Aumenta
sin cesar la cifra de niños palestinos abatidos por las balas israelíes
Víctimas
de la valla
Por
Gideon Levy
Haaretz, 18/02/07
Rebelión, 09/03/07
Traducido para por LB
Primera
imagen: un edificio recubierto de piedra jerusalemita, un enorme póster
conmemorativo colgado de lo alto de uno de los pisos y debajo, un
cartel en inglés macarrónico encima del Paradise Café.
Segunda imagen: un improvisado campo de fútbol vacío sobre cuya
superficie este domingo se ha formado un charco descomunal. Al otro
lado de la carretera una valla de alambre de espino rodea el
aeropuerto abandonado de Atarot, en tiempos conocido como “el
aeropuerto internacional de Jerusalén”. En paralelo a la valla
discurre una zanja. A ella cayó el cuerpo cuando, según el
testimonio de testigos, comenzó a desangrarse hasta morir. Una bala
le había alcanzado en la pierna y allí se quedó tendido,
agonizando, hasta que murió.
¿Solo
jugaba al fútbol? ¿Se limito a correr para atrapar el balón, que
había caído en la zanja contigua a la valla de espino, tal como
relatan sus amigos? ¿O saboteó la valla y trató de llevarse el
metal para alimentar a su familia, tal como declaró el ejército
israelí al día siguiente?
¿Qué
diferencia hay? La única diferencia es la estremecedora cuestión
relativa a qué pudo inducir a un soldado israelí, a un policía de
fronteras, a disparar desde una gran distancia contra el muchacho para
después dejarlo abandonado en el suelo desangrándose hasta morir. ¿Qué
pasa por la cabeza del tirador en los segundos que preceden y suceden
al instante en el que acaba con la vida de un adolescente que no
supone ningún peligro para nadie, por mucho que toque una valla que
no debe ser tocada? Las vallas rodean el perímetro del aeropuerto
abandonado, y el domingo pasado, tres días después del innecesario y
criminal disparo, no observamos ningún agujero en ellas.
En
este terrible lugar los israelíes están matando como moscas a los niños
de Kalandia y alrededores. En los últimos años ya han matado al
menos a ocho a lo largo de la valla de la muerte. En esta misma
columna ya hemos relatado los casos de Yasser, de 11 años, y su
hermano Samar, de 15, los dos hijos de Sami Kosba a los que los israelíes
mataron junto a la valla en febrero del 2002 con un intervalo de un
mes; el caso de Omar Matar, de 14 años, muerto en abril del 2003; y
el de Ahmed Abu Latifi, de 13 años, muerto en septiembre del 2003. Y
está también Fares Abed al–Kader, de 14 años, muerto en diciembre
del 2003. Ahora a esa lista hay que añadir el nombre de Taha Aljawi,
asesinado por los israelíes en el 2007.
Dicen
que era un buen muchacho, el tipo de chico que acompaña a su padre a
orar por la mañana y al atardecer. Había nacido en Jerusalén y tenía
por consiguiente un carnet de identidad azul, igual que nosotros [los
israelíes]. Taha Aljawi, un simpático chico de Jerusalén que ni
siquiera había cumplido 17 años cuando los israelíes lo mataron.
El
cartel conmemorativo de Hamas muestra sangre goteando. En el póster
de Fatah la fotografía es más reciente: Taha parece un poco mayor y
le asoma la sombra de un incipiente bigote. En ambos carteles aparece
la mezquita de Al–Aqsa –raro caso de unidad nacional palestina en
estos días en el paradisíaco café de Kafr Aqab, un barrio
jerusalemita cuyos vecinos poseen carnets de identidad azules y pagan
impuestos municipales pero que las autoridades israelíes tienen
previsto que quede del otro lado del muro de separación, al norte de
la capital, en la ruta de Ramala.
Los
hombres están sentados en el amplio recinto del café, transformado
en salón de duelo, y comen cordero con arroz y salsa de yogur, como
manda la tradición. Hace dos semanas nos brindaron el mismo menú en
la cercana localidad de Anata con ocasión del asesinato por parte de
la Policía de Fronteras israelí de una niña de 11 años llamada
Abir Aramin.
