Una
respuesta a Uri Avnery
De
paseo por la izquierda israelí (*)
Por
Steven Friedman y Virginia Tilley (**)
Palestinian
Pundit, 24/01/07
Rebelión,
03/02/07
Traducido
por J.M. y revisado por Caty R (***)
Uri
Avnery es un cruzado de los derechos humanos devenido en venerable. Ha
luchado, escrito, publicado y organizado campañas por los derechos de
los palestinos durante unos sesenta años. Ha estado en pie en las
barricadas políticas y se ha enfrentado a las excavadoras defendiendo
a los palestinos de los abusos del ejército israelí. Sus artículos,
sus libros y su revista denunciaron la ocupación israelí de la
tierra palestina antes de que la mayoría de los "nuevos
historiadores" aprendieran a escribir. Incluso denuncia la
discriminación legalizada contra los israelíes palestinos en términos
inequívocos y ha llamado a Israel a ser "un Estado de todos sus
ciudadanos", aunque reteniendo todavía una gran mayoría judía.
Ver, por ejemplo su reciente “Wat Makes Sammy Run?” (¿Qué hace
correr a Sammy?). Como miembro fundador del grupo por la paz “Gush
Shalom” es el padrino reconocido del sionismo liberal y nadie duda
de su sinceridad al insistir en la solución de “dos estados”.
Reconociendo
todo esto, puede parecer extraño que tantas personas de las que
trabajan para llegar a una paz estable entre Israel y Palestina
consideren que Avnery está muy equivocado en algunos enfoques básicos.
La
razón proviene de sus contradicciones morales, todas demasiado
comunes al sionismo liberal: es decir, mientras toma una posición
moral firme contra los abusos racistas hacia los palestinos, de alguna
manera abandona esos mismos principios cuando reconoce que Israel
tiene derecho a conservar su "carácter judío” a expensas de
los derechos de los palestinos. De aquí que sea demasiado obvio que
sostener una "mayoría judía aplastante" en Israel para
mantener su carácter judío, requiere que Israel mantenga una gran
cantidad de prácticas racistas, tales como muros gigantes para
impedir la mezcla de los pueblos y no permitir el retorno de los
exiliados palestinos.
El
sionismo liberal que se aferra a los análisis de Avnery incurre
constantemente en esta falacia moral. Reclaman el fin de la ocupación
y encuentran la opresión a los palestinos como moralmente aberrante,
y algunos hasta sostienen que se debe acabar con la discriminación de
los árabes palestinos, pero no quieren cambiar el estatus del Estado
de Israel como estado para un solo grupo étnico -A Jews only state-.
Para que esto se cumpla no hay otro camino que mantener leyes
discriminatorias esenciales para preservar una mayoría judía israelí
y particularmente para mantener fuera a los palestinos expulsados de
lo que ahora es Israel e impedir su retorno. Desde este enfoque, el
propio estado de Israel es moralmente correcto –un "milagro”,
como dijo recientemente David Grossman- si sus líderes no hubieran
cometido la estupidez de la ocupación militar después de la guerra
de 1967.
El
resultado de este rompecabezas es el caos moral. Mientras los
descarados delirios sobre la limpieza étnica del racista Avigdor
Lieberman se consideran repugnantes, la inicial limpieza étnica que
dio lugar al nacimiento de Israel se considera aceptable, una sacudida
de violencia bélica (nunca se explica cómo) que se ha integrado
moralmente. La solución, por lo visto, no es reparar el pecado
original sino simplemente estabilizar el estatus judío, lo que se
entiende básicamente como atizar el miedo de los judíos israelíes a
ser atacados y aniquilados. Reconociendo que alguna pizca de justicia
se exige para lograr la meta de esta "paz", la propuesta del
liberal-sionista es crear un Estado palestino vecino (desmilitarizado
por supuesto, y no necesariamente dentro de la línea verde de 1948).
Hace
falta una especie de negación para sostener este enfoque, sobre todo
a la luz de recientes historias como la de Ilan Pappe en la limpieza
étnica de Palestina que demuele la fantasía consoladora de la
historia que cuenta que la limpieza étnica de Israel fue un accidente
de guerra. Esto no es sorprendente en sí mismo: los mitos
nacionalistas se desmantelan lentamente por todas partes. Pero Avnery
no entra en la categoría clásica. Él expuso los crímenes sionistas
antes que ningún otro, pero nunca ha perdido su afecto por el estatus
judío o su dedicación a preservar la mayoría judía en Israel. Sabe
que en 1948, las tropas sionistas aterrorizaron cruelmente y
expulsaron a centenares de miles de indefensos palestinos de sus
pueblos y los echaron del país, pero está convencido de que el
programa de acción para preservar la sociedad judeo-israelí que él
atesora, no sólo le da el mandato sino que le concede la autoridad
moral de no permitirles el retorno.
