Gaza,
las mil y una historias
Por
Cristina Ruíz–Cortina CSCAweb, 02/10/06
"Nabil Abu
Salmiya murió enterrado bajo los escombros con ocho miembros más de
su familia. Por una vez, El País [diario de Madrid] se
dignó dedicarle al evento casi una página entera. Aparte de los
nueve muertos hubo 30 heridos. Nadie sabe aún por qué atacaron esa
casa".
Nabil Abu Salmiya
murió enterrado bajo los escombros con 8 miembros más de su familia.
Por una vez, El País se dignó dedicarle al evento casi una página
entera. Aparte de los nueve muertos hubo 30 heridos. Nadie sabe aún
por qué atacaron esa casa. Mohammed El Saloul, el vecino que les
prestó los primeros auxilios, fue el que nos envió la carta que dio
lugar a la presentación de la velada de Gibralfaro.
Hoy vino uno de los
tres hijos –que quedaron vivos– del Dr. Nabil. Mohammed, con 20 años
dejó muy clara su determinación a seguir viviendo: "La separación
fue muy dura, pero no me siento en las ruinas de mi casa a llorar. Voy
a la Universidad y cuando acabe buscaré un trabajo y me casaré.
Entonces reconstruiré mi casa y a la familia Abu Salmiya".
Mohammed tiene unos preciosos ojos verdes y aunque un poco menudo, es
cualquier cosa menos una persona con aspecto débil. En su entrevista
no nombró ni a Israel ni a la Comunidad Internacional ni a nadie, no
hubo siquiera un rasgo de rencor o temor en sus palabras. Cuando me
despedí de él me sobrecogió su entereza. Dicen aquí, que en Gaza o
eres así o no sobrevives.
El día se ha ido con
trabajos, entrevistas y visitas. Fotos, muchas fotos que espero que
nos ayuden a poner cara al sufrimiento de Gaza. La última visita ha
sido cerca del paso de Karni. A lo lejos se veía una torre militar
israelí. En la carretera estaban marcados los herrajes de los tanques
y aún sobre el asfalto, los trozos de éste despedazado. Un caso
similar al anterior, otra familia, la familia Hajjaj reunida en su
casa, en una zona alta y ventilada, con una huerta de olivos. La
madre, las hermanas, los más pequeños.... preparaban una barbacoa y
tomaban el té. Un misil lanzado de un avión tuvo la indecencia de
caer donde la madre y dos hijos estaban sentados. Un misil
inteligente, cuyo chip aún se encuentra entre los restos de metralla
que la familia ha recogido como pruebas de un acto criminal y
vengativo. Entre los heridos, los niños que tardarán mucho en
recuperarse: Rani, de 12 años a quien le están reconstruyendo las
piernas y los brazos; Ibrahim de 10 años también con graves heridas
en las piernas y Khaled con 13 años que pasará el resto de su vida
con metralla en la cabeza. Khaled me dijo que prefería el Real Madrid
(lo siento Jose) y que quería ser médico en el futuro.
Al regreso al hotel,
vi el sol por primera vez como un signo de concordia. Por el ventanuco
que hay sobre la ventana del pasillo de la habitación se colaba un
haz luminoso y entrar en la habitación y ver el mar me confortó. Por
primera vez hoy me he dado una ducha normal, no desesperada por el
calor y me asomé a contemplar a los siempre afanosos pescadores en la
playa. Por las noches salen algunos barcos de pesca pero no pueden
alejarse: siguen bajo asedio. Hubo un intento de romper el asedio e
Israel respondió hundiendo dos barcos y asesinando a un pescador. En
Gaza 35.000 personas viven directa o indirectamente de la pesca, la
situación para ellos es también insostenible.
El mar aquí ya no es
otra cosa sino una nueva barrera: la gente ha pasado casi todo el
verano sin bajar a la playa porque los barcos de guerra estaban
apostados cerca de la costa; los pescadores no podían salir, y para
colmo de males, (en las crónicas de los desastres ecológicos nunca
figura Gaza, con sus infernales pudrideros de basuras), debe ser que
Gaza no existe para los ecologistas. Tan alarmados por las mareas
negras en otros lugares, la rotura del saneamiento de la zona sur por
los bombardeos israelíes, a principios de julio, está dando lugar a
una permanente marea negra en el sur de la Franja que mañana intentaré
fotografiar pues me llevará Anwar por la mañana.
Aquí no me dejan
sola ni a sol ni a sombra. Por razones de seguridad, apenas puedo
escaparme por las mañanas y llegar andando a la oficina que está
como quien dice a la vuelta de la esquina. En realidad hay mucha
inquietud en el ambiente y el hecho de que no se haya llegado a un
acuerdo de nuevo gobierno está exasperando los ánimos de mucha gente
que quiere, necesita, un poco de normalidad en sus vidas. Khalil me
decía hoy que las cosas más cotidianas eran muy difíciles de
encontrar, por ejemplo, el 1 de septiembre comenzó el curso para los
niños y no hubo forma de encontrar zapatos para ellos porque no entra
nada por la frontera.
En estos días
comenzará el Ramadán. ¡¡Vaya experiencia!! Creo que sólo en Ramadán
los cristianos se aventuran al atardecer a bañarse en la playa con bañadores
normales... ¿o será también una leyenda?
Los buldózeres no
saben llamar a la puerta
Desde la primera vez
que envié mi propuesta de programa, había pedido una entrevista con
Ihsam el Farra, director del silo y molino que abastece de trigo a
casi toda la Franja de Gaza. El 12 de julio, el mismo día que
asesinaron a la familia Salmeya, el ejército ocupó el granero de
Gaza e interrumpió los trabajos y la salida de trigo. El silo está
en medio de una amplia llanura en el interior de Gaza, en el
centro/sur de la Franja. Desde la terraza situada en la sexta planta
dominan prácticamente toda la zona.
