Cómo
Occidente y la Prensa Libre han aceptado, aprobado y ocultado la
interminable “limpieza étnica” de Israel y su racismo
institucionalizado en violación de todos los pretendidos “valores
de las Luces”, bajo la imagen hipócrita de un drama corneillano.
(Michel Collon)
La
limpieza étnica de Israel
Por
Edward Herman (*)
Michel Collon
investig–action / Rebelión, 30/03/06
Traducido por Felisa
Sastre (**)
Uno
de los tópicos más turbios de los “intelectuales humanitarios”
partidarios de las intervenciones y de los editores y magnates de la
prensa, es que los derechos humanos se han convertido en una de las
principales preocupaciones de Estados Unidos y de las otras potencias
de la OTAN, y en uno de los ejes fundamentales de su política
exterior en las últimas décadas. Para David Rieff: “en todas las
grandes capitales europeas, los derechos humanos se han impuesto como
un principio, no meramente teórico sino operativo”.
Su
colega Michael Ignateff –otro fanático del recurso a las armas
–asegura que nuestros ensalzados “principios morales” han
reafirmado la necesidad de intervenir cuando las masacres y la
deportación se convierten en política gubernamental”.
Esta perspectiva se ha elaborado en buena medida sobre el análisis de
la experiencia –y su interpretación equivocada –de ciertas fases
del desmantelamiento de Yugoslavia en los años 90, donde la línea
propagandística pretendía que la OTAN había intervenido tardíamente
y de mala gana en el conflicto –pero no sin éxito– con el fin
de acabar con la limpieza étnica y el genocidio perpetrados por los
serbios. La intervención se suponía que había sido una profunda
muestra del humanismo de los señores Blair, Clinton, Köhl y
Schroeder, apoyada y reclamada por los periodistas y por los grandes
defensores de los derechos humanos.
Sin
embargo, un gran número de hechos de esta versión de la historia
reciente de los Balcanes eran inexactos y uno de ellos –y no de los
de menor importancia–, es el de que la intervención de la OTAN no
fue, en ningún caso, tardía sino lanzada con rapidez, y en sí misma
fue una de las causas principales de la limpieza étnica que la siguió,
y que favoreció el estallido de Yugoslavia de forma que dejaba sin
protección a importantes minorías enclavadas en las nuevas repúblicas
constituidas, lo que introdujo uno de los elementos principales del
conflicto étnico. Además, la intervención socavaba los acuerdos de
paz firmados entre los diferentes Estados entre 1992 y 1994, y animaba
a las minorías no serbias a solicitar la ayuda militar de la OTAN
para utilizar en su favor los desacuerdos, algo que consiguieron
efectivamente. Activa o pasivamente, las potencias de la OTAN
contribuyeron a la limpieza étnica más sistemática de todas las
guerras de los Balcanes, es decir, la de los serbios en la provincia
croata de Krajina y en el Kosovo ocupado por la OTAN a partir de junio
de 1999.
La
idea de que la intervención de la OTAN fue, desde el principio al
fin, fundamentalmente humanitaria plantea, con seguridad, otros
problemas pero cometeríamos un error si olvidáramos el aspecto
selectivo de esta presentación de los hechos y de lo que hubiera
podido haber de estrictamente político. El silencio de los
intervencionistas humanitarios fue clamoroso cuando en los años 90
Indonesia perpetraba masacres y más masacres y deportaciones en Timor
Oriental, o cuando Turquía exterminaba a su minoría kurda e
incendiaba pueblo tras pueblo, o cuando millares de refugiados huían
de las matanzas en Colombia y el Congo (que se vio sometido a una
guerra civil con un millón de muertos anuales durante cinco años),
en gran parte como consecuencia de la presencia de los invasores
ruandeses y ugandeses. Curiosamente, “el instinto moral” de los
políticos humanitarios parecía volatilizarse en ciertos casos:
aquellos en los que los verdugos eran buenos clientes de esos mismos
políticos de los que recibían equipamientos, apoyo y formación
militar.
