Reordenando
el siglo XX
Allegro, non Troppo
Por Gilad Atzmon
Rebelión, 29/03/06
Traducido por Sinfo
Fernández y Ulises Juárez Polanco. Revisado por Caty R.
“Digo esto como
hijo de un padre alemán nacido judío que escapó a tiempo. Mi madre
no pudo. Lo digo como niño alemán medio judío a quien perseguían
en un patio de recreo británico y de quien se mofaban con la frase
‘no es sólo alemán, es judío’. Un insulto doble. Pero digo esto
también como sacerdote cristiano que comparte la culpa histórica de
todas las iglesias. Todos los cristianos comparten una herencia
sangrienta.” Paul Ostreicher – The Guardian, 20/02/06 (Paul
Ostreicher es capellán en la Universidad de Sussex).
“¿Qué sucede con
la libertad de expresión cuando se mete por medio el
anti–semitismo? Que entonces no es libertad de expresión. Entonces
es un crimen. Hasta ahora, cuando se insulta al Islam, determinados
poderes sacan a colación el tema de la libertad de expresión.” Amr
Mussa, Secretario General de la Liga Arabe.
“Hay un mito acerca
de que nosotros amamos la libertad y otros no: que nuestro apego a la
libertad es producto de nuestra cultura; que la libertad, la
democracia, los derechos humanos, el imperio de la ley son valores
usamericanos, o valores occidentales… Nuestros valores no son
valores occidentales, son los valores universales del espíritu
humano.” Tony Blair, discurso enunciado en una sesión conjunta del
Congreso de EEUU, verano de 2003.
Quizá Tony Blair se
haya pasado un tanto; es posible que la libertad, la democracia y los
derechos humanos sean ‘los valores universales del espíritu
humano’. Pero tienen muy poco que ver con la filosofía y prácticas
reinantes anglo–usamericanas y occidentales.
En la Bahía de Guantánamo
hay personas detenidas desde hace ya tres años sin haber sido
acusadas de crimen alguno. Si se descendiera hasta el Primer Ministro
Blair y su infame proyecto de ley antiterrorista, se extendería también
a los supuestos enemigos del pueblo británico pasar hasta tres meses
tras las rejas sin ser acusados de nada. Si la libertad es en efecto
un gran valor ‘universal’ del espíritu humano, Blair y Bush deben
de tener unos conocimientos muy limitados acerca de ese espíritu.
De todas formas, el
artículo que expongo a continuación no trata en realidad sobre Blair
o Bush; es acerca del, en gran manera, decepcionante discurso
occidental. Es sobre la gente que pretende saber lo que son, sobre
todo, el espíritu humano y la universalidad. Es sobre una visión del
mundo que se dedica a silenciar a los otros, por no decir que a
asesinar en nombre de la ‘libertad’, de la ‘universalidad’ y
del ‘humanismo’. Es una búsqueda dentro de la genealogía del
pomposo y emergente discurso liberal ‘judeo–cristiano’. Es una
reconstrucción de la ideología política occidental y su engañosa
noción del pasado.
Lo personal es político
De manera bastante
ostensible, el argumento político anglo–usamericano va tomando
gradualmente la forma de un llamamiento pornográfico a la empatía de
uno. Se sustenta en una distribución de historias esporádicas de
sufrimiento personal. Una vez que Blair o Bush sienten la urgencia de
arrasar un país árabe, todo lo que tienen que hacer es proporcionar
a sus compasivos medios de comunicación una serie de dolorosos
relatos personales que una voz disidente exiliada expone, de forma
voluntaria y entusiasta, compartiendo con nosotros horribles detalles
gráficos acerca de sus problemas en su patria. En la mayoría de los
casos, estamos predispuestos de forma instantánea a que se produzca
una intervención militar y corremos a alinearnos detrás de nuestros
gobiernos elegidos democráticamente, facilitándoles el mandato, a
nivel colectivo, para matar en nombre de la libertad y la democracia.
Como suele suceder, un determinado
relato personal que no ha sido siquiera verificado o validado, puede
convertirse fácilmente en un sumario legal sobre un país, sus
dirigentes, una cultura, un pueblo e incluso un género entero.
Aparentemente, la frase ‘lo personal es político’ sirve de eficaz
y polémico aparato político. Mientras que los políticos
occidentales anteriores a la II Guerra Mundial trataban hacernos creer
que la política debía trascender más allá de lo personal y verse
como algo contingente, dentro del discurso político occidental
posterior a la Segunda Guerra Mundial, con tal de que sirva a los
objetivos de la hegemonía occidental, lo personal no es nada más que
político.
Como sabemos, fueron las diferentes
redes feministas usamericanas las primeras en pedir la guerra contra
los talibanes, extendiendo los relatos personales de algunas mujeres
afganas maltratadas. Conscientemente o no, estaban haciendo el trabajo
preliminar de la guerra de Clinton y Bush contra el Islam. De forma
similar, fueron los relatos personales de los gaseados kurdos de
Halabya los que sirvieron para preparar a la ‘comunidad
internacional’ para la guerra contra Saddam. Fueron los relatos
personales de los supervivientes judíos tras la Segunda Guerra
Mundial los que justificaron retrospectivamente los brutales
bombardeos por saturación anglo–usamericanos de ciudades alemanas
hacia el final de aquella guerra.
En el pasado, sugerí una toma de
postura filosófica escéptica sobre las narrativas personales a la
luz de la crítica hermenéutica de Heidegger de la Fenomenología de
Husserl [1]. Sin embargo, en el documento presente me comprometeré a
mí mismo con cuestiones referentes a la política del cambio mismo de
lo personal a lo político.
Actualmente, nuestro compromiso político
viene en gran parte determinado por nuestra reacción ante la
narrativa personal. Ya sea la historia personal de una víctima
femenina de violación o el relato gráfico detallado de un residente
exiliado de Halabya, el sujeto occidental está ahora adecuadamente
adiestrado para reaccionar política y correctamente ante cualquier
relato personal determinado. En términos metafísicos, el ciudadano
occidental se las ha arreglado para sobreponerse y resolver el viejo
problema de la iniciación; ahora es un experto y deduce fácilmente
una regla política general de un cuento muy singular. No es extraño,
los seres humanos tendemos a generalizar. En términos metafísicos,
hemos aprendido a evitar las dudas que tienen que ver con nuestras
tendencias generales.
Pero en realidad es algo ligeramente más
profundo: el cambio de lo personal a lo político permite al sujeto
occidental considerarse a sí mismo como parte integral de un orden cósmico
‘universal’, ‘liberal’ y ‘humanista’; colectivamente
reacciona ‘humanamente’ como una ‘sola voz’. Efectivamente, la
sensación de empatía que detectamos dentro de nosotros mismos cuando
nos enfrentamos a un traumático relato personal supone una eficaz
herramienta manipuladora utilizada bastante a menudo por nuestros
dirigentes democráticamente elegidos.
Auschwitz, el Mensaje
Al menos históricamente, fue dentro
del discurso judío posterior a la Segunda Guerra Mundial, tanto de
sionistas como de anti–sionistas, donde se pudo detectar con
facilidad una clara tendencia a presentar lo personal como político.