Yo sabía que había
sido ocupado en julio y que se interrumpió la entrega de trigo a la
UNRWA y al Programa Mundial de Alimentación. Pero lo que no sabía es
que desde el inicio de la Intifada y hasta que salió el último
soldado y el último colono en el 2005, había estado ocupado.
El silo, que es una
empresa privada, se empezó a construir en el año 1995 y empezó su
actividad en 1999. Su producción de 250 toneladas de harina/día cayó
a la mitad a causa de la ocupación. Los horarios fueron más
restrictivos, no se dejaba funcionar al silo ni al molino durante la
noche y los cambios de turnos se hacían bajo la supervisión militar
israelí. Con frecuencia mandaban agruparse y alinearse a los
trabajadores y les pedían la identificación.
En julio los soldados
entraron allí de nuevo como si fuera su casa, pues conocían bien
cada esquina del edificio. Los programas que tenían con la UNWRA y
WFP que debían haberse cumplido en ese mismo mes, aún están por
cumplir, no sólo por la ocupación, sino por el embargo de bienes que
ha establecido Israel al impedir la entrada de trigo en Gaza. En la
frontera de Karni esperan más de 6.000 toneladas de trigo pagadas que
se acabarán pudriendo si no interviene la Comunidad Internacional.
Esta era la segunda
entrevista del día. Pero entre ésta y la siguiente surgió otra
historia por casualidad. Íbamos andando por un camino de tierra a ver
a una mujer a la que los soldados habían ocupado la casa. La mujer
viuda desde hace unos años tiene cuatro niños pequeños. En el
camino encontramos un camión y un buldozer con banderas blancas. En
el camino habíamos visto también algunas casitas con banderas
blancas. Era la primera vez que veía eso, y sobre todo me llamó la
atención que el buldozer fuera con la bandera bien visible sobre la
parte superior. Les preguntamos a los trabajadores. Nos dijeron que
los israelíes les obligaban a estar identificados y que además cada
uno de los trabajadores debía llevar un casco naranja, un chaleco
reflectante y un pantalón negro. A lo lejos, detrás de los cultivos
se veía la torre de control. Seguimos nuestro camino un poco
sobrecogidos, a campo abierto, caminando cuatro personas extrañas,
sin cascos, sin pantalones negros ¿pensarían que éramos
terroristas?
La mujer nos explicó
cómo los buldózeres no saben llamar a la puerta y simplemente te la
tiran. Le daba de comer a los niños cuando sintió el bramido del
buldozer y la puerta y parte de la pared se vino encima. Luego dió la
vuelta y como un animal enfermo y rabioso, golpeó por atrás la casa,
arrasó la pequeña huerta y luego por el otro lado, y por el otro...
Se refugiaron en el cuarto de baño del interior y gritaba que había
gente allí. Podría seguir contando sobre la arbitrariedad de los
soldados, pero para qué ¿no es suficiente saber que en esa casa vivía
una sola mujer con cuatro niños de 9 a 4 años? ¿Qué buscaban?
Finalmente los expulsaron de la casa y la ocuparon los soldados.
Cuando volvió todo estaba destrozado, lleno de basura y le habían
robado el poco dinero que tenía y las pocas joyas que dejó tras de sí
una vida llena de dificultades.
De vuelta a Rafah, me
da la impresión de que nos estamos encontrando todos los mercados del
mundo. Las calles bulliciosas llenas de gente, los puestos del mercado
antiguo, las especias, los condimentos, las hierbas típicas de las
sopas del Ramadán, las frutas de temporada, los jugosos tomates. Por
la calle los carros pequeños se hacen la competencia por pasar y los
coches estorban en ciudades que no están hechas para eso. Aquí diría
que la sociedad palestina es multiracial, si no fuera porque detesto
la palabra raza, ese invento hecho para diferenciarnos. Puedo decir
que es colorista y rica como el mercado, a pesar del embargo y la
ocupación. Íbamos a Rafah a ver una familia que el 30 de julio
recibió la "amable" visita del ejército israelí. Vinieron
a detener a alguien y como no se lo encontraron, detuvieron a otro,
ocuparon las casas de la familia Abu Snaima (casas paupérrimas en
medio del campo) maltrataron a los niños, y robaron, hecho éste que
se ha vuelto muy habitual este verano. No había ningún muerto en
esta historia, por eso al principio no entendía qué me estaban
contando, ni había prestado atención a los carteles de Jihad
Suleyman Abu Snaima de 14 años. De vuelta a Gaza, vimos por los
postes del camino la foto colgada del niño asesinado cerca del
aeropuerto el 10 de septiembre. La madre sólo nos pudo decir que su
hijo estaba sentado con su primo en la parte trasera de la casa, que
escuchó una explosión y que simplemente se encontró a su hijo
muerto. Para acceder a la casa hay que desviarse muchas veces por los
caminos de Rafah, y tomar finalmente un estrechísimo camino bordeado
de chumberas donde puebla la miseria. Malek, mi traductor, es un
hombre cultísimo con el que da gusto hablar y está siendo buen compañero
en estas andanzas. Es musulmán practicante, hace, como todos, Ramadán.
A veces se ha visto en dificultades para traducir, se quedaba mirando
las manos y luego me miraba. Creo que se ha callado muchas palabras de
horror. También creo que ambos hemos llorado. Aquí se llora pero no
se para, es lo bueno, que no se pare, que no sirva el dolor para que
te pueda más que la rabia.