Curiosamente,
también, “los principios morales” de los intervencionistas,
intelectuales y periodistas humanitarios no consiguieron superar la
tendenciosidad de sus líderes políticos hasta el punto de coincidir
totalmente con ellos. Esta coincidencia facilitó mucho la tarea de
los dirigentes políticos que se encarnizaron con mayor violencia
contra los objetivos de combate, en parte para distraer la atención
sobre los sinvergüenzas reales y el daño que se infligía a sus víctimas
( que se reconocía implícitamente) como carentes de interés alguno.
Israel,
un caso de libro
El
caso más interesante, y sin duda el más flagrante, de
inhibición del “instinto moral” puede verse claramente en Israel,
un país que ha llevado a cabo durante décadas una política sistemática
de expolio y limpieza étnica de los palestinos, especialmente, en
Cisjordania y Jerusalén Este, no sólo sin que ello provocara una
reacción firme por parte del “mundo libre”, sino con el
indefectible apoyo de Estados Unidos y las efusiones de fervor y de ánimo
de sus democráticos aliados. La aversión espontánea de los
dirigentes políticos occidentales y de los intelectuales humanitarios
y mediáticos hacia los “mentirosos” oficiales, como
Arafat, Chávez o Milosevic, mientras consideran respetables hombres
de Estado a Begin, Netanyahu o Sharon
–que merecen sin lugar a dudas nuestro apoyo económico,
militar y diplomático–, resulta verdaderamente un prodigio de
hipocresía, de incoherencia, de doblez y de infamia moral.
Que
las coacciones, al igual que la propia creación del Estado de Israel
se burlen abiertamente de todos los valores de la Ilustración, que
consideramos los cimientos por excelencia de las civilizaciones
occidentales, resulta en verdad algo incomprensible.
En
primer lugar, se trata de un Estado racista, ideológica y
legislativamente. Israel es oficialmente un Estado judío, en el que
el 90 por ciento de las tierras se reserva exclusivamente para los judíos
y en donde se prohíbe a los palestinos cualquier compra o
arrendamiento de las tierras anexionadas por el Estado desde 1948,
mientras que los judíos del mundo entero pueden legalmente emigrar y
obtener, con la nacionalidad israelí, gran número de privilegios
sobre los nativos no judíos.
Este
tipo de ideología y de legislación era inaceptable cuando se trataba
de la política del apartheid en Sudáfrica
–recordemos no obstante que Reagan no estaba “menos
comprometido constructivamente” con este Estado que, por su parte,
Margaret Thatcher consideraba completamente aceptable–, y que las
operaciones “anti–terroristas” sudafricanas se coordinaban con
las del “mundo libre”.
Esta
coordinación de los servicios de seguridad y de los “expertos”
occidentales incluidos los del apartheid sudafricano, se describe en
The Terrorism Industry).
El tratamiento de los nazis a los judíos en Alemania, incluso antes
de la puesta en marcha de los campos de exterminio, se ha considerado
monstruoso. Y lo sigue siendo. Lo mismo que la actitud de las
autoridades soviéticas frente
a su comunidad judía, actitud que llevó a Estados Unidos a la
introducción de una legislación en contra de las restricciones a la
emigración de los judíos rusos y a favor de la devolución de sus
bienes confiscados en la antigua Unión Soviética (la ley
Jackson–Vanik, todavía en vigor).
Pero
las leyes israelíes semejantes a las de Nuremberg, y la construcción
de un Estado que se basa en la discriminación racial, se siguen
considerando aceptables a los ojos de los herederos de la Ilustración.
El “pueblo elegido” ha reemplazado a la “raza de los
superhombres”, y no sólo los principios resultan aceptables sino
que Israel se convierte en modelo de democracia y “faro que alumbra
al mundo” (Anthony Lewis). Y en consecuencia, el que Israel haya
creado una categoría de seres humanos que, de hecho ante la ley, están
clasificados de ciudadanos de segunda ( y todavía con una categoría
más baja aquellos de los territorios ocupados), oficial y políticamente
considerados “undermenschen” (infrahumanos), resulta
completamente aceptable. Este es un sistema único de “racismo de
excepción”.
