Apartheid es esto
Por Jonathan Cook (*)
Al Ahran Weekly, El Cairo,22/02/07
Rebelión, 03803/07
Traducido por
Sinfo Fernández
La escena: un
puesto de control del ejército en las profundidades de la tierra
palestina en Cisjordania. Un anciano alto y delgado, que se apoya en
un bastón al caminar, va avanzando junto a la fila de palestinos,
muchos de ellos jóvenes que, tras las barreras de hormigón, esperan
obedientemente el permiso de un soldado israelí para poder salir de
una zona palestina, la ciudad de Nablus, y entrar en otra zona
palestina, el pueblo vecino de Huwara. La larga cola se va moviendo
lentamente, el soldado se toma su tiempo para examinar los documentos
de cada persona.
El anciano va
avanzando resueltamente hacia abajo por un carril paralelo, aunque vacío,
reservado a las inspecciones de vehículos. Un joven soldado, que está
controlando el tráfico humano, le ve y le ordena que retroceda y se
sitúe en la cola. El anciano se para, mira fijamente al soldado y se
niega a hacerlo. El soldado parece sobresaltarse e incomodarse por esa
inesperada muestra de desafío. Le habla al anciano con más
amabilidad para que se ponga al final de la cola. El anciano no se
mueve del sitio. Tras unos momentos de tensión, el soldado cede y el
anciano pasa.
¿Revela esa
confrontación que el soldado tiene humanidad? No parece que piensen
así –o que sientan así– los jóvenes palestinos acorralados tras
las barreras de hormigón. Sólo pueden observar la escena en
silencio. Ninguno se atrevería a dirigirse al soldado de la forma en
que el anciano lo hizo, si lo hicieran la actitud del soldado hubiera
sido muy diferente. Es poco probable que un anciano sea detenido o
golpeado en un puesto de control. ¿Quién podría creerse, después
de todo, que atacó o amenazó a un soldado, o que se resistió a un
arresto o que iba portando un arma? Pero un hombre joven sabe que sus
propias heridas o arrestos apenas merecerían una línea en los periódicos
israelíes y, menos aún, una investigación.
Y de esa
manera, los controles han convertido en potenciales guerreros a los
abuelos palestinos al precio de castrar a sus hijos y nietos.
Observé esa
pequeña indignidad –humillaciones como esa son ahora el pan de cada
día para cualquier palestino que necesite moverse por Cisjordania–
durante un desplazamiento con la organización Machsom Watch.
[1] Es la organización de base fundada por mujeres israelíes en
2001, que controla la conducta de los soldados en unas cuantas docenas
de los controles más accesibles.
Los controles
vienen aplastando la vida palestina en Cisjordania (y, antes del
desenganche, también en Gaza) mucho antes del estallido de la segunda
Intifada a finales de 2000, e incluso antes de los primeros suicidas
bomba palestinos. Fueron la respuesta de Israel a los acuerdos de
Oslo, que crearon una Autoridad Palestina para que gobernara áreas
limitadas de los territorios ocupados. Israel empezó a imponer
restricciones a los palestinos que trabajaban en Israel y que disponían
de permisos de salida; un sistema que se vio reforzado por una red
cada vez mayor de bloqueos de carreteras impuesta por el ejército.
Pronto, los controles empezaron también a restringir los movimientos
dentro de los territorios ocupados a fin de proteger, ostensiblemente,
los asentamientos judíos construidos en los territorios ocupados.
A finales del
pasado año, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación
de Asuntos Humanitarios, se llegaron a registrar hasta 528 controles y
bloqueos de carretera en Cisjordania, obstruyendo sus carreteras cada
pocas millas. El periódico diario israelí Haaretz recogió una cifra
incluso más alta: en enero hubo 75 controles permanentemente
activados, unos 150 controles móviles y más de 400 lugares con
carreteras bloqueadas por obstáculos. Todas esas restricciones al
movimiento en un lugar que no es mayor, según el World Factbook de la
CIA, que el pequeño estado estadounidense de Colorado.
Como
consecuencia, los movimientos de personas y artículos desde un lugar
al siguiente lugar en Cisjordania se convirtieron en una pesadilla a
nivel de logística y costosos retrasos. En los controles, la comida
se estropea, los pacientes se mueren y los niños se ven
imposibilitados de llegar a sus colegios. El Banco Mundial culpa a los
controles y a los bloqueos de estrangular la economía palestina.