Me quedan pocos días
aquí. Desde la ventana del hotel esta noche se ve y se escucha el mar
y el fuego cruzado. Hay muchos barcos en el mar. Por algún motivo
desde hace más de una hora se escucha y se ve el fuego de artillería
que viene desde el mar. Durante todos estos días los aviones han
sobrevolado Gaza, por las noches se escuchan también helicópteros y
en fin, se mantiene una estrecha vigilancia de la zona. Trasmito la
desmoralización general de la gente. ¡Qué poco hacemos desde
Europa!
En el barrio de
al–Tuffa
No deseo enviar crónicas
para la desesperanza. Al menos no para una esperanza desmovilizadora.
Ya sé que algunas cosas son fuertes, pero no creo que ocultarlas sea
la solución y yo he querido tomarme mi tiempo para ponerles caras a
las víctimas de este verano. Estoy aquí por eso, porque ha sido
demasiado lo que ha ocurrido y nadie se ha percatado. Porque una vez más
las guerras de Oriente Próximo las pierden los palestinos, aunque
ellos no tengan nada que ver. Porque la guerra del Líbano hizo volver
la cara de todo el mundo hacia otro lado y desviar los esfuerzos de la
prensa, los diplomáticos y humanitarios. Aquí la gente sobrevive con
una gran desesperanza respecto a nosotros, algo esperaban de Europa
pero no reciben más que sanciones.
Esta mañana fui a la
zona norte de Gaza conocida como Al–Tuffa. El 27 de julio y durante
cinco días, el ejército israelí hizo la incursión más dura en la
zona que se conozca. Murieron 22 personas, entre ellas una niña de
tres años. Arrasaron centenares de olivos, destruyeron 8 casas
completamente y otras 16 parcialmente, tres granjas destruidas, 6
coches, entre ellos un taxi y la fábrica de galletas del barrio
perteneciente a Hatem Kamal al–Ai.
Abdallah Ahmad
El–Sirgawi tiene 43 años y ha empezado su vida desde cero ya varias
veces. Tiene nueve hijos. La tumba de su abuelo, que está junto al
taller en esta zona hoy desolada de Al Tuffa, salvó su taller de ser
destruido. El buldozer, esta vez, se paró ante la tumba. Abdallah nos
recibe como reciben siempre los palestinos a la gente. Bajo un porche
improvisado que nos defiende del calor y de la tremenda luz de Gaza,
insiste en que tome café, aunque yo le diga por tres veces que no,
que estamos en Ramadán y que no me parece bien. Al poco aparece uno
de los hijos mayores con una tacita pequeña de humeante y oloroso café
con cardamomo que – a decir verdad – me supo a gloria, y un vaso
de agua fresca.
Después del relato
de los hechos no me extrañó haber visto por la calle las fotos de
los muertos de todas las edades, niños, adultos, ancianos, jóvenes
con uniforme de policía, incluso uno con la orla de doctor. Había
carteles con las fotos por todos lados. Nos acercábamos a al–Tuffa.
Abdallah relata que
la incursión militar duró cinco días. Cinco largos días de asedio
en los que nadie podía entrar o salir de las casas y ni siquiera
asomarse porque había francotiradores apostados en todo el barrio y
disparaban a matar. No se amilanó lo más mínimo y levantando el
dedo índice de su mano derecha, este hombre robusto y duro dijo que
retaba a todo el Estado de Israel a demostrar que desde esa zona se
hubiera lanzado alguna vez algún cohete o se hubiera atacado la
frontera. "Lo han hecho para expulsarnos, para matarnos, porque
quieren la tierra". Los vecinos se acercan, uno comenta que perdió
también cinco dunums de olivares, con el pozo y una alberca; otro
perdió su casa que fue arrasada simplemente para abrir el paso de los
tanques, y también su taxi, que estaba en la puerta. Otros nos dicen
que si son los niños culpables de algo. Los niños se arremolinan, se
sientan en el suelo, hablan entre ellos e intervienen también en la
conversación. El viento se apodera del campo ahora sin árboles y el
aire se llena de polvo que siento también en mis manos y sobre la página
del cuaderno en el que tomo las notas. También comienza a desdibujar
las verdes hojas, ya secas, de los olivos arrancados.
Abdallah le dice algo
a los niños y nos traen auriculares que tiene él de protección de
cuándo tenía una fábrica de placas de granito en la frontera de
Israel. "Mirad –nos dijo– durante los cinco días se los poníamos
a los niños para que descansaran del ruido y del horror de los
disparos, para que pudieran dormir al menos unas horas.
La otra foto no
existe. Hemos ido a otra casa donde los muertos fueron varios y la más
dura e inocente, la de la madre, que se asomó por la escalera a
auxiliar a sus hijos y la mataron. Tengo fotos de la familia, de la
casa, de la terraza donde estaban asomados, de la escalera por donde
subía la madre. Pero no hay foto de ella. En las calles se ven
carteles con tres imágenes de hombre que deben ser honrados como
"mártires" como a ellos les gusta decir, pero no existe la
foto de la madre. Y ya no es que, en su cultura, no deseen exponer la
foto de Sabah Harara de 45 años por las calles de Gaza, para que la
honren los vecinos junto con su familia, sino que no existe foto de
esta mujer tampoco. Esta vez ni siquiera han revuelto la casa para ver
si daban con alguna imagen de esa mujer. El protagonismo de los
hombres en algunos ambientes es demoledor.