En
segundo término, al Estado de Israel se le ha permitido considerar
nulas y no acatar numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de
la ONU, las disposiciones de la Cuarta Convención de Ginebra en lo
que se refiere a la ocupación de Cisjordania, las decisiones del
Tribunal Internacional de Justicia relativas a su Muro del Apartheid.
Se le ha permitido expoliar, lisa y llanamente, a los palestinos de la
mayor parte de sus tierras y reservas de agua; a demoler sus viviendas
por millares; a arrasar centenares de miles de sus olivos; a destruir
sus infraestructuras y a construir ilegalmente en la Cisjordania
ocupada una enorme red de carreteras modernas para uso exclusivo de
los judíos, estableciendo al mismo tiempo restricciones desmedidas de
los movimientos de los palestinos en el interior de Cisjordania.
Esta
limpieza étnica sistemática la ha llevado a cabo un ejército bien
equipado y entrenado contra una población nativa literalmente
desarmada, con el fin de liberar el país para instalar a los colonos
judíos, violando el derecho internacional, aunque sólo fuera en lo
relativo a las normas que deben regir la conducta de una potencia
ocupante. Es un sistema único de “depuración étnica
excepcional” de “licencia excepcional para violar las leyes y para
desacatar las decisiones del Consejo de Seguridad y del Tribunal
Internacional de Justicia”.
En
tercer lugar, Israel periódicamente ha traspasado sus fronteras para
atacar a sus vecinos –Egipto, Siria y Líbano–; ha llevado a cabo
bombardeos y acciones terroristas contra estos tres países, además
de contra Túnez e Iraq, y ha mantenido durante años una
milicia terrorista en Líbano, además de realizar en este país
atentados terroristas de acuerdo con su política del “puño de
hierro”, que han ocasionado grandes pérdidas de vidas de los
civiles tomados como objetivo.
Aunque
la invasión de Líbano en 1982, se haya dicho que fue una respuesta a
los atentados terroristas, en realidad lo fue a la ausencia de
atentados (a pesar de las deliberadas provocaciones israelíes) y al
temor de éstos a verse obligados a negociar con los palestinos en
lugar de limpiarlos étnicamente. Yhoshua Porath, especialista
israelí del movimiento nacional palestino, escribía en Ha’aretz el
25 de junio de 1982: “creo que la decisión del Gobierno (de invadir
Líbano)...se debió precisamente a que (los palestinos) habían
observado el alto el fuego”).
Evidentemente, no se tomó ninguna medida ni sanción contra Israel
por todas estas iniquidades, ya que Israel se beneficia de un
“derecho excepcional a la agresión, al terrorismo de Estado y al
apoyo al terrorismo”, que es un privilegio que emana
exclusivamente de su condición de Estado clientelar y aliado
predilecto de Estados Unidos.
En
cuarto lugar, debido a su derecho a ejercer la limpieza étnica y el
terrorismo, violando las resoluciones del Consejo de Seguridad y las
leyes internacionales, a sus víctimas se les niega cualquier derecho
a defenderse: se les puede expulsar de sus tierras, destruir sus casas
y propiedades, arrancar sus olivos, dejar que el ejército o los
colonos los masacren, pero cualquier acto de resistencia violenta por
su parte se considera un “atentado terrorista”, inadmisible y
profundamente censurable. Más de mil palestinos fueron asesinados por
los israelíes durante su primera fase de resistencia no violenta, la
primera Intifada (1987–1992), pero su resistencia pacífica no tuvo
consecuencia alguna sobre la ocupación ilegal. La comunidad
internacional no tomó ninguna medida para defenderlos realmente, e
Israel se pudo beneficiar del aval tácito de Estados Unidos para
responder violentamente a la Intifada, hasta acabar con la
resistencia. La proporción de víctimas palestinas e israelíes fue
entonces de 25 a 1 pero, habida cuenta del derecho excepcional de
Israel para recurrir al terrorismo, sólo los palestinos fueron
calificados de terroristas.
Quinto,
por el hecho de estar dispensados del cumplimiento del derecho
internacional y por su pleno derecho a practicar el terrorismo y la
limpieza étnica, los israelíes gozan del privilegio de poner a
la cabeza de su Gobierno al responsable de una serie de atentados
terroristas contra civiles y de la masacre, en Sabra y Chatila de
entre 800 y 3.000 civiles palestinos.