Por extraño que pueda parecer, el discurso judío tanto de la derecha
como de la izquierda corrobora su argumento al politizar las historias
personales de Auschwitz. [2]
Después de todo, no es tan
sorprendente. Auschwitz efectivamente es una historia de muchos seres
humanos singulares que son explotados y reducidos a la condición de
animales debido a sus preferencias sexuales, creencias políticas y,
por supuesto, orígenes étnicos o raciales. Sí, fueron los relatos
personales contados por los prisioneros liberados de los campos
quienes transformaron la II GM del capítulo histórico y la visión
ideológica que suponía en una mera ‘narrativa política’, sin
llegar a conformarse como sólido argumento político.
Al menos políticamente, es ‘el
mensaje de Auschwitz’ el que proporciona (falsa) legitimidad al
gobierno israelí para arrojar bombas sobre atestadas áreas urbanas
palestinas. Al fin y al cabo, después de Auschwitz, los judíos están
ahora “autorizados a defenderse”. Es el mensaje de Auschwitz el
que autoriza también a Norman Finkelstein, un hijo de padres
supervivientes del Holocausto, a decir que tiene que emitir y recibir
comentarios basados en este hecho. Con mucha frecuencia, Finkelstein
utiliza su experiencia muy personal como núcleo de legitimidad. Pero
entonces, pensando sobre ello, si Finkelstein es efectivamente un
erudito académico que presenta un sólido argumento, y estoy
totalmente convencido de que lo hace, entonces debemos poder abordar
sus argumentos sin hacer ninguna referencia a sus antecedentes
familiares. Deberíamos poder tratar académicamente sus ideas a pesar
de su especial biografía. De forma similar, es algo bastante
sospechoso adoptar una motivación moral, en nombre de Auschwitz, para
matar inocentes. Como todos sabemos, no fueron los palestinos quienes
enviaron a los judíos europeos a los campos de concentración en
Polonia. Dentro de la espesa neblina invocada por el trauma personal,
no hay muchos que sugieran a los judíos que se rediman a sí mismos
del personal discurso traumático de la justificación. Tal sugerencia
es considerada en ocasiones como una forma de negación del Holocausto
que supone graves implicaciones legales.
Pero en realidad, no son sólo los judíos
quienes están capitalizando ‘el mensaje de Auschwitz’. A la
sombra de ese mismo mensaje los usamericanos se justifican a sí
mismos por matar millones de civiles inocentes en nombre de la
democracia y la libertad. Como veremos a continuación, ‘el mensaje
de Auschwitz’ está ahora profundamente enraizado en el corazón de
la noción anglo–usamericana sobre democracia y pensamiento liberal.
A primera vista, parece como si el
sujeto occidental liberal estuviera entrenado para creer que es la
lección de Auschwitz la que nos autoriza a todos a cimentar lo político
en lo personal. De esta forma, realmente no es una coincidencia que la
narrativa oficial del Holocausto se haya convertido en la tarjeta de
acceso en el discurso anglo–usamericano o incluso en el discurso
occidental. Por consiguiente, no es realmente una coincidencia que los
santuarios del Holocausto estén ahora brotando como champiñones por
todas partes en cada capital importante de occidente. Por ejemplo, en
el Reino Unido, una exposición permanente del Holocausto ocupa gran
parte del Museo de Guerra del Imperio. Está claro que el Holocausto
judío tiene muy poco que ver con la percepción general de la
Historia del Imperio Británico. En realidad el Imperio tiene muchos
otros Shoahs (Holocaustos) no judíos por los que rendir
cuentas. En efecto, el absurdo es aún mayor, no hay que olvidar que
fue precisamente el Imperio Británico quien fue totalmente reacio a
ayudar a escapar a los judíos europeos de su destino maldito. Fue
Lord Bevin en el Documento Blanco de 1939 quien impidió que los judíos
emigraran a Palestina cuando el peligro se hacía evidente para sus
vidas. Fue la Real Fuerza Aérea la que repetidamente desestimó la
necesidad de bombardear Auschwitz. Tenemos buenas razones para asumir
que la decisión británica de capitalizar Auschwitz y la narrativa
del Holocausto judío es más bien un movimiento político
perfectamente calculado.
Hace unos cuantos años, un memorial
del Holocausto abrió sus puertas en Washington, sin embargo es muy
difícil tapar el hecho probado de que Roosevelt hizo muy poco por
ayudar a los judíos europeos durante la guerra. La administración
usamericana no cambió sus leyes sobre inmigración durante 1933–45
para impedir una llegada masiva de judíos europeos hacia EEUU. De
nuevo, tenemos una muy buena razón para sospechar que la decisión
usamericana de capitalizar Auschwitz y la narrativa judía sobre el
Holocausto están ahí para servir a una causa muy específica.
Dejadme decirlo, esa causa no es per se una causa histórica,
de hecho está ahí para socavar el pensamiento histórico y tapar
algunos hechos decisivos perfectamente probados.
Auschwitz es indudablemente una
historia espantosa de abuso total de los derechos humanos por parte de
un Estado soberano. Es verdaderamente un relato funesto sobre la
violación de la libertad humana. Auschwitz es la historia de la
violación absoluta de los derechos más fundamentales, Auschwitz es,
desde luego, una historia de terrorismo estatal, y considerando el
hecho de que los anglo–usamericanos se presentan a sí mismos como
los guardianes de la libertad humana, no es sorprendente que Auschwitz
se estableciera con facilidad dentro del núcleo del pensamiento político
y cultural de habla inglesa. Quizá esto explica también por qué más
que ser un suceso histórico, Auschwitz se ha convertido en un
argumento político asentado sobre una colección de relatos
personales gráficos y biográficos. En algunos países europeos,
Auschwitz ha devenido en la actualidad en una lista legalmente
precintada de prohibiciones y leyes que han sido establecidas para
impedir cualquier posible escrutinio histórico. Desgraciadamente, el
Holocausto y la II Guerra Mundial están ahora cubiertos con una densa
nube de humo cuasi moral que bloquea cualquier tratamiento serio de
los hechos, bien sea de forma académica o artística.
Auschwitz y el Holocausto se consideran
ahora fundamentalmente en términos políticos. Auschwitz está
determinando la visión occidental de la historia, así como la visión
de cualquier futuro posible. Además, ‘el mensaje de Auschwitz’ se
mantiene como un mediador perspicaz y un guardián de cualquier
posible ideología política occidental. A menos que reconozcas y
apruebes la forma en que se considera Auschwitz, no serás aceptado.
En caso de que no sepas de lo que estoy hablando, puedes preguntarle
al presidente iraní, seguramente él te puede contar algunas cosas más
sobre el tema.
Ni que decir tiene que la visión del
‘suceso histórico de Auschwitz’ está totalmente determinada por
‘el mensaje de Auschwitz’. Es decir, en la actualidad se deniega
totalmente cualquier acceso académico a los aspectos judaizantes de
la II Guerra Mundial. Además, a menos que uno apruebe y repita la
narrativa oficial del Holocausto, uno puede encontrarse a sí mismo
encerrado tras las rejas. Eso fue lo que les sucedió últimamente a
tres revisionistas –de derechas– de la historia, que se atrevieron
a sospechar de la narrativa oficial de Auschwitz. Sin hacer caso a lo
que ellos tengan que decir, aceptes o no sus puntos de vista, es
bastante alarmante la idea de encerrar a la gente sólo por intentar
plantearse nuestra visión del pasado. En realidad, parece que hemos
fracasado totalmente al interiorizar la lección más esencial de la
guerra contra el Nazismo. Utilizar un control policial para el
pensamiento es exactamente lo que hace el totalitarismo. Bloquear un
revisionismo histórico supone convertirse en un nazi y la razón es
sencilla: si Auschwitz es efectivamente una historia de abusos
personales totales, entonces negar la libertad de expresión no es más
que una rendición ante los métodos nazis de malos tratos personales
[3].