Abochornado por
la reciente publicidad dada al rápido crecimiento del número de
controles, el Primer Ministro israelí Ehud Olmert prometió, el
pasado diciembre al Presidente palestino Mahmud Abbas, suavizar las
restricciones de viaje en Cisjordania. Pocos frutos ha dado la
promesa, según informes de los medios israelíes. Aunque el ejército
anunció a mediados de enero que se habían eliminado 44 barreras
terrestres en cumplimiento de la promesa de Olmert, más tarde se supo
que ninguno de esos bloqueos había estado antes allí.
Observando
los puestos de control
Contrariamente
a la impresión de la mayoría de observadores, gran parte de los
controles ni siquiera están cercanos a la Línea Verde, la frontera
con Israel internacionalmente reconocida hasta que ocupó Cisjordania
y Gaza en 1967. Y algunos están tan en el interior del territorio
palestino que el ejército se niega a que Machsom Watch les visite.
Allí, dicen las mujeres, quién sabe qué abusos se estarán
cometiendo contra los palestinos sin que nadie se entere.
Pero en el
control de Huwara, donde el anciano se negó a someterse, los soldados
saben que la mayor parte del tiempo están siendo observados por compañeros
israelíes y que su conducta está siendo recogida en los archivos de
Internet. Machsom Watch tiene experiencia en publicar embarazosas
fotografías y vídeos con las acciones de los soldados. Por ejemplo,
en 2004 se dio publicidad de cómo un joven palestino fue obligado a
tocar su violín en el control de Beit Iba, una historia que atrajo la
atención mundial porque evocó las indignidades sufridas por los judíos
a manos de los nazis.
Machsom Watch
tiene unos 500 miembros, entre los que se incluye, al parecer, la
izquierdista hija de Olmert, Dana. Pero sólo unos 200 toman parte
activa en las tareas en los controles, una experiencia en la que no se
han cortado un pelo a la hora de denunciar la ocupación. El público
israelí, en niveles muy amplios, tacha a la organización de
extremista; también hay grupos partidarios de Israel que acusan a las
mujeres de “satanizar” a Israel.
Ese tipo de críticas
le resulta penosamente familiar a Nomi Lalo, de Kfar Sava. Es una
veterana de Machsom Watch, madre de tres hijos, dos de los cuales han
servido ya en el ejército, aunque el más joven, de 17 años, debe
incorporarse a finales de este año. “Él ha estado más expuesto a
mis experiencias en Machsom Watch y siente simpatía por mis puntos de
vista”, dijo. “Pero mi hijo mayor ha mostrado mucha hostilidad
hacia mis actividades. Y eso ha creado muchas tensiones en mi
familia.”
La mayor parte
de las mujeres se desplazan hasta un único control, pero yo me uní a
Nomi en una tarea “móvil” por la región central, moviéndonos
entre las docenas de controles al oeste de Nablus.
Para empezar,
quiere mostrarme el sistema de carreteras separadas de Cisjordania,
con carreteras muy buenas y sin restricciones reservadas a los colonos
judíos que viven ilegalmente en los territorios ocupados, mientras
los palestinos se ven forzados a hacer viajes complicados y largos a
través de valles y colinas por los que, con frecuencia, no hay más
que pistas de tierra.
Machsom Watch
llama a esto “apartheid”, un juicio compartido por el periódico
diario liberal Haaretz, que escribió recientemente un editorial
afirmando que los padres israelíes deberían “sentirse muy
preocupados por su país cuando envían a sus hijos e hijas en una
misión de apartheid: impedir la movilidad palestina dentro de los
territorios ocupados… para permitir que los judíos se muevan
libremente”.
Apartheid en
marcha
Dejamos la
pequeña ciudad palestina de Azzoun, próxima a Qalqilya, y nos
dirigimos directamente hacia el norte, hacia la ciudad de Tulkarem. Un
viaje de poco más de un cuarto de hora, que resulta imposible
actualmente para la mayoría de los palestinos.
“Esta
carretera está prácticamente vacía, aunque sea la principal
carretera entre las dos mayores ciudades de Cisjordania”, indicó
Nomi. “Eso se debe a que la mayoría de los palestinos no pueden
conseguir los permisos necesarios para utilizar estas carreteras. Sin
permiso no pueden cruzar los controles, por eso o se quedan en sus
pueblos o tienen que buscar circuitos e itinerarios peligrosos y
complicados fuera de las carreteras principales.”