Paradójicamente,
la decisión del
Tribunal Penal Internacional –constituido para la antigua Yugoslavia
(TPIY) –de considerar que se puede deducir un intento de genocidio
de toda acción dirigida a exterminar a los miembros de un grupo
determinado, en un lugar determinado, incluido el caso de que esa acción
no tenga el propósito de exterminar en cualquier otro lugar a todos
los miembros del mismo grupo, se basaba en una resolución de 1982
de la Asamblea de Naciones Unidas, en la que se condenaba oficialmente
las masacres de Sabra y Chatila como un acto de genocidio.
El juicio se apoyaba en una Resolución de la Asamblea General de
Naciones Unidas de 1982, en la que se establecía que el asesinato de
al menos 800 palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila
aquel año había sido un acto de “genocidio”.
Aunque tales decisiones judiciales no sirvieron más que para condenar
a los serbios, en relación con Sharon no sólo han sido papel mojado
sino que no han impedido a los occidentales tratarle con todos los
honores como si fuera un jefe de Gobierno totalmente respetable.
En
sexto lugar, debido al derecho que tiene Israel a practicar el
terrorismo y la limpieza étnica, tales términos no pueden aplicarse
en ningún caso a este Estado. Cuando se utilizaron para caracterizar
las operaciones serbias en Kosovo, levantaron una ola de indignación.
Sin embargo aquellas operaciones se inscribían en el marco de una
guerra civil (atizada desde el exterior) y en ningún caso tenían
como objetivo –como en el caso de Israel –el de limpiar a un país
entero de su población nativa para reemplazarla por otro grupo étnico.
Israel no sólo quedó eximida de oficio de este tipo de calificativos
sino que además tuvo el privilegio de que se le permitiera recurrir a
palabras como “seguridad” o “violencia”.
Por
muy grandes que fueran la inseguridad o la violencia de las agresiones
a las que debían enfrentarse los palestinos, sin embargo fueron ellos
quienes tenían que renunciar a la violencia ya que lo que estaba en
juego era por encima de todo la seguridad de Israel. Para los
dirigentes occidentales, la seguridad de los palestinos no era
relevante porque su suerte carecía de interés, y porque su
inseguridad se debía a su incapacidad para aceptar el proceso de
depuración étnica y a su propia resistencia a este proceso.
Este
proceso de limpieza étnica, que se basa en un terrorismo de gran
envergadura, y que es en realidad el origen y la causa misma de la
respuesta terrorista de los palestinos, es la excusa de los israelíes
(de la misma manera que la construcción del muro del apartheid), como
si no formara parte de una programa oficial de “redención de
tierras”
en provecho del pueblo elegido, sino como respuesta totalmente legítima
y necesaria a los atentados terroristas palestinos.
Ya los terroristas principales nadie los ha criticado.
Séptimo,
Israel es el único Estado en Oriente Próximo que dispone de un
arsenal nuclear, a cuya constitución han colaborado no sólo Estados
Unidos sino también Francia y Noruega. Y esta colaboración se ha
materializado a pesar de los 39 años de limpieza étnica, de la
violación sistemática del derecho internacional y de un número récord
de incumplimientos de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la
ONU, de las leyes internacionales y de la invasión repetida de los países
fronterizos. Este privilegiado derecho al monopolio nuclear en la
región y el mantenerse al margen de la jurisdicción de la
Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y del Tratado de
No Proliferación Nuclear, se deriva naturalmente de los diferentes
privilegios ya enumerados y, de forma particular, de la protección
incondicional de la primera potencia mundial.
En
octavo lugar, el “ “mundo libre” se ha indignado hace poco ante
la eventualidad de que Irán pudiera dotarse, antes o después, de
armamento nuclear. Se ha amenazado perentoriamente a Irán con “un
cambio de régimen”, con bombardeos y otro tipo de ataques
israelo–estadounidenses, pero la respuesta iraní desestabiliza una
situación de excepción en la que sólo Israel (y su poderoso aliado)
pueden plantear un problema de seguridad y el derecho a defenderse; a
los demás, como a los palestinos de Cisjordania, se les exige que
asuman su situación de inferioridad, con su cuota de inseguridad, de
limpieza étnica, de muros de segregación y otras miserias.
