¿Una tregua o una
hoja de parra?
Por Hasan Abu Nimah
(*)
Jerusalemites, julio 2005
El mundo se ha dado
cuenta de repente de la renovada violencia entre israelíes y
palestinos, pero no porque en las últimas semanas Israel haya
redoblado las ejecuciones extrajudiciales y otros ataques contra los
palestinos. Sólo cuando varios grupos de resistencia palestina
respondieron disparando rudimentarios morteros y misiles contra
objetivos israelíes dentro de los territorios ocupados e Israel, y
uno de los grupos armados reivindicó la autoría de un atentado
suicida en Netanya que mató a cinco personas el asunto llegó a
ocupar un lugar destacado en la agenda internacional. Israel volvió a
intensificar la violencia, atacó campos de refugiados y otras zonas
civiles, y llevó a cabo más ejecuciones [extrajudiciales] utilizando
tanto escuadrones de la muerte terrestres como misiles lanzados desde
helicópteros. Al menos ocho palestinos murieron, incluyendo por lo
menos un niño, y mucha gente resultó herida.
Todo esto está
ocurriendo bajo lo que se supone es una tregua. Extrañamente se habla
poco, si no nada, de que la tregua deba terminar con la erupción de
la lucha a esta escala. Nos encontramos más bien en una situación
bastante extraña en la que se dice que existen exactamente al mismo
tiempo una tregua y su contrario, la lucha abierta. La explicación de
este extraño caso es bien simple: desde el principio la intención de
la tregua era que fuera una tapadera para lograr unos resultados que
no tenían absolutamente nada que ver con ella. Acabar con la
violencia no era uno de estos objetivos.
La muerte del anterior
dirigente palestino, Yaser Arafat, fue celebrada por los operarios de
la industria del proceso de paz como el amanecer de una nueva era de
reconciliación entre palestinos e israelíes. Manipuladores políticos
de muchas capitales se apresuraron a acudir a la región para reclamar
su parte desde la ventana de oportunismo que se acababa de abrir. Rápidamente
se edificó el consenso de que el "largamente esperado
socio" que los israelíes estaban esperando desesperadamente era
nada más ni nada menos que Mahmud Abbas. Una intensiva propaganda
oficial ayudada por la pereza periodística había descrito a Abbas
como un moderado amante de la paz, astuto hombre de Estado, pacifista,
pragmático y un interlocutor válido para los muy viajeros enviados
de la Unión Europea, Escandinavia, Canadá y EEUU.
Aunque su legitimidad
como dirigente de los palestinos, más que solamente la cada vez más
desacreditada, desunida e impopular facción de Fatah, necesitaba ser
respaldada por unas elecciones controladas que ratificaran su
predestinada victoria, igualmente sus credenciales como esperado Mesías
de la paz necesitaban ser ratificadas con una tregua. Todo poder de
persuasión e incluso de "suave" coacción fue movilizado
para hacer que las distintas facciones palestinas aceptaran acabar con
sus "agresiones" contra el pobre Israel y anunciaran una
tregua. Para gran júbilo fue proclamada una tregua. Con una hoja de
parra firmemente colocada en su sitio muchos se sintieron protegidos
de la indecente exhibición de su vergonzoso fracaso en hacer frente
con determinación a las continuas agresiones de Israel.
La tregua era el precio
que Abbas debía a quienes le habían apoyado en Washington, en
Europa, el mundo árabe y probablemente en Israel. El único y
exclusivo mandato de quienes le apoyan es de detener la Intifada. Si
Abbas cree sinceramente que los palestinos vayan a conseguir algo de
la rendición incondicional que él ha estado defendiendo es una
cuestión discutible. Pero lo que está claro es que la tregua era la
única cuerda de salvamento que le quedaba a la Autoridad Palestina y
Fatah. Pagando este alto precio, es posible que Abbas no consiga nada
para su pueblo o su causa, pero puede prolongar su estancia en el
cargo actuando de la manera como fue elegido para que actuara. No hay
duda de que esto ayuda a explicar por qué únicamente se enfurece y
muestra los dientes cuando los palestinos, totalmente desprotegidos
por parte de los miles de hombres armados bajo el mando de la
Autoridad Palestina, responden a los ataques israelíes y apenas dice
una palabra cuando los israelíes humillan y matan a su pueblo, y
reducen aún más sus derechos. Se apresura a ir a Gaza para persuadir
a los palestinos de que no se defiendan ni a sí mismos ni defiendan
sus casas contra Israel, pero nunca se le ve en los checkpoints ni en
los pueblos devastados por el Muro para manifestar y mostrar su
solidaridad con aquéllos que diariamente son perseguidos por Israel.