Desde
este galimatías de principios contradictorios Uri Avnery encara el
cargo de “aparttheid” que hace el presidente Carter en su exitoso
libro “Palestina: ¿Paz o Apartheid?”
El
argumento de Avnery contra la analogía del apartheid no es que las
políticas estatales israelíes hacia los palestinos no sean racistas;
está de acuerdo en que la ocupación es racista y que las colonias y
el muro están creando un Estado palestino dividido en bantustanes y
avala el término “apartheid" para describir la política
israelí en Cisjordania. También sostiene lo que es una verdad
indiscutible: muchas personas tratan la comparación de Israel con Sudáfrica
sin darle demasiada importancia y se cometen errores de lógica. (su
"comparación esquimal", sobre masticar el agua, es una incómoda
referencia antigua a los Inuit pero hace al caso). Estamos de acuerdo,
hay genuinas diferencias entre Sudáfrica e Israel que ciertamente
requieren una cuidadosa consideración.
Pero
el propio análisis de Avnery incluye errores garrafales de lógica y
sobre los hechos reales, que provienen de una falta de entendimiento
de qué era el apartheid y cómo funcionó. Uri Avnery parece que
piensa en el apartheid como una versión extrema de Jim Crow en la que
los negros estuvieron subordinados mientras se incorporaban a la
sociedad blanca. De hecho, el apartheid era un sistema de dominación
racial basado fundamentalmente en la noción de separación física.
Las doctrinas, las políticas y las psicologías colectivas de los
sistemas sudafricano e israelí son mucho más parecidas de lo que él
reconoce y es de vital importancia explicar esto.
El
argumento principal de Avnery proviene de un profundo concepto erróneo.
Advierte que una campaña para lograr una unificación al estilo de
Sudáfrica en Israel-Palestina sólo activaría una nueva limpieza étnica,
porque la obsesiva ansiedad judía sobre la "amenaza" demográfica
(el exceso de no-judíos) inspiraría a los reaccionarios israelíes a
expulsar por la fuerza a toda la población palestina. Sin embargo
considera este riesgo posible en Israel y sobre la base de que no
existió en Sudáfrica: “ningún blanco habría soñado con la
limpieza étnica. Incluso los racistas entendieron que el país no
existiría sin la población negra”. Sin embargo, un rasgo clave del
apartheid era los traslados de las poblaciones por la fuerza. Se han
escrito libros famosos sobre el traslado forzoso de centenares de
miles de personas de sus casas y tierras en un esfuerzo por crear una
"Sudáfrica blanca” en donde los negros sólo se permitían
como "trabajadores invitados”. La política de “traslados
forzosos” para blanquear Sudáfrica fue tan extensa que
probablemente nunca sabremos cuántas personas fueron desalojadas
realmente; estas campañas eran intentos sistemáticos de “limpieza
étnica" más que cualquiera que se haya intentado en Europa del
Este. Si Avnery piensa que el apartheid no tenía nada que ver con el
traslado de poblaciones es que no ha entendido, ni siquiera vagamente,
el concepto de apartheid.
Uri
Avnery apuntala estos análisis defectuosos ofreciendo cuatro razones
por las que la comparación del apartheid no debería conducir a una
solución en Israel-Palestina. Primero, dice que el acuerdo general de
la solución de un solo estado ya estaba instalado en Sudáfrica.
Negros y blancos, argumenta, “estaban de acuerdo en que el Estado
sudafricano debía permanecer inalterable -la cuestión sólo era quién
lo gobernaría-. Casi nadie propuso dividir el país entre negros y
blancos.
Ésta
es una equivocación fundamental. La separación territorial entre
negros y blancos era definitivamente el nudo central de la política
del apartheid oficial hasta el año 1985 por lo menos, es decir,
durante casi cuatro décadas. Un punto central en la cuestión era el
hecho de que el 87% del territorio del país sólo pertenecía a los
blancos y los negros sólo podían acceder con permiso de los blancos
y sin ningún derecho. A finales de los años 70, por ejemplo, un
importante miembro del gabinete ministerial dijo en el parlamento
sudafricano que “no habrá ningún africano negro en el
futuro". Parte de esta política era la creación de falsas
“patrias negras" a las que se otorgaba falsa
“independencia” y así se les quitaba la ciudadanía sudafricana,
al igual que la propuesta de Israel de “dos estados” cuya política
promete una “patria” para los palestinos en la actualidad. El
reconocimiento de que Sudáfrica debería permanecer intacta fue una
consecuencia de la derrota de apartheid, no una característica del
sistema.