El mar está hoy
revuelto. Revuelto o resuelto. Resuelto, digo a darme la noche, pues
se escuchan de nuevo disparos. Dicen que lo de anoche eran los israelíes
que quieren amilanar a los barcos palestinos, pero anoche no se movía
nadie de su lugar y al final, después de más de una hora, cesaron
los ataques. Esto es estado de sitio total. Los helicópteros nos
sobrevuelan todo el tiempo, y hay un avión espía al que los
palestinos le han puesto nombre de mujer y que sobrevuela 24 horas el
cielo de Gaza tomando fotos de todo y controlando todos los
movimientos. En la frontera, a una le sobrecoge ver esas grises torres
militares medievales que monitorizan cada palmo del terreno. Hay un
asedio total y nadie dice nada.
Aquí siguen
preparados para lo peor....
Mi
primer día de trabajo en Gaza
La
gente dice que aquí no se pueden hacer planes de un día para otro
Por
Cristina Ruíz–Cortina
CSCAweb, 22/09/06
"La mujer que
amamantaba su bebé en la puerta de su casa mientras veía a los otros
pequeños jugando en el columpio y que murió de golpe con tres de sus
hijos por la metralla, era una hermosa mujer de 33 años"
Siempre que vengo aquí
siento una enorme alegría, pero ayer, cuando me dijeron que podía
pasar se me cortó la alegría pronto cuando vi tres palestinos que
podían llevar siglos esperando en la frontera para poder entrar en
Gaza. Me miraron con los ojos de quienes saben que hay quien tiene
quien les ampare y hay quien está desamparado; que hay quien tiene
algunos derechos y hay quienes no tienen ninguno. Me sentí fatal y me
acordé de los miles de palestinos que esperan al otro lado, en Rafah,
a que una orden arbitraria les permita entrar. Luego en Gaza, la
desesperación de la gente es patente, ya no esperan nada, dicen, solo
ir a peor y peor. No sé cómo se puede estar peor si no hay luz en
Gaza (apenas unas horas y según las zonas) y hay carestía de casi
todo; la gente se manifiesta constantemente porque no tienen trabajo y
los que trabajan porque no cobran. Aquí nadie tiene derecho a llenar
una pequeña piscina de plástico para los más pequeños de la casa,
ni a encender un ventilador, casi ni a salir porque por las noches
esto es como la boca del diablo, todo tan oscuro...
Mi primer día en
Gaza ha ido bien y comienzo a ponerle caras a las víctimas. La estadística
comienza a implicar un poco de desgarro. La mujer que amamantaba su
bebé en la puerta de su casa mientras veía a los otros pequeños
jugando en el columpio y que murió de golpe con tres de sus hijos por
la metralla, era una hermosa mujer de 33 años, hermosa aún con el pañuelo
negro rodeándole una cara dulcísima. La pobreza extrema es casi el
denominador común de los casos que veo, de la gente con la que me
entrevisto. Aparece la Gaza hecha de hojalata, los suelos de arena,
arena y más arena; los pasadizos interminables de Jabalya y Beit
Hanun, y la cruel y permanente presencia de la muerte gratuita y
arbitraria. Todos tienen historias que contar, todos metralla
almacenada en las casas de los últimos bombardeos, todos señales en
la piel y todos un pasado que fue algo mejor.
Jabalya es una jungla
animada donde las rotondas de tráfico están rodeadas no por vallas,
sino por las correas de los tanques arrebatados a los israelíes. Es
una jungla armada; como casi todos los campos de refugiados. Parecería
que bulle si no fuera porque el movimiento de la gente es más
simulado que real, porque no hay nada que comprar, ni dinero para
hacerlo, ni electricidad para conservarlo. Pero aún en este infierno,
cuando te acercas a una casa te ponen un café, te compran un
refresco, te preparan un té. Te acogen, debajo de la higuera o de las
moreras, en unas sillas desiguales, unos pequeños vasitos, pero es la
hospitalidad la que vela por estos encuentros. No tienen nada, pero te
lo dan, te dan su tiempo, sus palabras, tienen fe de que aún las
palabras no se las lleve el viento, en que sirva para algo. Yo siento
vergüenza, un poco. Les prometo que hablaré de ellos, pero qué poca
cosa es cuando la miseria y la muerte ronda cada una de las casas y
las cunas de los niños.
Soporto ahora el
calor mejor que en junio. Gracias a que hay un generador en el hotel,
puedo tener luz en la habitación y conectar mi ordenador; pero el
aire acondicionado es otra cosa. Hoy venía sofocada después de más
de cinco horas en los campos de refugiados del norte, y en el hotel
puedes encontrar agua fresca y un poco de brisa marina. Mañana saldré
temprano. He comenzado esta tarde las crónicas de la gente de Gaza y
las fotos están bien, pero de ahí a ir enviándolas hay un trecho,
pues tengo que consultar constantemente otros documentos, contrastar
la información, completar algunos datos y todo ello me va a tomar su
tiempo. Pero en este sentido estoy muy contenta, creo que puede salir
bien.
Mañana más, seguiré
por el norte y luego tendré algunas entrevistas en Gaza. He quedado
con un escritor y también voy a ver mujeres líderes del movimiento
de los presos palestinos, a otra que fue un escudo humano en manos
israelíes, a una familia a la que el ejército le ocupó la casa...
en fin... y también hacer fotos, fotos, fotos. Impresiona en Gaza su
similitud con los paisajes desolados de las más pobres ciudades de África,
se va alejando del resto de Cisjordania a pesar de todo, va hundiéndose.