Pronto llegamos
a uno de los controles de los que me hablaba Nomi. En Aras, dos
soldados estaban sentados en un pequeño bunker de hormigón en el
centro del cruce principal entre Tulkarem y Nablus. Los soldados,
aburridos, matan el tiempo mientras esperan el próximo coche y el próximo
conductor cuyos documentos tendrán que inspeccionar.
Un joven
palestino, con un gorro de lana para protegerse del frío, está junto
a un poste telegráfico cercano al cruce. Bilal, de 26 años, ha sido
“detenido” hace tres horas en ese mismo lugar. Nerviosamente, nos
relata que está intentado llegar hasta su padre enfermo en el
hospital de Tulkarem. Nomi no parece muy convencida y después de una
conversación con los soldados y llamar por su móvil a sus
comandantes, obtiene una idea más ajustada de los hechos.
“Ha estado
trabajando ilegalmente en Israel y le han cogido tratando de volver a
su casa en Cisjordania. Los soldados le están reteniendo aquí para
castigarle. Podrían encarcelarle pero, dada la grave situación de la
economía palestina, las prisiones israelíes estarían pronto
saturadas de los que buscan trabajo. Por eso le mantienen ahí todo el
día para castigarle y hacerle sufrir. Es ilegal pero, a menos que
alguien de Machsom Watch lo denuncie, ¿quién se enteraría?”.
¿No es
positivo que los comandantes militares hayan querido hablar con ella?
“Ellos saben que podemos presentar sus actividades por Cisjordania
de forma muy dura y por eso cooperan. No quieren publicidad negativa.
Nunca olvido eso al hablarles. Cuando se ponen a cooperar, siempre me
recuerdo a mí misma que el motivo fundamental de esa actitud es
proteger la imagen de la ocupación”.
En casos como
el de Bilal, Nomi comprueba que los controles y barreras de hormigón
y acero en Cisjordania –o verja, como ella dice– no están
contribuyendo a lo que Israel proclama. El otro día, dice Nomi, se
encontró con un profesor de inglés de la Universidad de Birzeit
retenido en este control, al igual que Bilal. Había tratado de salir
a hurtadillas de Tulkarem durante un toque de queda para dar clase en
la universidad que está cerca de la ciudad de Ramala, a unos 40 kilómetros
hacia el sur. La intervención de Nomi consiguió eventualmente
liberarle. “Fue enviado de vuelta a Tulkarem. Me dio las gracias
efusivamente, pero realmente, ¿qué es lo que hicimos por él o sus
estudiantes? No conseguimos que pudiera llegar hasta la
universidad”.
Tras la ronda
de llamadas de Nomi, Bilal es requerido por uno de los soldados.
Moviendo el dedo índice con desaprobación, el soldado sermonea a
Bilal durante algunos minutos antes de enviarle por su camino con un
gesto de desdén con la mano. Otra pequeña indignidad.
Cuando nos íbamos,
Nomi recibe una llamada de un grupo de Machsom Watch en el control de
Jitt, a unas cuantas millas de distancia. El equipo de mujeres le dice
que cuando acudieron para comenzar su turno, los soldados castigaron a
los palestinos cerrando el control. Las mujeres están muy nerviosas
porque se está formando una cola de coches –fundamentalmente taxis
y camiones conducidos por palestinos con permisos especiales–. Tras
alguna discusión con Nomi, se decidió que las mujeres se marcharan.
Al otro lado
Nos dirigimos
colina arriba hasta otro puesto de control, a unos 500 metros de Aras,
que vigila la entrada a Yabara, un pueblo con una población con alto
nivel de educación en la que viven muchos profesores e inspectores
escolares. Sin embargo, actualmente, sus habitantes se encuentran
entre los varios miles de palestinos que viven en una zona legal
nebulosa, atrapados en la parte israelí del muro. Desgajados del
resto de Cisjordania, a sus habitantes no se les permite recibir huéspedes
y necesitan permisos especiales para llegar hasta los colegios en que
trabajan. (Un cuarto de millón más de palestinos están encerrados
en sus propios ghettos, tanto con respecto a Israel como a Cisjordania).
