Palestina

 

Apartheid es esto

Por Jonathan Cook (*)
Al Ahran Weekly, El Cairo,22/02/07
Rebelión, 03803/07

Traducido por Sinfo Fernández

La escena: un puesto de control del ejército en las profundidades de la tierra palestina en Cisjordania. Un anciano alto y delgado, que se apoya en un bastón al caminar, va avanzando junto a la fila de palestinos, muchos de ellos jóvenes que, tras las barreras de hormigón, esperan obedientemente el permiso de un soldado israelí para poder salir de una zona palestina, la ciudad de Nablus, y entrar en otra zona palestina, el pueblo vecino de Huwara. La larga cola se va moviendo lentamente, el soldado se toma su tiempo para examinar los documentos de cada persona.

El anciano va avanzando resueltamente hacia abajo por un carril paralelo, aunque vacío, reservado a las inspecciones de vehículos. Un joven soldado, que está controlando el tráfico humano, le ve y le ordena que retroceda y se sitúe en la cola. El anciano se para, mira fijamente al soldado y se niega a hacerlo. El soldado parece sobresaltarse e incomodarse por esa inesperada muestra de desafío. Le habla al anciano con más amabilidad para que se ponga al final de la cola. El anciano no se mueve del sitio. Tras unos momentos de tensión, el soldado cede y el anciano pasa.

¿Revela esa confrontación que el soldado tiene humanidad? No parece que piensen así –o que sientan así– los jóvenes palestinos acorralados tras las barreras de hormigón. Sólo pueden observar la escena en silencio. Ninguno se atrevería a dirigirse al soldado de la forma en que el anciano lo hizo, si lo hicieran la actitud del soldado hubiera sido muy diferente. Es poco probable que un anciano sea detenido o golpeado en un puesto de control. ¿Quién podría creerse, después de todo, que atacó o amenazó a un soldado, o que se resistió a un arresto o que iba portando un arma? Pero un hombre joven sabe que sus propias heridas o arrestos apenas merecerían una línea en los periódicos israelíes y, menos aún, una investigación.

Y de esa manera, los controles han convertido en potenciales guerreros a los abuelos palestinos al precio de castrar a sus hijos y nietos.

Observé esa pequeña indignidad –humillaciones como esa son ahora el pan de cada día para cualquier palestino que necesite moverse por Cisjordania– durante un desplazamiento con la organización Machsom Watch. [1] Es la organización de base fundada por mujeres israelíes en 2001, que controla la conducta de los soldados en unas cuantas docenas de los controles más accesibles.

Los controles vienen aplastando la vida palestina en Cisjordania (y, antes del desenganche, también en Gaza) mucho antes del estallido de la segunda Intifada a finales de 2000, e incluso antes de los primeros suicidas bomba palestinos. Fueron la respuesta de Israel a los acuerdos de Oslo, que crearon una Autoridad Palestina para que gobernara áreas limitadas de los territorios ocupados. Israel empezó a imponer restricciones a los palestinos que trabajaban en Israel y que disponían de permisos de salida; un sistema que se vio reforzado por una red cada vez mayor de bloqueos de carreteras impuesta por el ejército. Pronto, los controles empezaron también a restringir los movimientos dentro de los territorios ocupados a fin de proteger, ostensiblemente, los asentamientos judíos construidos en los territorios ocupados.

A finales del pasado año, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, se llegaron a registrar hasta 528 controles y bloqueos de carretera en Cisjordania, obstruyendo sus carreteras cada pocas millas. El periódico diario israelí Haaretz recogió una cifra incluso más alta: en enero hubo 75 controles permanentemente activados, unos 150 controles móviles y más de 400 lugares con carreteras bloqueadas por obstáculos. Todas esas restricciones al movimiento en un lugar que no es mayor, según el World Factbook de la CIA, que el pequeño estado estadounidense de Colorado.

Como consecuencia, los movimientos de personas y artículos desde un lugar al siguiente lugar en Cisjordania se convirtieron en una pesadilla a nivel de logística y costosos retrasos. En los controles, la comida se estropea, los pacientes se mueren y los niños se ven imposibilitados de llegar a sus colegios. El Banco Mundial culpa a los controles y a los bloqueos de estrangular la economía palestina.