Y
quienes no lo aceptan,
en particular Irán, deben aceptar las consecuencias como la amenaza
de un ataque y las sanciones por haber iniciado unas actuaciones
legales, pero quizás susceptibles de llegar a conseguir una capacidad
de defensa nuclear, sin el aval del “mundo libre”, demasiado
ocupado en apaciguar la cólera de Estados Unidos y de su primer
lacayo en Oriente Próximo. De manera que Israel disfruta del
privilegio no sólo de disponer de un arsenal nuclear sino además de
movilizar al “mundo libre” para que le garantice el monopolio
absoluto, para asegurarse el proseguir como le venga en gana con su
limpieza étnica.
Noveno,
el “mundo libre” ha manifestado también su irritación con motivo
de la victoria de Hamás en las elecciones palestinas del 26 de enero
de 2006 en las que Hamás ha obtenido 76 escaños de un total de 132
en el Parlamento. Fatah obtuvo 43. Se ha afirmado casi unánimemente
que el “proceso de paz” corre el riego de sufrir por ello, y el
mismo George Bush declaraba que no está dispuesto a negociar con
gentes ¡que han recurrido a la “violencia”!, cuando la violencia
es su especialidad y la de su país, con tres grandes agresiones en
estos últimos siete años y un programa de dominación anunciado públicamente,
basado en una absoluta supremacía militar.
Sin
duda, la violencia de las operaciones israelíes supera infinitamente
todo lo que los palestinos pudieran realizar, pero la desvergonzada
parcialidad de los occidentales sigue horrorizada ante los
“atentados suicidas” y no ante los “asesinatos selectivos”. Pero
de la misma forma que el término “terrorismo” no se sabría
aplicar a las acciones de Estados Unidos y de Israel, el de la
“violencia” no les puede afectar sino como víctimas. Son países
que no hacen sino “responder” y que recurren de mala gana a la
violencia como “autodefensa”, para garantizar su “seguridad”,
con las mejores intenciones y con fines humanitarios. ¡Y los
occidentales se lo tragan sin ningún problema!
La
popularidad de Hamás se basa en gran medida en que Fatah y sus
dirigentes no han podido detener ni el proceso de limpieza étnica ni
la constante degradación de las condiciones de vida en Palestina. Al
rechazar de forma sistemática el considerarlos como interlocutores válidos,
Israel condenaba su mandato deliberadamente al fracaso. Hamás, por su
parte, fue hace años financiado por Israel con el propósito de
dividir a los palestinos y de minar la enorme influencia de Fatah.
Una
vez conseguido este objetivo, desde el momento en que un grupo
islamista ha tomado el poder, todo el mundo encontrará las mejores
razones para rechazar cualquier acuerdo negociado con unos palestinos
que se han pronunciado a favor de un partido que no excluye la
violencia, ¡de la misma manera que Sharon y Bush! Para los
occidentales no sería razonable que Hamás rechace el dejar las armas
y se acoja al derecho de defender a su pueblo contra la ocupación y
la limpieza étnica encarnizada, habida cuenta de que sólo uno de los
contrincantes tiene derecho a defenderse y a garantizar su
“seguridad”. Al llegar a este grado de rechazo de los
“principios morales”, el derecho a la resistencia queda excluido
totalmente.
El
“proceso de paz” es un “orwellismo” perfecto, tal como lo
describía hace muchos años en mi Doublespeak Dictionary (Diccionario
del doble lenguaje): “ toda acción dirigida o apoyada por el
Gobierno de Estados Unidos en una región en conflicto, en un momento
determinado que no implica decisión alguna, a corto o largo plazo, de
poner fin al conflicto o a las operaciones de pacificación”.