“Ni siquiera
a los chicos que se han casado fuera de Yabala se les permite visitar
aquí a sus padres”, dice Nomi. “Han desgarrado la vida familiar,
la gente no puede asistir a los funerales ni a las bodas de sus
parientes”. No puedo ni imaginar lo que eso supone para ellos. El
Tribunal Supremo ha pedido que se mueva la verja pero el estado dice
que no tiene dinero por ahora para hacer los cambios.”
En el otro
extremo de Yabara tenemos que pasar por una puerta cerrada para salir
del pueblo. Allí somos recibidos por otro control más, que se
encuentra más próximo a la Línea Verde, en una carretera que los
colonos utilizan para llegar a Israel. Es uno más del creciente número
de controles que cada vez se parecen más, sospechosamente, a los
cruces de fronteras, aunque no estén en la Línea Verde, con casetas
especiales y carriles para que soldados inspeccionen los vehículos.
Los soldados
ven nuestra placa con matrícula amarilla, que nos distingue de las
placas verdes de los palestinos, y nos saludan desde allí con la
mano.
Nomi está
utilizando un mapa de asentamientos que compró en una gasolinera
dentro de Israel para encontrar nuestro camino hasta el próximo
control, Anabta, que se encuentra junto a un aislado asentamiento
denominado Enav. Aunque esta carretera era antes importante y estaba
muy concurrida, el control está vacío y los soldados pululan por los
alrededores sin saber qué hacer. No hay palestinos detenidos, por eso
proseguimos nuestro camino.
Nomi se siente
escéptica de las proclamas que escucha en los medios israelíes de
que los controles evitan ataques suicidas, así como de las
declaraciones del ejército de que están eliminando controles.
“Paso todo el día observando un puesto de control y regreso a casa
por la noche, pongo la TV y oigo que cuatro suicidas bomba fueron
cogidos en el control donde estuve trabajando. Eso sucede con mucha
frecuencia. Hace ya mucho tiempo que dejé de creer en lo que dice el
ejército”.
Llegamos a otro
asentamiento, en el que viven un par de docenas de familias judías,
llamado Shavei Shomron. Está situado cerca de la carretera 60, que
fue una vez la ruta principal entre Nablus y la ciudad palestina
situada más hacia el norte, Yenin. Hoy la carretera está vacía,
como si no llevara a ninguna parte; el ejército la ha bloqueado, en
teoría, para proteger Shomron.
A poca
distancia, también en la carretera 60, hay uno de los controles más
grandes y concurridos: Beit Iba, el lugar donde el palestino fue
forzado a tocar su violín. Se encuentra a unos pocos kilómetros al
oeste de Nablus; el control ha sido levantado en el más insólito de
los parajes, una cantera de trabajo que ha cubierto la zona de una
fina capa de polvo blanco. Varios taxis amarillos palestinos esperan
al final de la cantera para recoger a los palestinos que pueden
abandonar Nablus a pie pasando por el puesto de control. En el punto
de inspección de vehículos, un burro y un carro, con cajas de
medicinas apiladas hasta una altura considerable, que parece a punto
de volcar, está siendo examinado junto a ambulancias y camiones.
Cerca se halla
el familiar corredor de puertas de metal, torniquetes y barreras de
hormigón a través de los cuales los palestinos deben pasar uno a uno
para ser registrados. Sobre una mesa abollada, un joven está vaciando
el contenido de su maletín, al parecer tras una estancia en Nablus.
Se ve obligado a sostener su ropa interior empaquetada frente de los
soldados y los espectadores palestinos. Otra pequeña humillación.
Aquí, al
menos, los palestinos esperan bajo un toldo de metal que protege del
sol y la lluvia. “El tejado y la mesa son un logro nuestro”, dice
Nomi. “Antes, los palestinos tenían que vaciar sus bolsos en la
tierra.”
Machsom Watch
es también responsable de la instalación de una pequeña cabina
cercana, subiendo un estrecho tramo de escalones de hormigón, con el
ostentoso letrero “Puesto Humanitario” en la puerta. “Después
nos quejamos por las mujeres con bebés a las que hacían esperar
durante horas en la fila, el ejército colocó esta cabina con
instalaciones para cambiar a los bebés, pañales y leche de fórmula.
Entonces invitaron a los medios a venir y firmarlo”.