Abochornado por la reciente publicidad dada al rápido crecimiento del número de controles, el Primer Ministro israelí Ehud Olmert prometió, el pasado diciembre al Presidente palestino Mahmud Abbas, suavizar las restricciones de viaje en Cisjordania. Pocos frutos ha dado la promesa, según informes de los medios israelíes. Aunque el ejército anunció a mediados de enero que se habían eliminado 44 barreras terrestres en cumplimiento de la promesa de Olmert, más tarde se supo que ninguno de esos bloqueos había estado antes allí.

Observando los puestos de control

Contrariamente a la impresión de la mayoría de observadores, gran parte de los controles ni siquiera están cercanos a la Línea Verde, la frontera con Israel internacionalmente reconocida hasta que ocupó Cisjordania y Gaza en 1967. Y algunos están tan en el interior del territorio palestino que el ejército se niega a que Machsom Watch les visite. Allí, dicen las mujeres, quién sabe qué abusos se estarán cometiendo contra los palestinos sin que nadie se entere.

Pero en el control de Huwara, donde el anciano se negó a someterse, los soldados saben que la mayor parte del tiempo están siendo observados por compañeros israelíes y que su conducta está siendo recogida en los archivos de Internet. Machsom Watch tiene experiencia en publicar embarazosas fotografías y vídeos con las acciones de los soldados. Por ejemplo, en 2004 se dio publicidad de cómo un joven palestino fue obligado a tocar su violín en el control de Beit Iba, una historia que atrajo la atención mundial porque evocó las indignidades sufridas por los judíos a manos de los nazis.

Machsom Watch tiene unos 500 miembros, entre los que se incluye, al parecer, la izquierdista hija de Olmert, Dana. Pero sólo unos 200 toman parte activa en las tareas en los controles, una experiencia en la que no se han cortado un pelo a la hora de denunciar la ocupación. El público israelí, en niveles muy amplios, tacha a la organización de extremista; también hay grupos partidarios de Israel que acusan a las mujeres de “satanizar” a Israel.

Ese tipo de críticas le resulta penosamente familiar a Nomi Lalo, de Kfar Sava. Es una veterana de Machsom Watch, madre de tres hijos, dos de los cuales han servido ya en el ejército, aunque el más joven, de 17 años, debe incorporarse a finales de este año. “Él ha estado más expuesto a mis experiencias en Machsom Watch y siente simpatía por mis puntos de vista”, dijo. “Pero mi hijo mayor ha mostrado mucha hostilidad hacia mis actividades. Y eso ha creado muchas tensiones en mi familia.”

La mayor parte de las mujeres se desplazan hasta un único control, pero yo me uní a Nomi en una tarea “móvil” por la región central, moviéndonos entre las docenas de controles al oeste de Nablus.

Para empezar, quiere mostrarme el sistema de carreteras separadas de Cisjordania, con carreteras muy buenas y sin restricciones reservadas a los colonos judíos que viven ilegalmente en los territorios ocupados, mientras los palestinos se ven forzados a hacer viajes complicados y largos a través de valles y colinas por los que, con frecuencia, no hay más que pistas de tierra.

Machsom Watch llama a esto “apartheid”, un juicio compartido por el periódico diario liberal Haaretz, que escribió recientemente un editorial afirmando que los padres israelíes deberían “sentirse muy preocupados por su país cuando envían a sus hijos e hijas en una misión de apartheid: impedir la movilidad palestina dentro de los territorios ocupados… para permitir que los judíos se muevan libremente”.

Apartheid en marcha

Dejamos la pequeña ciudad palestina de Azzoun, próxima a Qalqilya, y nos dirigimos directamente hacia el norte, hacia la ciudad de Tulkarem. Un viaje de poco más de un cuarto de hora, que resulta imposible actualmente para la mayoría de los palestinos.

“Esta carretera está prácticamente vacía, aunque sea la principal carretera entre las dos mayores ciudades de Cisjordania”, indicó Nomi. “Eso se debe a que la mayoría de los palestinos no pueden conseguir los permisos necesarios para utilizar estas carreteras. Sin permiso no pueden cruzar los controles, por eso o se quedan en sus pueblos o tienen que buscar circuitos e itinerarios peligrosos y complicados fuera de las carreteras principales.”

