Palestina no
se rinde

 

Limpieza étnica encubierta, robo de tierras, estrangulamiento económico y humillación permanente constituyen la auténtica argamasa del muro de separación israelí. Crónica de un viaje por sus lindes

Portón a ninguna parte

Por Amira Hass
Haaretz, 29/07/05
Traducido para Rebelión por L B.

Desde hace ya más de dos meses 7.500 plantones de olivo listos para ser plantados yacen desparramados en la aldea de Kafin, en el noroeste de Cisjordania. Al Ahali, una asociación de Nazaret, donó los árboles como parte de una campaña para ayudar a los campesinos palestinos afectados por la construcción del muro israelí de separación. Los plantones están creciendo, sus raíces han comenzado a perforar los tensos envoltorios de nylon y las incipientes hojas empiezan a marchitarse, pero los infortunados campesinos no pueden plantarlos. Fuimos allá a descubrir por qué.

La mayor parte del terreno cultivable de la aldea —5.000 de los 8.200 dunams (1)— se ha quedado atrapada en la parte opuesta del muro de separación. Según cálculos realizados por Tawfiq Harsha, jefe del consejo municipal, cerca de 100.000 árboles, la mayor parte de ellos olivos, crecen todavía en este área después de que 12.600 fueran arrancados durante la construcción del muro de separación. En los terrenos que separan entre sí los olivares la gente cultivaba trigo, tabaco, sandías y okra (2), cultivos que requieren cuidado diario.

Mientras se construía el muro de separación el ejército israelí prometió a los campesinos que dispondrían de acceso regular a sus campos a través de una puerta especial. En respuesta a la inquietud de los campesinos, Gil Limon, de la oficina del asesor legal del ejército israelí en Cisjordania, escribió el 23 de septiembre del 2003 al abogado Fathi Shbeita de la ciudad israelí de Tira: “El problema descrito en su carta sobre la ausencia de un portón de uso agrícola en el área de la aldea de Kafin está siendo estudiado por la Administración Civil con el propósito de definir el portón adecuado por el que los habitantes puedan acceder a sus campos”.

El 12 de octubre del 2003, cerca de dos meses antes de la finalización del portón en el área, Danilo Darman, también de la oficina del asesor legal, informó a Shbeita que “se ha hallado un lugar adecuado para la ubicación de un portón específico de uso agrícola para los habitantes de Kafin y los trabajos para su construcción se encuentran en estado avanzado. Pongo en su conocimiento, por consiguiente, que los permisos de entrada para los habitantes de Kafin están listos en la Oficina de Coordinación y Liaison del Distrito [OCLD] en Tul Karem, y que todos sus clientes y sus vecinos no tienen más que presentarse en la OCLD y obtener allí sus permisos”.

¿En serio?

Parientes muy lejanos

Las solicitudes se redactan en el ayuntamiento, desde donde son enviadas a la OCLD palestina de Tul Karem, la cual las reenvía a la OCLD israelí (un departamento de la Administración Civil), quien las aprueba o rechaza. Kafin tiene 9.000 habitantes. Seiscientas familias —entre 3.000 y 3.600 personas— poseen tierras y árboles al otro lado del muro de separación. El pasado mes de mayo 1.050 vecinos solicitaron permisos para acceder a sus tierras. Los israelíes concedieron autorizaciones solamente a 70 vecinos, 600 recibieron una respuesta negativa y el resto, 380 personas, no recibieron ninguna contestación. Uno de los motivos más frecuentes para justificar la negativa es la condición de “familiar lejano” del solicitante, es decir, que el solicitante es un familiar demasiado lejano de la persona propietaria del terreno, una situación que aparentemente impide la concesión del permiso de tránsito a los campos de labor.