Al parecer, el
experimento tuvo una vida muy corta. Después de dos semanas, el ejército
declaró que las palestinas no utilizaban el puesto y quitaron las
instalaciones. Subí a echar un vistazo. El recinto aparece
completamente desnudo: tan sólo cuatro paredes y un lavabo lleno de
polvo.
¿Prestando
ayuda a la ocupación?
¿Qué piensa
Nomi de la efectividad de Machsom Watch? ¿Ayudan realmente a los
palestinos o simplemente añaden un barniz de legitimidad a los
controles al sugerir, como en el caso del “puesto humanitario”,
que Israel se preocupa por las personas bajo la ocupación? Es, Nomi
lo admite, un tema que le preocupa mucho.
“Es un
dilema. Los palestinos aquí [en Beit Iba] tenían que hacer cola bajo
el sol sin refugio ni agua. Ahora que les hemos conseguido un tejado,
quizá hemos dado a la ocupación un aspecto un poco más humano, un
poco más aceptable. Hay algunas mujeres que sostienen que sólo deberíamos
observar y no interferir, incluso aunque veamos que abusan o golpean a
los palestinos”, lo que sucede con frecuencia, como documentan
detalladamente los informes mensuales de Machsom Watch. Incluso los
medios israelíes están empezando a informar de temas incómodos
sobre la conducta de los soldados, desde golpes a soldados orinando
frente a mujeres religiosas.
En octubre, en
Beit Iba, dice Nomi, un muchacho palestino fue duramente golpeado por
soldados israelíes cuando se puso muy nervioso en la cola y trepó a
un poste gritando que no podía respirar. Haaretz informó después
que los soldados le golpearon con las culatas de sus rifles y le
aplastaron las gafas. Después le metieron en una celda de detención
que había en el control.
Y en noviembre,
Haitem Yasin, de 25 años, cometió el error de discutir con un
soldado en un pequeño control cerca de Beit Iba llamado Asira al–Shamalia.
Se enfadó cuando los soldados se empeñaron en cachear, como medida
de seguridad, a las mujeres religiosas con las que compartía un taxi.
Según Amira Hass, una veterana reportera israelí, a Yasin le empujó
uno de los soldados haciéndole retroceder. En la subsiguiente
escaramuza, a Yasin le dispararon en el estómago. Fue entonces
esposado y golpeado con las culatas de los rifles mientras otros
soldados bloqueaban una ambulancia que acudía en su ayuda. Yasin
permaneció inconsciente durante varios días.
El tristemente
célebre control de Huwara, que vigila la carretera principal que
llega a Nablus desde el sur, es nuestro próximo destino. A principios
de la Intifada, se produjeron allí las habituales historias de
soldados abusando de los palestinos. Actualmente, Machsom Watch
mantiene una presencia casi permanente en Huwara, y eso hace que los
oficiales del ejército preocupados por la publicidad negativa tengan
algo más de cuidado en sus acciones.
Es una escena
surrealista. Nos encontramos muy al interior de Cisjordania, con
palestinos por todas partes, pero dos jóvenes judíos –con
apariencia hippy en medio de los más extremos colonos religiosos–
están tumbados junto a la carretera en espera de un coche que les
traslade a uno de los asentamientos más militantes que rodean Nablus,
Un soldado, que está allí para protegerles, charla con ellos.
Como estoy
fotografiando el puesto de control, un soldado con botas de color marrón
rojizo –el símbolo de los paracaidistas, según Nomi– se me
enfrenta, advirtiéndome que va a confiscarme la cámara. Nomi conoce
sus derechos y los míos y le pregunta con qué autoridad lanza esa
amenaza. Discuten en hebreo durante unos cuantos minutos antes de que
él se disculpe, diciendo que me confundió con un palestino. “¿Es
sólo a los palestinos a quien no se les permite fotografiar los
controles?” Nomi le regaña, añadiendo como en una ocurrencia tardía:
“¿No has oído que los modernos teléfonos móviles tienen cámaras?
¿Cómo puedes impedir que un control sea fotografiado?”
La cara amable
de Huwara es Micha, un oficial de la Oficina de Coordinación del
Distrito que supervisa a los soldados. Cuando hace que subamos a su
coche, Nomi se pone a conversar con él. Micha nos dice que ayer
pararon a un adolescente en el control que llevaba un cuchillo y una
bomba. Nomi se burla, causando gran enojo a Micha.
“¿Por qué
siempre se detiene a adolescentes en los controles?”, le pregunta.