De
manera que el “proceso de paz” israelo–palestino, constantemente
avalado o activamente apoyado por el gobierno estadounidense, se ha
singularizado por la intensificación de la limpieza étnica, la
destrucción de las infraestructuras palestinas, la instalación de
unos 450.000 colonos en Cisjordania, la construcción de un muro de
segregación y la anexión de la mayor parte de Jerusalén Este. En
otras palabras, la instauración del terrorismo de Estado, y de una
enorme cantidad de “hechos consumados” hasta el punto de que
cualquier idea de un Estado palestino viable se ha convertido en algo
literalmente impensable. Sin embargo, para los órganos de propaganda
del “mundo libre”, el auténtico “proceso de paz” que estaba
en marcha, corre riesgo de fracasar a partir de ahora con la elección
de Hamás.
¿Cómo
se puede explicar que se haya llegado a tal grado de hipocresía y de
abominación?
Todo
ello ha sido consecuencia de la ambición inicial de los dirigentes
israelíes de crear un “lebensraum”
para el pueblo elegido. Los palestinos se encontraban en su camino y
había que desembarazarse de ellos. Para hacerlo, los israelíes se
han beneficiado del indispensable apoyo diplomático y militar de
Estados Unidos. Un mecanismo que se ha retroalimentado, de forma que
el endurecimiento de la resistencia palestina, a pesar de su
vulnerabilidad y de su relativa debilidad, no podía sino exacerbar el
carácter fundamentalmente racista del proyecto de depuración étnica
que, año tras año, no ha cesado de acrecentar su brutalidad; una
situación que no podía sino agravar el nombramiento de un notorio
criminal de guerra para la presidencia del gobierno. En este proyecto,
la colaboración y la protección de Estados Unidos resultaban
cruciales porque obstruían cualquier intento de respuesta
internacional efectiva a unas políticas tan claramente contrarias al
derecho internacional y a la simple moral, y que, puestas en marcha
por cualquier otro Estado no aliado hubieran implicado bombardeos y
procesos por crímenes de guerra.
El
22 de mayo de 1999, Slobodan Milosevic fue considerado culpable ante
un Tribunal Yugoslavo por
haber ordenado la muerte de 344 albaneses de Kosovo. La mayor parte
de ellos muertos poco después del inicio de los bombardeos de la
OTAN, el 24 de marzo de 1999; Sharon, por su parte, fue considerado
culpable, incluso por una comisión de investigación israelí, de
haber ordenado las matanzas de Sabra y Chatila, durante las cuales
fueron masacrados (en el interior de los dos campos de refugiados) un
número dos veces mayor de palestinos, en su mayoría mujeres y niños.
Pero, como hemos señalado ya en el texto, Sharon se benefició de un
tipo de trato y de valoración completamente diferente.
El
papel de Estados Unidos y su renuncia a todo “principio moral”,
provienen en parte de consideraciones sociopolíticas y de la situación
de Israel como mandatario y punto vital de la política estadounidense
en la región, así como de la capacidad del lobby pro–israelí, de
sus bases y de sus partidarios de la derecha cristiana, para obtener
de los medios de comunicación y de la clase política el apoyo
abierto o tácito al proceso de limpieza étnica. La estrategia del
lobby incluye la explotación agresiva de la culpabilización, con las
referencias al Holocausto; la equiparación de cualquier crítica a la
depuración étnica que llevan a cabo los israelíes con el
“anti–semitismo” y el recurso puro y simple a la intimidación
para ahogar todo análisis crítico al debate de fondo,
reacciones que se intensifican proporcionalmente a las exacciones
perpetradas en el marco del proceso de limpieza étnica.
Los
atentados de Nueva York y la “guerra contra el terrorismo” han
favorecido mucho estos mecanismos al justificar la demonización de
los árabes y al presentar las actuaciones israelíes como parte de
esta supuesta guerra. El lobby y sus representantes en el seno de la
Administración Bush, se encontraban entre los más fervientes
partidarios de la invasión de Iraq, y en la actualidad luchan
esforzadamente a favor de la guerra contra Irán –este lobby en
realidad es el único sector de la sociedad (estadounidense) que
reclama un enfrentamiento con Irán, y prepara actualmente una gran
campaña de presión sobre Bush y el Congreso para conseguir que
Estados Unidos inicie las hostilidades. La guerra contra Iraq se ha
revelado como una excelente tapadera para la intensificación de la
limpieza étnica de Palestina, y un nuevo conflicto, cualesquiera que
sean los riesgos, podría justificar una nueva fase de limpieza
intensiva, incluso una eventual deportación (“transferencia”) de
una población que constituye siempre “un riesgo demográfico”.
