Israel
sufre su crisis política más profunda
Por
Sergio Rotbart
Desde
Tel Aviv
Página
12, 28/01/07
Al
fracaso militar en la guerra se suma una serie de escándalos que
afecta a las principales figuras de su dirigencia. Con Katsav
suspendido, Peretz y Olmert en problemas y Kadima camino a la extinción,
asoman Netanyahu y Barak, los sospechosos de siempre.
No
hay duda de que Israel y su clase gobernante atraviesan una de las
crisis más profundas de su breve pero convulsionada historia. En
algunos sentidos, por cierto, comparable a la que sobrevino tras la
Guerra de Yom Kippur, en 1973, cuando el duro e inesperado golpe
recibido por el ejército precipitó el final del gobierno de Golda
Meir. En otros, sin embargo, la actual caída es mucho más
preocupante e ignominiosa, pues a los efectos no deseados del fracaso
militar en la reciente guerra del Líbano se le suma una enorme y
oscura sombra de casos delictivos pendientes sobre la cabeza de varios
de los más encumbrados representantes del poder estatal. La reciente
acusación oficial por varios delitos sexuales, incluido el de violación,
contra el presidente Mo–she Katsav basta para ilustrar la gravedad
del fenómeno, ante el cual muchos israelíes no pueden evitar sentir
vergüenza ajena.
“En
la Residencia Presidencial se atrinchera un delincuente sexual en
serie”, dijo la diputada Zeava Galon (del partido Meretz) luego de
que la Comisión de Asuntos Internos de la Knesset (Parlamento)
aprobara el pedido de suspensión temporaria presentado por Katsav. La
parlamentaria agregó: “La Knesset le ha dado un premio a alguien
acusado de violación. Por violación hay que ir a la cárcel y no
permitir seguir ejerciendo el cargo de presidente. Se trata de una
bofetada contra las mujeres demandantes y de una mancha imborrable
para el país”. Galon y otros de sus pares no lograron contar con el
apoyo necesario para exigir la destitución inmediata del presidente.
Las
pruebas reunidas por el procurador general del Estado, Meni Mazuz,
gracias a la decidida y firme actitud de las víctimas–demandantes,
pondrían fin a una larga carrera política aparentemente matizada por
la costumbre de abuso de autoridad ejercida con la finalidad de acosar
a mujeres subordinadas en calidad de trabajadoras en dependencias
estatales. En el Estado, por cierto, la institución empleadora más
grande del país, cerca de 140 mil mujeres de entre 20 y 40 años
sufrieron acoso sexual al menos una vez, como lo calcula el Servicio
de Programación de Fuerza Laboral. Y, contrastando con ello, y a
pesar de las normas que defienden los derechos de las mujeres
establecidas en los últimos años, sólo algunas decenas por año se
animan a presentar quejas. Se estima que el caso del presidente Katsav
estimulará a cientos de mujeres acosadas a demandar a sus superiores,
actitud que no adoptaban hasta ahora por miedo a las represalias que
ello trae aparejado en muchos casos.
El
fiasco de la guerra del Líbano, el motivo más coyuntural que viene
socavando la confianza de los israelíes en sus dirigentes, ya ha
comenzado a surtir el efecto cortacabezas. La primera en rodar,
adoptando la forma de renuncia argumentada en la falta de respaldo del
poder político, fue la de Dan Halutz, el comandante en jefe del ejército.
El general decidió no esperar a que la Comisión Winograd, encargada
de investigar el desempeño del gobierno y de la conducción militar
durante la guerra, diera a conocer su veredicto. En cambio, el premier
Ehud Olmert y el ministro de Defensa, Amir Peretz, optaron por seguir
cabalgando en el terreno minado que la aventura libanesa también ha
dejado en el plano político. Los comentaristas aseguran que el próximo
en caer, y muy pronto, será Peretz. En el caso de Olmert, además, se
ha sumado otro estorbo que hace que la cabalgata sea aún más
temeraria: Meni Mazuz, el mismo procurador que presentó el borrador
de acusación contra el presidente Katsav, inició la investigación
judicial del caso de presuntas irregularidades en la privatización
del Banco Leumí, en el que está involucrado el primer ministro. La
directora de su despacho, Shula Zaken, es la principal implicada en
otro caso de corrupción que salpica a toda la cúpula de la Dirección
Impositiva.
Sin
la legitimación que le brinda el apoyo popular, Olmert puede aspirar
a no desensillar hasta el próximo vendaval o, a lo sumo, el que le
siga. Kadima, la creación partidaria que Ariel Sharon pergeñó para
darle sustento político a la retirada unilateral de Gaza, ya se
perfila como otro episodio pasajero de la historia electoral de
Israel. Sin una agenda clara ni un dirigente carismático y popular,
no pasará mucho tiempo hasta que el partido de gobierno se convierta
en una entidad irrelevante incapaz de recuperar su razón de ser. El
sistema político, en tanto, vuelve gradualmente a su estructura
bipartidaria tradicional (Laborismo–Likud). En el vacío existente,
no debería sorprender que dos viejos jinetes, que ya han perdido sus
respectivas carreras una vez que llegaron a la cumbre, vuelvan a
presentarse como nuevos corredores por los que vale la pena apostar.
Benjamin (Bibi) Netanyahu y Ehud Barak –sí, de ellos se trata–
despuntan como los candidatos reales en un país que, con tal de huir
del bochorno del presente, parece estar dispuesto a olvidar los
desastres del pasado.
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