“Sabes tan bien como yo que el Shin Bet [servicio de seguridad
interior de Israel] pone a esos muchachos ahí para justificar la
existencia del puesto de control. ¿Por qué alguien saldría de
Nablus con un cuchillo y lo llevaría al control de Huwara? Por el
amor de Dios, puedes perfectamente comprar espadas al otro lado del
control, en el pueblo de Huwara.”
Otra pequeña
indignidad
Dejamos Huwara
y nos introducimos aún más en Cisjordania, por una “carretera estéril”
–en la jerga del ejército para que los palestinos no puedan
usarla– que en la actualidad sirve para que los colonos lleguen
hasta Elon Moreh e Itimar. En otro tiempo los palestinos viajaban por
esa carrera hasta el pueblo de Beit Furik pero eso se acabó ya.
“Israel no coloca señales para indicar que aquí hay dos sistemas
de carreteras. Tienen que ser los palestinos, encima, los que sepan
que no pueden conducir por esta carretera. Cualquiera que cometa un
error es arrestado.”
Al sureste de
Nablus pasamos por el mismo pueblo de Beit Furik, cuya entrada tiene
una gran puerta de metal que el ejército puede cerrar a su antojo
cuando quiera. Seguimos un poco más y llegamos al control de Beit
Furik. De nuevo, cuando intento tomar una foto, un soldado sale
furioso hacia mí controlando apenas su furia. Nomi protesta pero está
fuera de sí. Una vez que estuvimos lejos de él, me confía: “Saben
que estos controles violan el derecho internacional y que son cómplices
de crímenes de guerra. Muchos de los soldados temen ser
fotografiados”.
Ante hostilidad
del soldado, abandonamos enseguida Beit Furik y regresamos a Huwara.
Menos de un minuto después de salir de Huwara (Nomi me hace controlar
la hora), nos damos de bruces con otro control: Yitzhar. Un atasco de
taxis, camiones y unos cuantos coches privados bloquea el carril para
inspeccionar a los palestinos. Adelantamos la cola por un carril
separado reservado para coches con placas amarillas (colonos) y
llegamos al otro lado del control.
Encontramos allí
a un taxista esperando junto a la carretera cerca de su taxi amarillo.
Faek lleva allí 90 minutos después de que un policía israelí le
confiscara tanto su documento de identidad como su carné de conducir,
desapareciendo con ellos. ¿Consiguió saber Faek el nombre del policía?
No, contesta. “Por supuesto que no”, admite Nomi. “¿Qué
palestino se arriesgaría a preguntarle su nombre a un oficial israelí?”.
Nomi hace
algunas llamadas más y le dicen que Faek puede acercarse a la comisaría
del asentamiento cercano de Ariel a recoger sus documentos. Pero, en
realidad, Faek está atrapado. No puede cruzar los controles que le
separan de Ariel sin su carné de identidad. E incluso si pudiera
encontrar una ruta tortuosa rodeando los controles, podría también
ser arrestado por no tener el carné y le podrían poner unos cuantos
cientos de shekels de multa, una suma pequeña para los israelíes
pero no para él, que tiene que luchar mucho para obtenerlos. Por eso,
pacientemente, sigue aguardando con la esperanza de que policía
vuelva.
Nomi no se
siente optimista. “Es ilegal quitarle los documentos sin darle un
justificante pero este tipo de cosas suceden sin cesar. ¿Qué pueden
hacer los palestinos? No se atreven a discutir. Esto es el salvaje
oeste.”
Algún tiempo
después, mientras el sol se pone por el horizonte y un viento helado
nos envuelve, Faek sigue aún esperando. El turno de Nomi está
llegando a su fin y debemos regresar a Israel. Promete continuar
presionando por teléfono a la policía para que le devuelvan sus
documentos. Casi dos horas después, llego a casa, Faek llama de
repente diciendo que finalmente ha recuperado sus documentos. Pero no
está contento: la policía le ha puesto una multa de 500 shekel (115
dólares). “El teléfono de Nomi comunica”, dice. “¿No podría
conseguir que me redujeran la multa?”.
(*)
Jonathan Cook es un periodista que vive en Nazareth, Israel. Su libro
“Blood and religión” fue publicado el pasado año por Pluto Press.
N. de T.:
1.– Machsom:
palabra hebrea que significa barrera. (Machsom Watch:
Observatorio de las Barreras).
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