La gente necesita que
se venga, necesitan vernos, necesitan saber que nosotros sabemos de su
existencia. Una vez más, las guerras de Oriente Próximo las pierden
los palestinos
La
gente dice que aquí no se pueden hacer planes de un día para otro
La gente dice que aquí
no se pueden hacer planes de un día para otro. Y eso también me
afecta a mí. Los planes que se hacen unos días, ya no sirven para el
siguiente y me parece que cada día va a ser distinto. A las 8 de la
mañana estaba en PCHR con Jehan preparando la agenda del día. Con
esos cafecitos tan ricos que preparan con cardamomo, repasamos el
diario y cerramos las entrevistas. Primero en Gaza, sobre un tema de
Beit Hanoun. El caso era muy duro, utilizar a niños como escudos
humanos, y atacar las casas hasta destruirlas. ¿Hablará? Le pregunté
a Jehan. Sí, me dijo, es una mujer fuerte, habla inglés
perfectamente, no necesitas traducción y ella trabaja con nosotros a
veces.
Pero Azza Ezzat no
estaba dispuesta a hablar aún. Con 44 años, divorciada, cuatro
hijos, había tenido que cambiar de trabajo pues la asociación de
mujeres que llevaba en Gaza no recibía fondos suficientes y tuvo que
cerrar. Ahora trabaja para Ramattan, una agencia de noticias, en Gaza.
Azza me recibió en su despacho en una alta planta desde donde se
divisaba casi toda Gaza. Buen lugar para conocer de dónde vienen los
golpes. Su casa había sido destruida el 17 de julio después de
sufrir la ofensiva más fuerte de Beit Hanoun y ver cómo el ejército
de ocupación israelí utilizó a dos de sus hijos como escudos
humanos. Azza no sabía donde mirar, le temblaba la voz, "no
puedo hablar aún", me dijo. "Fue el peor día de mi
vida". Mis hijos vomitaban y se orinaban de miedo que tenían,
gritaban y gritaban pero no parecía que a los soldados les
preocupara". Salvaron la vida de milagro, ese mismo día el ejército
israelí asesinó a 7 personas, hirió a 30, utilizó 14 viviendas
como enclaves militares, atacó varios centros escolares de la UNRWA,
y fueron derribados los muros de la clínica, del campo de deportes y
del cementerio. Lo dejamos, nos veríamos más adelante, hablaríamos
del futuro. Pero la mirada se le perdía "¿qué futuro?"
Azza estudió Empresariales, Desarrollo y Derechos Humanos en la
Universidad de Birzeit, ahora su hija tiene que estudiar en Jordania,
pues ir a Birzeit supondría varios años sin verla.
En mi itinerario por
Beit Hanoun pude ver y fotografiar todo eso, las viviendas demolidas y
el puente que une Beit Hanoun con Jabalya. Pude ver mucho más, porque
el paisaje es un vivo espejo de la destrucción sistemática y
gratuita, Beit Hanoun es, todo ello un crimen de guerra.
El 15 de agosto le
tocó a Mohammed Hussein Mohammed Ouda, de 64 años. También en Beit
Hanoun. Mohammed tenía una familia de 14 personas y una vivienda
amplia que compartía con una tienda a la que llamó "Peace
Supermarket". Por su aspecto pulcro y sereno, todo vestido de
blanco, no me extrañó que me dijera que su vida era ordenada y que
buscaba el mismo orden para sus hijos. "Cada mañana mis hijas
pequeñas venían a despedirse antes de marchar a la escuela. Me daban
un beso y yo les preparaba algún bocadillo y monedas para el día".
Mohammed nos puso un té en la calle, a la sombra de una casa. Por
delante teníamos los restos de la suya. "Llamaron a mi hijo y le
dijeron que desalojáramos la casa que iban a bombardear. Como no estábamos
seguros, no la desalojamos de manera inmediata, y de pronto me llaman
a mí. ¿Cómo sé quienes sois? –les dije– y ellos me dijeron
ahora lo verás, y aparecieron los aviones. Toda la familia y toda la
zona se desalojó. Sobre la casa tiraron dos bombas; los pilares de
hormigón salieron despedidos y golpearon otras casas vecinas. La casa
se desplomó hacia atrás. Cuando nos acercamos para ver qué había
pasado y qué podíamos recuperar con la ayuda de los vecinos, el teléfono
volvió a sonar. "No entréis, –nos dijeron– vamos a
bombardearla de nuevo" Se ve que no fue suficiente destruirle la
casa, aún querían que nada de ella pudiera ser recuperado.
El 2 de septiembre
Ismail Abu Odeh, alertado por los disparos salió de su casa a ver qué
pasaba. Le dispararon en la cabeza. Su hijo salió entonces para
prestarle auxilio, pero una unidad del ejército israelí camuflada le
disparó también. Las hijas Hanan y Azhar de 16 y 17 años salieron
horrorizadas tratando de socorrer a su familia, pero los disparos las
disuadieron y cayeron heridas a la puerta de la casa. Hoy iba a
visitar a la familia de Abu Odeh, pero en la puerta de la casa nos
encontramos con el velatorio de Hanan, la hija de 16 años a la que
llevaron al hospital después de que el ejército permitió que se
desangrara durante dos horas junto a la puerta de la casa. Hoy no era
día para hablar en la familia Abu Odeh.
Huda Ghalia, Hanan
Odeh, Salek Ibrahim Maher, todos ellos menores de edad, vivían en el
mismo barrio. Desde la casa de uno se ve la del otro. Y entre mi
mirada y las de ellos montones de escombros, basuras, miseria. Apenas
nacer para vivir en la miseria y ser asesinados en el más cruel
anonimato, ante la mirada impasible de la comunidad internacional.
Esta tarde hablaba
con Muna. Muna tiene tres hijos pequeños. Me decía que cuando ella
era pequeña Palestina no existía en los libros, pues en Gaza las
leyes, los libros de texto y el orden los ponían los egipcios. En los
libros solo se hablaba del esplendor egipcio y de los faraones. Por
otro lado, los ejemplos que se ponían en los libros eran sexistas.