La verdad es que Auschwitz se ha
convertido actualmente en la esencia misma del argumento democrático
liberal. Es un suceso eterno, una ojeada grosera y banal sobre la
maldad. A menudo adopta nuevas formas y nuevas caras. Sin embargo,
algunos parámetros son siempre los mismos. Dentro del aparato ideológico
de Auschwitz hay siempre una clara oposición binaria en juego.
Auschwitz sugiere una clara dicotomía entre el ‘bien’ y el
‘mal’, entre la ‘sociedad abierta’ y sus ‘enemigos’, entre
‘Occidente’ y ‘los otros’, entre el ‘hombre democrático’
y el ‘salvaje’, entre Israel e Irán, entre lo
‘judeo–cristiano’ y el ‘islam’ y, lo más importante, entre
el ‘liberador humanista universal’ y el ‘oscuro opresor’ [4].
De un modo u otro, siempre es Occidente
quien se adjudica a sí mismo, y sólo a sí, mismo la capacidad legal
de imponer la moral de Auschwitz. Asombra comprobar que la mayoría de
los occidentales todavía no ven que, dentro del denominado emergente
‘choque cultural’, son los palestinos quienes están encerrados en
un campo de concentración llamado Gaza, estrechamente rodeados por la
Wermacht (infantería de elite en Alemania) israelí y
bombardeados por bombas fabricadas en EEUU arrojadas desde aviones
usamericanos pilotados por la Luftwaffe (nombre de la fuerza aérea
en Alemania) israelí dotada de armas de fuego de alta precisión.
La mayoría de los occidentales no
alcanza a comprender que es Occidente quien está librando una guerra
expansionista energética Lebensraum en los desiertos de
Oriente Próximo. ¿Por qué no alcanzan a comprenderlo? Porque
estamos sumergidos en una jerga moral sospechosa que está ahí para
imponernos una grave ceguera intelectual. Más que pensar de forma ética
y en términos categóricos, estamos sucumbiendo ante la avalancha de
retórica narrativa personal superficial a la Blair y a la Bush.
Cuando esos dos se vieron abandonados sin pruebas forenses para
justificar su guerra ilegal en Iraq, sencillamente cambiaron su forma
retórica de razonamiento comparando a Saddam Hussein con Hitler. Se
justificó retrospectivamente la invasión de las reservas petrolíferas
iraquíes por la necesidad de eliminar al tirano asesino. Por extraño
que pueda parecer, nadie nos proporciona actualmente ninguna prueba
forense real sólida que apoye el alegato de violaciones colosales de
derechos humanos. Sí, ocasionalmente vimos algunas fosas comunes
devastadoras expuestas en el desierto pero, unos cuantos días después,
supimos por un experto que aquellas tumbas eran una consecuencia de la
sangrienta guerra entre Irán e Iraq. Es preocupante que nunca hayamos
pedido pruebas reales de los crímenes de Saddam. Parecía que estábamos
bastante satisfechos con algunos esporádicos relatos personales
televisados. Al parecer, nos encanta contemplar imágenes televisadas
de sufrimiento. Como mencioné antes, nos sentimos entusiasmados de
reaccionar de forma colectiva ante un llamamiento moral.
En el mundo democrático liberal, el
dirigente elegido está perdido a la hora de justificar sus guerras,
de respaldarlas con sólidos o al menos convincentes argumentos
morales. Como sucedió, Tony Blair tenía que enfrentarse al
Parlamento y justificar su última guerra ilegal. En la época en que
tuvieron lugar los hechos, el gobierno británico tuvo que justificar
la forma en que se asoló Dresde. De forma similar, la administración
usamericana tuvo que proporcionar un razonamiento sólido por el
ignominioso uso de bombas atómicas contra civiles.
Efectivamente, los gobiernos
occidentales se inclinan a proporcionarnos algunos superficiales
argumentos ad hoc políticos y morales que tienden a acabar madurando
en narrativas históricas. No tenemos que aceptar esos relatos.
Tenemos más que derecho a revisar esos ‘argumentos oficiales’ y
narrativas históricas. Entender la retórica política contemporánea
supone poder estudiarla y criticarla. Es decir, para revisar el
presente hay que volver a visitar el pasado. Categóricamente al
menos, no hay mucha diferencia entre haber arrasado Dresde, Hiroshima,
Caen, Faluya o Nayaf.
Quizá yo añada en este momento que
estoy totalmente convencido de que negar Auschwitz no debería ser
nunca un tema legal. La cuestión de si hubo un homicidio masivo con
gas o ‘sólo’ un número de víctimas mortales masivo a causa de
los graves malos tratos en condiciones espantosas es sin duda una
cuestión histórica fundamental. Socava todo el esfuerzo histórico
el hecho de que un capítulo histórico tan importante, de hace menos
de siete décadas, sea académicamente inaccesible. Si no podemos
hablar sobre la generación de nuestros abuelos, ¿cómo vamos a
atrevernos a decir algo sobre Napoleón o incluso los romanos?
Hablando desde mi punto de vista personal, puedo admitir que no estoy
interesado en la cuestión anterior. No soy un historiador, no estoy
cualificado como tal. Al haberme formado como filósofo, más bien
pregunto ‘¿Sobre qué trata toda esa historia?’ ‘¿Qué podemos
decir sobre el pasado?’.
Para mí, todo el tema es puramente ético:
desafiar la sospechosa moralidad de la preocupación occidental sobre
Auschwitz es fundamental para la tarea de enfrentarnos a aquellos que
asesinan a diario en nombre del ‘mensaje de Auschwitz’. Me estoy
refiriendo aquí, obviamente, a Israel, EEUU y Gran Bretaña. De forma
ostensible, esos que mantienen ‘el mensaje de Auschwitz’ están
infligiendo mucho más dolor que quienes se atreven a desafiar la
validez histórica de su narrativa oficial.
¿Es político lo personal?
Aunque en nombre de la libertad y del
humanismo hallamos que en ciertas instituciones occidentales
importantes hay una tendencia clara a imponer lo personal como mensaje
político, resulta bastante decisivo mencionar que ese mismo aparato
político consigue exactamente el efecto contrario. Lo que silencia
políticamente es, precisamente, lo personal.
Una vez que lo personal se convierte en
político, la voz singular pierde su importancia y la autenticidad
desaparece. Una vez que una sociedad, de forma voluntaria, aprueba el
discurso basado en una ‘correcta’ empatía colectiva, en primer
lugar, la denominada ‘empatía’ se reduce a un mero
‘llamamiento’ más que a una sensación intensa, pero, más
importante aún, la voz de la persona real que sufre se desvanece en
el vacío.
Es decir, dentro del aparato liberal
occidental, a menudo se pierde la voz singular. Si el humanismo fuera
en verdad un valor universal, entonces lo particular y lo singular se
convertirían en un activo público, la víctima cumpliría un papel
instrumental, transmitiendo un mensaje universal. Una vez que lo
personal se convierte en político, la moralidad deviene una especie
de discurso privado sobre la rectitud. Más que una norma ética
abstracta general basada en una reflexión auténtica, empezaríamos a
oír algunos egocéntricos y mal articulados argumentos morales ad
hoc [5]. Esto puede explicar por qué muy a menudo las víctimas
de ayer se convierten en los opresores de hoy. Por ejemplo, puede
explicar por qué el Estado judío no tardó más de tres años, tras
la liberación de Auschwitz, en llevar a cabo la limpieza étnica del
85% de la población indígena palestina. Al parecer, el Estado judío
no ha llegado nunca a madurar lo suficiente como para asumir éticamente
la lección del Holocausto. La razón es sencilla: por lo que
concierne a Israel, no se ha abordado nunca el Holocausto con una visión
ética abstracta general. En lugar de hacerlo, se ha tratado de
entenderlo únicamente desde una perspectiva judeocéntrica colectiva.
