Olmert:
como siempre
Por
Azmi Bishara (*)
Al
Ahram Weekly, El Cairo, 22/03/07
Rebelión,
27/03/07
Traducido
por Sinfo Fernández (**)
Ciertos
árabes encontraron aliento en las declaraciones de Olmert alegando
que, si se modificara ligeramente la iniciativa árabe de paz, podría
servir de base para las negociaciones. Con esa mención a la
iniciativa se estaba refiriendo, específicamente, a la Resolución
194 de la Asamblea General, considerándola como algo imperfecto que
había que rectificar, además de una línea roja que ningún gobierno
israelí podría atravesar. El motivo subyacente en esas declaraciones
de Olmert no supone secreto alguno. Es más, Olmert ni siquiera se
molesta en ocultarlo. A modo de introducción, dijo que Israel no podía
ignorar los desarrollos positivos que se habían producido en los
estados árabes moderados, y como señal de tal reconocimiento,
Israel, repentinamente, aunque no sorprendentemente, se dignaba echar
una mirada a la iniciativa árabe de paz, que había estado rechazando
durante cinco años enteros.
Según
la perspectiva israelí, lo que hay de positivo en los estados árabes
moderados es su postura en relación con la guerra contra el Líbano y
sus consiguientes contribuciones a la hora de reforzar las condiciones
israelo-estadounidenses sobre Hamas. Esos esfuerzos, aún en vigor,
están siendo llevados a cabo con grados diversos de secretismo,
aunque al parecer hay muchos funcionarios árabes que le han confiado
a Israel lo que hay en sus corazones. Por una parte, la influencia de
los amigos neo-con árabes en EEUU ha empezado a desvanecerse en ese
remolino negro de la nada donde reside ahora el cerebro muerto de
Sharon, haciendo que los gobiernos árabes moderados hayan empezado a
recuperar algún elemento de maniobralidad regional. Por otra parte,
tras la abortada invasión israelí del Líbano, estos estados
consiguieron un margen más amplio de libertad, en el curso del cual
descubrieron que sus propias actitudes han cambiado, inclinándose
ante la creciente influencia de sus neo-con locales, “cuyo amor por
la democracia ya sea como producto local o importado es sólo
equiparable con su repugnancia hacia el dinero y poder”.
Los
estados árabes moderados respiran ya con menor dificultad. Los años
de las vacas gordas han llegado. Pasaron ya esos largos años de vacas
flacas, 2001-2006, en que su única posibilidad de acción era la de
evitar la rabia desatada de EEUU tras el 11-S, y durante los cuales
sus principios rectores fueron: camina cerca de la pared, besa la mano
que te alimenta (aunque estés rezando para que se parta) y, como señala
el proverbio árabe: “Mantén al diablo a distancia y cántale una
canción”. Y cuán aspecto miserable ofrecían mientras se
lamentaban de puertas afuera con ese lastimero estribillo: “Mis ojos
ríen, pero mi corazón llora”, tras cada visita de un funcionario
estadounidense, como amantes de corazón roto, desconcertados por los
inexplicables cambios de humor del presidente del imperio y perplejos
ante el malicioso consejo de sus asesores de que abrieran sus almas a
su siempre tan magnánimo vicepresidente.
Es
difícil decir si los árabes recuperaron un margen de libertad a
causa del absoluto desastre de EEUU en Iraq y porque se daban cuenta
de que era un disparate prestar atención a las órdenes de Washington
una vez que el ejército israelí empezó a tropezar tan frenéticamente
con los cordones de sus zapatos en Líbano, o porque, y especialmente
durante la guerra en Líbano, se mostraron a sí mismos que no eran
menos hostiles a los “extremistas” de la región que los neo-con,
pero que, al mismo tiempo, eran más realistas y ciertamente no
estaban tan cegados por los sueños de propagación de la democracia y
otros facetas del romanticismo ideológico que gobernaba la visión
que de Israel, y de su papel regional, tenían los neo-con
estadounidenses. En todos los sucesos, el resultado es el mismo:
Washington ha aflojado la correa y el Israel de Olmert está tomando a
los denominados árabes moderados más seriamente que de lo que se
hizo bajo Sharon.
Volvamos,
por tanto, a Olmert, ¿por qué se volvió hacia la Resolución 194 en
particular, a pesar del hecho de que la iniciativa árabe de paz
–por desgracia- no menciona de forma explícita el derecho palestino
al retorno sino que más bien se limita a sí misma a la fórmula de
“una paz justa de acuerdo con” esa resolución? ¿Por qué,
asimismo, no nos recordó que rechaza retirarse a las fronteras
anteriores a junio de 1967, incluida Jerusalén? Ciertamente, había
dejado ya muy clara su posición en ocasiones anteriores, llegando
hasta el punto de acusar a Ehud Barak de traicionar a Jerusalén
durante Camp David II, aunque Barak no hizo mención alguna de ese
tenor.