La
actitud de la “comunidad internacional” ante este programa de
limpieza étnica es una auténtica vergüenza. Tras sus llamadas
vehementes a la guerra y la justicia contra los calificados como
“malvados” de la ex Yugoslavia, en la que Estados Unidos estuvo
dispuesto a combatir de forma selectiva la limpieza étnica, la Unión
Europea, Japón, Kofi Anan, la mayoría de las ONG y de los países árabes,
se han tragado la vergüenza y han olvidado sus “principios
morales”, o se han estrellado lamentablemente contra el apoyo
incondicional de Estados Unidos a Israel, contra la potencia económica
israelí y la de su diáspora, contra la explotación del sentido de
culpabilidad vinculado al Holocausto y, en Europa, contra un viejo
prejuicio racista con resabios coloniales, exacerbado por una
propaganda masiva que, respaldada por las imágenes omnipresentes de
los “atentados suicidas”, oculta la ilegalidad absoluta de los
asesinatos selectivos, y de la brutalidad y robos de tierras
cotidianos de la ocupación.
La
negación del Holocausto es absolutamente reprobable, pero en el
contexto político actual no afecta sino a una ínfima parte de
nuestra ciudadanía y no tiene impacto real alguno, excepto
precisamente para servir de distracción cuando se denuncia a quienes
se empecinan en la “negación de la limpieza étnica”, tendencia
especialmente extendida entre nuestras elites occidentales –cuando
se trata de Israel– y llena de consecuencias.
Conclusiones
Palestina
es una región crítica por excelencia que carece de derechos, en la
que su población –literalmente indefensa –ha sido engañada,
humillada, reducida a la mendicidad, y expulsada por la fuerza, de
forma metódica, para beneficiar a los colonos protegidos por una
colosal maquinaria militar, una y otra vez, armada y defendida por
Estados Unidos, con el apoyo y aval tácitos, incluso públicos, del
resto del “mundo libre”.
Sin
embargo, la gran pregunta para el denominado “mundo libre” a
partir de ahora es: ¿Sabrá Hamás contenerse y aceptar la limpieza
étnica (siempre en marcha) y, en el mejor de los casos, un eventual
estatuto de bantustanes o, amenazará con resistir todavía y
seguirá con sus operaciones “terroristas”? Ante esta pregunta
crucial, el poder y el racismo han neutralizado literalmente “los
principios morales” de los occidentales.
Si
esta cuestión resulta crucial, lo es en especial porque varios
millones de palestinos, desposeídos completamente, se
encuentran inmersos en una espiral trágica frente a la cual la
comunidad internacional y Estados Unidos no tienen otra cosa que hacer
que decir “se acabó”, suspender su ayuda y amenazar con sanciones
para que se pare en seco. Pero para el “mundo libre”, la causa
del conflicto no es la ocupación ni la limpieza étnica, sino la
resistencia a esos abusos. Abyecta y estúpida, esta perspectiva no es
sino una pobre racionalización del apoyo racista y oportunista a un
proyecto de limpieza étnica.
La
situación de Palestina, además, resulta crucial para centenares de
millones de árabes en el mundo y para miles de millones de otros
habitantes del planeta, que ven en el comportamiento de los
occidentales hacia Palestina el reflejo de la actitud racista y
colonialista que mantienen respecto a los árabes, a los musulmanes y,
en general, hacia el conjunto de pueblos del Tercer Mundo. Es un
terreno prodigiosamente abonado para el terrorismo anti–occidental
pero, lo que es más fundamental, para la profunda cólera, para el
odio y para el desafío hacia los occidentales y hacia lo que los
mueve. Un cáncer que no augura nada bueno para la humanidad del
porvenir.