El dolor personal era adecuadamente politizado. Un humanista confiaría
en que los jóvenes estudiantes de un instituto israelí que visiten
Auschwitz y se enfrenten al sufrimiento de sus antepasados, deberían
tender a sentir empatía con las graves situaciones de los oprimidos,
identificándose con los palestinos que están enjaulados tras los
muros y se mueren de inanición en manos de un régimen racista
nacionalista que busca el Lebensraum (espacio vital). La
realidad es espantosa, menos de un año después de su visita a
Auschwitz esos mismos jovencitos israelíes se incorporarán a las
Fuerzas Armadas; aparentemente, aprendieron su lección política en
Auschwitz. Más que ponerse al lado de los oprimidos, es decir, de los
palestinos, asumirán gustosamente algunas de las tácticas de los Einsatzgruppen
de las SS (unidades paramilitares que operaban en la
retaguardia del frente nazi oriental).
Pero no sólo son los palestinos
quienes tienen que sufrir a causa de la politización e
industrialización de la narrativa personal del Holocausto. Una vez
que el Holocausto se convirtió en ‘la nueva religión judía’, a
la víctima real, a la víctima genuina , fue a quien se le robó su
propia biografía íntima personal. Al superviviente auténtico y
singular del Holocausto, al que vivió el horror, se le ha robado su
propia experiencia vital personal. De forma similar, dentro de la visión
feminista extremista militante, que achaca cualidades de violadores a
todo el género masculino, la víctima femenina genuina de violación
está perdiendo su voz. Se está desvaneciendo dentro de la masa. En
el discurso político feminista radical, la víctima de violación no
tiene nada de especial: si todos los hombres son violadores, todas las
mujeres son víctimas.
En la ‘Industria del Holocausto’ de
Finkelstein se nos enseña que una vez que la judería mundial adoptó
el Holocausto como su nuevo vínculo comunal institucional, el
Holocausto se transformó con rapidez en un asunto industrial. La víctima
real fue dejada atrás. De una forma u otra, los fondos y dinero de
reparación que se dedicaron a la recuperación y rehabilitación de
su propia dignidad humana encontraron el camino para ir a parar a
manos de algunas organizaciones judías y sionistas. De alguna manera,
esto tiene mucho sentido. Una vez que la narrativa personal del
Holocausto se ha convertido en una fe política colectiva, casi todo
el mundo está autorizado para ser un discípulo corriente o incluso
un sacerdote. Consecuentemente, estamos ahora autorizados para deducir
que dentro de la politización de la narrativa personal, a nadie se le
permite tener una biografía. Somos abandonados dentro de un
pensamiento de éxtasis colectivo que obtiene su poder de una serie de
borrosos relatos personales compartidos.
Siguiendo la línea hermenéutica de
pensamiento, podemos concluir que lo político se convierte en
personal.
Lo Político es Personal, el Papel
Decisivo de la Neurosis Judía
La insólita aparición de la
denominada ‘tercera generación’ israelí, jóvenes israelíes que
han nacido después del traumático Holocausto, es exactamente eso:
una forma de nuevo culto religioso colectivo. Ser la tercera generación
supone entrar en un sistema de creencias. Al estar personalmente
traumatizado por el pasado, uno nunca tiene que divertirse. Supone
asimilar un precepto político muy orquestado. En realidad, la tercera
generación se halla encerrada dentro de un círculo vicioso que
conduce a la alienación total: cuanto más proclamen estar
traumatizados por los nazis esos jóvenes israelíes que nacieron unas
cuantas décadas después de la última Gran Guerra, menos va a
considerarlos seriamente el resto de la humanidad. Cuanto menos
seriamente considerados sean, más privados van a sentirse esos jóvenes
israelíes de un mínimo respeto y dignidad humana. Cuando más
privados se sientan, más se van a agarrar a su políticamente
impuesta nueva noción del trauma.
En cierto modo, ese es exactamente el
camino hacia el aislamiento religioso. La denominada ‘tercera
generación’ se ve enredada en una narrativa que conduce a una forma
de alienación total, a un claro desprendimiento de cualquier entorno
o realidad cultural humana reconocida. Es el celo religioso, es decir,
el trauma, el que configura esa realidad. Uno esperaría que esa forma
de neurosis colectiva madurase en un muro cultural de separación
entre los judíos y el resto. Sorprendentemente no sólo no ha
ocurrido así sino que se ha producido todo lo contrario. El discurso
judío se ha integrado como parte principal de la conciencia
occidental. Mientras que algunos judíos insistirían en liberarse
ellos mismos de la carga del Holocausto que inundó claramente de
impotencia desesperada su identidad colectiva, el sistema político
occidental necesita del Holocausto y de los judíos para que sean los
porteadores de su narrativa. Además, Occidente necesita de la
neurosis judía. Es la narrativa configurada como mito que facilita la
hegemonía política y comercial en un mundo que pierde contacto con
cualquier pensamiento genuinamente ético categórico abstracto. El
Holocausto está adoptando la forma de un sistema de creencias y los
traumatizados judíos están sirviendo de altar.
Desde una perspectiva occidental, los
judíos tienen un papel instrumental al mantener los fundamentos
liberales llenándolos de un vívido expresionismo poético
arrollador. Esto puede explicar por qué se han impuesto leyes negando
el Holocausto en varios países, especialmente en países donde la
influencia de los lobbys judíos y sionistas es relativamente menor.
El académico israelí Yeshayahu Leibovitch, él mismo judío
practicante, se dio cuenta hace muchos años de que la religión judía
está muerta y de que el Holocausto es la nueva religión que une a
los judíos alrededor del mundo. Está ahí para sustituir un
pensamiento ético antropocéntrico. La religión del Holocausto está
ahí para robarle al ser occidental el genuino pensamiento ético
humanista.
La aparición y evolución del sistema
de creencias del Holocausto es el tema que trataré de explorar próximamente.
Lo Científico, lo Tecnológico y lo
Religioso
Me gustaría considerar ahora la
evolución de los tres discursos occidentales más importantes del
siglo XX: el científico, el tecnológico y el religioso.
El discurso científico puede definirse
como una forma muy estructurada de ‘búsqueda del conocimiento’.
Dentro de la visión científica del mundo, el hombre se enfrenta a la
naturaleza y trata de llegar hasta el fondo de la misma. El discurso
tecnológico, por otra parte, está menos preocupado de reunir
conocimientos y más orientado hacia la transformación del
conocimiento en poder. El tecnólogo diría: ‘No me preocupa si estás
aplicando los mecanismos newtonianos o la teoría de la relatividad de
Einstein, sólo me interesa asegurar que me vas a llevar a la luna
(puedes estar también seguro de que eso no cuesta demasiado)’. A
primera vista, tanto el discurso tecnológico como el científico sitúan
al hombre fuera de la naturaleza. Ambos discursos implican una
separación humana de la naturaleza. La razón es muy simple, si el
hombre puede llegar al fondo de la naturaleza, entonces el hombre debe
ser de alguna forma mejor o, al menos, de una calidad diferente a la
naturaleza. Desde un punto de vista tecnológico, si la naturaleza y
el conocimiento de la misma están ahí para servir al hombre,
entonces el hombre debe ser de algún modo superior a la naturaleza.