"Ahora todo ha cambiado, ahora dicen 'Mamá está escribiendo,
Papá prepara la comida' y hablan, hablan y hablan de Palestina".
Ruru (su hija de cinco años) le pregunta dónde está Jerusalén y
Ramalla, ciudades que tardará muchos años en conocer, si tiene
suerte. "Mira, ahora los libros hablan de Palestina pero
Palestina cada vez existe menos, cada vez hay menos esperanza; ¿Qué
le digo a Ruru cuando me dice que quiere ir a Jerusalén, la capital
de Palestina?"
Gaza
está olvidada
Por
Cristina Ruíz-Cortina
CSCAweb, 28/09/06
"(...)
bombardearon la red de saneamiento de varias ciudades del centro de
Gaza. Desde entonces y hasta ahora cientos de metros cúbicos de aguas
fecales negras se vierten al agua sin más, tiñendo las olas de negro
y haciendo imposible la pesca o el baño".
Es viernes, así que
para hoy no había visitas programadas, pero sí sesión de fotografías.
Issa Saba de la Asociación Cana'an y Anwar de PCHR me acompañaron
toda la mañana por la ruta de los puentes rotos. Podíamos llamarla
así, pero no es nada romántico ni turístico ni tiene nada que ver
con la ruta de los pueblos blancos en Andalucía. Era la ruta sórdida
de la destrucción de las infraestructuras civiles en Gaza que tuvo su
mayor auge en la última semana de junio y primera de julio. También
vimos la central eléctrica de Gaza que intentan a toda prisa
reconstruir. Y la destrucción del sistema de saneamiento de Nusairat
y otras ciudades que suman en total unas 80.000 personas.
Las imágenes de los
puentes son terribles. Enseguida se habilitó un paso alternativo en
cada uno de ellos. La reconstrucción va a tardar porque los golpes
han afectado a las estructuras fundamentales de los mismos y ahora no
parece que entre ni hormigón por el paso de Karni ni ayuda exterior
para hacerlo. Gaza está olvidada.
Más impresionante
fue la visión de la playa negra. El mismo día de finales de junio
que bombardearon los puentes principales, bombardearon la red de
saneamiento de varias ciudades del centro de Gaza. Desde entonces y
hasta ahora cientos de metros cúbicos de aguas fecales negras se
vierten al agua sin más, tiñendo las olas de negro y haciendo
imposible la pesca o el baño. Nadie habla de esa catástrofe ecológica,
que se va consolidando y empeorando cada día que pasa y nadie lo
remedia. Casi a los tres meses ya de su destrucción. La playa, hermosísima,
estaba desierta. Recordé el emotivo relato que hace Luis Reyes Blanc
en su libro "Viaje a Palestina" cuando cuenta el momento en
el que Israel decidió levantar el asedio a la playa y permitió a la
población palestina bajar a bañarse. Palestina era una fiesta. Este
verano las playas han vuelto al rito del asedio. A lo lejos un barco
militar israelí asecha; en la orilla un olor terrible y una sensación
de impunidad y de abandono inmensa. ¿Es que a nadie le importa? ¿No
son acaso las aguas mediterráneas como aguas comunales por las que,
al menos aunque solo fuera por ello, deberíamos cuidar? Bajo el
puente de Wadi Gaza se refugian los corderos y los pastores, y corre
un lento río de aguas negras que vuelve negras las olas.
Hubo también una vez
un parque, que fue construido con fondos europeos en aquellos años
que se hablaba de proceso de paz, mientras que se construían
asentamientos a ritmo frenético y se seguían sembrando las tierras
con sangre palestina. En esos años se construyó para la población
de Nusairat un parquecillo que bordeaba Wadi Gaza. Allí están los
bancos de madera aún intactos y cuidados, las papeleras, los
columpios los árboles de jardín y el campo de fútbol. La falta de
inversiones se nota, pero ahí estaba ese espacio fresco. Hoy resulta
irónico pensar que a dicho parque se le había dado el rimbombante
nombre de "Wadi Gaza Natural Protection Garden" porque los
ataques aéreos han destrozado toda la red de saneamiento y allí
mismo salen las aguas a la superficie inundando, en el verdadero
sentido de la palabra, todo el parque al que han convertido en un
trozo de tierra insano que no puede ser utilizado por la población.
Para dar con él y el brote de aguas negras me tuve que escapar de la
vigilancia de Issa y Anwar, no me podía creer lo que entreveía entre
los árboles que separaban el parque del puente bombardeado que habíamos
ido a ver.
Cuando he llegado al
hotel me he puesto como loca a buscar en internet si Greenpeace había
hecho alguna declaración al respecto o si la Organización Mundial de
la Salud siquiera había alertado de la crisis ecológica y de los
peligros generales para la salud y la contaminación de huertas,
alimentos y por supuesto, de la playa. No he encontrado nada. Y hace
tres meses que las tierras y las aguas.
Agradecería que
alguien me ayudara; si es cierto que alguna organización ha hecho
algo, o pretende hacerlo, o a dispuesto fondos para acabar con este
problema, que me lo diga, y me retractaré de mi rabia y de mi
impotencia, pero hoy, por no encontrar, ni he encontrado a Palestina
en la lista de países de la Organización Mundial de la Salud. Y por
supuesto Greenpeace-Israel se preocupa de sus problemas de contaminación,
pero no parece importarle la huella que van dejando en los Territorios
Palestinos la ocupación y los ataques militares.
¿Llevo
una semana en Gaza?
