Sudáfrica
como modelo para Palestina
Por Ali Abunimah
La Haine, 09/12/06
Traducción
de Felisa Sastre
No hay otra solución
sino vivir juntos. Israel se encuentra inmerso en un rompecabezas. Por
primera vez desde la creación del Estado, los judíos israelíes ya
no constituyen la mayoría absoluta en el territorio que ocupan.
Mientras
veía la semana pasada las imágenes de la destrucción en la franja
de Gaza, donde misiles israelíes habían asesinado a una familia
entera, como palestino podía entender los sentimientos de un
superviviente que se expresaba así: “No puedo imaginar que un día
vivamos en paz con ellos.” Pero también sé que no hay otra solución.
Cuando
se creó Israel, sus fundadores declararon que sería un Estado
ejemplar y basado en principios éticos. Para muchos judíos, era como
una milagrosa compensación tras los terribles sufrimientos y pérdidas
producidos por el holocausto nazi.
Los
palestinos experimentaron una realidad muy diferente. Israel se
convirtió en un “Estado judío” en una tierra que siempre había
sido multicultural y multirreligiosa. La expulsión y la exclusión de
los palestinos de su propia patria ha llevado a israelíes y
palestinos a una pesadilla interminable de mutuo no reconocimiento y
baños de sangre.
Durante
décadas, la opinión convencional ha sido la de que este conflicto sólo
puede resolverse con la división del país en dos Estados. Pero, a
pesar de los enormes esfuerzos diplomáticos y políticos para
conseguirlo, los dos pueblos siguen desgraciadamente muy entrelazados.
El plan de Israel de establecer colonias en el interior de los
territorios donde los palestinos quieren crear su Estado ha hecho que
la separación sea imposible.
Al
mismo tiempo, Israel se encuentra inmerso en un rompecabezas. Por
primera vez desde la creación del Estado, los judíos israelíes ya
no constituyen la mayoría absoluta en el territorio que ocupan. Hoy
hay escasamente cinco millones de judíos y cinco millones de
palestinos viviendo en la misma tierra, y la tendencia es
incontestable: en pocos años, los palestinos serán una clara mayoría.
El
primer ministro israelí, Ehud Olmert, reconocía en 2003 que: “Nos
estamos acercando al momento en que cada vez más palestinos van a
decir ‘No hay sitio en este país para dos Estados’ y “Todo lo
que queremos es el derecho a votar’. Y el día que lo consigan, lo
habremos perdido todo.” Advirtiendo de que Israel no podría seguir
siendo a la vez un Estado judío y una democracia si mantenía todos
los territorios palestinos ocupados, Olmert añadía: “Me estremezco
al pensar que las organizaciones liberales judías que han asumido la
lucha contra el apartheid vayan a liderar la rebelión contra
nosotros.”
Algunos
israelíes de extrema derecha, como el nuevo viceprimer ministro,
Avigdor Lieberman, creen que el “problema demográfico” puede
solucionarse mediante la expulsión de los no judíos. La solución
elegida por Israel, que él denomina “separación unilateral”,
encierra a los palestinos en guetos empobrecidos semejantes a los de
los poblados y bantustanes para los negros establecidos por el
gobierno racista de Sudáfrica. Las consecuencias de esta postura,
como vemos en Gaza, es una mayor desesperación, una mayor resistencia
y resistencia, que con toda seguridad son un desastre para los dos
pueblos.
La
solución de dos Estados sigue siendo atractiva y confortadora por su
evidente simplicidad y carácter definitivo pero, en realidad, ha
quedado demostrado que es insostenible porque ni los israelíes ni los
palestinos están dispuestos a renunciar a gran parte de un país que
aman. Enfrentados a este callejón sin salida, un pequeño pero
creciente número de israelíes y de palestinos están explorando una
vieja idea que durante mucho tiempo ha estado dormida: ¿Por qué no
tener un único Estado en el que los dos pueblos disfruten de los
mismos derechos y beneficios y de libertad religiosa? Pero mucha gente
rechaza esta idea como un sueño utópico.
Alister
Sparks, el legendario editor del periódico antiapartheid Rand Daily
Mail, observaba que el conflicto en Sudáfrica recordaba
fundamentalmente a los de Irlanda del Norte y Palestina–Israel
porque todos ellos implicaban “dos nacionalismos étnicos”
inmersos en una rivalidad irreconciliable por la “posesión de un
mismo territorio.” Aunque actualmente la perspectiva de “un solo
país laico compartido por todos” parece “impensable”, no hay
que olvidar que semejante solución parecía muy improbable en otra época
en Sudáfrica. Pero “eso es lo que hicimos.” afirma Sparks: “sin
ningún negociador internacional y sin apretones de mano en el césped
de la Casa Blanca.
“Está
claro que los palestinos e israelíes no deberían limitarse a tomar
como modelo la nueva Sudáfrica, sino que tendrían que esforzarse en
establecer sus condiciones particulares, entre ellas los mecanismos
que garanticen la autonomía en las cuestiones que les atañen, y en
asegurar que ningún grupo pueda dominar a los otros. Habría por
delante una dura tarea para curar las terribles heridas del pasado
pero una solución semejante ofrece la posibilidad, por primera vez,
de que Palestina–Israel pudiera convertirse en un lugar seguro donde
israelíes y palestinos se acepten mutuamente. Puede ser un camino
arduo pero en el actual callejón sin salida no podemos permitirnos
desechar cualquier rayo de esperanza.
.– The
Chicago Tribune/ZNet, 13 de noviembre de 2006.
|