Pronto llegamos a uno de los controles de los que me hablaba Nomi. En Aras, dos soldados estaban sentados en un pequeño bunker de hormigón en el centro del cruce principal entre Tulkarem y Nablus. Los soldados, aburridos, matan el tiempo mientras esperan el próximo coche y el próximo conductor cuyos documentos tendrán que inspeccionar.

Un joven palestino, con un gorro de lana para protegerse del frío, está junto a un poste telegráfico cercano al cruce. Bilal, de 26 años, ha sido “detenido” hace tres horas en ese mismo lugar. Nerviosamente, nos relata que está intentado llegar hasta su padre enfermo en el hospital de Tulkarem. Nomi no parece muy convencida y después de una conversación con los soldados y llamar por su móvil a sus comandantes, obtiene una idea más ajustada de los hechos.

“Ha estado trabajando ilegalmente en Israel y le han cogido tratando de volver a su casa en Cisjordania. Los soldados le están reteniendo aquí para castigarle. Podrían encarcelarle pero, dada la grave situación de la economía palestina, las prisiones israelíes estarían pronto saturadas de los que buscan trabajo. Por eso le mantienen ahí todo el día para castigarle y hacerle sufrir. Es ilegal pero, a menos que alguien de Machsom Watch lo denuncie, ¿quién se enteraría?”.

¿No es positivo que los comandantes militares hayan querido hablar con ella? “Ellos saben que podemos presentar sus actividades por Cisjordania de forma muy dura y por eso cooperan. No quieren publicidad negativa. Nunca olvido eso al hablarles. Cuando se ponen a cooperar, siempre me recuerdo a mí misma que el motivo fundamental de esa actitud es proteger la imagen de la ocupación”.

En casos como el de Bilal, Nomi comprueba que los controles y barreras de hormigón y acero en Cisjordania –o verja, como ella dice– no están contribuyendo a lo que Israel proclama. El otro día, dice Nomi, se encontró con un profesor de inglés de la Universidad de Birzeit retenido en este control, al igual que Bilal. Había tratado de salir a hurtadillas de Tulkarem durante un toque de queda para dar clase en la universidad que está cerca de la ciudad de Ramala, a unos 40 kilómetros hacia el sur. La intervención de Nomi consiguió eventualmente liberarle. “Fue enviado de vuelta a Tulkarem. Me dio las gracias efusivamente, pero realmente, ¿qué es lo que hicimos por él o sus estudiantes? No conseguimos que pudiera llegar hasta la universidad”.

Tras la ronda de llamadas de Nomi, Bilal es requerido por uno de los soldados. Moviendo el dedo índice con desaprobación, el soldado sermonea a Bilal durante algunos minutos antes de enviarle por su camino con un gesto de desdén con la mano. Otra pequeña indignidad.

Cuando nos íbamos, Nomi recibe una llamada de un grupo de Machsom Watch en el control de Jitt, a unas cuantas millas de distancia. El equipo de mujeres le dice que cuando acudieron para comenzar su turno, los soldados castigaron a los palestinos cerrando el control. Las mujeres están muy nerviosas porque se está formando una cola de coches –fundamentalmente taxis y camiones conducidos por palestinos con permisos especiales–. Tras alguna discusión con Nomi, se decidió que las mujeres se marcharan.

Al otro lado

Nos dirigimos colina arriba hasta otro puesto de control, a unos 500 metros de Aras, que vigila la entrada a Yabara, un pueblo con una población con alto nivel de educación en la que viven muchos profesores e inspectores escolares. Sin embargo, actualmente, sus habitantes se encuentran entre los varios miles de palestinos que viven en una zona legal nebulosa, atrapados en la parte israelí del muro. Desgajados del resto de Cisjordania, a sus habitantes no se les permite recibir huéspedes y necesitan permisos especiales para llegar hasta los colegios en que trabajan. (Un cuarto de millón más de palestinos están encerrados en sus propios ghettos, tanto con respecto a Israel como a Cisjordania).