Para la Autoridad
Palestina la tregua es simplemente a una medida para comprar tiempo,
pero la única estrategia que hay tras ella es mendigar la clemencia y
generosidad de potencias extranjeras y patrocinadores que una y otra
vez han abandonado al pueblo palestino al brutal poderío Israelí y
que ni una sola vez se han enfrentado de manera efectiva al continuo
desprecio por parte de Israel del derecho Internacional.
Por lo que se refiere a
Israel, la tregua no le preocupa nada pero tampoco le importa. Israel
nunca ha querido participar en ninguna discusión que llevara a una
tregua que le atara las manos. Consideraba la cuestión como un mero
asunto interno palestino, porque los media ya habían saturado a la
opinión pública con la idea de que toda violencia es única y
exclusiva responsabilidad de los palestinos. Por consiguiente, solo a
ellos se les exigía la tregua. Los israelíes también querían la
tregua para deslegitimizar toda oposición palestina, oposición no
solo a la cada vez más profunda ocupación sino también a los planes
israelíes de una mayor expansión y colonización. La tregua, que
Israel nunca reconoció y que nunca prometió respetar -una promesa
que ha mantenido estrictamente- se necesitaba para darle tiempo para
completar sus planes de anexión, la creación de nuevos hechos
consumados y la consolidación de sus logros de guerra. Por decirlo
sencillamente, para Israel la tregua supuso libertad de acción sin
coste y, desde luego, sin riesgo.
Sobre esta base y con
total impunidad, Israel continuó cazando y arrestando palestinos bajo
la tregua, y matándolos si trataban de evitar ser arrestados; continuó
construyendo asentamientos sobre tierras robadas, demoliendo casas
palestinas en Jerusalén para pavimentar el terreno para parques temáticos
judíos y para construir el Muro del Apartheid. Por parte de los que
apoyaban la tregua ninguna de estas acciones israelíes fue
considerada nunca violaciones de ésta. La semana pasada el ministro
de Asuntos Exteriores alemán Joschka Fischer reprendió duramente a
los palestinos y les advirtió de que nunca lograrían su Estado
independiente hasta que "no acabaran con la violencia y el
terrorismo". En cambio afirmó que "expresamos a los israelíes
nuestra preocupación acerca del Muro, acerca de la carretera del Muro
y las consecuencias humanitarias, así como por las actividades
referentes a los asentamientos". Los israelíes saben que estas débiles
y miserables declaraciones de funcionarios de la Unión Europea
carecen por completo de fuerza y que su único objetivo es ocultar la
inacción y connivencia de la Unión Europea ante los árabes y otros
que todavía creen que la Unión Europea tiene una política respecto
a Oriente Medio independiente de EEUU y, por lo tanto, como es
comprensible Israel simplemente las ignora.
A pesar de cuantos
esfuerzos que ahora se hagan para salvarla, la tregua estaba abocada a
venirse abajo tarde o temprano, en primer lugar porque estaba hecha más
para ocultar el problema que para resolverlo y, en segundo lugar,
porque se superpuso en lo más alto de un polvorín de atrocidades,
agresiones e injusticias. Ninguno de aquellos poderes que lucharon por
la tregua hizo una sola cosa positiva para que llegara a ser lo que
debería ser, el prerrequisito de una discusión política para acabar
con toda la ocupación israelí, y no solo con los pedacitos de los
que Israel se ha cansado. El resultado inevitable es ahora tan claro
como lo era antes de se estableciera la tregua. Con Israel dictando la
agenda y todos los demás siguiéndola no habrá esperanza de paz. En
estas circunstancias, la tregua unilateral solamente reprimió una
presión que inevitablemente estalló en una violencia mayor.
(*) Hasan Abu Nimah es
el ex- Representante Permanente de Jordania ante Naciones Unidas y fue
miembro de la Delegación conjunta Palestino-Jordana en las
conversaciones de paz con Israel celebradas en Washington a principios
de los noventa.
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