El
doliente padre de Taha, Mahmoud Aljawi, trabajó a tiempo parcial para
la municipalidad de Jerusalén durante 11 años como conserje escolar,
hasta que fue prejubilado hace unos pocos meses. Tiene 48 años y es
padre de seis criaturas, incluida el difunto Taha, que era el segundo
hijo. Para suplementar sus ingresos Mahmoud confeccionaba prendas de
cuero en la Ciudad Vieja y tenía un pequeño kiosko de venta de
golosinas en el puesto de control de Kalandia. Aprendió los
rudimentos del hebreo en un curso para principiantes en el centro
cultural Gerard Behar de la calle Bezalel de Jerusalén. Hasta hace
tres años la familia vivía en la Ciudad Vieja, pero debido al
hacinamiento decidió mudarse a Kafr Aqab. Su apartamento de alquiler
está encima del Paradise Café.
El
jueves pasado Mahmoud se dirigió a las oficinas del Instituto
Nacional de Seguridad Social en Jerusalén para arreglar su seguro de
desempleo. Taha tenía la mañana libre: en las últimas semanas las
autoridades habían prolongado las horas lectivas de los primeros
cuatro días de la semana y cancelado las clases de los jueves. Taha
estudiaba décimo curso en la escuela para huérfanos de la Ciudad
Vieja, situada frente a la mezquita de Al–Aqsa, una institución
educativa para hijos de familias pobres. Todos los días se levantaba
a las 5 de la madrugada y se iba a rezar a la mezquita contigua con su
padre y sus dos hermanos, Mohamed, de 18 años, y Suleiman, de 8, y
luego, a eso de las 7:30, caminaba a la escuela atravesando los
puestos de control israelíes. El trayecto duraba 40 minutos todos los
días, siempre que no hubiera problemas.
Taha
deseaba aprender el oficio de impresor. No era muy bueno en inglés y
además tenía problemas con el profesor. No hace mucho su padre
mantuvo una charla con el profesor y después le explicó al chico que
si quería trabajar en la industria de la impresión tendría que
dominar tanto el inglés como el hebreo. Taha estaba pensando en
matricularse en algún curso de hebreo en un centro próximo al Museo
Rockefeller, en Jerusalén Este.
El
jueves pasado Taha regresó de la mezquita a las siete de la mañana
tras concluir sus plegarias, Mahmoud le preparó el desayuno, y a las
7:30 los amigos del muchacho se presentaron en su casa y le pidieron
que se fuera con ellos a jugar al fútbol en el campo situado al otro
lado de la carretera de Ramallah. La palabra “carretera” puede
inducir a error: en realidad no es más que una vía interurbana
salpicada de baches y charcos, flanqueada a ambos lados por montañas
de basura y sobre la que el tráfico discurre a paso de tortuga.
Según
testimonios de los amigos de Taha, tal como se lo contaron al
desconsolado padre, apenas iniciado el partido el balón voló por
encima de otra carretera que desemboca en el improvisado terreno de
juego. Taha corrió a recuperar el balón y entonces los niños oyeron
disparos. Dicen que corrieron presas del pánico pero que vieron a
Taha desplomarse en la zanja. Nadie sabe qué ocurrió exactamente a
continuación. Los niños le dijeron a Mahmoud que los disparos provenían
del esqueleto de un edificio alto que se está construyendo cerca del
campo de fútbol. Los niños afirman que los soldados israelíes se
habían escondido en lo alto del edificio y que desde allí dispararon
contra Taha. Dijeron que normalmente no solía haber soldados en ese
edificio y que sólo los hubo ese día.
La
bala impactó en la pierna izquierda de Taha por encima de la rodilla.