“Ni siquiera a los chicos que se han casado fuera de Yabala se les permite visitar aquí a sus padres”, dice Nomi. “Han desgarrado la vida familiar, la gente no puede asistir a los funerales ni a las bodas de sus parientes”. No puedo ni imaginar lo que eso supone para ellos. El Tribunal Supremo ha pedido que se mueva la verja pero el estado dice que no tiene dinero por ahora para hacer los cambios.”

En el otro extremo de Yabara tenemos que pasar por una puerta cerrada para salir del pueblo. Allí somos recibidos por otro control más, que se encuentra más próximo a la Línea Verde, en una carretera que los colonos utilizan para llegar a Israel. Es uno más del creciente número de controles que cada vez se parecen más, sospechosamente, a los cruces de fronteras, aunque no estén en la Línea Verde, con casetas especiales y carriles para que soldados inspeccionen los vehículos.

Los soldados ven nuestra placa con matrícula amarilla, que nos distingue de las placas verdes de los palestinos, y nos saludan desde allí con la mano.

Nomi está utilizando un mapa de asentamientos que compró en una gasolinera dentro de Israel para encontrar nuestro camino hasta el próximo control, Anabta, que se encuentra junto a un aislado asentamiento denominado Enav. Aunque esta carretera era antes importante y estaba muy concurrida, el control está vacío y los soldados pululan por los alrededores sin saber qué hacer. No hay palestinos detenidos, por eso proseguimos nuestro camino.

Nomi se siente escéptica de las proclamas que escucha en los medios israelíes de que los controles evitan ataques suicidas, así como de las declaraciones del ejército de que están eliminando controles. “Paso todo el día observando un puesto de control y regreso a casa por la noche, pongo la TV y oigo que cuatro suicidas bomba fueron cogidos en el control donde estuve trabajando. Eso sucede con mucha frecuencia. Hace ya mucho tiempo que dejé de creer en lo que dice el ejército”.

Llegamos a otro asentamiento, en el que viven un par de docenas de familias judías, llamado Shavei Shomron. Está situado cerca de la carretera 60, que fue una vez la ruta principal entre Nablus y la ciudad palestina situada más hacia el norte, Yenin. Hoy la carretera está vacía, como si no llevara a ninguna parte; el ejército la ha bloqueado, en teoría, para proteger Shomron.

A poca distancia, también en la carretera 60, hay uno de los controles más grandes y concurridos: Beit Iba, el lugar donde el palestino fue forzado a tocar su violín. Se encuentra a unos pocos kilómetros al oeste de Nablus; el control ha sido levantado en el más insólito de los parajes, una cantera de trabajo que ha cubierto la zona de una fina capa de polvo blanco. Varios taxis amarillos palestinos esperan al final de la cantera para recoger a los palestinos que pueden abandonar Nablus a pie pasando por el puesto de control. En el punto de inspección de vehículos, un burro y un carro, con cajas de medicinas apiladas hasta una altura considerable, que parece a punto de volcar, está siendo examinado junto a ambulancias y camiones.

Cerca se halla el familiar corredor de puertas de metal, torniquetes y barreras de hormigón a través de los cuales los palestinos deben pasar uno a uno para ser registrados. Sobre una mesa abollada, un joven está vaciando el contenido de su maletín, al parecer tras una estancia en Nablus. Se ve obligado a sostener su ropa interior empaquetada frente de los soldados y los espectadores palestinos. Otra pequeña humillación.

Aquí, al menos, los palestinos esperan bajo un toldo de metal que protege del sol y la lluvia. “El tejado y la mesa son un logro nuestro”, dice Nomi. “Antes, los palestinos tenían que vaciar sus bolsos en la tierra.”

Machsom Watch es también responsable de la instalación de una pequeña cabina cercana, subiendo un estrecho tramo de escalones de hormigón, con el ostentoso letrero “Puesto Humanitario” en la puerta. “Después nos quejamos por las mujeres con bebés a las que hacían esperar durante horas en la fila, el ejército colocó esta cabina con instalaciones para cambiar a los bebés, pañales y leche de fórmula. Entonces invitaron a los medios a venir y firmarlo”.

