La
catástrofe normalizada
Por
Santiago Alba Rico (*)
Periódico
Diagonal, Madrid, N° 5, 28/04/05
Si
se habla de Palestina es que las cosas van mal; si no se habla de
Palestina es que las cosas van peor... para los palestinos. Después
de casi tres meses de tregua, los medios de comunicación no pueden
informar de la muerte de un solo israelí; los medios de comunicación,
en consecuencia, han dejado de informar. Palestina ha vuelto a la
normalidad: 14 palestinos asesinados (incluidos siete niños), 458
agresiones armadas israelíes, 794 violaciones de territorio, 403
palestinos arrestados, 557 controles volantes, 707 cierres y asedios,
92 ataques de colonos. Con toda normalidad, en estos tres meses ha
aumentado, además, el número de árboles arrancados, de casas
demolidas, de tierras confiscadas, mientras la situación económica
de los TTOO sigue declinando hacia la catástrofe normalizada. El
silencio informativo, como vemos, coopera activamente con el invasor y
llama a gritos a los palestinos a romper la tregua, que los hace
buenos, sí, pero inexistentes.
El
pasado 12 de abril, durante su visita a Washington, Ariel Sharon
insistió ante Bush en que "Arafat era ante todo un asesino con
el que no había ninguna posibilidad de alcanzar la paz" y que
ahora, con Mahmub Abbas, "existe por primera vez la posibilidad
de resolver el problema". Que un hombre que desde 1948 viene
impune y voluntariosamente buscando una "solución final"
para la "cuestión palestina", que ha matado, expulsado,
aterrorizado, pauperizado a miles de palestinos, que está
construyendo un muro de seiscientos kilómetros en las mismas entrañas
de los TTOO, que ha multiplicado los asentamientos en Cisjordania y
que jamás ha ocultado su sueño de un Gran Israel poblado por veinte
millones de judíos, que un hombre así -digo- considere a Mahmud
Abbas (Abu Mazen) un "hombre de paz" es casi una acusación
pública de colaboracionismo con el invasor. Nunca colaborará, en
todo caso, lo suficiente. Recordemos que también Arafat,
"terrorista" durante veinticinco años, fue promovido a la
categoría de "hombre de paz" en 1991, tras la primera
guerra del Golfo, a fin de que pudiese firmar los claudicantes
Acuerdos de Oslo y devuelto a la condición de "terrorista"
diez años más tarde, asediado y recluido a continuación en la
Muqata de Ramalah y finalmente eliminado (cualquiera que fuese la
causa de su muerte) por su incapacidad para sofocar la Segunda
Intifada. El problema de Mahmud Abbas es que no es libre para querer
lo que quiere y lo que de él esperan EEUU e Israel va mucho más allá
del mínimo pragmática y generosamente aceptado por todo el espectro
político palestino. Mahmu Abbas querría acatar el diseño
estadounidense-israelí, pero para ello tiene que querer -y fundar- un
pueblo menos valiente que el suyo. La tregua pactada por todos los
grupos de la resistencia (incluido Hamas) y disciplinadamente
respetada pese a las continuas provocaciones, ha sido correspondida
por Sharon con medidas poco más que simbólicas (la liberación de un
centenar de prisioneros y la retirada de un par de ciudades),
desmentidas de hecho por la decisión de continuar con la ignominia
del muro y la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania y
Jerusalén. Mahmud Abbas, que no tiene la autoridad de Arafat y al que
desafía de un modo cada vez más claro el sector más joven de Al-Fatah,
harto de corrupción y con sus mejores hombres encarcelados, titubea
sobre un cable que se afina día a día. La más pequeña concesión
al pueblo que lo ha elegido lo convertirá en un
"terrorista" más despreciable y menos temible que su
predecesor.
Al
igual que después de la primera guerra del Golfo, EEUU conduce toda
una serie de maniobras más o menos discretas, al margen de las
resoluciones 194 y 242 de la ONU, encaminadas a rebajar al mismo
tiempo las escuálidas demandas de los palestinos y su legítima
resistencia, aislando para ello su destino del resto del mundo árabe.
Esta es la estrategia del llamado Medio Oriente Ampliado, proyecto que
asocia la hegemonía económica israelí en la zona a la definitiva
derrota de la causa palestina; esta es también la explicación de las
recientes conversaciones entre Bush y Sharon, imperialmente autorizado
a mantener los asentamientos en Cisjordania, de la misión del
ministro israelí Salfan Shalom en El Cairo y de la prevista visita a
Washington del príncipe Abdallah de Arabia Saudí (a la que quizás
seguirá, en último lugar, la del propio Abu Mazen, como para dejarle
bien claro su papel: el de simple "acusmático" o
"recipiente" de las decisiones que otros toman sobre su país).
Este tejemaneje entre bastidores tiene a corto plazo un propósito
claro: el de aplazar o suspender sine die las elecciones legislativas
en Palestina, las cuales podrían llevar a Hamas, tras su éxito en
las municipales de Gaza, a dominar la Asamblea Nacional Palestina, éxito
democrático que no interesa ni a Israel ni a Mahmud Abbas. A más
largo plazo, sin embargo, se trataría de convertir el llamado Plan de
Desconexión de Gaza en el umbral de la definitiva derrota de las
ambiciones palestinas. "Lo que se cuece actualmente en las
cocinas de Washington, Tel-Aviv, El Cairo y Amman" -traduzco de
Abd-al-Barry Atwan, editorialista de Al-Quds- "es el
establecimiento, tras la completa retirada israelí prevista para el
próximo septiembre, de una República de Gaza reconocida por EEUU y
la ONU, so pretexto de que así se da satisfacción al ambicionado
Estado palestino en el marco de la aplicación de la Hoja de Ruta que
los propios palestinos han aceptado". Como contrapartida, claro,
Cisjordania quedaría definitivamente a merced del invasor.
Sharon
puede convertir a cualquier palestino complaciente en "un hombre
de paz", pero ningún palestino honesto podrá hacer lo mismo con
Sharon. Sólo a partir de este presupuesto puede abordarse la liberación
de Palestina y la constitución de un Estado independiente y
sostenible. Palestina es la pequeña herida por la que se desangra el
mundo, y hacerla sangrar, aun a costa del mundo, es la "solución
final" que palomas negras y halcones rubios vienen aplicando
desde 1948 en los TTOO. Excluidas las deseadas soluciones sumarísimas,
"eternizar" el problema ha proporcionado grandes tajadas a
Israel. Pero "eternizar" el problema en la historia, y a
expensas de los propios israelíes a los que se dice defender,
significa dejar a un lado la fragilidad de los hombres y la física
cualitativa de las acumulaciones. La intensificación de la
resistencia en el Iraq ocupado, las presiones sobre Siria, la
actividad islamista en Arabia Saudí, la crisis del Líbano, la
creciente represión en Jordania, las protestas en El Cairo, y todo
esto en el contexto de un imperialismo tecnológicamente
incontrolable, deberían hacer pensar incluso a los malvados y enseñarnos
a todos que un problema "eterno" no es una solución sino la
posibilidad muy real, sobre el terreno, de una catástrofe general que
no distinguirá entre judíos y gentiles ni entre occidentales y otros
(cualquiera que sea el nombre con que los despreciemos).
(*)
Santiago Alba Rico es guionista y escritor.
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