempo y lugar. Imposible
pervertir a los buenos, y - por el segundo principio aristotélico -
tampoco es factible redimir a los malos. Únicamente queda decidir quién
es quién. ¡Qué triunfo para Noche y Niebla!
Quizá únicamente Iván Denisovich, en sólo 24 horas, haya sido capaz
de transmitir la deshumanización fundamental que discurre tras los días
y noches, dónde el terror se instala en el alma, y la incertidumbre -
tan humana - sobre el futuro, se mide por minutos. El campo de
concentración es ese lugar en el que los seres humanos aprenden que
el área de sus intereses y afectos se superpone con la propia piel, y
la capacidad de supervivencia se mide en decibeles de sometimiento: un
gesto mínimo puede separar la vida de la muerte.
La capacidad de sufrimiento humana parece correr paralela a la línea
descendente de la abyección, de la cual los guardias de los campos
parecen haber estado particularmente provistos, nacionalidades al
margen.
Y aquí vuelve la pregunta, si los campos de concentración fueron un fenómeno
no sólo acotado al régimen nazi, entonces: ¿Cuál es la
particularidad del Holocausto frente a otros universos
concentracionarios?
Tiempos Modernos
Veamos:
1) Utilización integral de todos los recursos
2) Aprovechamiento de los "Subproductos"
3) Optimización de los tiempos
4) Organización piramidal y centralizada
5) Descentralización operativa
6) Efecto "Multiplicador" sobre el conjunto de la economía
7) Minimización de costos
8) ¡Maximización del Beneficio!
Este listado podría perfectamente ser el encabezado de algún memorándum
interno en cualquier empresa que pretenda ser "Competitiva".
No sería desatinado conjeturar que Taylor mismo lo hubiese suscrito
sin reservas.
Los métodos capitalistas de producción puestos al servicio del
exterminio. ¿Cuál es la forma más eficiente de convertir los
cuerpos en humo?
Una vez aceptada la premisa inicial sólo hay que poner manos a la obra.
Metódicamente se rescata el oro oculto en las dentaduras. La cadena
de producción está científicamente diseñada para optimizar los
recursos, nada de idas y venidas improductivas. Los trenes deben
llegar a horario para evitar "tiempos muertos" en la
utilización de las cámaras de gas.
La organización es fundamental: cada pieza destinada a volatilizarse es
identificada indeleblemente, a cada judío su número. No hay tiempo
que perder, los administradores deben cumplir con su cuota semanal y
mensual. Si es necesario se harán horas extra.
La buena administración es la madre de la productividad. Los insumos críticos
deben ser encargados con suficiente antelación, por supuesto se puede
confiar en la calidad y capacidad de la industria germana, que cierra
importantes contratos de provisión al estado.
Tras los primeros intentos tradicionales, o artesanales, el estado nazi
comprendió que la aniquilación de millones de seres humanos sólo se
podía realizar con los métodos de producción en gran escala, y
sistematizó de la manera más eficiente la conversión de cuerpos
vivos de carne y hueso en humo.
¡Qué insignificantes resultan los anteriores genocidios frente a la
ciclópea tarea emprendida por el nazismo!
El siglo XX produjo el primer genocidio planificado, industrial, científico.
¡Racional!
¡La apoteosis del capitalismo! La industrialización de la muerte. Miles
de administradores, capataces y operarios aplicados con germánico tesón
a producir la mayor cantidad de humo en el menor tiempo posible y al
costo más bajo, partiendo de una materia prima abundante.
Cada trabajador en su puesto, frente a la cadena de montaje, y el
resultado final se mide en metros cúbicos de un humo denso y de olor
característico, según los testimonios más conspicuos.
Final poco feliz
Es difícil extenderse en el tema para quién tiene antepasados que
fueron materia prima para este proceso, como el autor de estas líneas.
No sería del todo irrelevante que alguien con mayores conocimientos y
capacidad desarrolle la hipótesis aquí planteada sobre la
especificidad del Holocausto.
No, definitivamente Palestina no es Auschwitz. Pero la monstruosidad de
uno no hace menos horrible al otro.
(*) Eric Hobsbawm, "La era del capital", 1848-1875 Crítica.
Buenos Aires, p. 107
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