Segundo,
Uri Avnery sostiene que, mientras la separación racial en Sudáfrica
era un programa de todos los blancos rechazado universalmente por los
negros, en Israel-Palestina ambos pueblos quieren estados separados,
"nuestro conflicto está entre dos naciones diferentes con
identidades nacionales diferentes y cada una de los cuales tiene como
valor más alto un Estado nacional propio"; afirma que sólo una
pequeñísima minoría radical en cada lado desea un solo Estado. En
el lado judío, dice, estos radicales son los colonos fanáticos
religiosos que insisten en retener toda la Cisjordania. En el lado
palestino, la minoría son "los fundamentalistas islámicos que
también creen que el país entero es un ‘waqf’ (monopolio
religioso) que pertenece a Alá, y por lo tanto no puede
dividirse".
Estas
afirmaciones tajantes sobre ambas posturas no se sostienen Los
sudafricanos negros no eran monolíticos en sus puntos de vista. El
“Congreso Nacional Africano (ANC)” apoyó la unificación y la
democracia pero algunas facciones de la población negra de Sudáfrica
se aferraron al concepto de "patrias". El más conocido por
esto fue el “Partido Inkatha por la Libertad en KwaZulu”, pero
otros grupos también abrazaron la política de la patria por el poder
y el liderazgo que les permitía –igual que Fatah está abrazando el
estado "truncado" que le ofrece hoy Israel-. Sí, la mayoría
de la opinión negra rechazó las patrias "separadas",
aunque la pequeña porción de la sociedad negra que sentía que tenía
algo que ganar con las "patrias" no lo hizo.
Las
opiniones palestinas tampoco son monolíticas. Las encuestas dirigidas
por el Centro de Medios de Comunicación de Jerusalén entre 2000 y
2006 han señalado que el apoyo palestino a una solución de dos
estados (entendido como un Estado Palestino independiente en la Banda
oriental y la Franja de Gaza) es sólo de alrededor del 50%. La adhesión
a la propuesta de un Estado palestino en toda Palestina oscilaba entre
8 y el 18%. Pero, notablemente, el apoyo a un solo "estado bi-nacional"
en todo Israel-Palestina ha rondado obstinadamente entre 20 y el 25%,
una cifra notablemente alta dado que la opción de un solo estado no
está en el debate público entre los palestinos (la razón de este
silencio no es que esa unificación sea impopular, sino que su discusión
minaría la premisa de la existencia “interina” de la Autoridad
Palestina existente y por tanto es una cuestión políticamente muy
sensible.) Si un cuarto de los palestinos apoya la solución del un
solo estado, incluso en estas condiciones desalentadoras, no es
descabellado proponer, como hacen los activistas palestinos veteranos
como Ali Abunimah (el autor del nuevo libro “Un País”), que en
condiciones más favorables se manifestaría rápidamente un amplio
apoyo palestino a la unificación.
También
es relevante que en estas mismas encuestas, el apoyo palestino para un
estado islámico se ha manifestado aproximadamente en un 3%.
Claramente, el apoyo palestino de un 25% por ciento de los palestinos
a un estado unificado no puede reducirse, como Uri Avnery sugiere, al
radicalismo islámico.
Tercero,
Avnery apunta a la diferencia demográfica de los dos conflictos. En
Sudáfrica, una minoría blanca del 10% gobernó sobre una mayoría
negra del 78% (así como sobre “los de color” y los “indios”),
mientras que en Israel-Palestina las poblaciones judías y palestinas
son aproximadamente iguales, unos cinco millones cada una. Pero este
punto deja este argumento en suspenso ¿Y qué? Cualquier idea de que
este asunto hace inviable la comparación falla de dos maneras.
Primero, falla moralmente, ¿la opresión cambia cualitativamente si
la distribución de la población entre el opresor y oprimido varía?
¿No habría existido apartheid si los blancos hubieran sido la mitad
la población? Y segundo, falla en su lógica política. Ciertamente
la amenaza "negra" percibida por una minoría blanca del 10%
en Sudáfrica era mucho mayor que ahora la “amenaza" árabe
Palestina sobre una población judío-israelí que es aproximadamente
del 50%. No cabe sorprenderse de que el miedo a ser “inundados"
por una gran mayoría negra se citara frecuentemente por los
partidarios del apartheid como una razón para continuar negando los
derechos de la población negra. Sin embargo los judíos israelíes
están mucho mejor posicionados para retener el poder político y económico
en Israel de lo que estaban los blancos (especialmente los afrikaners)
en Sudáfrica
Finalmente,
Avnery sostiene que la unificación en Sudáfrica se manejó sobre la
base de la interdependencia económica racial, "la economía
sudafricana estaba basada en el trabajo negro y posiblemente no podría
haber existido sin él". En sus fases iniciales, el apartheid
intentó minimizar cualquier dependencia de los negros, tratando de
relegarlos a los trabajos más penosos. No se permitió a los
africanos negros hacer los trabajos reservados para los blancos (o
para los indios y los "de color"). Había una prohibición
estricta, por ejemplo, para negros que trabajaban como artesanos fuera
de las patrias segregadas. El sistema comenzó a deshacerse a finales
de los 60 cuando la economía se quedó sin suficiente cantidad de
personas blancas en algunas ocupaciones especializadas y
semiespecializadas y el gobierno se vio obligado a permitir a los
negros ocupar esos sectores. Ese cambio les dio una mayor capacidad de
negociación a los obreros negros y, con otros factores, los dotó de
una base para una resistencia organizada más eficaz. Es difícil
saber si los israelíes se verán forzados en algún momento a
permitir el reingreso de los palestinos en el mercado laboral, pero
incluso aquí las diferencias no son tan severas como Avnery pretende.