(*)
Edward S. Herman es analista, economista y autor de numeroso libros y
artículos.
(**)
Este artículo aparecerá en el número de marzo de Z Magazine, con el
título de Le Nettoyage Ethnique israeli o “ ‘L’Iinstinc Moral
refoulé (el instinto moral reprimido). N. T. Española: En el texto
original publicado en Z Magazine, no aparecen los párrafos señalados
en negrita y cursiva, que sí están en la versión francesa. Tampoco
las notas a pie de página que en la versión en francés se incluyen
entre corchetes en el propio texto.
Notas:
[3]
David Rieff, “A new Age of Liberal Imperialism?”, World Policy
Journal, verano de 1999. Donde
se cita a Ignatieff.
[4]
Véase: Susan Woodward, Balkan Tragedy (Brookings,
1995); Diana Johnstone, Fools’ Crusade (Pluto and
Monthly Review, 1999); David Owen, Balkan Odyssey (Harcourt
Brace, 1995); Lenard J. Cohen, Serpent in the Bosom: The
Rise and Fall of Slobodan Milosevic (Westview, 2001).
[5]
Edward Herman y Gerry O’Sullivan, The Terrorism Industry, Pantheon,
1990.
[6]
Para un descripción documentada de este proceso de desposesión,
de violencia y de maltratos de todo tipo, véanse: Noam Chomsky, The
Fateful Triangle (South End, 1999), cap. 8; Kathleen
Christison, The Wound of Dispossession (Ocean Tree
Book, 2003; Norman Finkelstein, Beyond Chutzpah
(University of California, 2005, Part. 2; Michel Warschawski, Toward
An Open Tomb ( Monthly Review, 2004); Jelf Halper, Despair:Irael’s
Ultimate Weapon, Center for Policy Analysis on Palestine,
28 de marzo de 2001. (http://www.thejerusalemfund.org/carryover/pubs/20010328ib.html
); y Jeff Halper, “The 94 Percent Solution: A Matrix of
Control”, Middle East Report, Otoño, 2000.
(http://www.merip.org/mer/mer216/216_halper.html
).]
[7]
Noam Chomsky, Pirates & Emperors (Claremont Research: 1986),
chap. 2; Chomsky, Fateful Triangle, chap. 9.
[8]
Para más detalles, véase: Chomsky, Fateful Triangle,
pp. 198–209.
[9]
Veredicto del 2 de agosto de 2001 en el proceso contra Radislav
Krstic (IT–98–33T)
(http://www.un.org/icty/krstic/TrialC1/judgement/index.htm),
Section G, “Genocide”
(http://www.un.org/icty/krstic/TrialC1/judgement/krs–tj010802e–3.htm#IIIG),
aprox. Pp. 589 – 595, et note 1306.
[10]
Résolution de l’Assemblée Générale des Nations Unies intitulée
: “ La Situation au Proche Orient ” (A/RES/37/123), Section D,
16 décembre 1982
(http://www.un.org/documents/ga/res/37/a37r123.htm)]
[11]
La “redención de tierras” es un elemento central de la
ideología y de la política colonial sionista. Este eufemismo
sirve para cualquiera de las formas posibles de anexión de las
“tierras bíblicas” por el Estados de Israel, tanto si
conservan o no el estatuto oficial de colonia. El término hebreo
“gueoula” significa exactamente “redención”.
[12]
Cita de un politólogo israelí, Gerald Steinberg, en Chris
McGreal “World apart”, Guardian, 6 de febrero de
2006. http://www.guardian.co.uk/israel/Story/0,,1703245,00.html
[13]
“Washington’s Peace Process,” ch. 10, en: N. Chomsky, The
Fateful Triangle.]
[14]
N.T.: Espacio vital, en alemán, aspiración de los nazis para
justificar su expansión y el exterminio de los judíos y otros
pueblos no arios en Europa.
[15]
Véase: Joan Wallach Scott, “middle East Studies Under Siege”,
The Link, enero–marzo, 2006.
http://www.michelcollon.info/imprimarticles.php?dateaccess=2006–02–16%2008:49:01&log=invites.
|