En
primer lugar, a Olmert le gusta airear sus objeciones en cuanto a los
plazos, para poder sonsacar, de forma gradual, más concesiones de los
árabes. En segundo lugar, no quería plantear el tema de la retirada
para no socavar los esfuerzos del “eje árabe moderado” antes de
la cumbre de Riad, sobre todo porque conoce ya que Arabia Saudí no
cederá un palmo en la cuestión de las fronteras y de Jerusalén en
particular. Por eso, para ahorrarle una vergüenza a los
“moderados”, limitó sus comentarios a la Res. 194, porque rechaza
por principio el derecho palestino al retorno. Pero, suponiendo,
pongamos por caso, que los árabes le sigan la corriente y abierta, o
tácitamente, renuncien al derecho al retorno, ¿aceptaría entonces
Israel la iniciativa árabe? Por supuesto que no. Y deberíamos ser
muy cautos y no engañarnos a nosotros mismos pensando que la aceptaría.
Tan sólo estaría preparado para aceptarla como base de negociación,
que es como decir que aceptaría el principio de retirada y entonces
se pondría a regatear sobre la dimensión y etapas de la retirada y
sobre las fronteras finales. En pocas palabras, Israel no estaría de
acuerdo en absoluto con ningún punto de la iniciativa árabe de paz.
Al
aceptar entrar a considerar esta iniciativa, Israel confía en
transformarla en un proceso prolongado para ir obteniendo compromisos
de los árabes, con el mismo procedimiento que siguió en el acuerdo
que firmó para negociar con la OLP a través de un largo proceso que
puso a los palestinos contra la pared. En el pasado pudimos
identificar los momentos decisivos fundamentales en la pendiente
descendente de la posición árabe/palestina con respecto a Israel.
Ahora es difícil hasta discernir los recovecos, por lo fluido y
enrevesado que este proceso de extracción ha llegado a ser, con todo
el juego dado a las “dos partes” y a los “moderados y
extremistas de ambas partes”, y con la perspectivas inacabables de
tiempo hasta que se celebren las elecciones israelíes, las próximas
elecciones estadounidenses, una nueva avalancha de enviados yendo y
viniendo a la región, las elecciones palestinas provocando un
bloqueo, otro período de espera para ver cómo un pueblo bajo ocupación
se manejaba con un estrangulamiento económico, y después ver si podían
o no formar un gobierno de unidad nacional y, si lo conseguían,
entonces se podría llegar al fin del bloqueo o se pasaba a otro período
de espera.
Además
de intentar fijar nuevos cimientos para el “proceso de paz”, después
de que la Hoja de Ruta fracasara en el intento de neutralizar la
iniciativa árabe de paz (a propósito, ¿qué fue de la Hoja de Ruta?
¿Alguien llevó la cuenta de cuantos años, conferencias y dinero se
gastaron en ella?), Israel está adulando de forma enérgica al
“campo moderado”. Con el fin de la era neo-con, se quieren
encontrar respuestas para ese campo; al menos hasta que se celebre
otra cumbre árabe. Después de todo, sabe que ahora tiene que aceptar
a esos regímenes árabes tal y como son, al igual que EEUU había
retomado un enfoque de hipotética guerra fría a través del cual los
regímenes se situaban en categorías sobre la base de “aquéllos
que están con nosotros son moderados y, los que están en contra,
extremistas”. Israel ha reconocido también el patente y
“positivo” cambio en las actitudes de esos regímenes hacia él.
Sin embargo, y de forma simultánea, teme que la recién encontrada
libertad que esos regímenes están sintiendo pueda llegar hasta sus
dirigentes e inspirarles para abandonar los márgenes e ir de cabeza
al corazón de la cuestión, en cuyo caso podrían, por ejemplo,
decidir coordinarse con los “extremistas” para solucionar sus
dilemas regionales. El Acuerdo de la Meca es un ejemplo muy, muy
modesto de las posibilidades. Aunque este acuerdo no resolvió ni un
solo problema regional, proporcionó una inyección de sangre fresca.
Aunque
los dilemas del Oriente Medio no son, probablemente, consecuencia
directa de la estrategia de crear ejes contrapuestos de alineación
regional, esta estrategia ha ayudado a que esos dilemas sean más
inabordables. Tomemos, por ejemplo, Iraq. EEUU es quien incendió Iraq,
pero esas llamas han estado alimentadas por las diversas
intervenciones de los ejes regionales contrapuestos. Iraq se ha
convertido en un lugar para los juegos de poderes regionales en lugar
de una arena de cooperación regional en la cual los gobiernos podrían
trabajar juntos para apagar el infierno en lugar de avivarlo. Desde
luego, las fuerzas estadounidenses hubieran tenido que retirarse antes
y después habrían debido abstenerse de incendiar otros elementos
problemáticos, de la misma forma que se hizo, con bastante perfección,
durante la Guerra Fría.
Líbano
ofrece un ejemplo más deslumbrante que Iraq. El problema en Líbano
podría haberse resuelto con mayor facilidad. ¿Qué lo hizo tan
complejo? Ahí había un país con miles de personas listas a pagar
con sus vidas para obligar a una potencia extranjera ocupante a
retirarse, ya que, efectivamente, la presencia de esa potencia
constituye una ocupación extranjera. Así pues, ¿por qué no es ésta
una causa más que suficiente ya? Quizá tiene algo que ver con el
hecho de que ciertos partidos que se habían aliado con el anterior
gobierno ahora, retroactivamente, afirman que han estado “bajo
ocupación” y están demandando la caída de un gobierno que EEUU
tolera por las mismas razones “anti-extremistas” que hacen que
EEUU no tolere esos partidos en cuestión.