De este modo, las solicitudes de dos de los tres hijos de Abd al-Rahim Kataneh —un campesino de 61 años que posee 80 dunams de terreno (y que figuran registrados a su nombre)— fueron rechazadas por ser “familiares lejanos”. El tercer hijo ni siquiera obtuvo una contestación a su solicitud. Sharif Kataneh, de 70 años de edad, que solicitó un permiso para él y para su esposa para trabajar las tierras registradas a nombre de su padre y de su suegro, obtuvo un permiso parcial: él puede entrar, pero su mujer fue rechazada por ser “pariente lejana”.

Después de que la solicitud que cursaron Ribhe Amarneh, de 48 años de edad, y su hermano para poder trabajar los campos registrados a nombre de su tío fuera denegada también por su condición de “parientes lejanos”, Amarneh cursó una solicitud a través de la aldea de Akkabe, cuyos residentes descienden de familias de Kafin, y obtuvo la autorización. Ahora —dice— por fin puede evaluar los daños sufridos por sus árboles. A mediados de mayo se desató un incendio en su olivar. Amarneh tuvo que contemplar impotente detrás del muro israelí cómo el fuego devoraba su olivar a tan sólo 10 minutos a pie de donde él se encontraba. Los bomberos palestinos tampoco llegaron a tiempo al lugar, ya que para cruzar el muro es necesario coordinarse con el ejército israelí, cosa que el fuego no tuvo en cuenta.

El permiso de entrada de Amarneh lo autoriza a cruzar la Puerta 5. Tawfik Taami, también vecino de Kafin, tiene permiso para pasar por la Puerta 12, que se halla cerca de la aldea y es la más próxima a la mayoría de los campos de cultivo. Sin embargo, no está clasificada como “puerta de uso agrícola” sino como “puerta militar”. Cierto, en época de cosecha de aceitunas el ejército israelí autorizó a la gente a cruzar por esa puerta, pero incluso entonces sólo se abría tres veces al día durante unos pocos minutos y luego se volvía a cerrar.

Siete de nosotros –cinco campesinos palestinos y dos [periodistas] israelíes—aguardamos detrás de la valla de alambre de espino hasta que llegó un jeep del que descendió un soldado pelirrojo incapaz de ocultar su asombro ante nuestra presencia allí.

—Por aquí no se puede entrar —dijo—. Esta [puerta] es sólo para la cosecha de aceitunas.

—Pero los permisos de la Administración Civil dicen Puerta 12 —insistimos.

—¿Qué significa 12? —dijo el soldado, perplejo—. Yo sólo sé que ésta es la Puerta 346.

Después de algunas consultas por radio se convenció de que las puertas 346 y 12 son la misma puerta, pero ello no hizo que cambiara de opinión.

—No se puede entrar en Israel por aquí —dijo.

—No quieren entrar en Israel, quieren entrar a sus campos —le explicamos.

—Hablando con propiedad desde el punto de vista político, todo eso es Israel —respondió. Tras otra breve consulta por radio el soldado anunció que el corresponsal y el fotógrafo de Haaretz podían cruzar, pero no los vecinos de Kafin cuyos campos estaban al otro lado de la puerta.

—Esto es un permiso de la OCLD —explicó el soldado—. El ejército no está obligado a ajustarse a él.

El soldado nos dijo que probáramos suerte en la Puerta 1, la antigua puerta de Bartaa, situada a tres kilómetros al norte. Los campesinos escuchaban atónitos esta conversación. La Puerta 1, anexa a un puesto de observación blindado, suele estar siempre cerrada. Solamente se abre en casos supremamente especiales después de llevarse a cabo varias formas de coordinación, y desde luego no por asuntos agrícolas. A pesar de ello, aceptaron intentarlo. Tras recorrer tres kilómetros por una desvencijada carretera rural llegamos a la Puerta 1, que estaba cerrada. Continuamos hasta la Puerta 5, situada en la terminal Reihan, una vasta estructura creada para facilitar el libre tránsito a los vehículos de los colonos judíos y el paso a pie bajo estrechísima vigilancia a los habitantes de las aldeas [palestinas] del lado occidental de la valla.

