Elecciones
en Palestina
La
asimétrica postura occidental ante la Palestina ocupada
Por
Santiago González Vallejo (*)
CSCAweb, 03/02/06
"Las
amenazas occidentales al próximo Gobierno palestino (en este caso será
el formado por Hamás) serían idénticas para cualquier otro. Se
trata de no reconocer que el problema no es Hamás o Al Fatah o el
siguiente, sino la ocupación".
Antes
de las elecciones y, sin ningún recato tras ellas, los mandamases y
cancillerías de los países occidentales, la Unión Europea y Estados
Unidos como sus adalides –ambos forman parte del Cuarteto que avala
el enésimo plan de paz, denominado "Hoja de Ruta"–
repiten llamamientos y amenazas:
–
Dicen todos, Hamás debe reconocer a Israel.
–
"Una solución a dos estados necesita que todos los participantes
en el proceso democrático renuncien a la violencia y al terrorismo,
acepten el derecho a la existencia de Israel y el desarme, como
precisa la Hoja de Ruta" dice Naciones Unidas (NNUU).
–
El Gobierno palestino puede verse privado de las ayudas – cercanas
al 5 % de las que recibe Israel– manifiesta por su parte la
administración estadounidense. Y esta misma administración ponía en
duda la continuidad de las ayudas multilaterales – donde tiene una
relevante influencia– si el gobierno palestino no reconociese la
existencia de Israel y a su derecho a vivir en fronteras
"seguras".
–Las
ayudas a Palestina serán revisadas apuntilla la Unión Europea. El
Gobierno de Rodríguez Zapatero, por último, reclamó al nuevo
gobierno que "se comprometa de forma clara y decidida con la vía
pacífica de la negociación con Israel, renunciando a la violencia y
reconociendo al Estado israelí".
Todo
ello, sin mirar la viga que atenaza la visión del conflicto: Israel
no asume ninguna frontera, ni siquiera la de la partición sobre la
Palestina histórica establecida por NNUU. Esa voluntad de no
reconocer sus propios límites hace que, con su fuerza militar, exija
unas fronteras "seguras" que implican su desbordamiento
hasta invadir tierras externas a la Palestina histórica, como Siria,
Jordania y Líbano y, por supuesto, la Cisjordania residual, donde
engulle Jerusalén y todas las colonias, con las que se dibuja una
piel de Bantustanes.
Las
conquistas israelíes realizadas y mantenidas con violencia y
terrorismo, por el contrario, han significado el aumento de ayudas
económicas y reconocimiento legitimador: Acuerdos de libre comercio
con Estados Unidos y la Unión Europea, así como cuantiosas ayudas
sin condiciones o a fondo perdido. La caracterización de Estado judío
y la aplicación de leyes discriminatorias, la posibilidad de concesión
de nacionalidad israelí a cualquier persona que se considere judía y
el simultáneo rechazo al retorno de los refugiados palestinos a sus
hogares, no ha ocasionado, por parte de esos mismos valedores del
proceso "permanente" de paz ninguna admonición recusante.
El
proceso de paz, 'empantanado'
Un
proceso de paz empantanado en estériles conversaciones (sólo en los
últimos años con interlocutores palestinos –después de no
haberlos reconocido como tales en casi cuatro décadas), socavado por
la política de hechos consumados israelíes: judeización de Jerusalén,
expulsión de sus habitantes, cierre de la Casa de Oriente –oficina
informal de las autoridades palestinas en Jerusalén Este–,
discriminación de la población palestina con pasaporte israelí,
nuevas colonias, muro, zonas de seguridad, arranque de olivos, desvío
de acuíferos, expropiación de sus tierras a los palestinos en base a
un abandono forzado y a la expulsión de sus propiedades, es el
resultado de una violencia institucional planificada.
Estas
acciones continuas, parte sustancial de la historia israelí, sólo
han ocasionado críticas de sus amigos, pero no cambios significativos
de su apoyo incondicional. Las declaraciones de todos los valedores de
la política occidental mantienen ese sesgo político asimétrico,
antes y después de las elecciones en parte de la Palestina ocupada.
Las
advertencias a los palestinos, y el chantaje económico que se traducía
de ellas, ahondan en esa política asimétrica, porque ni siquiera han
tenido la hipocresía de haber hecho esas declaraciones dirigidas con
esas mismas consecuencias a los israelíes. Así, la violencia israelí
(asesinatos incluidos), el deseo de no reconocer sus fronteras (ni
siquiera las de 1967), las expropiaciones de tierras, el
establecimiento de nuevas colonias y el avance del Muro, no tienen ni
tendrán consecuencias para seguir recibiendo el apoyo económico y
político occidental y contar con la inanidad de Naciones Unidas.
Los
países occidentales saben, y eso es lo dramático de los próximos días,
que el triunfo de Hamás se ha basado en un liderazgo moral de esa
organización, en su capacidad económica para aliviar la pobreza y el
desamparo provocados por la ocupación israelí y, cabe también
resaltar, en el fracaso para conseguir los objetivos mínimos de una
paz justa, por parte de Al Fatah.
¿Dónde
están los presos? ¿Las colonias y las expropiaciones israelíes han
retrocedido o han avanzado? ¿Los refugiados –parte de las familias
de los palestinos del interior– pueden volver a sus hogares? ¿El
Muro se ha destruido o está agotando la viabilidad palestina? Y,
finalmente, los que se declaran amigos de los palestinos, los que dan
las ayudas económicas, los que "se venden" como aliados del
proceso de paz y avalistas de la Hoja de Ruta, esos países
occidentales, ¿qué han hecho realmente mientras la política israelí
de hechos consumados se trazaba?
Todas
esas preguntas resaltan la frustración palestina. Pero lo dramático
es que los próceres occidentales siguen sin reconocer que carecen de
perspectivas para implantar una paz justa en Palestina –porque si lo
hicieran, caerían en pública contradicción con su política
exterior– y que sus acciones, por el contrario, siguen dando armas y
argumentos a una política sionista que aniquila la convivencia pacífica
en Palestina.
Las
amenazas occidentales al próximo Gobierno palestino (en este caso será
el formado por Hamás) serían idénticas para cualquier otro. Se
trata de no reconocer que el problema no es Hamás o Al Fatah o el
siguiente, sino la ocupación. Frente a ella se opone la rebeldía del
pueblo palestino a admitir su desaparición y olvidar la esperanza de
vivir en su tierra y regir su destino.
(*)Santiago
González es miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe,
España.
|