La visión sionista
impide una lectura certera de la historia y de “sus desastres ”
Por Nayef Hawatmeh (*)
fdlpalestina.org, 23/07/05
Hace unos sesenta años,
la Segunda Guerra Mundial concluyó con la rendición de la Alemania
Nazi primero y, unos meses más tarde, de Japón. Durante todos estos
años, los sionistas estuvieron acumulando numerosas “victorias”
al compás de la celebración del aniversario del “Holocausto”,
llegando a establecer su estado y a ampliarlo a expensas de los
derechos del pueblo palestino a su suelo patrio, a la existencia y a
la vida.
Sesenta años de
matanzas y desastres cometidos por Tel Aviv en detrimento de los
derechos del pueblo palestino y aún así, Israel y el Sionismo
Mundial, son capaces de aprovechar hasta la saciedad “los dolores
del holocausto” en aras de encubrir sus posteriores prácticas
criminales.
Los sionistas repiten
usualmente que mediante la creación de “generaciones de aguerridos
combatientes israelíes” se ha erigido “un Israel fuerte y
respetado” con vista a evitar la repetición del “desastre”
(cuando fueron conducidos como corderos a los mataderos y hornos de
gas en la Alemania Hitleriana).
No es de extrañar
entonces que el discurso israelo-sionista siempre se remonte a lo que
aconteció hace unos sesenta años para justificar todo lo que ocurre
después. ¿Acaso hace sesenta años llegó a su fin un capítulo de
la historia con el desmoronamiento moral de la Europa Colonialista y
de toda la humanidad y comenzó otra etapa basada en la justificación
constante de las acciones de los guerreros israelíes que pisotean
todas las normas morales, éticas, derechos y principios de la
legalidad internacional?
Sesenta años han
pasado desde que llegó a su fin la II Guerra Mundial y fueron
liberados los prisioneros de los campos de concentración; sin
embargo, aún se mantiene el discurso israelí basado en la narración
sionista que presenta “el desastre de los judíos de Europa” como
un caso singular en la historia y la convierte en el único barómetro
de la moralidad de la humanidad rehusando toda comparación con otras
matanzas similares anteriores o posteriores, o incluso contemporáneas.
A criterio de los
sionistas, todas las masacres cometidas a lo largo de la historia
contra los indios de América del Norte, los pueblos aborígenes de
las colonias europeas, los armenios, gitanos, rusos, vietnamitas,
kampucheanos, etc., son actos de “magnicidio”, pero contra pueblos
sojuzgados por la ocupación y las minorías étnicas tal como ha
ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad hasta nuestros días,
como señaló la historiadora israelí Anat Peri y lo que es
considerado por el historiador norteamericano David Steinard como
“expresión de la ideología racista blanca euro-americana”. Sobra
decir que el esbozo histórico brindado por Peri es esgrimido por
muchos historiadores israelíes y aplicado para justificar las
matanzas que se cometen contra el pueblo palestino.
El tratamiento israelo-sionista
de ese tema constituye uno de los mayores fraudes intencionales y
premeditados de la historia moderna. La narrativa histórica ya ha
sido escrita y presentada en numerosas ocasiones y de forma
contradictoria sin que coincida una vez con la otra o al menos carezca
de carácter movilizativo.
En el discurso político
israelo-sionista dirigido hacia Europa se destaca en gran medida la
responsabilidad moral de dicho continente con respecto a las masacres
cometidas por los nazis contra los judíos, al tiempo que se pasan por
alto, hasta menoscabarlas, las perpetradas contra los diferentes
pueblos europeos cuyas víctimas han sido varias veces mayores, sin
pretender con ello despreciar el valor de las pérdidas humanas judías.
A pesar de todo lo
anterior, culpar a la Europa capitalista de la responsabilidad moral,
no impide que el discurso israelo-sionista se presente como parte del
discurso europeo central en aras de alcanzar una serie de objetivos.
Lo que pretende el discurso israelo-sionista al culpar a Europa de la
responsabilidad moral es obligarla a seguir desempeñando el papel del
Pastor Colonialista de Israel sobre la base de sus alegatos de ser una
muestra en miniatura de la Democracia Capitalista Occidental.
