Sin
un Estado palestino en el horizonte, la ayuda se convierte en un
accesorio de la ocupación
Por
Ghada Karma (*)
The
Guardian, 31/12/05
CSCAweb, 03/02/06
Traducido por Pablo
Carbajosa
"La
política israelí es la causa de raíz de la indigencia en los
Territorios Ocupados, pero los donantes pagan sin ponerla en cuestión."
Este
mes ha sido testigo de una actividad frenética al más alto nivel
destinada a financiar a los palestinos que viven bajo la ocupación.
En Londres se celebró una conferencia de inversores del sector
privado para discutir cómo dar ímpetu a la economía palestina. Le
siguió la reunión de ministros de Economía del G-7 a comienzos de
diciembre, que prometió su apoyo afirmando que "el desarrollo
económico de Cisjordania y Gaza constituye un elemento indispensable
para una paz duradera en la región". Ya durante el verano, la
cumbre del G-8 en Gleneagles prometió a la Autoridad Palestina 3.000
millones de dólares anuales durante tres años. En marzo próximo,
los países donantes decidirán qué cantidades asignarán a la
Autoridad Palestina.
Suena
bien. Pero, ¿se pararán a pensar estos donantes en que la ocupación
israelí de Palestina está destinada a continuar mientras sigan
dispuestos a aprobarla? Es indiscutible la acuciante necesidad de
ayuda de los palestinos: la Autoridad Palestina está prácticamente
en bancarrota y ha solicitado una inyección inmediata de 200 millones
de dólares, sólo para servicios básicos, entre ahora mismo y
febrero próximo. Por si sola, la ayuda humanitaria no resolverá, sin
embargo, el problema.
Trabajar
en Ramala, como ha sido mi caso, deja este hecho patentemente claro.
El secuestro de la cooperante Kate Burton y sus padres en Gaza esta última
semana nos recuerda crudamente cuál es el contexto político de la
ayuda. Normalmente, la ayuda internacional llega directamente a los
palestinos, pero también a través de multitud de ONGs
internacionales. Y son muchísimas sobre el terreno: se calcula que en
2003 había 38 en Ramala y 60 en el conjunto del país, además de 80
ONGs palestinas subvencionadas por ellas. La relación con las ONGs de
quienes aportan los fondos resulta aquí compleja y potencialmente
coercitiva. Y también se dejan sentir las consecuencias en los
palestinos más capaces y mejor formados, que trabajan hoy en día
para estas ONGs, cada vez más distantes de los más desfavorecidos de
su propia sociedad, en proyectos que no reflejan necesariamente las
prioridades locales.
La
necesidad de renovada financiación obliga con frecuencia a las ONGs a
conformar su agenda de acuerdo con la de los donantes, a veces en
contraste con lo que son sus ideas. En 2004, por ejemplo, la Agencia
de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID) insistió en
que las ONGs palestinas se comprometieran a no prestar apoyo a nadie
que tuviera "vínculos terroristas" como condición para
ulteriores subvenciones. De modo aún más patente, la Unión Europea
amenazó la semana pasada con retirar toda su financiación si se
permitía a los grupos militantes participar en las elecciones
palestinas que van a celebrarse. Son también comunes formas más
sutiles de presión, que afectarán inevitablemente al proceso de toma
de decisiones.
Me
encontré Ramala repleta de benefactores de todas las naciones.
Portarse bien con los palestinos supone hoy una gran industria,
engendrada inicialmente por el Acuerdo de Ginebra de 1993. En aquel
entonces, la comunidad internacional pensó que esto llevaría al
surgimiento de un Estado palestino independiente. Se derramó ayuda
sobre la naciente Autoridad Palestina a fin de reconstruir la
infraestructura dañada por décadas de ocupación israelí. Desde
1995 en adelante, se desembolsaron 7.000 millones de dólares en este
empeño, y hubo promesas de más para después de la evacuación de
Gaza en agosto pasado. Subyacente a esta ayuda estaba la presunción
de que la solución de dos estados era el objetivo deseado, y que los
palestinos necesitarían prepararse para la consecución de dicho
Estado. De modo que hasta el año 2000 se dedicaron muchas ayudas a
proyectos destinados a levantarlo y fomentar un "clima
positivo" para las negociaciones de paz. La segunda Intifada, que
estalló en el año 2000, detuvo este proceso. Los donantes se vieron
forzados a pasar de la construcción del Estado a la ayuda urgente,
que ahora se eleva a 1.000 millones de dólares anuales. La UE y sus
estados miembros llevan la parte principal de esta carga financiera.