O
quizá el anterior gobierno libanés, que había incluido a algunos de
esos elementos que están clamando contra él en capitales
extranjeras, no era una potencia ocupante extranjera por cuya retirada
merecía sacrificar la vida de uno (como fue el caso, desde el punto
de vista de los opositores actuales al gobierno anterior, de Michel
Aoun, quien ahora pide sencillamente la retirada de Siria y se ha
aliado con la resistencia), o quizá Líbano se ha convertido en el
patio de recreo de ejes regionales rivales. La introspección sincera
y la coherencia lógica no tienen nada que ver con el cambio de
ciertos partidos desde un alineamiento con Siria, Irán y la
resistencia al compromiso con otro alineamiento. Esto no tiene nada
que ver con los pueblos retractándose del extremismo y abrazando la
moderación y mucho que ver con su convicción de que ese giro hacia
el campo contrario sirve a sus propios intereses, al igual que su
anterior alianza con el régimen que ahora quieren echar abajo, porque
en aquel momento les convenía que fuera así. Esta búsqueda de
estrechos intereses es la esencia del juego actual de los ejes
regionales y es la única explicación de cómo el problema libanés
se ha quedado estancado en un cenagal de complicaciones cuando podría
haberse resuelto fácilmente. Consideren, por ejemplo, que el partido
que se había opuesto a la presencia siria en Líbano, y que
actualmente, junto con la resistencia, se opone al eje orientado por
EEUU, está participando en el gobierno actual sólo para asegurar que
el gobierno no se vuelva contra él. Ahora bien, si tan sólo el otro
partido mayoritario pudiera situarse a bordo, podría alcanzarse una
solución. La condición fundamental para llegar al éxito es que se
determinen a inmunizar al Líbano contra las estratagemas de la política
de ejes regionales, de los cuales la forma menos democrática y más
perniciosa es la estadounidense, que busca simplemente utilizar al Líbano
como una plataforma contra Irán.
La
peor pesadilla para Israel, por el momento, es que los “moderados”
abran los ojos al hecho de que el juego de la política de ejes no le
interesa a nadie. Cuando los países empiecen a considerar en serio
ese juego y se pregunten si ellos mismos son realmente capaces de
exigir el derrocamiento de otro régimen árabe y si están dispuestos
a empezar ahora con eso, o qué precio tendrían que pagar si no
quieren eso y se resisten de forma activa, y cuando empiecen a
preguntarse a ellos mismos si sus acciones en una determinada dirección
valdrán la pena a largo plazo, se encontrarán inevitablemente con
conclusiones que difieren radicalmente de los arquitectos de ese
juego. Lo mismo se aplica a la cuestión de una guerra contra Irán.
Incluso el ciudadano árabe medio es capaz de comprender las
consecuencias desastrosas de tal guerra. Lo último que Israel quiere,
claramente, es que los árabes moderados utilicen su margen de
libertad para empezar a pensar por sí mismos.
Mientras
tanto, EEUU está atrapado entre la espada y la pared, entre la
conflagración que prendieron en Iraq y que está ahora siendo avivada
por otros y las consecuencias de interrumpir ese llamamiento a prender
fuegos en otros países, para que ellos, a su vez, paren las llamas
avivadas en Iraq y, en vez de seguir haciendo eso, se pongan a ayudar
a sofocar el fuego allí. EEUU está jugando ahora la misma partida
que Israel está jugando con los árabes. Está tratando de forzar a
Irán y Siria para que rectifiquen las imágenes que los medios
estadounidenses han creado de ellos, y la forma en que se supone que
tienen que hacerlo es ayudando a EEUU a salir de Iraq. “Ayúdanos a
cambio de que te permitamos ayudarnos”, parece ser, como mucho, la
magnánima oferta estadounidense, “a cambio de permitirte sentarte
en la misma mesa con nosotros en Bagdad.” Quizá EEUU se imagina que
Siria e Irán saltarían a la menor ocasión porque podrían
representarlo como una “victoria”. Sin embargo, las victorias
reales son la relajación de Washington en su asedio contra Siria y su
voluntad de hablar con Irán, y esto se debe a ellos mismos y no a las
estratagemas estadounidenses, a su fracaso y a la acérrima
resistencia contra los designios estadounidenses en Líbano, Iraq y
Palestina.
En
cualquier caso, el juego estadounidense en sí aparece ahora muy reñido
consigo mismo, fluctuando entre probar su fortaleza, que se pone de
manifiesto en el intento de “exponer” a Siria e Irán durante las
reuniones con los líderes iraquíes, y la sumisión rencorosa al
realismo encarnado por el informe Baker-Hamilton.
(*)
Azmi
Bishara, ex miembro del Partido Comunista Israelí y actual líder del
Partido Balad (Partido Nacionalista Árabe).
(**)
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.
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