¿Aún es
posible un estado palestino?
Por Danilo Zolo
Il Manifesto,
07/12/06
Rebelión,
11/12/16
Traducido por
Gorka Larrabeiti
A principios de
los años sesenta tuve la suerte de conocer y entrevistar en Florencia
a Martin Buber, uno de los filósofos europeos más importantes del
siglo pasado. Judío, de orientación existencialista y socialista,
estaba considerado el padre espiritual del nuevo Estado judío. Su
figura hierática y su porte austero infundían el respeto que se le
debe a un gran pensador, cargado de sabiduría y edad.
Buber disentía
de la ideología sionista, pues sostenía que el retorno del pueblo
judío a la “Tierra prometida” no debía conducir a la construcción
de un estado étnico–religioso reservado a los judíos. La patria
judía debía ser un espacio abierto también al pueblo palestino. La
convivencia pacífica entre judíos y árabes no se obtendría jamás
creando un estado confesional que obligara a los nativos a abandonar
sus tierras. La paz tampoco quedaría garantizada, según Buber,
mediante la formación de dos estados, uno judío y el otro islámico,
tal y como habían recomendado las Naciones Unidas desafortunadamente
en 1947. La vía de la paz pasaba por una relación de cooperación
federal entre los dos pueblos, sobre bases paritarias, en el seno de
una estructura política unitaria. Para alcanzar esta meta hacía
falta que los judíos emigrados a la tierra palestina se sintiesen
semitas entre semitas y no representantes de una cultura distinta y
superior, según los esquemas del colonialismo europeo.
Martin Buber,
pese a su autoridad, no fue escuchado por los líderes sionistas.
Menahem Beguin, Chaim Weizman y Ben Gurion sostenían que la tarea de
los judíos era reconstruir desde los cimientos y modernizar un
territorio semidesierto y retrasado. El Estado judío debería excluir
toda relación, salvo las de carácter subordinado y servil, con la
población autóctona. Y fue en nombre de esta lógica colonial como
en 1948 comenzó el éxodo forzado de grandes masas de palestinos
–no menos de 700.000– por culpa del terrorismo de organizaciones
sionistas como la Banda Stern y el Irgun Zwai Leumi, célebre por
haber arrasado el pueblo de Deir Yassin y exterminado a sus 300
habitantes. Se dio inicio así a la que hoy un prestigioso estudioso
israelí –el historiador Ilan Pappe– llama “la limpieza étnica
de 1948”.
Según Pappe,
la limpieza étnica, emprendida en marzo de 1948 con el Plan Dalet, no
se ha detenido nunca más. Hoy todo ell pueblo palestino está
oprimido, humillado, sumido en la pobreza y sometido de una violencia
despiadada. En Israel la limpieza étnica se ha convertido en una
ideología de estado, pues es el credo sionista el que lo impone. Si
ya a finales de 1948 Israel ocupaba gran parte de la Palestina bajo
mandato, hoy la ocupa al 100% tras haber invadido militarmente y haber
colonizado aquel exiguo 22% que había quedado a los palestinos.
La depuración
étnica se ha ido acompañando con demoliciones de miles de casas, con
la intrusión de imponentes estructuras urbanas en el área de la
Jerusalén árabe, con la tala de cientos de miles de olivos y
frutales. Paralelamente ha continuado la expansión de los
asentamientos judíos en Cisjordania –los colonos son ya más de
400.000–, la construcción de decenas de carreteras reservadas a los
colonos, la depredación de las reservas hídricas, la instalación de
cientos de puestos de control (más de 700) y el encarcelamiento o el
asesinato “selectivo” de líderes políticos.
Y a todo esto,
por voluntad de Sharon, se ha añadido la “barrera de seguridad”,
que ha encerrado las comunidades palestinas de Cisjordania en
prisiones al aire libre. Hoy el gobierno racista Olmert–Lieberman se
exhibe con matanzas de mujeres y niños, sobre todo en Gaza, donde las
condiciones de vida de un millón y medio de personas son actualmente
desesperadas, como ha demostrado recientemente, mediante un análisis
escalofriante, Sara Roy.
La idea de que
hoy sea aún posible la formación de un Estado palestino –sostiene
Ilan Pappe– es una ilusión patética o una cruel impostura. Los
efectos de la limpieza étnica son irreversibles: jamás un Estado
palestino nacerá sobre las ruinas de Gaza y Cisjordania. La única
perspectiva, altamente problemática pero sin alternativas, es la de
un Estado palestino–israelí, laico e igualitario. Se ha de pensar
en una formación política pluralista en la que todas las comunidades
palestinas, incluidos los “árabes israelíes” de Galilea y los prófugos
hoy dispersos por Líbano, Siria y Jordania, gocen de plena soberanía
estatal.
Esta idea
“buberiana” se está consolidando entre los intelectuales judíos
ilustrados, no sólo en Israel. La comparten estudiosos de prestigio
como Jeff Halper, Virginia Tille o Sara Roy y parece que tiene eco
entre la población palestina. A pesar de todas las objeciones justas
y posibles, nadie debería dejar de lado expeditivamente la
perspectiva federal, volviendo a repetir sin descanso el sonsonete de
los “dos pueblos, dos estados”.
Sea como sea,
lo que parece cierto, tras el fracaso de todo tipo de acuerdo, es que
la paz no será posible mientras dure la ocupación . Sólo una
retirada incondicional israelí de las áreas ocupadas en 1967 puede
abrir paso a negociaciones que den algún fruto. El final de la
limpieza étnica es la primera condición para el inicio de un
recorrido de paz. Es asimismo la condición para que los judíos que
viven hoy en Israel tengan el derecho de pedir a los palestinos y al
mundo árabe–islámico que se les acepte como parte integrante del
Oriente Medio.
Pero para
obligar a los líderes sionistas a dar este paso decisivo sería
necesaria una fuerte movilización internacional. Haría falta aplicar
a Israel las mismas medidas que se adoptaron contra la Sudáfrica del
apartheid. Habría que empezar con el envío de equipos consistentes
de observadores internacionales tanto a Gaza como a Cisjordania y
continuar con medidas severas como el embargo de armamento, las
sanciones económicas y el boicot de toda forma de colaboración,
incluida la académica y científica. La iniciativa debería partir
conjuntamente de los países árabes mediterráneos, de Europa y debería
involucrar a las grandes potencias regionales emergentes, comenzando
por China, India, Sudáfrica y Brasil. Tampoco las potencias geográficamente
más lejanas del epicentro palestino pueden hacer como que no
entienden –ha escrito Pappe– que todos estamos a bordo del mismo
avión, sin piloto.
.– Miembro de Rebelión y
Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
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