Los EE.UU. también contribuyen, si bien con menos de lo que destinan
a Israel. Desde 2002 son los estados árabes los que vienen rescatando
a la AP del derrumbe. La mayor parte de la ayuda se destina a
asistencia humanitaria, así como a reconstruir la infraestructura básica
destruida por los ataques militares israelíes.
Ayuda
exterior
Los
palestinos constituyen hoy en día los mayores receptores de ayuda
exterior del mundo. De acuerdo con el informe del Banco Mundial,
sufren "la peor depresión económica de la historia
moderna". El 75% se encuentra en situación de pobreza, y las
tasas de desempleo son del 60-70% en Gaza y del 30-40% en Cisjordania.
Sin apoyo exterior, no sobrevivirían la infraestructura ni los
servicios básicos palestinos. A los palestinos les han despojado de
sus tierras de labor y su industria, y su comercio ha quedado
destruido por el régimen de clausura impuesto por los israelíes.
Conservan pocos puestos de trabajo en Israel, que prevé dejar de usar
mano de obra palestina en 2008. No les quedan prácticamente fuentes
independientes de subsistencia.
Los
donantes conocen bien las causas de tan desesperada situación. En
unas jornadas celebradas en Ramala en julio pasado, el representante
del Banco Mundial, Nigel Roberts, reconoció honestamente que el
problema era la ocupación israelí. Y sin embargo, la financiación
continúa, como si para todo el mundo los palestinos fueran víctimas
de algún desastre natural y no de una política deliberadamente
practicada por Israel. En el contexto de una ocupación que despoja a
los palestinos de su tierra y recursos, los mantiene presos en guetos,
y controla todo los aspectos de su vida, ¿cuál debería ser la guía
orientadora de la ayuda internacional? Sin duda, la ayuda de urgencia
resulta vital para la supervivencia de los palestinos y no se puede
rescindir a la ligera. Pero ¿no habría que enfrentar también la
causa de raíz, la ocupación de Israel? Si no, la ayuda se convierte
sencillamente en un accesorio de la ocupación.
Al
pagar sin hacer advertencias, exoneran de hecho a Israel de sus
obligaciones de acuerdo con el Derecho Internacional. Como potencia
ocupante, Israel debe suministrar asistencia y servicios a la población
palestina. Como altas partes contratantes de la Convención de
Ginebra, los donantes están obligados a garantizar que Israel se
ajuste a la ley. Nada de esto ha sucedido. En lugar de eso, la ayuda
internacional ha liberado de costes a la ocupación. Ha enriquecido
incluso a Israel: De acuerdo con la Conferencia de Comercio y
Desarrollo de las Naciones Unidas, de cada dólar producido en los
Territorios Ocupados, el 45% se queda en Israel.
Con
la excepción de las recientes críticas de la UE a las políticas
israelíes en Jerusalén Este, a las que se quitó rápidamente
importancia, los donantes no han hecho ningún intento serio de poner
en tela de juicio las acciones de Israel, siquiera exigiendo
indemnizaciones por la destrucción de proyectos palestinos
financiados por ellos. Por el contrario, el proceso de preparar a los
palestinos para un "Estado" a la occidental se ha acelerado.
Se han duplicado los proyectos financiados con fondos extranjeros para
la "democratización", la "reforma", la
"creación de capacidades" y otros términos importados que
hacen furor. A falta de un Estado palestino o de la esperanza de
lograr alguno, esto se convierte en un ejercicio de cinismo. Los
esfuerzos de los donantes por garantizar que los servicios de
seguridad palestinos puedan luchar contra el "terrorismo"
(es decir, la resistencia a la ocupación), mientras el ejército
israelí asesina con libertad a los palestinos, los bombardea y
derruye sus casas, son inmorales.
Al
centrarse en los efectos de la ocupación en lugar de en cómo acabar
con ella, los donantes han convertido el conflicto en una rebatiña
por la supervivencia socio-económica. Pero distanciar a los
palestinos de su lucha nacional sólo puede ayudar a Israel a
imponerles sus condiciones finales. Para que eso no suceda, los
donantes deben entonces resolver el dilema: resulta incompatible no
abandonar a los palestinos a su suerte con renunciar a desafiar a
Israel. Hacer frente a un matón constituye un imperativo moral y es,
en última instancia, el único modo de seguir adelante.
(*)
Ghada Karma trabajó como consultora de información para la Autoridad
Palestina en Ramala.
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