Esto le permite a
Israel justificar todas las políticas sangrientas y racistas contra
los palestinos al presentarlos como “un pueblo atrasado” al margen
de la modernidad y necesitado de un proceso de “civilización” a
manos de la ocupación israelí, tal como lo fue el papel colonialista
protagonizado por las potencias colonialistas europeas y que constituyó
el cimiento de la Cultura Europea Centralizada.
A partir de ahí se
presenta la resistencia del pueblo palestino como una expresión práctica
de “una cultura salvaje desarrollada sobre un suelo abandonado, como
una de las culturas nacionales alimentada por la moral y los conceptos
de la vida del desierto y de la ideología de la guerra y de la
venganza”.
Por tanto, la
literatura política israelí nunca presentó de forma decisiva el
conflicto palestino-israelí como una lucha antagónica entre “dos
nacionalidades” hasta etapas muy tardías y precisamente ante las
puertas de la Era de Oslo, sin que ello implique en modo alguno el
reconocimiento, ni implícito ni explícito, de los derechos
nacionales palestinos.
No obstante, el
discurso israelí en relación con el “Holocausto” dirigido al
propio público israelí está basado en una tesis totalmente
diferente desde el punto de vista de la esencia del discurso empleado
en el caso de los europeos.
El discurso interior
acusa a los judíos alemanes de la “responsabilidad histórica” de
haber creado las condiciones para un caldo de cultivo de las
tendencias nacionales extremistas alemanas en su contra. Al respecto,
el periódico Haboel Hatzair, vocero del Movimiento Revisionista de
Jabotinsky, planteó como ejemplo que “la opresión ejercida contra
los judíos alemanes es un castigo para aquellos que trataron de
fusionarse en una sociedad a la cual no pertenecían”, y, por tanto,
pagaron por su rechazo a ser trasladados como emigrantes hacia
Palestina, para contribuir a la construcción del Estado de Israel.
La moraleja que se debe
deducir es la necesidad de pertenecer única y exclusivamente al
Estado de Israel.
La contradicción que
conlleva implícitamente el discurso político israelo-sionista al ser
presentado como parte de la cultura de las expresiones extremistas
nacionales totalitarias fue resuelta de forma oportunista y descubre
sin titubeo la inmoralidad de las verdaderas posiciones sionistas e
israelíes.
Al plantear que
“Israel es el único punto de apoyo que pertenece y pertenecerá
siempre a Europa”, unido al discurso israelí interno para explicar
la persecución a los judíos en Europa hace que la condena moral al
Viejo Continente no sea una censura desde el punto de vista de
principios, porque se ha enfilado de “manera errónea” contra los
judíos europeos que forman el grueso de los judíos incorporados orgánicamente
a la cultura central europea y por tanto la rectificación de ese
craso error histórico será mediante la continuidad del apoyo europeo
al Estado Judío de Israel. Es eso precisamente parte de la revisión
y auto reevaluación que hizo Europa como conclusión de las amargas
experiencias de la conflagración mundial.
El discurso político
sionista se percató muy prematuramente que debería de estar del lado
de la triunfante Europa independientemente de su identidad cultural o
ideológica.
Lo anterior fue bien
expresado en los años cuarenta del siglo pasado por Abraham Stern,
fundador de la organización terrorista de igual nombre, al distinguir
entre enemigo y opresor. Según él, los palestinos son un enemigo
salvaje, mientras Hitler es un opresor fuerte. Para evitar toda
confusión al interpretar lo dicho anteriormente, el Programa de la
Organización Stern plantea textualmente: “No es necesario que haya
mayoría y que el mundo esté dividido entre razas guerreras y
dominantes por una parte, y razas degradadas por la otra”.
Muchos documentos históricos
demuestran que los destacamentos sionistas reflejaron una posición
abierta en contra del Nazismo, sobre todo aquellos que se basan en el
principio del revisionismo como Jabotensky, al confirmarse la futura
derrota de la Alemania Hitleriana.