Acaba de comenzar el
muecín "Allah hu akbar, Allah hu akbar". Miro por el balcón
del hotel y compruebo que acaba de ocultarse completamente el sol. La
gente ahora en Gaza rompe el ayuno con las familias, y en la terraza
del hotel no hay nadie. Es Ramadán. En el mar las barcas palestinas
acaban de encender las luces, y al fondo un enorme barco militar
israelí que lleva plantado allí desde junio (por lo menos) también
lo ha hecho. Sincronías entre el ocupante y el ocupado. Una luna finísima,
casi un hilo, cuelga del horizonte aún iluminado. Para todos igual.
Cuando iba esta tarde
con Anwar al campo de refugiados de Beit Hanoun pensaba por qué a
veces me cuesta tanto borrar una imagen de mi cámara a pesar de
haberla copiado en el ordenador. Por algún motivo no quise borrar hoy
la sonrisa del niño de 13 años que nos encontramos ayer en Rafah, ni
el rostro atormentado por las incertidumbres de su madre. Por algún
motivo dudé en borrar el dibujo infantil que colgaba aún de la casa
bombardeada o la paloma que se posó sobre la ventana que se abría al
sol y al muro que separa Gaza del mundo. Rafah se ha convertido ya en
un pasillo de seguridad lleno de escombros o de balcones heridos
mortalmente por la metralla. Sobrecoge la pertinaz presencia de la
gente en las ruinas de las casas, sobrecoge porque lo que les retiene
es la voluntad de no volver a ser refugiados, porque no tienen donde
ir. Y reconstruyen con urgencia algunos muros y limpian las ruinas y
vuelven a colgar plantas de los balcones. Pero estos barrios no son ya
los que recorrimos las delegaciones andaluzas que visitamos Gaza hace
unos años, esos, ya han desaparecido completamente y en su lugar, las
montañas de escombros se cubren de arenas que facilitan el olvido y
la impunidad.
Ya hay quien, como
Nagam, nace y crece en los lugares más insospechados, como son los
vestuarios de un campo de fútbol. Nagam tiene tres años y medio y
está acostumbrado a amanecer y ver la pradera verde del campo de fútbol
y su lugar de juegos favorito son las gradas que sirven de cubierta a
su casa. Su padre ahora es el coordinador del Comité de afectados por
la destrucción de viviendas y dice que finalmente han encontrado unos
terrenos y que tienen compromisos para construir viviendas. Pero es
que ahora ya no entra nada desde la frontera, no hay cemento ni
materiales. Gaza está cerrada por decreto (o mejor, por pura
arbitrariedad).
Pasamos por la
carretera de la costa que une Shati y Jabalya. Y en Beit Hanun, cerca
de la frontera, están las ruinas de la casa de Abdelrahman Salem. Debía
ser una hermosa casa, con un pequeño patio, tres plantas, enredaderas
de olor junto a la puerta de la casa y un amplio -aunque peligroso -
horizonte al que mirar. A él también le llamaron por la noche. Los
bombardeos, se ve, es mejor que sean nocturnos, aunque haya que
perturbar el sueño de los niños, aunque la nocturnidad sea un
territorio donde se alimentan los fantasmas y - en esta tierra - las más
duras realidades. A él le dieron el tiempo justo para salir y sacar a
su familia y cumplir con la orden de avisar a sus vecinos.
Abdelrahman, refugiado nacido en Beersheva, ha trabajado 35 años para
la UNRWA. Según él, Israel solo quiere aterrorizar a la población y
provocar una huida masiva, como en otras guerras.
Según él no se irán,
esta vez no se irán. No le quise decir que hay una encuesta que dice
que hoy el 45% de los palestinos se quiere marchar, porque ya no
aguantan más, porque no hay esperanza para ellos, ni seguridad.
Porque todo está cerrado, porque carecen de alimentos, de
electricidad, porque las aguas fecales inundan sus barrios, sus
parques, sus playas. Y porque tanto delegado internacional que viene
por estas tierras, finalmente no sirve para nada.
No se lo quise decir
porque no me hubieran salido las palabras en ese momento y le dejé
hablar de su infancia, de sus trabajos, de su vida... vive en una
tienda de campaña y está hecho de la madera del 55% que quiere
quedarse a defender su tierra.
De vuelta al hotel
todo me parecía tan excepcional, tan especial, la luz, los niños, y
el puente improvisado entre las dos aceras por donde saltaban los niños
para eludir las aguas sucias que corren por las calles hacia el mar,
las olas, aquí también negras, los restos de los barcos, la luz, las
plantas que crecen o languidecen, los sombríos pasadizos del campo y,
de nuevo, los restos de los tanques componiendo los jardines de
Jabalya, que no sé por qué me eché a llorar. Y lo peor es que en
ese momento hubiera necesitado una buena cerveza fresca o un baño en
el mar... ¡¡¡ambas cosas tan lejanas y difíciles en Gaza!!!
No
me tapo la cabeza, pero me baño vestida...
Anique pertenece a
una organización internacional que tiene bastante presencia en Gaza y
en general en otras partes del mundo. Es la primera vez que visita
este infierno y es mi vecina en el hotel. Hoy ha llegado a la conclusión
de que estaba fatal de la cabeza. Hoy ambas hemos tenido un día
fatal, empezando porque nos despertaron a las seis y media de la mañana
disparos en la playa. Al principio y sin querer abrir los ojos, pensé
que era mi puerta que se había quedado abierta y estaba dando golpes,
hasta que de pronto me di cuenta que eran disparos. Esta tarde ha
llegado el corresponsal de la BBC, Alain Jhonston, pero anoche quizás
estuviéramos las dos solas en el hotel. Nuestras habitaciones dan al
mar y debió ser cómico ver dos cabecillas asomadas entre las
cortinas porque el camarero que estaba en la terraza se echó a reír
y nos hizo un gesto como de que no pasaba nada. Yo pensé que el gesto
me lo hacía a mí, pero esta noche mientras cenábamos con un
traductor, nos dimos cuenta de que habíamos respondido igual y me
imaginaba las dos cabezas asomando púdicamente detrás de las
cortinas.