La terminal de Reihan está a 12 kilómetros de Kafin y no está servida por ningún medio de transporte público. Las personas que carecen de automóvil —es decir, la mayoría de los habitantes de Kafin— deben coger un taxi y pagar 30 shekels por el viaje. Ningún taxi puede atravesar la terminal, y las mulas están también prohibidas. Para despejar toda duda, una señal situada junto a la puerta de tránsito para peatones dice: “Prohibido el paso de bienes, aparatos eléctricos, animales, ropa, piezas de vehículos, etc.”.

Mohammed Sabah, un campesino de 60 años de edad que ni siquiera se tomó la molestia de presentar la solicitud para obtener el permiso para cruzar la valla y que nos acompañó para demostrarnos que es inútil solicitar permisos, dijo: “Bueno, ¿y ahora cómo vamos a llevar las 7.500 plantas a nuestros campos?”

A la 13:00 horas docenas de personas se apiñaban alrededor de la puerta bajo un sol de plomo. Cada tantos minutos los soldados abrían la puerta para que pasaran dos personas cada vez, las cuales eran examinadas en una puerta electromagnética. En los intervalos cerraban la puerta, a veces hasta cinco minutos, de tal forma que para cuando logramos entrar eran ya las 14:20. Desde ese punto está prohibido seguir a pie, sólo se puede continuar en automóvil. Un puñado de automovilistas de Bartaa se está ganando la vida gracias a esa prohibición. Así pues, sin herramientas y sin plantones, pagamos 3 shekels cada uno y montamos en uno de los automóviles que recorrió unos dos kilómetros hacia el sur, para regresar a la Puerta 1, que seguía cerrada.

Descendimos del coche cerca de la torre de observación, de la cual emergió una voz incorpórea que nos gritó en hebreo: “Hey, hey, ¿a dónde vais?” La cabeza de un soldado se asomó por la elevada abertura. “Somos de Haaretz y estos son campesinos que se dirigen a sus campos”. Sin duda el soldado llamó a su unidad madre y luego se dirigió de nuevo a nosotros: “¿Y por qué no vais en coche?”, gritó desde arriba. “Porque está prohibido”, respondimos. “¿Los conoces bien a todos?”, preguntó. Estaba claro por sus preguntas que nunca se había encontrado con un campesino que se hubiera presentado allí para ir a trabajar a sus campos y que su oficial no le había informado sobre la naturaleza del puesto.

Desde ahí seguimos a pie. Un terreno accidentado con verdes laderas y elevaciones se extiende al otro lado de la carretera que lleva a Bartaa. Caminamos entre árboles, rocas y valles. Había unos dos kilómetros de distancia hasta el olivar calcinado de Amarneh y unos cuatro kilómetros hasta las tierras de Taami. Amarneh decidió continuar, pero Taami ya había tenido bastante. Si hubiera proseguido hasta sus terrenos su jornada habría arrojado el siguiente saldo: 24 kilómetros desde Kafin hasta la terminal Reihan y vuelta, con un coste de 60 shekels; una hora de espera en la terminal; cuatro kilómetros y 6 shekels por el viaje de vuelta desde la terminal de Reihan hasta la Puerta 1; y otros 8 kilómetros a pie de un lado para otro. Para cuando llegara a sus terrenos tendría que empezar a regresar. En cualquier caso, sin herramientas ni plantones no podría haber hecho otra cosa que arrancar unas cuantas hojas marchitas y aflojar la tierra con sus manos.

“Es sólo una excursión, nada más”, resumió Taami. “Un día entero sólo para llorar sobre nuestra tierra abandonada y regresar, pagando 66 shekels que nadie tiene”.

En respuesta a nuestras preguntas, la Oficina del Portavoz del ejército israelí nos comunicó que en los días siguientes representantes del ejército israelí y de la Administración Civil visitarán el lugar a fin de encontrar una solución a los problemas descritos en este artículo.


Notas:

(1) 1 dunam = 1000 m2.

(2) También se llama quingombó o calalú. Verdura muy usada en la cocina africana e india.

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