Al parecer, el experimento tuvo una vida muy corta. Después de dos semanas, el ejército declaró que las palestinas no utilizaban el puesto y quitaron las instalaciones. Subí a echar un vistazo. El recinto aparece completamente desnudo: tan sólo cuatro paredes y un lavabo lleno de polvo.

¿Prestando ayuda a la ocupación?

¿Qué piensa Nomi de la efectividad de Machsom Watch? ¿Ayudan realmente a los palestinos o simplemente añaden un barniz de legitimidad a los controles al sugerir, como en el caso del “puesto humanitario”, que Israel se preocupa por las personas bajo la ocupación? Es, Nomi lo admite, un tema que le preocupa mucho.

“Es un dilema. Los palestinos aquí [en Beit Iba] tenían que hacer cola bajo el sol sin refugio ni agua. Ahora que les hemos conseguido un tejado, quizá hemos dado a la ocupación un aspecto un poco más humano, un poco más aceptable. Hay algunas mujeres que sostienen que sólo deberíamos observar y no interferir, incluso aunque veamos que abusan o golpean a los palestinos”, lo que sucede con frecuencia, como documentan detalladamente los informes mensuales de Machsom Watch. Incluso los medios israelíes están empezando a informar de temas incómodos sobre la conducta de los soldados, desde golpes a soldados orinando frente a mujeres religiosas.

En octubre, en Beit Iba, dice Nomi, un muchacho palestino fue duramente golpeado por soldados israelíes cuando se puso muy nervioso en la cola y trepó a un poste gritando que no podía respirar. Haaretz informó después que los soldados le golpearon con las culatas de sus rifles y le aplastaron las gafas. Después le metieron en una celda de detención que había en el control.

Y en noviembre, Haitem Yasin, de 25 años, cometió el error de discutir con un soldado en un pequeño control cerca de Beit Iba llamado Asira al–Shamalia. Se enfadó cuando los soldados se empeñaron en cachear, como medida de seguridad, a las mujeres religiosas con las que compartía un taxi. Según Amira Hass, una veterana reportera israelí, a Yasin le empujó uno de los soldados haciéndole retroceder. En la subsiguiente escaramuza, a Yasin le dispararon en el estómago. Fue entonces esposado y golpeado con las culatas de los rifles mientras otros soldados bloqueaban una ambulancia que acudía en su ayuda. Yasin permaneció inconsciente durante varios días.

El tristemente célebre control de Huwara, que vigila la carretera principal que llega a Nablus desde el sur, es nuestro próximo destino. A principios de la Intifada, se produjeron allí las habituales historias de soldados abusando de los palestinos. Actualmente, Machsom Watch mantiene una presencia casi permanente en Huwara, y eso hace que los oficiales del ejército preocupados por la publicidad negativa tengan algo más de cuidado en sus acciones.

Es una escena surrealista. Nos encontramos muy al interior de Cisjordania, con palestinos por todas partes, pero dos jóvenes judíos –con apariencia hippy en medio de los más extremos colonos religiosos– están tumbados junto a la carretera en espera de un coche que les traslade a uno de los asentamientos más militantes que rodean Nablus, Un soldado, que está allí para protegerles, charla con ellos.

Como estoy fotografiando el puesto de control, un soldado con botas de color marrón rojizo –el símbolo de los paracaidistas, según Nomi– se me enfrenta, advirtiéndome que va a confiscarme la cámara. Nomi conoce sus derechos y los míos y le pregunta con qué autoridad lanza esa amenaza. Discuten en hebreo durante unos cuantos minutos antes de que él se disculpe, diciendo que me confundió con un palestino. “¿Es sólo a los palestinos a quien no se les permite fotografiar los controles?” Nomi le regaña, añadiendo como en una ocurrencia tardía: “¿No has oído que los modernos teléfonos móviles tienen cámaras? ¿Cómo puedes impedir que un control sea fotografiado?”

La cara amable de Huwara es Micha, un oficial de la Oficina de Coordinación del Distrito que supervisa a los soldados. Cuando hace que subamos a su coche, Nomi se pone a conversar con él. Micha nos dice que ayer pararon a un adolescente en el control que llevaba un cuchillo y una bomba. Nomi se burla, causando gran enojo a Micha.