En 1941, los líderes
de la organización terrorista Stern propusieron a los dirigentes
nacionalsocialistas alemanes (Nazis) entablar una alianza con ellos
con el objetivo de derrotar a los británicos, propuesta trasladada
por el terrorista Yitsaac Shamir. Ese hecho histórico fue revelado
por Emmanuel Ritey en su libro Los Guerreros de Israel.
Es más, la propia
propuesta hecha llegar en aquel entonces mediante el Documento de
Ankara, como se conoce vulgarmente a la propuesta llevada en 1941 a
Alemania por el enviado secreto de la organización terrorista Stern,
el terrorista Naftali Loubentchik, aboga por una alianza entre Stern y
el III Reich alemán y determina los tres puntos de encuentro entre
ambas partes:
1- “Existen intereses
comunes entre un nuevo sistema europeo basado en la concepción
alemana y las aspiraciones nacionales del pueblo judío, tal como son
defendidas por Stern.
2- “Existen grandes
posibilidades de colaboración entre la Nueva Alemania y un grupo judío
de constante renovación y capacidades financieras.
3- “El
establecimiento de un Estado Judío sobre bases nacionales
totalitarias y su participación mediante un tratado con el Reich alemán
ayudaría a fortalecer la presencia alemana en el Medio Oriente”.
Por otra parte la
organización terrorista Haganah mantuvo una relación permanente y
organizada con la inteligencia alemana que le permitió mantener el
flujo de emigrantes judíos alemanes a Palestina.
La mayoría de las
corrientes del movimiento sionista compartían la misma posición de
Stern y Haganah, incluyendo aquellas llamadas moderadas. En 1933, el
Congreso Sionista Mundial rechazó una propuesta de trabajar en contra
de Hitler con 240 votos frente a solo 43, y en virtud de esa posición
Hitler firmó un acuerdo con el Banco Anglo-Palestino que financiaba
toda la actividad colonialista en Palestina, lo que llevó al
Movimiento Sionista a congelar su boicot al régimen nazi.
Una detallada y
perspicaz mirada al actual discurso político israelo-sionista
demuestra que no sufrió ninguna alteración luego de 57 años del
establecimiento del Estado de Israel, demostrando la constancia de las
bases ideológicas racistas del movimiento sionista, a pesar de todas
las turbulencias y tortuosidades por las cuales atravesó la lucha
palestino árabe-israelí y los grandes cambios que tuvieron lugar en
el orden internacional.
La estructura social
israelí sigue sujeta a un sistema combinado de opresión que se
reproduce: opresión de la ocupación colonialista y colonización que
se aplica contra los palestinos y abarca, con sus ambiciones y
tendencias hegemónicas, a todos los árabes en general; opresión de
carácter nacional contra los palestinos de los territorios de 1948
sobre bases raciales, nacionales y religiosas; y al mismo tiempo una
discriminación étnica, racial y cultural que practican los asquenazí
(judíos occidentales) contra los sefarditas (judíos orientales),
porque a estos se les mira igual que a los palestinos como atrasados y
ajenos a la modernidad, quienes deben ser civilizados de acuerdo con
el discurso central europeo, en el cual se basa el discurso sionista.
Mientras, por otra parte, los sefarditas constituyen la punta de la
lanza para la opresión contra los palestinos.
La espiral de la opresión
israelí es generada por la propia naturaleza de la sociedad sionista
debido a su afanoso empeño por consagrarse como una sociedad
colonial-racial, tal como aboga la ideología sionista que dio y da
lugar a las concepciones nacionalistas chovinistas esgrimidas por los
racistas en el mundo para justificar sus crímenes de lesa humanidad y
que practica Israel hoy día contra los palestinos.
Esta realidad cierra
las puertas por completo a una necesaria y radical revisión de la
literatura histórica sionista y su discurso tergiversador de la
verdad. Por tanto, todo indica que está muy lejos de lograrse el
reconocimiento por el sionismo de su responsabilidad en relación con
los padecimientos de los judíos europeos durante la II Guerra Mundial
y de los que sufren los palestinos en la actualidad, ya que mantiene
cabalmente la función por la cual ha sido creada: causar los
desastres y no evitarlos.
(*) Secretario General
del Frente Democrático para la Liberación de Palestina
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