Al parecer, estos dos
discursos dominaron el discurso intelectual anglo–usamericano en el
siglo XX. Y ya que son los anglo–usamericanos quienes dominan
nuestro universo, al menos desde el final de la II Guerra Mundial,
estamos facultados para discutir que esas dos formas de pensamiento
han estado dominando todo el discurso occidental durante algo más que
un rato. Es decir, ser occidental en el siglo XX significa pensar
científicamente y actuar tecnológicamente. Por consiguiente, crecer
en Occidente significaría, primero, aprender a admirar lo científico
y venerar a la ciencia, después, de forma gradual aprender a aplaudir
y a consumir las innovaciones tecnológicas. Hablando académicamente,
fue la escuela positivista la que insistió en que deberíamos ser más
científicos y bastante menos filosóficos. Al menos históricamente,
fue el Círculo de Viena, un grupo de filósofos y de científicos que
tenían como objetivo erradicar cualquier huella metafísica del
conocimiento científico. Para los positivistas lógicos, ‘las
reglas lógicas y datos empíricos son las únicas fuentes de
conocimiento’.
No es necesario decir
que el positivismo lógico fue un intento de actuar en contra de la
diversidad de la realidad humana. Con un poco de suerte, algunos de
los lectores de este ensayo estarán de acuerdo en que emociones,
sentimientos y placer estético pueden ser igualmente importantes como
fuentes de conocimiento e incluso de comprensión científica, por no
decir intuición. Sin embargo, los positivistas lógicos no estarían
conformes, estaban llenos de desprecio hacia el conocimiento cuasi científico.
El psicoanálisis, por ejemplo, era para ellos como poner un trapo
rojo delante de un toro, lo consideraban totalmente inaceptable. El
positivismo lógico no sólo fue un ataque contra la expresión
emocional y espiritual, fue también una ofensiva clara contra la
filosofía alemana. Fue un asalto inequívoco contra la metafísica
alemana, el idealismo y el primer romanticismo.
En 1936, tras la
incursión nazi en Austria, ya no quedaron positivistas en Viena,
debido a que habían tenido que huir a causa de orígenes étnicos. La
mayoría encontró refugio en universidades anglo–usamericanas. Creo
que la abrumadora tendencia positivista dentro del mundo académico de
habla inglesa tras la guerra tiene mucho que ver con la inmigración
forzosa de aquellos positivistas alemanes–judíos. Y, en efecto,
EEUU no ha sido nunca una nación orientada científicamente. Ni se
han producido ‘muchas’ revoluciones científicas al otro lado del
Atlántico. EEUU es la tierra de las oportunidades abiertas y la
ciencia era sin duda una gran oportunidad. Más que interiorizar el
espíritu de la ciencia, EEUU fue muy eficiente a la hora de
transformar la ciencia en poder político y económico. Permitieron rápidamente
que un grupo de científicos europeos exiliados, la mayor parte de
ellos judíos alemanes (así como un italiano casado con una mujer judía),
construyeran la primera de sus bombas atómicas. Adoptaron también
con rapidez a científicos espaciales alemanes que fueron lo
suficientemente entusiastas como para enviar vuelos con monos al
espacio exterior. El mundo intelectual usamericano nunca ha sido
demasiado entusiasta de las cuestiones teóricas abstractas, y no
digamos filosóficas. La muy alemana pregunta ‘Was ist?’ no
se adaptaba bien al mundo académico anglo–usamericano.
Por el contrario,
EEUU se ha preocupado siempre por los desafíos tecnológicos. Es
decir, se siente muy interesado por los diferentes modos de
transformación del conocimiento en poder. EEUU es sobre todo tecnología,
está orientado de forma pragmática. Incluso dentro del mundo del
arte, donde EEUU ha contribuido con algunas importantes obras de arte
y música modernas, no tardaron mucho en identificar el valor de
mercado. Al fin y al cabo, no importa realmente que puedas conocer el
origen del conocimiento mientras bebas Coca Cola, comas en McDonalds,
compres un álbum de Charlie Parker y sueñes con poseer un original
de Kandinsky. Es en el interior de este muy pragmático enfoque donde
se produce la aparición de una nueva forma de discurso religioso único
contemporáneo. Aunque los enfoques tecnológico y científico colocan
al hombre aparte de la naturaleza, la nueva religión occidental
recoloca al hombre profundamente en el interior de la naturaleza. El
nuevo sujeto occidental, al igual que la roca y el árbol, carece de
cualquier sentido sustancial de conocimiento de uno mismo o de
tendencias críticas. Voluntaria y entusiastamente, el ser occidental
recién formado tiende a aceptar algunas percepciones de la realidad
elaboradas con anterioridad. Dentro de esta fe mitológica de reciente
aparición, la Democracia es un Dios, el Holocausto es otro. Estos dos
Dioses se apoyan el uno en el otro. La Democracia es la alabanza ciega
a la libertad humana a la Natan Sharansky, a quien George W.
Bush y Condoleezza Rice citan una y otra vez.
Por otra parte, el
Holocausto es la historia de la persecución máxima y de la venganza
eterna a la Simon Weisenthal. La Democracia es la materia, lo
perceptible y la gloria manifiesta mediante casas blancas y
rascacielos de cristal. El Holocausto es el espíritu, el Arco
Sagrado, ese algo que sigues en el desierto pero en el que nunca
puedes entrar, cuestionar o desafiar. El Dios del Holocausto se alza
en el mismo corazón del argumento de la democracia, que permite que
los anglo–usamericanos se empeñen en ‘liberar’ a los pocos países
que aún tienen algunos recursos energéticos o se encuentran situados
estratégicamente muy cerca de esos recursos. Como podemos ver, los
dos Dioses, Holocausto y Democracia, están ingeniosamente colocados
en una relación complementaria. El mensaje está claro: a menos que
la Democracia esté en su lugar, es inevitable un Holocausto. En
apariencia, los anglo–usamericanos están utilizando la democracia
como argumento político para extender su hegemonía económica
global. Cuanto menos convencidos estemos por la diosa Democracia,
cuanto menos creamos en nuestros políticos elegidos y en sus guerras
ilegales, más dependientes somos de un paradigma sobrenatural
externo. Auschwitz es exactamente ese paradigma. Es la narrativa
sobrenatural máxima por la cual los seres humanos corrientes se
convierten en una máquina de matar. Es la narrativa de Auschwitz en
cuyo nombre la nación más avanzada culturalmente se convierte en un
verdugo servicial a la Daniel Goldenhagen. El Dios Holocausto
está ahí para esbozar la alternativa ante la realidad perdida. Pero
por extraño que pueda sonar, son los democráticos EEUU quienes han
estado aplicando la ciencia de forma letal contra civiles inocentes
durante alrededor de seis décadas. Ya sea en Hamburgo, Dresde,
Hiroshima, ya sea Vietnam o Iraq, entre otros muchos más lugares, la
misma historia se repite: los anglo–usamericanos están matando en
masa en nombre de la Democracia. Siempre aparece claramente una causa
moral válida detrás de sus matanzas. Al parecer, últimamente
liberaron al pueblo iraquí de la tiranía de Saddam, el asesino de
masas ‘estilo Hitler’.