No pasaba nada, pero
tampoco es forma esa de despertarse. En fin bajé a desayunar temprano
y sorprendí a decenas de cangrejillos corriendo por la playa, unas
arenas tan blancas y el agua tan transparente que no pude evitar
decirle al camarero que ojalá me pudiera bañar. "Esta
tarde" me dijo, "mientras rompemos el ayuno de Ramadán, no
habrá nadie en la playa".
Me fui a mis
entrevistas. Las mañanas se hacen tremendas de duras y largas. Malek,
mi traductor, es un cielo de persona que además sabe muchísimo de
historia y de política y me distrae entre unas entrevistas y otras.
Creo que ya me ha visto llorar dos veces y él mismo lo pasa fatal.
Hoy la historia interminable de la familia Abu Odeh destrozada tras el
asedio - de nuevo- a Beit Janoun, me llenó de angustia. Malek creo
que a veces no había o no podía hacerles algunas preguntas a las
mujeres. En la familia murieron tres sucesivamente: el padre, el hijo
y luego Hanan, la hija de 16 años. Pedí las fotos de los muertos y rápidamente
salieron las fotos de los dos hombres, pero dos horas después, cuando
me iba de allí, seguían revolviendo a ver si encontraban la foto de
Hanan. Y no la encontraron. Ya es la segunda vez que no aparecen las
fotos de las mujeres. Azhar la otra hija que resultó herida, se
recupera con enorme tristeza. Si hay algo en común, vuelve a ser la
pobreza. Todo empezó porque en el corral que tiene la familia al lado
hecho de latas y maderas, escucharon ruidos, y pensaron que eran
ladrones, pero era una unidad encubierta del ejército israelí. Un
corral donde la familia guarda un asno, un cordero, unas gallinas. La
madre nos hizo un relato detallado. Mientras a nuestro alrededor
empezaron a congregarse vecinos y familiares y un montón de niños.
La segunda visita fue
a una familia cuya casa fue ocupada por los militares israelíes.
Desde las ventanas disparaban contra los militantes palestinos y
mientras, los habitantes de la casa amordazados y atados, les servían
de escudos humanos. No sé por qué se me ocurrió preguntarle a uno
de los asediados que en qué idioma le hablaban los ocupantes y me
respondió que en inglés y en español, para sorpresa mía. La casa
ya está restaurada de la labor de los buldózeres del ejército y de
los ocupantes, aunque después de irse los soldados arrasaron con las
cosas de valor que encontraron, incluido dinero, hecho éste que se
está repitiendo demasiadas veces este verano bajo la excusa de que es
dinero que financia el terrorismo.
A la tercera visita
decidí no ir, porque los de la Universidad Islámica de Gaza me habían
invitado y luego, por teléfono avisaron al PCHR que debía ir
completamente tapada. Me sentí fatal, le dije a Rami que la camisa
que llevaba en ese momento era de invierno y que no estaba dispuesta a
taparme el pelo ni el cuello. Que entendía que en un lugar sagrado
podía ser, pero no en una Universidad, donde se supone que vas para
abrir tu mente, no para que te impongas condiciones previas de
semejante calibre. Total, allí había caído alguna bomba, pero ya
era suficiente el dolor que se iba posando sobre mi piel con el paso
de los días. En el PCHR aplaudieron mi decisión.
Apenas tuve un hueco
para tomar un café en un lugar discreto de la oficina, pues es Ramadán
y aquí eso se lleva estrictamente y enseguida vino Rami porque Issam
Buhaisa estaba esperándome para ir a su casa. Issam es el palestino
que se pasó todo el verano en Málaga y que sólo pudo entrar de
nuevo en Gaza al inicio del Ramadán. Tiene cuatro hijos y vive en
Deir el Balag, uno de mis sitios favoritos de Gaza. Issam hubiera
querido que me quedara toda la tarde con ellos pero le dije que no era
posible ahora, que más adelante. Necesito cada día repasar las
notas, ver lo que falta, preparar las visitas del día siguiente. Y
además a veces acabo agotada mentalmente.
Cuando volví me subí
a la habitación y me di una buena ducha fría. Repasé las fotos y
las notas pero al cabo del rato recordé lo del baño en la playa.
Quería intentarlo por lo menos una vez para probar cómo es darse un
baño en las playas de Gaza, y ahora sé que es horrible. Que es
horrible porque no sientes que el agua te refresca igual, porque te
pesa la ropa, porque es un cautiverio del cuerpo, como otro
cualquiera, un castigo más a la mujer. De todas formas al poco rato
vino un chico a bañarse y también lo hizo con una camiseta y con
pantalones casi largos del todo. Sólo se quitó la camisa. Para
organizar mi escapada al mar de diez minutos, los del hotel estuvieron
vigilando que no se acercara nadie. Antes de bajar le dejé a Anique,
mi vecina la cámara. Fue entonces cuando me dijo que los españoles
estábamos fatal de la cabeza. A la vuelta pasé por su habitación
para recoger la llave y la cámara y me estuvo enseñando con la cara
demudada, las fotos horribles que le habían pasado en el hospital
Al-Auda, el de la Asociación de Juani Rismawi. Y mientras veíamos
las fotos, pobre Anique, en su primera visita a Gaza lo que se ha
encontrado, a mis pies se formaba un charco de agua salada que bajaba
de mis pantalones.
El día acabó de
pronto con un aguacero.
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Cristina Ruíz–Cortina es miembro de la Asociación al–Quds de
Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe.
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