Sobre
los ataques al libro de Jimmy Carter “Palestina: Paz, no Apartheid”
Banalidad
y mentiras descaradas
Por
Robert Fisk
The
Independent / La Jornada, 22/01/07
Traducción
de Gabriela Fonseca
Yo
lo llamo el efecto Alicia en el País de las Maravillas. Cada vez que
estoy de gira por Estados Unidos, miro a través del espejo a una región
lejana en la que vivo y trabajo para The Independent –el Medio
Oriente– y veo un paisaje que no reconozco; una tragedia distante
que, aquí en Estados Unidos, se convierte en una farsa de hipocresía,
banalidad y mentiras descaradas. ¿Soy el gato de Cheshire? ¿O el
sombrero loco?
Compré
el nuevo libro de Jimmy Carter titulado Palestina: Paz, no
Apartheid,
en el aeropuerto de San Francisco y lo leí en un día. Es una obra
satisfactoria y sólida elaborada por el único presidente
estadounidense cercano a la santidad. Carter describe el atroz trato
que se ha dado a palestinos, la ocupación israelí, la apropiación de
las tierras palestinas por parte de los israelíes, la brutalidad con
que se trata a esta población sometida y despojada, y habla de lo que
él llama "un sistema de apartheid, con dos pueblos ocupando la
misma tierra pero completamente separadas una de otra, donde los
israelíes imponen su dominación y violencia mientras niegan a los
palestinos los derechos humanos básicos".
Carter
cita a un israelí que le dijo: "Temo que nos estemos trasladando
hacia un gobierno como el de Sudáfrica, con una sociedad dual de
gobernantes judíos y súbditos árabes con escasos derechos de
ciudadanía...". Una modificación a esta fórmula que se ha
propuesto, pero que Carter considera inaceptable es que "amplias
partes del territorio ocupado, y los palestinos, sean completamente
rodeados de muros, rejas y puestos de control, viviendo como
prisioneros en las pequeñas áreas que se les dejaron".
Huelga
decir que la prensa y televisión estadounidenses ignoraron la aparición
de este libro eminentemente razonable, hasta que los ya conocidos
cabildos israelíes comenzaron a gritar insultos contra el pobre y
viejo Jimmy Carter, a pesar de que él es el arquitecto del más
duradero tratado de paz entre Israel y un vecino árabe –Egipto– y
que se logró gracias a los famosos acuerdos de Campo David de 1978.
El
diario The New York Times ("Todas las noticias que caben" jo,
jo) se sintió en la libertad de decir a sus lectores que Carter
despertó "furor entre los judíos" por usar la palabra
apartheid. El ex mandatario respondió de manera mesurada (y
correcta), que el lobby israelí ha producido, en todas las
redacciones de medios de Estados Unidos, una "reticencia a
criticar al gobierno de Israel".
Un
ejemplo del lodo que se arrojó contra Carter fue el comentario de
Michael Kinsley, del New York Times (desde luego), quien señaló que
el ex presidente "está comparando a Israel con antiguo gobierno
blanco racista de Sudáfrica". Esto fue seguido por un
malintencionado comentario de Abe Foxman, de la Liga Antidifamación,
quien afirmó que la razón que por la que Carter escribió este libro
"es esa cínica y vergonzosa mentira de que los judíos controlan
el debate en este país, principalmente en los medios. Lo que hace que
esto sea tan serio es que no lo escribió cualquier experto o un
analista más. El es un ex presidente de Estados Unidos".
Bueno,
es claro, precisamente ese es el punto ¿no? Esto no es un estudio
hecho por profesor de Harvard sobre el poder de un lobby. Es la
apreciación de un hombre honesto y honorable que ha sido amigo tanto
de Israel como de los árabes y que además resulta ser un muy buen
estadista. Por esto el libro de Carter es ahora un best seller y aquí
quiero aplaudir, de paso, al gran público estadunidese que compró el
libro en vez de creerle a Foxman.
Y
en este contexto, me pregunto por qué el New York Times y los otros
cobardes periódicos del mainstream en Estados Unidos olvidaron
mencionar la cálida relación que tenía Israel con el muy racista régimen
del apartheid en Sudáfrica y que se supone que Carter no debe
mencionar en el libro. ¿No tenía Israel un lucrativo comercio de
diamantes con la sancionada y racista Sudáfrica? ¿No tenía Israel
una fructífera y profunda relación militar con el régimen racista?
¿Acaso estoy soñando, como si estuviera ante el espejo de Alicia,
cuando recuerdo que en abril de 1976, el primer ministro John Vorster
de Sudáfrica, uno de lo arquitectos de este vil y nazista sistema de
apartheid, visitó Israel y fue honrado con una recepción oficial por
el primer ministro israelí Menachem Begin, el héroe de guerra, Moshe
Dayan, y el futuro premio Nobel de la Paz, Yitzhak Rabin?
Todo
esto, desde luego, no fue parte del Gran Debate Americano en torno al
libro de Carter.
En
el aeropuerto de Detroit adquirí un libro aún más breve, El Reporte
del Grupo de Estudios Baker Hamilton sobre Irak, que en realidad no
estudia para nada la situación en la nación árabe, sino que ofrece
varias formas desalentadoras para que George W. Bush pueda huir del
desastre manchándose la camisa de sangre lo menos posible. Tras
conversar con los iraquíes de la zona verde de Bagdad –la zona de
los sueños sería un nombre más adecuado– se obtuvieron algunas
sugerencias valiosas (que, como era de esperar, fueron rechazadas por
los israelíes): la reanudación de conversaciones de paz serias entre
israelíes y palestinos, una retirada israelí de la meseta del Golan,
etcétera. Pero todo está escrito en la misma tesitura fastidiada de
los think-tanks de derecha. De hecho, se usa en el mismo lenguaje de
la desacreditada Institución Brookings y de mi viejo amigo, el mesiánico
columnista del New York Times, Tom Friedman: todo el discurso está
lleno de agujeros y profecías de que "el tiempo se está
acabando".
Descubrí
que la clave de toda esta tontería viene al final del reporte donde
hay una lista de "expertos" consultados por Baker y
Hamilton. Muchos de ellos son pilares de la Institución Brookings y
figura también Thomas Friedman, del New York Times.
Pero
para absurdos, nada supera al debate posterior a la difusión del
informe Baker que se suscitó entre los personajes grandiosos y magnánimos
que arrastraron a Estados Unidos a esta catástrofe. El general Peter
Pace, el muy peculiar presidente de los jefes de staff, aseguró que
en la guerra de Estados Unidos en Irak, "no estamos ganando pero
no estamos perdiendo".
El
nuevo secretario de Defensa de Bush, Robert Gates, dijo coincidir con
Pace en el sentido de que "no estamos ganando pero no estamos
perdiendo". El mismo Baker saltó a la piscina del sin sentido al
aseverar: "No creo que pueda decirse que estamos perdiendo. Pero
por la misma razón (sic) no estoy seguro de que estemos
ganando". Llegado a este punto, Bush proclamó –sí– "no
estamos ganando, no estamos perdiendo". Qué pena por los iraquíes.
Sopesé
esta locura mientras mi avión atravesaba turbulencias cuando volaba
por encima de Colorado. Entonces repentinamente comprendí que el
marcador final de este round único de la guerra en Irak entre Estados
Unidos y las fuerzas del mal ¡es un empate!
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