Sin embargo, es
esencial mencionar que aunque los usamericanos y sus legisladores–títere
iraquíes tuvieron tiempo suficiente para recoger más que pruebas
forenses suficientes que incriminaran al Sr. Saddam Hussein, han sido
incapaces de hacerlo. A primera vista, las acusaciones contra el Sr.
Hussein formuladas en el tribunal son insignificantes comparadas con
las acusaciones que pueden establecerse ya contra Bush o Blair. De
forma obvia, lo que es verdad sobre Saddam es aplicable al otro
‘especie de Hitler’: Milosevic. Por ahora, como sabemos, se han
llegado a establecer muy pocas pruebas para acusar al anterior
dirigente serbio, un hombre que nos fue presentado repetidamente como
un asesino masivo. De nuevo, estoy muy lejos de ser crítico aquí, sólo
sigo los procedimientos legales contra estos dos ex tiranos ‘al
estilo de Hitler’.
Aquí nos encontramos con la belleza y
la fuerza de la creencia religiosa. Siempre florece en las regiones de
la ceguera. Efectivamente, puedes amar a Dios mientras no puedas
verle. Puedes unirte a la fiesta y odiar a Saddam mientras sepas muy
poco sobre él y sobre Iraq. Adorar y odiar son por igual tendencias
ciegas. De forma parecida, la fuerza de Auschwitz se debe a su
impenetrabilidad. Auschwitz es viable en cuanto es inviable. Auschwitz
es el arbusto en llamas contemporáneo, es una contradicción. Puedes
creerlo mientras no puedas comprenderlo, mientras no tenga sentido,
mientras se escape a la contemplación. Como un Arco Sagrado, lo
seguirías en el desierto sólo porque no puedes entenderlo. Auschwitz
es el secreto sagrado sellado de la emergente religión
anglo–usamericana. Es la cara nunca vista de Dios, entregada bajo la
forma de relatos personales. Una vez que lo cuestionas, desafías el
futuro de la vida anglo–usamericana sobre el planeta. Una vez que
cuestionas Auschwitz, te conviertes en un Anticristo contemporáneo.
En lugar de hacer eso, se te recomienda especialmente que te
arrodilles y apruebes la recién surgida mitología del arbusto
ardiendo.
Historia
Dentro del aparato ortodoxo judío, la
historia en general y la historia judía en particular son totalmente
redundantes. Simplificando, no hay necesidad de tanto esfuerzo
intelectual, la Biblia está ahí para especificar los parámetros del
pensamiento judaico. Hablando judaicamente, Saddam, Chmelnisky, Hitler
e incluso Arafat no son más que una simple repetición del horrendo
Amalek Bíblico. Usando la Biblia, no hay necesidad de cuestionar la
validez forense y empírica de zarzas ardientes y el Arca de la
Alianza. La creencia judía se basa en la aceptación ciega. Amar a
Dios es obedecer sus mandatos. Ser judío es no cuestionar jamás los
fundamentos. Aparentemente, no hay Teología Judía. En cambio, los
judíos tienen su Talmud: una colección de leyes y reglas. Esta
percepción no es nada estúpida. Es lógica y consistente. Si Dios es
una suprema identidad trascendental que excede cualquier noción de
espacio y tiempo, entonces el ser humano está condenado a no
comprenderlo de todos modos. De esta manera, más que filosofar sobre
fundamentos, los Rabinos están más enfocados en regulaciones. Están
ahí para decir qué es Kosher y quién es un pecador.
Asimismo, dentro de la recién emergente religión angloamericana,
nadie debe formular preguntas referidas al Holocausto o a la Segunda
Guerra Mundial. Además, nadie debe preguntar qué significan en
realidad la libertad, los derechos humanos y la democracia. La
pregunta de si somos o no libres es demasiado filosófica. Mejor que
sugerir una respuesta, nos enfrentamos con los iconos rabínicos de
Blair y Bush que restringen nuestra libertad, siempre en nombre de esa
sacrosanta libertad.
Dejemos fuera a los iraquíes. ¿Estamos
nosotros, los llamados Occidentales, liberados? Dentro de la nueva
religión occidental israelita, la ceguera es avanzar. A primera
vista, la complejidad de la literatura sobre la II Guerra Mundial con
sus contradicciones y discrepancias sólo ayuda a sus cualidades mágicas,
fantásticas y sobrenaturales. Es mejor que aprendamos la versión
hollywoodense de la II Guerra Mundial, y no adoptar alguna
interpretación ridícula. Así, son estas contradicciones y
discrepancias las que convierten al Holocausto en una historia humana
vívida y moldeada como una religión. Son las inconsistencias quienes
convierten al Holocausto en una ardiente zarza moderna. Seamos claros,
no podemos ver a Dios pero podemos oír de forma clara la voz de la
democracia y la libertad haciendo eco dentro de la nube de humo. Y así,
lo político es lo que queda de lo que, en algún momento, fue
personal.
Apéndice 1
Con
sus pantalones en las rodillas se puede ver a estos tres forajidos:
Irving, Zundel y Rudolf, los tres revisionistas históricos
derechistas que están detrás de las rejas. Están rodeando nuestro
sepulcro precioso, toscamente están orinando en nuestro emergente
milagro democrático. Vulgarmente, cuestionan la validez de la
literatura personal; tontamente, buscan establecer una literatura
racional, dinámica y con lucidez empírica basada en evidencias
forenses. Los tres criminales aplican métodos lógico–positivistas.
Patéticamente, siguen la tradición de Carnap, Popper y el Círculo
de Viena. Me pregunto si se dan cuenta que siguen una tradición académica
creada por una germánica escuela secular judía. Estos revisionistas
horribles apuntan a valores de verdad, reglas de correspondencia,
empirismo. ¡Qué vergüenza!, que se pudran en el infierno. No logran
ver que el Occidente ha avanzado. Escuchen, ustedes revisionistas,
perdieron el tren, ya no somos científicos, no somos siquiera tecnológicos.
Ahora somos profundamente religiosos y no somos ni siquiera teológicos
al respecto. Somos evangélicos, tomamos las cosas a primera vista y
no me pregunten por qué. Ahora somos religiosos y queremos
asegurarnos que ustedes no interfieran.