“¿Por qué siempre se detiene a adolescentes en los controles?”, le pregunta. “Sabes tan bien como yo que el Shin Bet [servicio de seguridad interior de Israel] pone a esos muchachos ahí para justificar la existencia del puesto de control. ¿Por qué alguien saldría de Nablus con un cuchillo y lo llevaría al control de Huwara? Por el amor de Dios, puedes perfectamente comprar espadas al otro lado del control, en el pueblo de Huwara.”

Otra pequeña indignidad

Dejamos Huwara y nos introducimos aún más en Cisjordania, por una “carretera estéril” –en la jerga del ejército para que los palestinos no puedan usarla– que en la actualidad sirve para que los colonos lleguen hasta Elon Moreh e Itimar. En otro tiempo los palestinos viajaban por esa carrera hasta el pueblo de Beit Furik pero eso se acabó ya. “Israel no coloca señales para indicar que aquí hay dos sistemas de carreteras. Tienen que ser los palestinos, encima, los que sepan que no pueden conducir por esta carretera. Cualquiera que cometa un error es arrestado.”

Al sureste de Nablus pasamos por el mismo pueblo de Beit Furik, cuya entrada tiene una gran puerta de metal que el ejército puede cerrar a su antojo cuando quiera. Seguimos un poco más y llegamos al control de Beit Furik. De nuevo, cuando intento tomar una foto, un soldado sale furioso hacia mí controlando apenas su furia. Nomi protesta pero está fuera de sí. Una vez que estuvimos lejos de él, me confía: “Saben que estos controles violan el derecho internacional y que son cómplices de crímenes de guerra. Muchos de los soldados temen ser fotografiados”.

Ante hostilidad del soldado, abandonamos enseguida Beit Furik y regresamos a Huwara. Menos de un minuto después de salir de Huwara (Nomi me hace controlar la hora), nos damos de bruces con otro control: Yitzhar. Un atasco de taxis, camiones y unos cuantos coches privados bloquea el carril para inspeccionar a los palestinos. Adelantamos la cola por un carril separado reservado para coches con placas amarillas (colonos) y llegamos al otro lado del control.

Encontramos allí a un taxista esperando junto a la carretera cerca de su taxi amarillo. Faek lleva allí 90 minutos después de que un policía israelí le confiscara tanto su documento de identidad como su carné de conducir, desapareciendo con ellos. ¿Consiguió saber Faek el nombre del policía? No, contesta. “Por supuesto que no”, admite Nomi. “¿Qué palestino se arriesgaría a preguntarle su nombre a un oficial israelí?”.

Nomi hace algunas llamadas más y le dicen que Faek puede acercarse a la comisaría del asentamiento cercano de Ariel a recoger sus documentos. Pero, en realidad, Faek está atrapado. No puede cruzar los controles que le separan de Ariel sin su carné de identidad. E incluso si pudiera encontrar una ruta tortuosa rodeando los controles, podría también ser arrestado por no tener el carné y le podrían poner unos cuantos cientos de shekels de multa, una suma pequeña para los israelíes pero no para él, que tiene que luchar mucho para obtenerlos. Por eso, pacientemente, sigue aguardando con la esperanza de que policía vuelva.

Nomi no se siente optimista. “Es ilegal quitarle los documentos sin darle un justificante pero este tipo de cosas suceden sin cesar. ¿Qué pueden hacer los palestinos? No se atreven a discutir. Esto es el salvaje oeste.”

Algún tiempo después, mientras el sol se pone por el horizonte y un viento helado nos envuelve, Faek sigue aún esperando. El turno de Nomi está llegando a su fin y debemos regresar a Israel. Promete continuar presionando por teléfono a la policía para que le devuelvan sus documentos. Casi dos horas después, llego a casa, Faek llama de repente diciendo que finalmente ha recuperado sus documentos. Pero no está contento: la policía le ha puesto una multa de 500 shekel (115 dólares). “El teléfono de Nomi comunica”, dice. “¿No podría conseguir que me redujeran la multa?”.


(*) Jonathan Cook es un periodista que vive en Nazareth, Israel. Su libro “Blood and religión” fue publicado el pasado año por Pluto Press.

N. de T.:

1.– Machsom: palabra hebrea que significa barrera. (Machsom Watch: Observatorio de las Barreras).