En ese momento su padre se encontraba en las proximidades del complejo
gubernamental de Jerusalén Este, camino de las oficinas de la
Seguridad Social. El hermano de Mahmoud, Kamal, le telefoneó para
decirle que habían herido a Taha. Los dos hermanos se precipitaron a
Kafr Aqab. Intentaron hablar con Taha llamándolo al móvil –Mahmoud
cuenta que le proporcionó un móvil a su hijo para tenerlo localizado
en todo momento– pero el chico no respondió. La gente había
comenzado a congregarse en torno a su casa. Decían que habían
trasladado a Taha al hospital de Ramalla. Kamal se puso en ruta hacia
Ramala mientras que el desconsolado Mahmoud dijo que sentía que debía
permanecer junto a la madre y los otros niños para calmarlos.
En
el hospital le dijeron a Kamal que Taha había ingresado cadáver. Vio
el cuerpo de su sobrino con un agujero de bala por encima de la
rodilla. La mayoría de las veces un balazo en la pierna solo es
mortal si causa una hemorragia masiva. Parece ser que Taha permaneció
tendido en la zanja durante mucho tiempo: los niños le dijeron a
Mahmoud que transcurrió al menos una hora hasta que los soldados
israelíes se presentaran en el lugar para recoger a su víctima y
llevársela al puesto de control de Kalandia. Desde allí llamaron a
una ambulancia palestina –aunque Taha fuera [oficialmente] israelí–,
para que se lo llevara a Ramala. Kamal llamó a su hermano y le dijo
que fuera al hospital a identificar el cadáver de su hijo. Enterraron
a Taha esa misma tarde en el cementerio de la calle Saladino de
Jerusalén Este, cerca de la oficina de Correos.
“Siempre
me aseguré de que mis hijos estuvieran a mi lado. Velaba por ellos
como por mis propios ojos”, dice Mahmoud. “Los viernes solíamos
ir juntos a orar a la mezquita de Al–Aqsa, recalábamos en casa de
sus abuelos, comíamos algo, y siempre tratábamos de estar juntos.
Todo el que me conozca sabe hasta qué punto los cuidaba. Mucha gente
me dice: `Tienes hijos buenos: rezan, reciben una buena educación, no
se meten en problemas, son niños tranquilos’. A veces la gente
preguntaba: `¿Quién es el papá de Taha? Felicidades por ser el
padre de un chico tan bien educado’. En invierno solía jugar con
juegos de ordenador, en verano iba a la piscina Casablanca de Ramala y
el resto del tiempo siempre estaba conmigo. Calculo que se pasaba 18
horas al día a mi lado. En nuestra familia se respeta a los hijos y
los hijos respetan a su padre.
“¿Cómo
podemos saber lo que estaba haciendo junto a la valla? Eso carece de
importancia. Un chico de esa edad no suponía ningún peligro para los
soldados israelíes: era un niño tímido, nada violento, tranquilo.
Yo no vi lo que hacía junto a la valla. Yo no lo vi, pero ¿qué más
da incluso si hubiera cortado la alambrada? ¿Y para qué iba a
cortarla? Tenía un carnet de identidad azul. Siempre le enseñé a
mantenerse alejado de situaciones de ese tipo.”
Respuesta
de la oficina del portavoz del ejército israelí: “La mañana
del 1 de febrero una fuerza del ejército israelí detectó a cuatro jóvenes
sospechosos en las proximidades del campamento de refugiados de
Kalandia situado al sur de Ramala en el momento en que procedían a
sabotear la valla e intentaban cortarla. La fuerza disparó a la parte
inferior del cuerpo de uno de los jóvenes y lo alcanzó en la pierna.
Minutos más tarde un equipo médico del ejército israelí se personó
en el lugar y trató de estabilizar el estado de la persona herida,
sin resultado”.
Salimos
al campo de la muerte. Mahmoud no ha estado aquí desde que su hijo
cayó en la zanja. El campo está vacío, aunque a su alrededor vive
gente. Nos detenemos en la carretera y desde la distancia observamos
la valla y la zanja donde Taha se desangró hasta morir. Al cabo de
unos segundos un jeep de la policía israelí de fronteras sale
disparado de la abandonada terminal del aeropuerto –muy lejos de
donde nos encontramos– y ponemos pies en polvorosa presos del pánico.
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