Apéndice 2
Más que sugerir una literatura histórica
prefiero concentrarme en la historia. ¿Cuáles son las condiciones de
las posibilidades de cualquier conocimiento del pasado? No soy un
historiador y no pretendo serlo. Me interesan las condiciones que
moldean la literatura histórica. En lo referido a la historia del
Siglo XX estamos atados a un cuento estricto impuesto por los
ganadores. Es cierto, la historia es el cuento de los ganadores, pero
los ganadores eran y siguen siendo los capitalistas, colonialistas e
imperialistas. Lo que se debe preguntar es ¿por qué la izquierda
europea, que tradicionalmente se opuso a estos ganadores, se inclina a
comprar inocentemente los cuentos retorcidos de estos ganadores
“colonialistas”, “capitalistas? Asumo que el hecho de que Stalin
estuviera entre los ganadores tuvo algo que ver. El hecho de que la
izquierda fuera perseguida por Hitler es otra razón. Pero la URSS ya
es parte de nuestro pasado; Stalin se ha ido y los izquierdistas ya no
son perseguidos por Hitler. La izquierda europea ahora tiene derecho a
razonar con libertad. Supuestamente ahora estamos en libertad de
re–visar nuestro conocimiento del pasado, tenemos derecho de
re–hacer preguntar y de tratar de re–resolver algunas
discrepancias mayores relacionadas con la II Guerra Mundial. No hablo
aquí de una preocupación de la verdad histórica, porque a
diferencia de David Irving y su amargado oponente académico Richard
J. Evans, yo no sé qué es la verdad histórica. Pero sí entiendo qué
es literatura y conozco lo que significa consistencia. Argumento que
no sólo tenemos derecho a revisar la historia sino que debemos
hacerlo. Y daré dos razones: A) Si la izquierda, o lo que queda de
ella, no salta en este pantano hirviente, la historia de la II Guerra
Mundial y la erudición del Holocausto quedarán en manos de la
derecha radical europea (política y académicamente). Creo que en
perspectiva, esto ya está sucediendo. Mientras los académicos de
izquierda se preocupan más en señalar a aquellos que niegan el
Holocausto, diciéndonos qué es correcto y quién está errado, son
los revisionistas quienes se adentran en un trabajado archivista
detallado, así como en un escrutinio forense. B) Aquellos que
soltaron las bombas sobre Dresde e Hiroshima nunca han parado de matar
en nombre de la democracia. Ahora están enfocados en la ocupación
asesina de Iraq y planean expandirse a Siria e Irán. Si queremos
detenerlos, será mejor que re–visitemos nuestro pasado y revisemos
nuestra imagen de la democracia angloamericana. Debemos reordenar el
siglo XX. Por un mejor futuro, debemos revisar el pasado.
Apendicitis
Está claro que, al menos desde la
perspectiva angloamericana, Hitler no era el enemigo. Stalin, el
tirano comunista, era el verdadero adversario. Hitler tenía una misión
muy precisa. Estaba ahí para destruir a los comunistas del este en
nombre de Occidente, estaba ahí para aplastar a los Rojos y así lo
hizo por un tiempo. Esto podría explicar porqué nadie en Occidente
trató de detener a Hitler en la década de los 30. Desde la
perspectiva angloamericana, el hombre bigotudo era más que bien,
tranquilo. Esto podría explicar por qué Hitler mismo no erradicó un
tercio del ejército británico en Dunkirk. ¿Por qué debería
hacerlo? Estos soldados británicos eran sus próximos aliados. Puedo
plantear que el hecho de que Hitler estuviera efectivamente sirviendo
intereses occidentales, explica por qué los usamericanos que se
unieron a la guerra en 1942 no se enfrascaron en una guerra sobre
Europa Central hasta junio de 1944. En vez de luchar contra Hitler en
el centro, combatieron en África del Norte y en el sur de Italia. La
razón es simple: querían que Hitler agotara a Stalin. No querían
poner en peligro su misión sagrada. Una vez que Hitler perdió su 6º
Ejército en Stalingrado, la percepción occidental del papel de
Hitler cambió dramáticamente.
Cuando
ya estaba claro que Hitler iba a perder frente a Stalin, era necesario
mantener a los Rojos tan lejos del canal británico como fuese
posible. Aunque los Aliados se presentaron como liberadores de
Francia, estaban en realidad haciendo incursiones con rapidez en las
playas de Normandía para detener a Stalin en Europa central. Esto
explica la devastación que los Aliados dejaron en Normandía. Los
liberadores no masacran a los liberados, aunque los angloamericanos
parecen ser diferentes.
Desde
mediados de 1943, los Aliados disfrutaron de una superioridad aérea
sobre Alemania, pero más que desmantelar al ejército alemán y sus
objetivos logísticos, se concentraron en bombardear pueblos alemanes,
matando a centenares de miles de civiles inocentes con bombas de fósforo.
Después de la guerra, se ha citado a Albert Speer afirmando que,
considerando la superioridad aérea de los Aliados, un bombardeo sobre
la infraestructura industrial alemana y objetivos logísticos hubiera
desembocado en un colapso militar alemán en menos de dos meses. Asumo
que la razón militar detrás de estos bombardeos es devastadoramente
simple. Los Aliados no querían interrumpir al ejército alemán que
luchaba contra Stalin. Mientras tanto, los Aliados tenían muchas
bombas y tenían que lanzarlas en algún lugar. Alrededor de
850 000 civiles alemanes murieron en esas operaciones militares
exterminadoras.
Los angloamericanos sí creen en atacar
los estómagos débiles de sus enemigos. Por eso los británico y los
usamericanos llegaron a la guerra con bombardeos tácticos (Lancaster,
B–17 y B24). En la filosofía táctica angloamericana, una gran
presión sobre la población civil beneficia al agresor. Esto explica
que Churchill fuese el primero en usar tácticas de Blitz (ataques
intensos), bombardeando con fuerza Berlín en agosto de 1940. Este
movimiento llevó a Hitler a tomar represalias y desviar esfuerzos Luftwaffe
de los campos sureños de Gran Bretaña hacia Londres y otras
ciudades británicas altamente pobladas (septiembre 7, 1940).
Efectivamente, fue la fría decisión de Churchill la que salvó a
Gran Bretaña de una invasión nazi (Operación León Marino). Pero no
debemos olvidar que fue Churchill quien llevó la venganza alemana a
las calles londinenses. Este dato difícilmente lo encontraremos en
los textos de historia ingleses.
Dentro de la literatura victoriosa, el
uso de bombas atómicas fue necesario para acortar la guerra. En la
literatura angloamericana, destruir con armas nucleares Hiroshima y
Nagasaki suena casi como un esfuerzo humanitario. De forma aparente,
hay un dato cronológico histórico que no logra abrirse camino en la
historia de habla inglesa. Dos días después de la bomba de Hiroshima
(Agosto 6, 1945) los soviéticos entraron en guerra contra Japón. Fue
ese evento el que llevó a los usamericanos a bombardear Nagasaki al día
siguiente. Está claro, la liquidación masiva de miles de civiles
inocentes era necesaria para garantizar una rápida e incondicional
capitulación japonesa hacia los usamericanos, y dejarlos solos.
Me inclino a creer que la literatura
del Holocausto que está impuesta con fuerza sobre todos nosotros, está
ahí para silenciar algunas interpretaciones alternativas de los
sucesos de la II Guerra Mundial. Sí, creo que si realmente queremos
detener a los angloamericanos de matar en nombre de la democracia,
deberemos re–abrir un debate genuino.
Detener a Bush y Blair en Iraq. Detener
a esos amantes de la guerra que pretenden extenderse a Irán y Siria
es una obligación. Si la historia moldea el futuro, necesito liberar
nuestra perspectiva del pasado, y no arrestar a los revisionistas,
necesitamos muchos más de ellos. Necesitamos saber seguir; debemos
reordenar el siglo XX.
Notas:
(*) Gilad Atzmon nació en Israel y
creció en una casa judía seglar. Hizo su servicio militar durante la
guerra del Líbano de 1982, la cual se convirtió en el punto crucial
que lo volvió escéptico del sionismo y de la política de Israel.
Diez años después emigró a Londres.
(**) Sinfo Fernández, Caty R. y
Ulises Juárez Polanco son miembros del colectivo de traductores de
Rebelión; Ulises Juárez Polanco es asimismo miembro de Tlaxcala, la
red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción
es copyleft.
[1]
(Zionism and other Marginal Thoughts, disponible en Counter Punch). Husserl
sugiere que es posible referirse a ‘ Evidenz ’, una forma
de conciencia directa. Según esto, es posible experimentar una
conciencia pura de uno mismo. Husserl enfatiza que una autoconciencia
individual puede transmitir una forma auténtica de conocimiento.