En
sus conclusiones Uri Avnery argumenta que la comparación del
apartheid también falla en la cuestión del boicot internacional,
"es un error serio", insiste, "pensar que la opinión pública
internacional acabará con la ocupación. Esto ocurrirá cuando el
propio pueblo israelí se convenza de la necesidad de hacerlo”. Este
argumento sugiere que Uri Avnery no sabe lo suficiente sobre la caída
del apartheid, Los sudafricanos blancos no cambiaron de opinión sobre
el apartheid simplemente porque la situación moral y política se
hiciera finalmente clara para ellos a causa de las demostraciones en
las calles y las huelgas laborales de los negros, sino que cambiaron
cuando una campaña estratégica de lucha interna dura y sangrienta
estuvo apoyada por una presión internacional convenida que incluyó
el boicot a los productos sudafricanos afectando a su moneda así como
a los artistas y equipos deportivos.
Todavía
se debaten los efectos económicos de estas sanciones contra Sudáfrica,
pero el efecto psicológico de aislamiento internacional sobre la
voluntad de cambio de los blancos sudafricanos fue inmenso y se
convirtió en una de las palancas más importantes que acabaron con el
apartheid. Más tarde, en 1992, cuando se pidió a los blancos que
apoyasen un convenio negociado en un referéndum, las entrevistas a
los votantes en los medios de comunicación revelaron que el deseo de
los blancos de “acercarse a la comunidad internacional” convenció
a muchos para que votasen contra él.
Atribuir
la “falta de derramamiento de sangre" en esa transición a “líderes
sabios” como de Klerk y Nelson Mandela es entender mal que esas
figuras históricas pudieron jugar su papel vital precisamente debido
al enorme esfuerzo histórico colectivo. Así como era imposible
imaginar un fin negociado del apartheid sin el aislamiento
internacional de Sudáfrica, también es difícil imaginar que se
logrará una solución política al conflicto palestino a menos que el
mundo ejerza sobre Israel una fuerte presión internacional
Pero
un error aun más profundo subyace en el pesimismo de Avnery sobre la
solución de un estado único según el modelo sudafricano: parece
confundir la Sudáfrica que todos vimos en las negociaciones de los 90
con la Sudáfrica que existió antes. Este error, demasiado común,
sostiene que los factores que llevaron a un convenio eran partes
inmutables de la realidad sudafricana. De hecho, el acuerdo político
general sobre la necesidad de la unidad nacional se cristalizó sólo
después de una lucha larga y amarga cuyo resultado exitoso le había
parecido exactamente igual de inverosímil a la mayoría de los
comentaristas, que un estado compartido en Israel le parece imposible
ahora a Avnery.
Olvidarse
de esta historia borra de ella a los valientes activistas que lucharon
durante décadas por el principio de unidad nacional, a veces a costa
de sus vidas. De hecho, los sudafricanos nunca estuvieron unidos en la
idea de que el país tenía que ser compartido –todavía hoy hay
blancos que rechazan esta idea-. Esto explica en parte por qué en la
década de los 80 muchos académicos y comentaristas “expertos"
continuaban sosteniendo que el conflicto en Sudáfrica era insoluble y
que una sociedad compartida era imposible, citando muchos de los
mismos argumentos que se citan repetidamente en el caso palestino.
Claramente
esto les conviene a los que creen que la partición es la única
solución para actuar como si el mundo nunca cambiara. Pero el mundo
cambia y lo hizo bajo el apartheid. También cambiará en Palestina.
Notas:
(*)
Este artículo fue publicado en CounterPunch
y retirado inmediatamente después.
(**)
Steven Friedman es analista político sudafricano residente en
Johannesburgo. Virginia Tilley es ciudadana estadounidense y
trabaja en el Consejo de Investigación de Ciencias Humanas en
Pretoria.
(***)
Caty R pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede
reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y
mencionar a los autores, el traductor y la fuente.
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