Martin Heidegger refutó la percepción
de Husserl; exponiendo una gran falla en el pensamiento de Husserl.
Según Heidegger, una conciencia directa es difícil de alcanzar. Los
seres humanos, argumentó correctamente, sí operan dentro del
lenguaje. El lenguaje está ahí antes de que el ser humano venga al
mundo. Una vez que entramos en el reino del lenguaje, un muro aislante
hecho de ladrillos lingüísticos simbólicos y de morteros
culturales, desbarata el acceso a cualquier “conciencia directa”.
¿Podemos pensar sin hacer uso del lenguaje? ¿Podemos experimentar
todo sin ayuda del lenguaje? Tan pronto como nombramos o decimos algo
–dentro del lenguaje– ya no podemos ser nunca más auténticos.
Parece que una conciencia auténtica comprensiva es imposible. Así,
la literatura personal, aunque plausible, no puede nunca guiar a una
“realidad auténtica”, pues está moldeada por un lenguaje
anterior a ella e incluso condiciones culturales.
[2] El izquierdista dirá, “por ser
el hijo de un superviviente, tengo más derecho a criticar al Estado
de Israel, al Sionismo e incluso la explotación excesiva del
Holocausto por organizaciones judías. Al contrario, los halcones judíos
mantendrían que es justamente por el cuento de Auschwitz, contado por
sus padres, lo que les da el derecho del proyecto Sionista, hecho para
prevenir que se repita Auschwitz.
[3] A primera vista es muy alentador
aprender que Deborah Lipstadt, la guerrera líder en la lucha contra
la negación del Holocausto, estaba urgiendo a las autoridades austríacas
para que liberaran al Revisionista Histórico David Irving. “Dejen
que el hombre vaya a casa. Ya ha estado suficiente tiempo en prisión”,
dijo ella. No pasó mucho tiempo para descubrir que lo que sonó como
tolerancia y perdón es una manipulación fría de la literatura
oficial de Auschwitz. “Me incomoda encarcelar personas por lo que
dicen”, dice Lipstadt, y hace énfasis en, “Dejen que se vaya y se
desvanezca de la atención de la opinión pública”. Estamos
autorizados a asumir que la preocupación de Lipstadt sobre la
reaparición de Irving tiene relación con la voluntad de Irving así
como a la capacidad de retar a la literatura oficial del Holocausto.
Aparentemente, los académicos rabínicos usamericanos apoyan con
entusiasmo la “libertad de expresión” sólo para sosegar a sus
adversarios.
Parece que Lipstadt no está sola.
“Si Austria quiere experimentar una democracia moderna”, dice
Christian Fleck, un sociólogo de la Universidad de Graz, “es
necesario usar argumentos, y no la ley contra los negadores del
Holocausto”. ( Artículo de la BBC:
http://newsvote.bbc.co.uk/mpapps/pagetools/print/news.bbc.co.uk/1/hi/world/europe/4710508.stm
). Esto suena como la justificación correcta que uno espera
escuchar de un erudito europeo. Pero el sociólogo austríaco no se
detuvo ahí; sin darse cuenta, presenta lo que imagina es un argumento
académico correcto: “Irving es un tonto y la mejor forma de lidiar
con tontos es ignorarlos… ¿Le tenemos miedo a alguien cuya opinión
sobre el pasado son tonterías evidentes, en un tiempo en que cada niño
conoce los horrores del Holocausto? ¿Estamos diciendo que sus ideas
son tan fuertes que no podemos debatir con él?” (Ibíd.). Creo
advertir que Fleck no es completamente familiar con la formulación lógica
básica. “Usar un argumento” no es presentar una conclusión como
premisa. La tarea académica de Fleck es demostrar más allá de la
duda razonable que Irving es, de hecho, un tonto. Esto se traduciría
en algo más sustancial que el “conocimiento común de un niño”.
Una vez más, sin referirse a la credibilidad de Irving, sin referirse
a la validez de sus argumentos, nos encontramos ante la intolerancia
occidental. Estoy de acuerdo que tanto Fleck como Lipstadt están
interesados únicamente en proyectar una imagen de tolerancia. Algo
que parezca a libertad pero que en realidad se mantenga como hegemonía.
[4] Es importante mencionar a estas
alturas que eso está dentro de la ya mencionada dicotomía donde el
presidente iraní es acusado y dejado sin más opción que apoyar lo
que es visto, por algunos, como una literatura de negación al
Holocausto. Es crucial mencionar que el presidente iraní no está
solo, muchos musulmanes y árabes sienten lo mismo. Una vez que
Auschwitz se convirtió en el símbolo de reconciliación entre judíos
y cristianos, el Islam en general y los árabes en particular son
vistos como la amenaza global universal. Son desahuciados del discurso
occidental. Como si esto no fuese suficiente, se les arrebata su
dignidad humana más elemental. Hasta cierto punto, la única forma
que tienen para evitar esto es descartar juntos al Holocausto.
“ Si se preocupan tanto por los judíos”,
se pregunta el presidente iraní Ahmadinejad, “¿por qué no los
llevan a su país?”. Aunque la sugerencia suena extraña en
principio, lleva de hecho una reconstrucción lógica y consistente
del aparato ideológico de Auschwitz, al menos desde el sentir del
oprimido de hoy. A fin de cuentas, el Holocausto es un asunto de
Occidente. Nada tienen que ver los árabes y los musulmanes con él.
El judionicidio ocurrió en el corazón de Europa. Si los europeos, y
especialmente los alemanes, están inquietos con su pasado colectivo,
podrían considerar dar pasaportes alemanes a los ciudadanos judíos
israelíes, y no dar al Ejército Israelí tres nuevos submarinos,
equipados con instalaciones nucleares. Curiosamente Alemania prefiere
la última opción. Dejaré al lector imaginar porqué.
También es crucial mencionar que los
palestinos son las “últimas víctimas de Hitler”. Nadie puede
negar lo evidente, que fue el Holocausto lo que transformó al
Sionismo de ser una ideología con aspiraciones marginales, en el
motor y justificación de un Estado nacionalista racista. Además,
nuevamente, si los alemanes se sienten incómodos con su pasado, ¿acaso
son los palestinos los que deben sufrir las consecuencias? No nos
detengamos aquí: si los palestinos son efectivamente las últimas víctimas
de Hitler, ¿por qué no tienen derecho a desarrollar su propia
narrativa Shoah?
Si estoy en lo correcto, el movimiento
único de solidaridad izquierdista, que sugiere alinearse en una
postura propalestina junto a la adoración religiosa de Auschwitz, está
destinado al fracaso. ( comentario en el Al Ahram Weekly:
http://weekly.ahram.org.eg/2006/780/op3.htm ). Las dos están
en conflicto, por no decir en contradicción. Mientras Auschwitz no se
convierta en una comprensión ética categórica, así como en un capítulo
histórico, será Auschwitz mismo el que estará en el centro de la
opresión sionista hacia los pueblos árabe y palestino.
[5] Recomendaría en este punto
re–introducir la ética kantiana. Según Kant, los requerimientos
morales se basan en una racionalidad estándar que definió como el
“Imperativo categórico”: “actúa siempre de tal manera que tu
acción pueda ser mirada como Ley Universal aplicable a todos los
casos semejantes”. El juicio moral es dependiente del procedimiento
de autorreflexión, más que de la aceptación de una regla.
http://www.gilad.co.uk/html%20files/rearrangepaper.html
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